jueves, 30 de abril de 2009

LAS NUBES DE LA VIDA, por Pepi.

Estoy tumbada en una habitación pintada de nubes, nubes blancas y azules, recortadas en satén, nubes de algodón de azúcar que dibujan figuras que apaciguan mi cuerpo y mi espíritu: ángeles preñados de vida que sostienen una respiración que nunca antes conocí, ventanas con aroma a amaneceres que baten sus puertas de brazos en cruz, como alas de mariposa, invitándome a asomarme y contemplar el mundo, animales sedientos de caricias que me ofrecen su lomo para que mis dedos se desprendan de la angustia acumulada. Cierro los ojos y continuo viéndolas, suaves, panzudas, rozándome la razón que se sosiega al punto, mientras casi las noto moverse a mi alrededor. Un sonido de agua me refresca por dentro, vive en el interior de la música con que se impregna el lugar. La calma, la serenidad parecen haberse engendrado allí. Aquel sentimiento de paz que un día olvide al otro lado del camino, se hilvana ahora cada vez que me ve llegar, se acerca, corretea alrededor de la camilla, me enjuga el regazo hasta que el olor del llanto acomodado por tanto tiempo, se remueve inquieto y hace ademán de marcharse. Mi nombre es María, tengo 40 años y durante más de la mitad he dormido desahuciada en el umbral de la propia puerta del infierno, entretejidos los días pasados, con otros aún sin forma, con aquella oscuridad, aquella negrura, hija de la desesperanza que de pronto y sin pedir licencia se asentó en medio de mi juventud y que a cada paso me iba robando la cordura del alma: enfermedad, trauma, trastorno… ¡qué sé yo!, si tan solo tenía por seguro que aquel mal se alimentaba de mi alegría, de las ilusiones apenas nacidas, de la luz que tanto echaba de menos y me encerraba el aliento, el sentir entre sus fauces de fiera, trocándolas en angustia, ansiedad y un miedo melancólico y sibilino que me rasgaba la piel por dentro, abriéndoles las puertas de mi mente a los mil fantasmas, que “a capella”, me cantaban sin descanso sones siniestros. Aún me duele recordar el ayer, porque las cicatrices son tiernas y requieren ungüentos, pero debo extenderlo a la vista de quienes temieron el roce de mis ojos cansados al pasar, como si el desaliento que me invadía les contagiase el momento, las ideas tejidas de escrúpulos profanos, más ahora sé que puedo entrar en lid con su pensar acaso más perturbado que el mío y por encima de ellos, siempre por encima, pintando mis recuerdos de blanco, intentar arrancar la pesadilla de algún otro que ignore que existen los cuartos pintados de nubes y las voces que abriendo la senda, te enseñan a empezar a caminar. Ahora, refugiada en mi propio testimonio que juega entre las rendijas del techo de mi dormitorio rebusco en el cajón de las ilusiones dormidas, mi vieja pluma oxidada por la necia espera a la que la he condenado durante este tiempo, la acaricio con los dedos transidos de tierna añoranza, mientras me bullen por dentro mil vidas rotas caracoleando en el sentir, pugnando por ser construidas y solo necesito una para saborearlas de nuevo. Dudo una y otra vez porque los espectros parásitos, cuyos restos aún anidan en mí, se resisten a soltar su presa, pero no estoy dispuesta a dejarme engullir, ya no. Y el folio me da miedo, me atrae y me turba al tiempo, respiro como “la voz” ( mi terapeuta) me ha enseñado, desde las tripas, invitando al oxigeno a darme de comer, a ser mi pan y mi sal. Me siento en deuda con la página en blanco que tanto me dio, antes de que se me secaran los sueños, la intuyo triste por mi abandono, por mi desconfianza, por ese egoísmo bastardo que me acerco a ella a la pura fuerza, cuando la sombra de la necesidad se erguía en los alrededores de mi bolsillo, la escucho llorar, por si otra vez, mercader de quimeras voy a entregarla a unos ojos que desprecien la sensibilidad, la verdad del espontaneo viaje por las vidas que nadie vivió ¡pobre papel!, mi madre o mi hijo, no lo sé, una unión dichosa y temida, abandonada a cada tanto sin pudor. Cuando la mente se niebla la alejo, si la luz me araña el instante la convido de nuevo a pasar, pero quiero redimirme, las nubes jugosamente azules de la pared me arropan, destierran el desasosiego y se insinúan melosas, incitándome a escribir sin pensar, sin rebuscar la palabra idónea o el giro que agrade más, voy a escribir al fin sin que las letras atraviesen el filtro de la mente, ayer traidora y embustera, me arrancare los sentimientos de las vísceras ahora desposadas con la voluntad, escurriendo el alma entre la tinta, pondré mi nombre en los renglones, el que llevo dentro, junto al que me pusieron al sacarme de pila. Viviré en mis palabras, ¡quiero vivir!, que las puertas de la celda negra se cierren tras mis pasos, construir otra vez, parir otra vez, hacer el amor con el folio exiliado, mimarlo hasta lograr su perdón.
De nuevo tumbada en la habitación pintada de nubes , cada semana cruzo de mi hogar a su refugio y “la voz” que me está enseñando a vivir, se funde con el sonido del agua que lava la tristeza que carcome sin tregua y yo quisiera que las palabras, las sensaciones que se alumbran en mi conciencia, saltasen risueñas, atrevidas, hacedoras de ilusiones hasta otras mentes dormidas, como la mía estuvo ayer y las regasen con destellos de esperanza y fueran su montaña y su cobijo como son el mío, para que les contasen que el ayer no existe, que se marchó con su dolor a cuestas y no es lícito penar ya por él, que el mañana aún nadie lo forjó y los sueños no deben quebrarse amparados en una noche que quizás no labre la puerta de sus espíritus, que tan solo el ahora respira, tan solo el presente es hijo de la luz y se puede cultivar, arrancando a jirones, las sombras que desaliñadas se resistan a marchar.
Miro a mi alrededor, recreándome en las redondeces hasta atisbar entre ellas, rostros amados, cansados quizás de luchar por mí, pero prestos a parirme de nuevo, escucho requiebros de amor, sonrío por dentro de la boca al oírlos, me sorbo a tragos las miradas que despacio regresan del destierro. En ocasiones ( soy humana) mi recién estrenada serenidad se tambalea, entonces regreso aquí, al origen, busco las nubes y las devuelvo al canto de mis ojos donde me siento hasta que se sosiegan, me paro, agarro el pensamiento traidor, el que amenaza con retornar desatándose del pasado ( ignora que no se puede volver a lo que ya no existe) y lo miro, entera, firme, no lo juzgo ¿para qué? Tan solo lo observo hasta que resbala vencido desde mi sentir a la tierra donde se diluye
Y sigo siendo María y aún tengo 40 años, pero ya apenas me duelen los de atrás, será que el alma se ha puesto al corriente de su deuda y ella misma se mece y canturrea. Busco la María que duerme en mi interior, la que tanto aguardó bajo paletadas de olvido y en un instante me veo niña, vestida con el uniforme azul del colegio de monjas y con el aire de la tarde que empieza, el rostro expectante, partido en dos el cabello oscuro, tejido de trenzas, sola en un camino que jamás ande, pero de pronto estoy allí con ella, María chica y grande, nos damos la mano y jugamos con una pluma que aún no se oxidó.
Hay que escribir el instante con ella, dejar constancia de que algo parecido a la felicidad se quiere acercar y ¡ay! De aquellos que miren con recelo nuestra mente al pasar, que arañen con repulsa, como lengua rasposa de gato, nuestra voz para quebrarla, que vivan sin creer que existen las habitaciones pintadas de nubes
Relato finalista del Certamen "El Puente".Valladolid 2008. Incluido en el libro "Palabras contra el estigma"

2 comentarios :

Anónimo dijo...

Jo, me parece un relato muy denso, que transmite perfectamente esa sensación de claustrofobia y desasosiego que sufre el personaje, o al menos a mí así me lo transmite. Pero he de admitir que yo lo he leído sabiendo que se centraba en la enfermedad mental (lo comentaste en la reunión del otro día), no sé qué impresión puede causar en alguien que no sepa de antemano cual es el contexto, porque sin duda es muy, muy intenso.

Gracia

Anónimo dijo...

¡Ay de aquellos que nol o crean y mucho peor del que los viva! Un beso Alicia.