martes, 6 de diciembre de 2011

"Jana y el misterio de los Libros Secretos", el nuevo blog de Nieves.



Os presento el nuevo blog de Nieves basado en su novela de literatura fantástica juvenil "Jana y el misterio de los Libros Secretos". Esta página está creada como complemento y apoyo a la lectura del libro. Os invito a visitar el blog y, por supuesto, a leer la novela. Que vuestra imaginación no tenga límites...









jueves, 27 de octubre de 2011

EL PECADO CAPITAL (Diana)



El joven se detiene frente a la iglesia que le parece imponente, majestuosa, aunque no es más que una simple iglesia de pueblo en sus peores horas. La calle, surcada de huellas de carros, está desierta, el calor sofocante ahuyenta toda posibilidad de vida salvo en los precarios refugios de las casas destartaladas.

El muchacho está sudoroso, unas profundas ojeras desfiguran la belleza de la juventud, el pelo aceitoso se le pega a la frente como un casco. Su camiseta de color indefinido muestra amplias manchas de sudor alrededor del cuello y de sus axilas. De la bocamanga de su pantalón, en el tobillo izquierdo, asoma un aro de hierro con un resto de cadena colgando que el chico ya no se preocupa en esconder.

Mira la puerta de la iglesia con un atisbo de esperanza, con un desgastado deseo de salvación. Lentamente sube los cuatro escalones de piedra, empuja la puerta de madera, que conoció mejores tiempos, y atraviesa el umbral. La penumbra del interior lo ciega un momento, instante que le envuelve de olor a cera quemada, a suciedad y abandono, aunque para él estos olores le aportan algo de sosiego. Avanza con temor por entre los bancos de madera vacíos de una iglesia que, a esas horas, está desolada. Se detiene frente al altar, se persigna y busca como un sediento la cruz tallada que preside el altar. Se ve a sí mismo crucificado, expiando sus culpas eternamente, rogando por su alma de pecador.

Oye a su derecha una puerta que se abre y ve una figura que se le antoja enorme, recortada contra la luz que se cuela de la sacristía. Es el padre Marius, su confesor, su guía. Este avanza soberbio unos pasos hasta colocarse frente al muchacho, se diría que, pese a la negra sotana, irradia una luz personal, que prolonga la iluminación de la puerta.

—Padre necesito que me escuche— dice con la voz entrecortada y mirando hacia el confesionario.

—Hablemos aquí mismo —dice el cura señalando uno de los bancos— siéntate.

—Ha vuelto a ocurrir Padre, estoy condenado, he vuelto a manchar mis manos de sangre.

Y relata angustiado el enfrentamiento de la pasada noche en la que, sin poder contenerse, y presa de una ira que desconocía poseer, acuchilló hasta matar a un hombre cuyo único pecado había sido cruzarse en su camino y no haber podido refrenar el descontrol de sus caballos.

—No sé qué me ocurre Padre, no soy yo mismo. Ese hombre no merecía morir. Hay algo dentro de mí que no puedo controlar, un impulso, un poder que actúa a través de mí. Sé que no merezco su perdón Padre, que el Señor me ha abandonado hace tiempo, pero no quiero seguir así, no quiero seguir haciendo daño. Padre, ayúdeme por favor.

El padre Marius posa su enorme mano en el hombro huesudo del chico que, al instante, siente una corriente de sosiego, de paz, como un bálsamo puesto en una herida ardiente. Su cuerpo se relaja, inclina la cabeza de lado hasta rozar con su mejilla la mano del cura, como un perrillo apaleado buscando consuelo.

—Hijo mío, el Señor es el que traza el camino de sus corderos. Él tiene una misión para ti y tu no debes contradecir sus designios…

—Pero Padre, he matado a personas inocentes, he cometido el mayor de los pecados.

—Hijo, el Señor sabe por qué nos elije, y nosotros debemos aceptar la cruz que él nos imponga sin vacilación. No eres el primero, si nuestro Señor sacrificó a su hijo quién eres tú para negarte a cumplir su voluntad.

—Pero esto es pecado— dice el chico, con dolor en la mirada.

—Sus designios y sus razones se nos escapan muchacho, no peques más cuestionando su palabra. Y ahora arrodíllate y repite conmigo “Señor, yo soy tu siervo, muéstrame el camino y lo seguiré con humildad”. ¡Repite conmigo!

El chico se encoje bajo el peso de las palabras, las repite como un autómata por tres veces.

—Ahora márchate y no olvides quién guía tus pasos— dice con voz potente el Padre Marius mientras observa como el joven arrastra sus pasos hasta abandonar por fin la iglesia.

El Padre Marius se pone de pie, parece incluso más alto que antes de sentarse, más ancho de hombros, más luminoso aún. Levanta la vista hacia el cielo y una sonrisa se dibuja en su cara angulosa. Sus ojos, de un rojo encendido brillan en la oscuridad. Se siente satisfecho de su nueva oveja arrebatada al rebaño.

viernes, 26 de agosto de 2011

Amor Eterno

Regresó, como cada tarde, al puente de los candados. Le gustaba pasear a la puesta del sol e imaginar las historias que había apresadas en cada uno de ellos. Historias que, al menos por un instante, se juraban eternas. 
Candados que se oxidaban con la humedad y el paso del tiempo. Nombres escritos, que algún día acabarían borrados por el viento y la lluvia.
Como todo en la vida se va desgastando con el uso o el desuso.
A lo lejos, una pequeña isla le trajo un recuerdo de los que se pegan al cuerpo y remueven sensaciones que ya creía haber superado. El mar, el rompeolas, un atardecer perfecto, y las manos de aquel hombre recorriendo su cuerpo.
Se llamaba Scot.
Hacía muchos años de aquel verano y, por aquel entonces, nadie colgaba candados de ningún puente. Pero su historia también había sido eterna por un instante, y había quedado apresada en su memoria para siempre.
Su memoria... a menudo también parecía oxidarse con el paso de los años, pero algunos recuerdos permanecían muy nítidos.

En treinta y dos años de matrimonio, su marido jamás sospechó que pensaba en Scot cuando hacían el amor.

Igual que ella tampoco imaginó jamás, que Scot pensaba en ella cada vez que acariciaba a su esposa.


lunes, 15 de agosto de 2011

Ejercicio Candados Playeros. Teresa.

Llegó a la playa solo, un caluroso día de agosto.  Esa misma tarde compró el candado en una tienda de chinos del paseo marítimo. Luego se pasó un rato sentado en las escaleras hasta que le vino la inspiración, y escribió la frase en la superficie metálica del candado con letra primorosa: “Para mi amor, el regalo más bonito que me ha hecho la vida” después, permitiéndose un alarde romántico hizo un corazoncillo gordo, robusto, negro.  Escogió un sitio discreto, y enganchó su candado junto a los cientos que bordeaban la escalera como una puntilla metálica. Por la noche  lanzó la llave al mar después de saltar siete olas, encontrar siete conchas blancas y cruzarse con siete señores bisojos.  

A ella tardó dos días en encontrarla. Se quitaba la arena de las sandalias en uno de los bancos del paseo marítimo, y mientras lo hacía se le habían desparramado las cosas de la mochila por el suelo. Tenía la cara colorada por el sol y el aspecto un tanto salvaje que otorga el mar;  una chica corriente, después de todo,  pero nada más verla supo que sería ella. Llevaba un turbante rosa retirándole el pelo de la cara, un turbante con un enorme y casi ridículo lazo rosa. La pitonisa le dijo que hiciese caso de las señales, y él al verla lo primero que había pensado es que aquella chica parecía un regalo, que podría ser el regalo más bonito que le iba a brindar la vida. Se acercó a ella y le ofreció su ayuda. El destino de los dos ya estaba encadenado.

domingo, 14 de agosto de 2011

Las amigas




No podían creer que fuese la última noche de aquellas maravillosas vacaciones.  Días en los que habían sentido una compenetración absoluta. Compartir la habitación en el hotel había resultado divertido. El color canela conseguido tras horas de largas conversaciones al sol resaltaba sus bonitas facciones. Estaban y se sentían guapas. La camaradería les daba alas para comerse el mundo, que se mostraba apetitoso a sus tiernos recién cumplidos dieciocho años. Se habían cansado de hablar de sus planes, que eran muchos y diferentes. Y como muestra de la felicidad vivida durante esa semana juntas en la playa, esa noche se sumaron a la curiosa tradición que tantas sonrisas les provocaba. Escribieron sus tres nombres en el candado y lo cerraron junto a tantos otros sin dejar de reír. “Nosotras también nos queremos, y con esto sellamos la promesa de volver a encontrarnos aquí dentro de un año”.
Con el arrebato de la juventud, y convencidas de que cumplirían su ofrenda, se dirigieron a la discoteca de moda de las afueras del pueblo. Y cuando cruzaban la carretera, la soberbia de un cobarde conductor se llevó por delante sus sueños, sus alegrías  y sus cuerpos, que quedaron sobre el asfalto, muy cerca los tres, casi abrazados, como en un guiño absurdo de la muerte.

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La mujer da un fuerte golpe al teclado del ordenador. Le cuesta aceptar lo que lee. Hace demasiado tiempo de aquello, pero sigue rebuscando en las entrañas de internet cualquier palabra que la acerque a ella, a su querida hija, la que le quitaron una ya lejana noche de verano en un pueblo costero. Por eso ha ido a parar a la página de un club de escritura de una pequeña ciudad, y guiada por la curiosidad, se ha puesto a leer los relatos de un sorprendente ejercicio que alguien ha propuesto. Lo que no llega a comprender es cómo esa aprendiz de escritora ha podido recrear en tan pocas palabras la verdad de aquella triste historia.

viernes, 12 de agosto de 2011

Candados, por Toñi

Media noche de un día de agosto en Benidorm. Cerca del mar, en la penumbra, una pareja de enamorados se besa a la luz de la luna.




-Teresa: tengo una sorpresa para tí, dice él.


Ella lo mira sonriente. Él saca de su bolsillo un pequeño candado.


-Me hablaste tanto de este lugar que pensé que te haría ilusión que compartiéramos un candado. Incluso he escrito nuestros nombres con un rotulador permanente.


Teresa mira el candado. Sonríe aún más.


-¡Qué buena idea, Agustín! Es muy romántico. ¿Me dejas que lo ponga yo?


-Lo cerraremos entre los dos y tiraremos la llave al mar.


Teresa busca entre los cientos de candados un lugar libre. Algunos van prendidos a otros, es difícil encontrar un hueco libre. Entre la masa de metal llena de buenos deseos, uno que una vez estuvo en su mano:


Pere i Teresa, 30 de abril de 2011

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Este microrelato lo he publicado en esta dirección de mi blog. He escrito también otras dos historias más, os dejo los enlaces, por si quereis leerlas:

Candados - Dos
Candados - Tres

Animo a nuestros lectores a que nos manden sus historias de candados y las publicaremos en este espacio. Muchas gracias.

Un abrazo. Toñi

martes, 9 de agosto de 2011

ENCADENADOS (Ejercicio de Verano) por Trinidad Alicia García Valero

Pasaba por allí y me acerqué; nunca había visto nada semejante, encadenados a los leones de las Cortes, un grupo de hombres y mujeres aguantaban la lluvia que caía en torrente.
    Unos ojos febriles y orgullosos se clavaron en mí. Y así le conocí, se llamaba Lorenzo, era un sol hermoso bajo el diluvio. Un mechón de pelo negro y mojado le caía sobre la frente; en su boca la palabra Libertad sonaba con ansia.
    Ahora sé que tenía sobrados motivos para encadenarse, pero entonces lo aplaudí con entusiasmo porque me encandiló su esplendida anatomía y el brío de su mirada. Y me uní a sus quejas por amor. Yo, que era una miedica impresionante, que no hablaba jamás de ideas por no herir susceptibilidades, que huía de la palabra huelga… El miedo me atenazaba; ¿dije miedo? Terror me daba seguirlo. Tenía un buen trabajo, unos padres que nunca lo entenderían y una vida estable. Pero él me hablaba de sueños, proyectos de realidades, me contaba cosas… y le seguí. Alrededor, mucha gente se unía a nuestras protestas, gente consciente de todas las desigualdades y castigos que tenía que soportar la mansa humanidad, sin atreverse a ponerles cara, siempre pensando en que no somos lo suficientemente fuertes como para frenar los muchos desmanes de los poderosos. Hoy hemos despertado, reclamamos derechos que nos corresponden, hoy, esas ilusiones reinas de la vida, son las que nos hacen luchar soñando con verdades de igualdad y justicia, encadenándonos por ellas. Fue así, por amor; amarrada a los indomables leones junto a él, conocí un mundo diferente, mis ideales y los suyos crearon senderos de libertad.
    Dijo que me quería, me besó y le besé. En las cadenas cincelamos nuestros nombres, y un rumor de vínculos candentes agitó el aire. Al grito de igualdad nos amamos. Juramos morir por amor si fuera preciso…
Aún así, las desesperanzas nos envolvían y los sueños de vientos pacíficos se tornaron huracanes.
    _¡Fuera cadenas que no sean compartidas por amor! _gritamos.
Los gritos se sucedieron y una gran baraúnda llenó las calles. Uniformes y fuego andaban detrás. ¡El poder siempre grita más fuerte!
    Desde entonces, las quimeras de Lorenzo vuelan unidas a él por el infinito. Yo, continué sus pasos, sus espejismos son los míos, siempre batallando por la verdad. Un día no pude más, estaba tan cansada, subí a mi buhardilla y me encadené al ordenador. Merced a esta gran ayuda, puedo transitar el universo narrando miles de leyendas, todas ellas verídicas; risas y penas, cuentos de un mundo sin fronteras ni colores.

    ¡Agosto, pegajoso calor! Me despierta la voz profunda de Sergio Dalma cantando El jardín prohibido. Debí dejar la radio encendida. Espanto una mosca que me atosiga y bajo de la cama; me acerco al baño, luego a la cocina, retorno a la alcoba, siempre arrastrado mis cruces, como todos, y encendiendo el portátil, me dispongo a seguir relatándole al mundo todas las historias de pasión encadenadas que me quedan por contar. Vuelvo a poner la radio, a estas horas siempre suenan bellas canciones de amor.


martes, 2 de agosto de 2011

Propuesta para el verano: Candados


 




Estas fotografías las tomé en Benidorm y, como veis, parecen una réplica del puente Milvio de Roma, donde la tradición consiste en enganchar un candado, en el que los enamorados escriben sus iniciales, a las farolas del puente para después tirar la llave al río Tévere.

Leyendo los nombres de las parejas, las fechas y muchas veces, el estado de los candados, me inspiró la pregunta: ¿qué habrá sido de ellos? ¿cómo sería su historia de amor?  Muchas parecen de amistad: Jessy, Natalia y Raquel, por ejemplo. Y otras como Begoña y Bea, o Chloe y Mark ... ¿amigos? ¿amantes? ¿quienes fueron?

Pues ahí os dejo la propuesta: historias de amor (o desamor) inspiradas en los candados. Mejor en formato de microrelato. Mejor dos que una. O tantas como candados ...

El verano es largo. Así que mejor pasarlo pensando en el amor ... ¡venga, a escribir!

Un abrazo. Toñi

jueves, 28 de julio de 2011

"BOXING DAY"



Ya se puede adquirir por internet el libro de relatos finalistas en el I Certamen de Relato Corto "Boxing Day" convocado por la editorial LCK15. Uno de los relatos que aparecen es el titulado "Dos miradas" de nuestra compañera Josefa González Cuesta (Pepi) Para más información y para aquellos que estéis interesados en adquirir uno o más ejemplares os dejo el enlace de la página de la editorial.
http://www.lck15.com/

domingo, 17 de julio de 2011

"FOTOGRAFÍAS", Teresa Sandoval - 2º Premio AMUSYD 2011

Tres meses es mucho tiempo. O poco. Depende. Cuando uno se encuentra  perdido en el infierno y  espera que cada día traiga vientos benévolos que orienten la brújula de su vida,  pero esos aires nunca llegan,  tres meses se  pueden convertir en una  nube pesada y negra dispuesta siempre a descargar tormenta. Si simplemente se trata de dejarse llevar, día tras día,  de manera inconsciente, sin pensar demasiado, lo más probable es que el tiempo avance de una manera tan sutil que sus pies apenas dejen huella.
A Carlota le resultaba muy difícil precisar cuándo su  vida se medía de una o de otra manera. Tenía  la sensación de haber perdido para siempre la perspectiva del equilibrio,  de que su reloj biológico se había convertido en una burbuja de arena llena de partículas de distintos tamaños que arbitrariamente se daban turno para sucederse con un ritmo peculiar y caprichoso. A veces la arena era fina, tan fina que se escapaba como un suspiro; otras, eran pesadas piedras a las que costaba mucho empeño atravesar el delicado canal sin otro afán que seguir el ritmo de los días. Pensaba en eso, ahora, que ni siquiera era capaz de precisar cuánto tiempo había estado subida en el avión, cuánto tiempo había transcurrido desde que abandonara Kigali; otra vida, una eternidad. Una tarde metálica se extendía al otro lado de las cristaleras del aeropuerto, pero ¿de qué día? Aturdida se dejaba llevar junto al resto de los pasajeros por la cinta,  apretando  la bolsa de la cámara contra su cuerpo, como un apéndice más de sí misma, un apéndice vital para ella, y vulnerable, con conciencia propia.
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Era fácil distinguirla entre el resto de los pasajeros que acababan de desembarcar.  Su cabeza sobresalía por encima de la mayoría de ellos. Se había cortado el pelo, y parecía más delgada y mucho más frágil. Iba vestida con un traje de lino,  arrugado y deslucido después del largo viaje. Cargaba el equipaje con un cansancio que parecía crónico. Cuando distinguió a sus padres sonrió. Los vio jóvenes, un tanto extraños, como rescatados de un álbum de fotos donde sólo cupiesen recuerdos alegres. Cuando la abrazaron se sintió como una niña y tuvo que aguantar unas ganas enormes de llorar. Más aún cuando su madre comenzó a acariciarle la cara, a decirle lo delgada que estaba y a preguntar qué era aquella cicatriz que tenía sobre la ceja. Tuvo que pasar los dedos por ella para ser consciente de que la herida era suya, de que la había traído consigo desde el infierno. Una piedra perdida, dijo. No quiso contarle a su madre que en realidad aquel día habían estado a punto de acabar con su vida. Habían viajado hasta  Bangadi, a unos 40 km de la frontera del Congo con Sudán. Estaba fotografiando a un grupo de niños desnutridos a la entrada de una chabola. Instantáneas que se clavan en la retina para siempre. De pronto ruido de motores, gritos, un extraño tumulto. Apenas tiempo para proteger la cámara instintivamente,  reflejos lentos para una chica de ciudad que aún no se acostumbra a las guerras ajenas. Luego disparos, y más gritos. Madres raquíticas arrastrando a niños moribundos para apartarlos de una muerte aún más precoz. Hombres con ojos inyectados en sangre arrasando a su paso la escasa y pobre vida. Guerrilleros rebeldes masacrando  poblaciones enteras: secuestros, violaciones, saqueos, destrucción. Y ella apretando el disparador más por automatismo que por profesionalidad. Carlota está bloqueada, la cámara no, y es ella la que le incita a tomar aquellas fotos, las fotos que le han valido varias felicitaciones por parte de la directiva del  periódico y para las que le han organizado una exposición apenas tenga tiempo de incorporarse a la rutina.
Aquel día supo lo que era el verdadero pánico. No el miedo al que está acostumbrada  sino algo mucho más grande, más visceral, algo imposible de describir con palabras pero que quizá sí se deja entrever en alguna de sus instantáneas, porque desde que está cubriendo los reportajes sobre las guerras civiles en África tiene un archivo completo impregnado de pánico; de pánico, de desesperanza, un catálogo fulminante de desheredados de la Tierra. Ha visto la cara oculta de la vida, si puede seguir llamándosela así a esta manera de estar en el mundo. Incluso llegó a vislumbrar la cara de su propia muerte reflejada en los ojos de aquel hombre, apenas un muchacho que la apuntaba con un fusil a menos de tres metros. Ella sí tuvo tiempo de dispararle una foto, y luego de apartar la cámara de su cara para mirarle frente a frente unos segundos en los que no pudo pensar en nada, sólo en que todo se acababa.  No vio  pasar siquiera la película de su vida porque el terror la había paralizado, o quizá fue  porque estaba llorando. Fotos borrosas. No se puede enfocar bien con lágrimas en los ojos, y sin embargo ahí están, el mejor  trabajo que ha hecho hasta ahora. Luego vio como aquel muchacho dejaba de apuntarla, lentamente, el fusil se escapaba de sus manos mientras otro, uno de los aldeanos, le asestaba un golpe en el cráneo con un machete. Y luego una lluvia de piedras. Un dolor intenso en la frente y el mundo se volvió rojo. Todavía no sabe cómo salieron de allí. Su compañero surgió de algún lugar, la cogió de la mano  y la sacó de allí, arrastrando casi hasta que pudo reaccionar y echó a correr.
Fue esa misma noche,  ya en el hotel cuando salió a fotografiar la luna, llena, tan hermosa en África como en ningún otro sitio. Docenas de fotos. Estampas bellas para limpiar el horror de sus ojos, del objetivo. Trae consigo toda la miseria de África pero también su belleza, instantáneas de las que pudo haber tomado cualquier turista en un safari y con las que ha intentado aplacar las heridas del alma. Ha atrapado imágenes de hermosas garzas a la luz del atardecer, de un león soberbio, ignorante de las heridas por las que se desangran sus dominios; altivos antílopes, grullas coronadas, un ibis, patos egipcios de color anaranjado, mariposas...  También ha traído en su cabeza los olores, los sonidos al anochecer, ¡tantas sensaciones! un continuo choque entre devastación y  belleza.
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Recuperar su vida fue fácil pero extraño; se sentía como se hubiera sentido un exiliado que regresa a su patria después de mucho tiempo. Se quedó unos días en casa de sus padres antes de volver a su piso, un ático en las afueras que siempre le había encantado y que de pronto se le antojaba ajeno y vacío.
En cuanto al trabajo en el periódico,  lo retomó con la disciplina de quien se inicia de nuevo, como si fuera otra la que tuviese que encajar en el hueco que dejara una Carlota que ya nunca iba a volver.
La exposición sobre sus reportajes de las guerras civiles africanas estuvo montada en menos de un mes.  El día de la inauguración, mientras paseaba la mirada por las fotografías,  pensó que estaba incompleta, que  sólo mostraba la cara de una moneda,  que para reparar parte del daño que esas fotos podían hacer  a la conciencia el público había de ofrecerse también la segunda parte, la colección privada que empapela todas las paredes de su casa en espléndido desorden. Primero empezaron siendo las imágenes de la cara cautivadora de África, pero pronto se dio cuenta de que eran insuficientes. Ha seguido haciendo fotos desde entonces, también en Madrid, como un vicio con el que llenar un agujero que probablemente nunca vuelva a cerrarse. Sale a la calle, a los parques, atrapa con su cámara sonrisas de niños, besos de enamorados, un manojo de globos de colores, una cometa ondeando en el aire. Se ha convertido en cazadora de momentos felices, pequeñas piezas que ayudan a cerrarle durante un rato la boca al monstruo que le muerde por dentro.
Alguien en la exposición se acerca para decirle que sus fotos tienen alma. Ella le mira con una sonrisa triste, enigmática. No le contesta, no sabe que ha dado en el clavo, que sí, que tienen alma, que es la suya propia la que se fue evaporando en cada disparo. En cada una de ellas hay un trozo de Carlota, un poco de inocencia, de entusiasmo, de fe en el ser humano;  a cambio la desgarradura inevitable de la pérdida de la ingenuidad. Su alma colgada en las paredes, agazapada entre sangre, ojos llorosos, cuerpos desnudos, miseria, espanto y alguna sonrisa blanca de un niño negro, como una flor exótica y preciosa.

domingo, 10 de julio de 2011

Haikus en Aýna

Los días 6, 7 y 8 de julio se celebró en Aýna el 2º Curso-Encuentro Internacional de Haiku, en el que partipamos Paula y yo. Os dejo una foto y el enlace al blog del curso, por si os interesa obtener más información: Adentrándonos en el haiku japonés

Un abrazo. Toñi

jueves, 30 de junio de 2011

Entrega de premios AMUSYD 2011

Este jueves 30 de junio se han entregado los premios del XVII Certamen Literario AMUSYD en el Ateneo de Albacete. La única galardonada ha sido nuestra compañera Teresa. En la foto el momento en que la presidenta de AMUSYD, Ana Motos, y la concejala de Igualdad le entregan el premio. Os dejo algunas fotos en este enlace. 

¡¡Enhorabuena, Teresa!!

Un abrazo. Toñi.

miércoles, 25 de mayo de 2011

BASES DEL XVII CERTAMEN DE RELATOS BREVES AMUSYD

    
     AMUSYD convoca un Certamen de Relatos Breves cuyo tema será libre.

1- Podrán concursar todas las mujeres residentes en la Región de Castilla-La Mancha mayores de 18 años. No podrán participar las ganadoras de los dos certámenes anteriores.

2- Las obras estarán escritas en lengua castellana.
    Originales e inéditas.
    Extensión máxima de 6 folios mecanografiados a doble espacio y por una sola cara.
    Cada autora podrá presentar un sólo relato, aportando el relato original y dos copias.

3- Para preservar el anonimato y la imparcialidad del jurado, las obras se presentarán bajo seudónimo acompañadas de un sobre cerrado con los datos de la autora,  fotocopia del DNI y teléfono de contacto.

4- El plazo de admisión de originales finalizará el 16 de junio de 2011 y se podrán presentar o enviar a  AMUSYD. 
    En el sobre se hará constar: "Para el Certamen de Relatos Breves AMUSYD"
    Los trabajos se remitirán a:

AMUSYD
Dionisio Guardiola, 43, 5º dcha.
 -02003 ALBACETE

Se podrán entregar en mano de lunes a jueves de 17:30 a 20:30 horas.
O por e-mail en formato PDF a:  amusyd@hotmail.com 

5- El jurado seleccionará los mejores trabajos, con los siguientes premios:
   
    Primer premio: dotado con 200 € y 100 € en cheque-libros.
    Segundo premio: dotado con 100 € y 50 € en cheque-libros.

6- Lo premios se fallarán el 30 de Junio de 2011, a las 19:00 horas, en el Centro Cultural del Ateneo de Albacete.

7- Las obras premiadas quedarán en poder de la Asociación, que se reservará el derecho de publicar aquellas que, a su juicio, lo merezcan. Sólo serán devueltas las obras no premiadas, que podrán retirarse por las concursantes en el plazo de 15 días a partir de la entrega del premio.

8- La participación de este certamen implica la total aceptación de las presentes bases.

AMUSYD

martes, 17 de mayo de 2011

La hija de Iman por Pepi

-Por favor, sea breve-dijo Imán-¡gitana corte deprisa! ¡Que yo ahuyentaré los demonios que se cuelguen del cabello de mi hija, no vayan a espantarle la razón! Agarre con fuerza la hoja. Que no le tiemblen las manos, vieja. No vaya a quebrar ni una brizna más de vida de la precisa. Y ¡no la mire a los ojos! Que nadie le dio ese derecho, no ve que se le han cobijado allí su dolor y el mío.
Imán sacudió su piel negra, como si quisiera desterrarle el color y empezó a cantarle bajito a su niña, suave, apenas traspasando los labios el arrullo, como cuando en las noches sin nubes, el viento la quería manchar y su madre la metía de nuevo en el interior de sus entrañas siempre tibias, para que no cogiese frio. Con su nana le abrazaba la quemazón, que hurgaba la parte más honda del vientre infantil. Su cuerpo era más frágil que nunca, diminuto, sus escasos ocho años no le habían dado para más.
-Mi luna chiquita- la voz se balanceaba mientras la vieja maniobraba en el interior de la nena- verás que todo terminará y mañana volverás a cavar agujeros en la tierra para jugar al mancala. Te recostaras al abrigo del árbol galol y él te regalará sus raíces cuando yo no esté. Y correrás tras el hýras hasta su madriguera y te burlaras de tu amiga Kizzy cuando ella no sea capaz.
Niña adorada: he leído en el humo, cuando quemamos la mirra en la hoguera, que serás feliz, que el viento te llevará lejos de aquí. Allá donde la lluvia no deja de caer.
-¡Maldita sea gitana!, ¿Acaso la cuchilla se durmió?- le gritaba ardiendo, al rostro arrugado- no ve que mi hija se revuelve, que se le escapa el alma de tanto llorar . Cosa de una vez, que ya le pagaron por ello.
Y la anciana movía sin ritmo las espinas de acacia horadando en la inmensa costura, rematando su espesa labor.
-Cariño de tu madre- Imán regresaba al canto- ya todo se va a pasar. Dicen que ahora no serás niña más. No les escuches. Algún día tu y yo traeremos flores amarillas del desierto y te envolveré con pañuelos de colores, de los que tú quieras, que decidas al menos una vez.
Ya verás- le sujetaba la frente preñada de sudor- te pintaré las manos con henna y mis lagrimas al despedirte serán el khol de tus ojos, porque te irás con él. No, no me protestes. Tú serás feliz, lo sé. Me lo ha dicho el humo ¿recuerdas?. Te prometo que no será el tuyo un novio de barba blanca, ni manos ajadas por el tiempo, las que te toquen, las que te recorran dueñas. Yo hablaré con el hombre santo para que te haga un amuleto con las letras del Corán escritas, lo coserás cerca de tu pecho y en verdad que te traerá un marido que te deje soñar, que te abrace y te haga hijos, que conozca eso que llaman amor.
La hija rota, ya solo ansiaba escarbar en la arena del desierto, para poderse esconder. Las niñas mayores le habían dicho que así sería limpia, deseada, dispuesta para varón. Que el día que la mujer nómada llegaba, tras el olor de hembras enteras, era tiempo de gozo, de desprenderse de los dinjs que acechaban a las jóvenes impuras. Ni entendió entonces ni lo hacía ahora, ella solamente quería escapar.
-Dése prisa vieja,- las palabras de Imán se volcaban de nuevo sobre el desastre-que no hay agua para lavar lo que ha hecho, no vaya a ser que aún se me emborronen los ojos, y recuerde que ayer y mañana, mi hija no tiene voz.
Las manos retorcidas la observaron con un gesto de vanidad, recogieron la cuchilla, manchada de sangre ajena, la metieron en la bolsa de cuero y buscaron en el aire caliente el rastro que nunca acababa.
Imán recostó a su niña a los pies del baobab, reclamando su consuelo de madera y abrazada al árbol se dio cuenta que aún no podía llorar.

viernes, 15 de abril de 2011

PRESENTACIÓN DE "EL LLANTO DE LA VIEJA HILDA Y OTROS RELATOS", DE MIGUEL ÁNGEL MOLINA



Ayer, 14 de Abril, acompañamos a nuestro amigo y compañero Miguel Ángel Molina en la presentación de su libro "El llanto de la vieja Hilda y otros relatos" en la librería Popular. 

Fue un acto sencillo, entreñable y muy concurrido, con la presencia de muchas caras amigas. La presentación corrió a cargo de nuestra querida Rosa Villada y del editor Ángel Aguilar. Después Toñi nos leyó uno de los cuentos que integran el libro y para finalizar el propio Miguel Ángel nos leyó el fragmento de otro de ellos (el resto corre por parte de los lectores). 

Le deseamos la mejor suerte del mundo y que éste tan solo sea el primero de una larga lista de éxitos.

Enhorabuena, Miguel Ángel.

jueves, 24 de marzo de 2011

MUSLOS DE TRUENO (Diana)





He leído recientemente que se han descubierto en EEUU los restos fósiles de un brontosaurio emparentado con los diplodocus cuya principal característica es el tamaño de sus patas. Creen los expertos que este animal, apodado “muslos de trueno” y desaparecido en el cretácico inferior, utilizaba sus poderosas patas como arma para defenderse de los depredadores.

Una servidora, lectora apasionada de artículos científicos, se sintió sumamente sorprendida con el bombo que se dio a la noticia. Entiendo que, para los científicos de bata blanca, sumergidos en profundas excavaciones o en sus asépticos laboratorios, esta noticia les sorprenda. Yo creo que se debe a que tienen muy poco contacto con la realidad que les rodea. Si miraran con un poco más de atención se darían cuenta de que no se trata de una especie extinguida, nada más lejos de la realidad. Con que se detuvieran en las noticias que nos inundan a diario, descubrirían que estos dinosaurios, con poderosas patas, que atacan a sus enemigos a patadas, no han desaparecido de la faz de la tierra, antes bien, están más vivos que nunca.

No hay más que observar a nuestros políticos en plena pre campaña electoral, cómo se hacen un hueco en la sabana política y cómo, haciendo gala de una musculatura excepcional, apartan sin piedad al oponente, sin importarles si los dejan mal heridos, mutilados o muertos de muerte política. Lo realmente curioso del caso, y ésto sí que alguien debería estudiarlo, es que estos especímenes moribundos renacen con más bríos y se incorporan de nuevo al ruedo para ejercitar, una vez más, el juego de dar patadas a todo el que se interponga en su camino, y así, en un círculo sin fin, en una danza bestial (de bestias) hasta dejar agonizante a la ciudadanía, que no acierta a descubrir de dónde vendrá la próxima coz y a qué órgano vital lesionará, si a los salarios, a los servicios básicos o al intelecto del ciudadano de a pié que ya no atina a levantarse después de semejante andanada de golpes bajos.

La paleontología, ciencia que estudia el pasado de la vida sobre la tierra, debería ampliar su mirada y detenerse en la nueva fauna política, heredera de las bestias depredadoras que habitaron nuestro planeta. El único dato que aporta algo de esperanza es el hecho de que aquellos monstruos se extinguieron, no debemos desesperar y confiar en que algún cataclismo ciudadano los borre nuevamente de la tierra. Algún cataclismo, como por ejemplo no acudir a votar en las próximas elecciones o en su defecto, votar en blanco. Así, tal vez, se mueran de inanición.


domingo, 13 de marzo de 2011

CARTA EMOCIONADA


Nunca pensé que el verte, me iba a producir tal satisfacción, te aseguro, que si lo hubiera sabido, te habría buscado antes. Tanto tiempo de sufrimientos y ahora, nos encontramos frente a frente. Tú, yo, y tú mujer.
Ha sido extraordinario ver ese rostro que tanto soñé, atiborrado y mofletudo, eso si, los ojos son los de siempre, de sapo, como toda la vida, aunque ya ni conservan la malicia. Y ese cuerpo rumboso… ¡Ay que cuerpo! Supongo que las juergas se te habrán acortado, no quiero decir que ya no sirvas, ya me entiendes… pero con esa tripa cervecera que imagino sin ropa, ¡me repele pensarlo! Aunque al mismo tiempo me congratula. Me has mirado con ojos de nostalgia, no dudo que tu mirada la pueda expresar claro, pero, ¡estabas patético! Me diste pena, mucha pena…
Te cogiste del brazo de tú compañera y echándome una última mirada empezaste a caminar, ibas renqueante, supongo que la reuma ya no te deja correr, la verdad es que correr nunca ha sido lo tuyo, más bien subirte a la barra del bar y tomar whisky, sobre whisky, eso si, mostrándole al camarero el buen fajo de billetes que llevabas, no fueran a pensarse que eras uno de esos andrajosos que beben sin tener con que pagar.
Vestías según tú costumbre de los domingos: chándal azul eléctrico y botines de piel negros, sin olvidar, la riñonera esa, donde sueles meter los móviles y los cuartos, aparte de algunos tornillos, que no dudo te falten. La verdad, me entusiasmó tú presencia, tan digamos, ¿anormal? Te colocaste las eternas gafas negras, (eso también sigue igual), y me saludaste jubiloso mientras exclamabas, “que eso era lo tuyo”. Chico, son cosas de la personalidad…
Sin querer, por supuesto, me fijé también en tú compañera; ¡vaya foca con anteojos! Con esas piernas que apenas le llegan al suelo, tan rellenitas y ese cuerpo que Dios no ha podido darle. Me gustaron mucho los horquillitas de colores que adornan su mata de pelo y el vestido corto y blanco, que deja ver sus rollizos muslos, muy apropiado si, sobre todo para montar en moto, esa pobre moto que sufrirá tanto como lo hice yo en pasados años. (Por diferentes motivos claro), al tener que soportar el enorme peso de vuestros hermosos cuerpos. Me encantó ver como os encaramabais los dos en ella, ¡desdichada motocicleta!

El final fue apoteósico, con el gorro calado y los cortos perniles enrollados en los pedales, parecíais talmente dos hormigas atómicas, (con perdón para las hormigas) aunque ya cascadas, naturalmente.

En fin, que estoy muy contenta de volverte a ver; y no sé si mandarte estas letras o colgarlas en Internet con nombre, apellidos y dirección, por si alguien tiene la curiosidad de conocerte.

Que seas muy feliz y sigas, bueno, sigáis, tan divinos…

Tú ex amante.


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jueves, 10 de marzo de 2011

"LA MISMA FUNCIÓN", Teresa Sandoval

Docenas de veces, cien o mil, quizás,  te he visto repetir ese gesto a lo largo de los años. Ése, ése mismo que haces ahora. Como preámbulo, has estando antes dando vueltas por la habitación igual que un animal enjaulado, con los hombros curvados hacia delante,  intentando cultivar la estética del que se dispone a ejecutar un acto sublime para el que no puede esperar,  y precipita su cuerpo,  adelante, progresivamente un poco más adelante a cada paso.  Te has mesado los cabellos, algo que también proporciona a la escena un imponderable dramatismo. He de reconocer que estás guapo, así, despeinado, más despeinado aún de lo habitual, que encajas de lleno en la imagen de escritor maldito, con barba de unos cuantos días,  medio desnudo, y despeinado, sí, con el flequillo de cualquier manera, como si no te importase, aunque sé que a cada vuelta buscas tu imagen en el espejo de la cómoda, y de refilón te recreas en ti mismo, en tu belleza engrandecida por el momento. Yo te observo con el dudoso privilegio de ser siempre  la única espectadora. 

Al principio yo participaba también del espectáculo. Cuántas veces me he visto reflejada contigo en el espejo, yo menos sublime que tú, yo también desgreñada, pero de una manera fortuita, grosera, cuando en el forcejeo mi coleta quedaba deshecha, mientras me agarraba a ti,  tirando de tu cuerpo para anclarte a la vida, a mí, a mi vida, con la cara surcada de lágrimas, roja por el esfuerzo y por la angustia, y por el pánico. Eso era al principio; hasta que me cansé de participar. Ahora observo la función desde la puerta, o desde la cama los días en los que los que recurres a la sesión de noche.  Como ahora.  Ya apenas me inmuto,  aunque debo de reconocer que sigue arrebatándome tanta belleza. La verborrea sin pausas de las primeras veces hoy da paso al silencio, a algunos gemidos roncos que se escapan de tu garganta mientras caminas en círculos. Me miras, de vez en cuando, en tu mirada brillante veo que pides mi participación aunque hace tiempo sabes que ya no cuentas conmigo, que me aburro. 

Luego unos segundos de calma artificiosa. Te detienes. Respiras hondo y abres las puertas del balcón. Te encaramas a la barandilla con un movimiento rápido y sacas medio cuerpo fuera. Miras la calle, viejo panorama conocido. Cierras los ojos unos instantes. Sopesas la vida.  Y luego de nuevo te agotas. De pronto piensas que morir es un trabajo agotador, más agotador que intentar escribir algo, más que buscar cada día entre las páginas de un periódico un trabajo aburrido que nunca estará a tu altura.  Y prefieres volver a cruzar el límite. Retrocedes  esta vez con más miedo, con más precaución y saltas dentro de nuevo, acabando con el misticismo de la escena,  y las cosas vuelven a ser grises, asfixiantes. 

Hay días en los que en ese momento me entran las ganas de llorar. Entonces, cuando todo ha terminado otra vez, para empezar de nuevo cualquier otro día, después de esos arrebatos en los que lloras y desparramas los folios y libros por el suelo del apartamento dejándolo como si fuera un bosque de árboles caducos e inútiles. Pienso en lo fácil que sería acabar con la escena de una vez por todas dándole a tu epopeya el final que se merece. Pienso, ¿por qué no  hoy? … Una colaboración extraordinaria: un ligero empujón, un abrazo negro que culmine tu obra con la grandeza  que te mereces.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El alma




"Dedicado a aquellas personas que luchan para que más allá del hombre o la mujer, existan los seres humanos”.


                               EL ALMA  por PEPI GONZÁLEZ


            Mujer acostumbrada a vivir sin alma, eso decían ayer, ni tú, ni las de tu estirpe. Eva o Lilith ¿Qué más da? Agazapados el cuerpo y la razón tras los visillos deshilachados de tus enaguas. Te adiestraron para crecer allí, pero a poco que se descuiden hasta aprenderás a hablar.
            Será que regresa a ti si lo reclamas, el vigor de tus hermanas de la Piedra, mansos matriarcados arropados con pieles a la luz de la hoguera, nigromantes, hechiceras que sanan y ven más allá del principio, cuando en la tierra el vientre y la semilla caminaban a la par.
            Desde entonces te paseas por el orbe, te disfrazas con mil caras, pero todas son la misma. Así lo dicen sus senos. Y llega Lisístrata sin sexo, arengando a las esposas de Atenas, hasta conseguir que desarmados y tiernos regresen los hombres a sus regazos.
            Hipatia coronando el ágora sin recelo, descifrando los astros, el cálculo y el entendimiento. Hembra sangrante cada mes, pero nunca impura, acaudillando la verdad que despojada de toda discordia alimenta el saber.
            Egeria, primera viajera poniendo distancia entre celo de hombre y ambición, se engalana con su peregrinar.
            Y cabalgas presurosa por el tiempo, se deshacen las épocas y tú continúas allí, mujer, siempre mujer, sin renunciar a tu rango.
            Llega Juana con sus tropas;  Juana Inés reclamando al claustro su soledad, para beberse la mudez de sus libros; Hélen Kéller, desterrando la ceguera de los que no quieren ver; Curie devorando enseñanzas en la clandestinidad pretenciosa, antes de desgranar la ciencia y obsequiarla a los que han de nacer; Campoamor soñando el voto. Teresa siempre; Rigoberta extendiendo bálsamo a los derechos quebrados.
            Eres todas y solo una, hijas de la misma entraña, porque si un pecho rezuma leche y amor, sus caricias saben igual.
            Y hoy, ahora susurras a gritos.
            -¡Sombras, sois solo sombras, bajo la cárcel negra del chador, del golpe o la mentira!.
            Y quisieras dormirte en barbecho, cuando el amo sin rostro alza la mano a tu hermana y si se cansa de oírla, la convierte en victima sin número del rencor.
            Pero despiertas de nuevo mujer, siempre despiertas, le rebanas horas a la vida y te alimentas con ellas, porque sabes que en el fondo siempre te quedará, el alma que te negaron, para continuar.

martes, 8 de marzo de 2011

Un último uso (Paula)




Todo comenzó de manera casual, casi sin darse cuenta y fue con un frasco de colonia. Todos sabemos lo que ocurre con estos aerosoles modernos, que se empeñan en dejarse las últimas gotas dentro del bote. Y como ella siempre fue una mujer ahorrativa, y le molestaba tirar las cosas sin haberlas aprovechado lo suficiente, siguió guardando el frasco antiguo, que además tenía un diseño original, dentro del armario. 
Aun después de haber comprado uno nuevo, y haber empezado a usarlo a diario, de vez en cuando apretaba, y si lograba darle la inclinación correcta, siempre conseguía que saliera algo más de líquido, así que volvía a guardarlo de nuevo en el armario hasta una siguiente ocasión.
Lo mismo le ocurría con el desodorante, que cuando lo agitaba siempre sonaba aprovechable, al menos por una vez más. Y como al fin y al cabo era delgado y tampoco estorbaba mucho, ahí se quedaba en la estantería apurando su vida útil.
Lo siguiente fue el tubo de la pasta de dientes. Descubrió que siempre salía un poquito más si lo arrugaba lo suficiente. Además, bien plegado ocupaba poco espacio, de modo que en cada cepillado se las ingeniaba para exprimir una pizca más del tubo viejo. Frotaba con el cepillo, arañaba con las púas en el interior, aunque luego tuviera que completar la superficie a costa del tubo nuevo. Pero siempre salía un poco más, y nunca se decidía a tirarlo a la basura, porque temía desperdiciar una valiosa porción de dentífrico.
Comenzó a colocar el champú boca abajo y aunque odiaba la costumbre de llenar el bote con agua, porque luego, al ducharse salía fría y le resultaba muy desagradable, lo cierto es que los apuraba y los apuraba hasta que parecía imposible que pudiese salir algo más que aire de aquellos plásticos. Pero ella inflaba y desinflaba, los hacía silbar con una pasión desmesurada, los sacudía con fuerza y al mirar adentro, a través del pequeño agujero, siempre parecía que quedara algo dentro, entre los recovecos del tapón, de modo que los guardaba en algún rincón de la estantería para poder seguir aprovechándolos.
De un día para otro, su manía se trasladó a la cocina. Pronto comenzó a guardar botes semivacíos de aceite, de miel, maldecía el diseño poco práctico de los tarros del cacao, que no le permitían apurar los últimos polvos. El ketchup, la mayonesa y la mostaza siempre estaban boca abajo. Y parecían tan interminables como las cremas de manos o el maquillaje.
Empezó a acumular envases casi agotados por todos los rincones de la casa. Con su metódico orden, ni siquiera se daba cuenta de la magnitud de su obsesión, pero en cada armario, en cada estante y en cada cajón, aparecían varios envases del mismo producto en distintos niveles de aprovechamiento, de los que le resultaba imposible deshacerse, y a los que siempre acababa por encontrarles un pellizco más de utilidad.
Una mañana, mientras introducía la uña del dedo meñique en lo que algún día había podido ser una barra de labios, se miró al espejo y observó, justo detrás de su imagen, algo que la dejó trastocada durante el resto de la mañana. El armario entreabierto estaba lleno de tubos, botes, frascos, tarros redondos, grandes y pequeños, de diferentes formas. Un colorido arsenal de plástico y vidrio tan vacío y tan absurdo como su propia vida.
Entonces lo comprendió todo. Lo suyo no era espíritu práctico, ni tampoco una obsesión por el ahorro, sino más bien una necesidad ansiosa de llenar espacios. Aun a costa de rodearse de objetos inútiles.
Le dio tanta pereza hacer limpieza, que optó por poner la casa en venta, tomar un avión, y soltar todo el lastre de golpe.
Así, sin pensarlo mucho, no fuera a encontrarse con algo a lo que pudiese darle un último uso.