sábado, 19 de enero de 2013


CONCURSO DE RELATOS"LO VIVES, LO CUENTAS"




La Fundación Juan Bonal ha vuelto a convocar su concurso de relatos “Lo vives, lo cuentas”. Aquí dejo el enlace a las bases: http://www.fundacionjuanbonal.org/Modulo.aspx Debería haberlo puesto antes, ya que el plazo es hasta el 31 de Enero, pero si os interesa os recomiendo hacer un esfuerzo y presentaros. Como ganadora de la convocatoria del año pasado, doy fe de que es un concurso legal, de que sus organizadores no pueden ser más encantadores y de que el premio es una de las experiencias más increíbles. Gracias a él, viajé a África y pude conocer Rwanda, un país tan hermoso como enigmático, dominado aún por las consecuencias de aquel horrible y famoso genocidio.
Os dejo también el relato con el que gané el concurso. Advierto que es triste, pero no me lo he inventado, lo escribí a raíz de leer sobre ello en un periódico. Como dijo uno de los miembros del jurado: “es lo que está ocurriendo ahora mismo en algunos países de África, así es y no hay nada más que añadir”. Ahí va:

HAMBRE
Gracia Aguilar Bañón

Apenas abres los ojos. Ya no tienes fuerzas ni para ello. Duérmete, duérmete y no despiertes. No puedo esperar más. Hay que seguir. Tu hermano no va  a aguantar mucho. Pero falta poco, lo sé. Sé que si nos esforzamos, si gastamos el último aliento, conseguiremos llegar. Dicen que a tan sólo un día más de camino hay un campamento en el que nos darán comida. También dicen más cosas, pero es mejor no creerlas. Es mejor seguir con las pocas esperanzas que quedan, aunque para ello tenga que dejarte aquí. Estás al cuidado de unas rocas, alejada del camino, espero que los animales no te encuentren.
                Sé que no me culpas por hacer esto. Las mujeres nacemos con la carga del sacrificio. Si te llevara, no salvaría a tu hermano. Él tiene alguna posibilidad, aunque lo veo sentado, con la cabeza agachada, entre las piernas, y me pregunto cuánto tardará en brotar la enfermedad. Espero que nos dé tiempo. Quizás, sin la enfermedad, tú también hubieras llegado, pero ya estabas demasiado débil, tu cuerpo la ha acogido por no tener nada más a qué agarrarse.
                 Perdóname. Sé que me perdonas. La vida es así.
               Dicen también que hay lugares en los que se nace con abundancia, en los que nunca falta nada. Me cuesta creerlo. No puedo creer que teniendo de sobra se permita que otros mueran así. Seguro que son habladurías, alguien con imaginación que pierde el tiempo inventando historias.
                Aunque es cierto que en la sequía de mi niñez sobrevolaron los helicópteros arrojando comida. Aquella vez eso nos salvó a la mayoría. No entiendo por qué no habrán venido ahora. No quiero aceptar que es  porque  no les han dejado. Nadie puede tener el corazón tan  roto, tan seco. Nadie puede consentir que otro muera de esta forma. Por eso pienso que son más habladurías. Sin embargo, antes de morir, tu padre me lo advirtió, que fuéramos a la frontera, caminando veinte días al sur, que nos fuéramos cuanto antes, que no esperáramos más porque no iban a venir. Él estaba convencido de que la milicia no se lo iba a permitir. Yo creí entonces que el delirio hablaba por su boca. Pero ahora veo que estaba en lo cierto. Me pidió que no esperara a que muriera, me suplicó que comenzáramos a andar cuanto antes. Pero no le hice caso. Esperé a su último suspiro, y entonces partimos.
                Tampoco puedo creer que quizás ese día de espera perdido te hubiera salvado a ti. No puedo. No puedo caminar con la culpa. La vida es así. La muerte nos ronda desde que nacemos. Desde antes, incluso. Algunos conseguimos despistarla durante más tiempo. Otros la miráis de frente desde el primer momento. Intento recordar si en tus tres escasos años has tenido algún instante de felicidad, y no lo consigo.
                Tenemos que irnos. Los demás ya están lejos, y no debemos perderlos, entonces sí sería peligroso para tu hermano y para mí. Por mí me da igual, lo sabes. Si sigo es por él, para que no se rinda, para que al menos alguien de la familia viva. Aunque a veces me pregunto si no será mejor dejarse vencer, dar por terminado nuestro paso por esta vida.
                Si mi madre me oyera, me reprocharía mi desánimo. Ella nunca se rindió. Ella creía que todo a lo que nos enfrentamos es una prueba de Alá, y que luego, más tarde, vendrá la recompensa.
                Yo, hija mía, no sé ya qué creer. Si tuviera fuerzas, gritaría a Alá para retarle, aunque se enfadara. No tengo claro si su castigo pudiera ser peor que esto.
                Dejarte es la prueba más dura, pero tengo que superarla. Hay que seguir, convencida de que queda un solo día de camino. No voy a soñar con que volveré a por ti con nuevas fuerzas y comida. Eso es gastar la poca energía que me queda en ilusiones absurdas. Sé que te vas, que te falta muy poco. Y confío en que allá donde vayas estés mejor que aquí. No es difícil.