miércoles, 25 de julio de 2012

Nieves Jurado, primer premio en el II Concurso Epistolar "Cartas desde el Camino de Santiago" organizado por la Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Ávila.


El sábado 21 de julio, tuve el placer de recoger el primer premio del II Concurso de Literatura Epistolar "Cartas desde el Camino de Santiago", organizado por la Asociación de Amigos del Camino de Santiago en Ávila. El lugar de la entrega de premios fue en un pueblo encantador situado a 20 km de Ávila, Gotarrendura, donde hay quien dice fue el sitio donde en realidad nació Santa Teresa de Jesús, y donde vivió la santa de pequeña, allí se encuentra el palomar que heredó de su madre. Después de la entrega de premios Rosa Villada presentó su novela "El peregrino, la muerte y el diablo". Desde aquí, quiero agradecer a la Asociación el premio y la extraordinaria acogida que me dieron. Quiero darles las gracias muy especialmente a Raquel, la presidenta, a Yolanda, la secretaria, a Pepe, vicepresidente y a Fernando, alcalde de Gotarrendura, (entre otros), gracias por su amabilidad, simpatía y generosidad. Por ayudarme a pasar un maravilloso fin de semana en Ávila, hermosa ciudad. Gracias por la increíble experiencia de la marcha nocturna, desde Gotarrendura hasta Ávila, por la cena, la chocolatada, el recorrido turístico por Ávila a cargo de Pepe, por la comida con la Asociación, por todo. Gracias por mantener viva la llama del Camino de Santiago. 




Os dejo la carta que me premiaron.

"SOY PASADO, PRESENTE, FUTURO"

Mi peregrino, mi caminante:
He nacido bajo los pies de infinitas almas, bajo la atenta mirada de las estrellas. Ya sabes quien soy y por ello, quiero hablarte.
Soy aquel que lame con polvo tus ilusiones, y que, desde hace siglos, te acompaña cada día en silencio desde el amanecer hasta el ocaso. Soy historia viva de Europa, el hacedor de leyendas, el que guarda la magia de tus ancestros, sus ritos, sus creencias, su esperanza. He cabalgado por el tiempo a lomos de un caballo blanco, cruzando los Pirineos, mitigando tu sed con el agua pura de fuentes como la de Rolando. He sentido en mi interior cómo tu corazón se ha encogido ante la belleza de lo infinito. Casi tocaste el cielo al cruzar Lepoeder, o al subir los altos de Mezkiritz  y el de Erro. Te he guiado con mis flechas hasta el punto más elevado del camino francés, la Cruz de Ferro, humilde crucero situado al final de un esbelto mástil de cinco metros de altura. Allí, has arrojado con inocente superstición la pequeña piedra que te di antes de empezar el ascenso, porque soy la realidad que acompaña al mito.
Soy tupido bosque,  donde las ramas de lo árboles se entrecruzan en colosales abrazos, y las ánimas viajan serenas con la “Santa Compaña”. Soy la espiga dorada de los campos de Castilla, y la sangre de la tierra que corre por los viejos viñedos del Bierzo. Soy naturaleza viva, el refugio del caminante. Te he oído suspirar cuando alcanzaste O Cebreiro, tras arrancarle a tu cuerpo el arrojo propio de quien me ama. Y allí te regalé la plenitud de los sentidos a cambio de tu fatiga, pero nada te ha amedrentado nunca, ¿verdad, peregrino? Porque sientes que soy tu aliento. He visto la guerra y la paz, he muerto mil veces y mil veces más he resurgido de mis cenizas, como el Ave Fénix. Soy eterno, como eterna es la poesía.
Soy el puente que has cruzado sobre las aguas, en ocasiones tranquilas y otras turbulentas. Soy la piedra que forma parte de los antiguos templos del camino, desde el más humilde hasta el más grandioso, en donde te has detenido un instante para pedirle fuerzas al santo. Te he hecho vibrar con el mágico poder de Santa María de Eunate, pues me oculto tras la huella enigmática de la tradición. Soy pueblo. Rey y vasallo.
Sabes que durante mil años te he conducido hasta el Monte do Gozo, donde afloran los nervios de la impaciencia, y a la vez, se respira la dulce paz que otorgo antes de llevarte hasta el ansiado Pórtico de la Gloria. Majestuosa Santiago de Compostela. Soy la emoción del anhelo, el abrazo sincero al santo, lo que hay que vivir y lo que no se puede explicar.
Soy frío y calor, lluvia, granizo o nieve, viento y calma. Soy el Arcoíris tras la tormenta. Soy dolor y placer, amistad, encuentro, risa y llanto, valentía y temor. Soy la generosidad de quien no lleva nada más que una simple mochila hasta el fin de la Tierra. Soy la llama que en Finisterre consume tu vieja ropa mientras te conmueves con el sol de poniente.
Soy quien te ama, y a quien amas, el que te necesita y a quien necesitas. Soy pasado, presente y futuro. El sueño cumplido del peregrino. Ven, siénteme.

Fdo.: Por siempre, tu Camino de Santiago.
P.D. ¡Buen Camino, peregrino!

miércoles, 4 de julio de 2012

EL JURAMENTO, primer premio de relatos breves AMUSYD, por Trinidad Alicia García Valero


                                                  





   








   
EL JURAMENTO





La sala del hotel abarrotada de público me hacía estremecer de gozo, porque ese público venía por mí. Debía de estar orgullosa, era la escritora de moda, la más celebrada de esta década. Los periodistas lanzaban sus flases y varios micrófonos de diferentes medios recogían mis palabras, mientras la pluma, sujeta por una mano firme, la mía, no paraba de firmar libros. ¡En verdad era famosa! Lo pensé, lo soñé, pero llegar a serlo… ¡Ah, la literatura! Es algo tan bello como difícil. Pero el destino, o tal vez aquella estrella fugaz, quiso sonreírme; mucho mejor que eso, accedió a reír conmigo; tal vez anduviera despistada por el firmamento y me encontró…
Una joven se acercó tímidamente con mi nuevo libro en la mano, quería que se lo firmara. Lo dijo desviando la mirada, parecía vergonzosa e insegura.
Me declaró, mientras bajaba los ojos con cortedad, que ella también escribía y con una vehemencia impensada tras sus gafitas y su apocada sonrisa, me impresionó exclamando:
_¡Lo que ha logrado usted, señora, es maravilloso!  Por un éxito así, yo haría cualquier cosa, ¡lo que fuera! _su voz,  transformada en avalancha de pasión, me impresionó. Ella, dándose  cuenta de su arrebato, continuó en tono más contenido y terminó en apenas un susurro, un susurro ardoroso_  Incluso ofrecería mi alma al mismísimo diablo… si existiera, claro.
La miré de arriba abajo, con descaro, con ese descaro que da la superioridad, y al mismo tiempo con admiración. Tenía agallas la muchacha.
Los ojos de la joven morena despedían fuego, un fuego que traspasaba el diáfano cristal de sus gafas. La observé con cierto desasosiego y brindándole mi mejor sonrisa me quité mérito: que no era para tanto, le dije, que si la suerte, que si el momento justo… falsa modestia, por supuesto.
Era encantadora, le aseguré que tendría su oportunidad y que todo lo que una desea con vehemencia lo consigue. Escribí una bella dedicatoria en el libro y se lo firmé. Al hacerlo, no pude contener el deseo de rozar su mano ardiente con la mía helada, fue una forma de testificar mis palabras.
Marchó contenta, se percibía en el brillo de sus ojos. La seguí con la mirada hasta que desapareció entre la gente.
Poco a poco, el salón se fue quedando vacío; encendí un pitillo y rememoré absorta la reacción de la joven, su inesperado brío; sentí como su ímpetu me trasladaba a un pasado ya lejano, y más exactamente a un día concreto…

Bajé del tren. Arrastrando mi pesada maleta y rehuyendo los taxis (estaba sin blanca) me encaminé a la parada del autobús más cercana. El frío intenso azotaba mi rostro. Eran las once de una tempestuosa noche de febrero, el viento y la lluvia se paseaban impunes por las calles vacías. El rancio viento y yo teníamos una vieja pugna; y tuve la impresión de que aquella noche todos ellos, los vientos, habían concentrado sus fuerzas para atacarme en la oscuridad. El viento del norte, el del este y el sur, y hasta el viento de poniente. Vislumbré el cielo, que negro como el carbón, amenazaba más borrasca.
Sola y aterida, opté por sentarme en la esquina del banquito de la parada; allí, arrebujada en mi viejo abrigo azul marino, me adormilé a la espera del autobús. Temblaba más de frío que de miedo.
Volvía de la guerra, sí, de Madrid. Había combatido sin cuartel con las editoriales intentando que alguna de ellas publicara mi primer libro. Era muy bueno, lo sabía, estaba convencida de que sería un éxito sin precedentes. Pero por lo visto ellas no pensaban lo mismo, todo eran palabras tales como: no es el momento, tal vez dentro de unos meses… (¡hay tantos…!) Y es que los editores usan siempre los mismos términos, para quitarse de encima a los escritores humildes como yo. No somos nada, y como tal nos tratan, pero sus frases insensibles se clavaban en mi alma.
Estaba tan cansada, tenía tanto frío y era tan tarde. Volví a mirar al cielo, por un momento pensé que las nubes, oscuras y amenazadoras, se abalanzarían sobre mí. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Y en medio de la borrascosa oscuridad recordé mi primer relato, tipo Fausto (me moló hacer algo parecido), y levantando los brazos al cielo, iluminado por centellas, con voz ronca, entre seria y burlesca juré:
_¡A tí, Rey de las Tinieblas, a ti, daré mi alma, lo juro! A cambio, el triunfo y el poder serán míos. Un trueno pavoroso desgarró las nubes mientras yo, riendo nerviosamente, regresé a mi sitio a esperar. Siempre me había gustado el teatro.
Además del hambre, del sueño y las carencias que me acuciaban, no sabía como iban a recibirme en casa de la amiga, a la cual no veía desde hacía dos años. Al menos pasaría allí la noche, si no había problemas, claro, después ya vería…
De pronto, algo desconocido me agredió, una sombra, un golpe de aire enemigo, no sé… Me esforcé en descubrirlo pero nada vi, sólo puedo decir que ese “algo” me asaltó, noté su acoso violento. Busqué ayuda, no había nadie; grité con todas mis fuerzas, estaba muerta de miedo, pero el eco devolvía mi propia voz, dilatada por las resonancias de las calles desiertas. Nada que hacer, la presencia desconocida me incitaba a alzarme y lo hice de un salto. Una cegadora luz apareció entre las nubes de la negra noche. Deslumbrada e incrédula, me froté los ojos pero ella, audaz, se apostó a mi lado y rápida y escurridiza, se fundió  en mi cuerpo… Noté como su presencia, sinuosa y perversa, se adueñaba de mi carne, de mi mente; lancé al aire un aullido de animal desesperado.
El espíritu lujurioso, o lo que fuera, habló:
_Me has ofrecido tu alma. Bien, ahora es mía, pero debes saber que un alma no es nada, sólo estorbo y desdichas, sin embargo, para el averno cuenta… a su cargo, tendrás poder, éxitos, fortuna, lo que anhelabas. El mundo será tuyo, los sueños más ocultos se cumplirán, serás la escritora más célebre. Triunfarás, triunfarás, triunfarás. Y algún día regresaré a por ti.
Un rugido sombrío retumbó en el más allá, y me escuche responder:
_¡Cumple, Satán!  
Comenzó a llover con furia.
Desperté al pitido del autobús, y me apresuré a subir a él arrastrando la vieja maleta; estaba mojada y fría.
Y aunque parezca increíble, a partir de ahí todo cambió. Las mejores editoriales empezaron a llamarme, el libro que nunca aceptaron, por más que lo mandara una y otra vez a diferentes editores, se situó entre los más vendidos; fue un gran éxito, todos los siguientes lo fueron, incluso se imprimieron ediciones de lujo. Televisiones, radio, periódicos, revistas, todos los medios se disputaban mi presencia, el mundo se rendía ante mí.
Por supuesto (y no debo engañarme), siempre he sabido que su artífice fue el pavoroso juramento de aquella noche de invierno… Y aquí estoy, sin alma. ¿Acaso vale ella toda una vida de angustias y amarguras?  Adoro no poseerla, tiene muchas ventajas… ¡sin ñoñerías! Se acabaron los sueños, ¡oh, sí! ahora todo son realidades! ¿El espíritu, el hálito, el alma? ¡Mentiras de curas y mojigatos! Soy radiante, me adulan, me aman. ¿Qué es falso? Todo es falso. Luzco los trajes más lujosos, los perfumes más caros; y toda esta belleza a cambio del comercio de una hipotética alma.
Sé que un día aparecerá la sombra. Llegará, tan campante y satisfecha, en busca de su presa; pero la engañaré, ¡seguro! El juramento me mantendrá en la cumbre. Nada podrá conmigo. ¡Seré eterna!

Esa tímida joven de ojos de fuego me regresó al pasado. ¿Tal vez debería buscarla, aconsejarla y…? Bueno, ¡qué más da! Yo no soy una ONG, ni siquiera tengo alma. ¡Que se componga como pueda!  Que hipoteque la suya.
Sacudo la hermosa melena rubia con placer; uno de mis agentes reclama mi presencia; enciendo otro cigarrillo con tranquilidad (fumo demasiado incluso para no tener alma), retoco mis labios, y enseñando los bonitos dientes en una sonrisa deslumbrante me uno a los demás, que tampoco la tienen por mucho que aseguren lo contrario.