Docenas de veces, cien o mil, quizás, te he visto repetir ese gesto a lo largo de los años. Ése, ése mismo que haces ahora. Como preámbulo, has estando antes dando vueltas por la habitación igual que un animal enjaulado, con los hombros curvados hacia delante, intentando cultivar la estética del que se dispone a ejecutar un acto sublime para el que no puede esperar, y precipita su cuerpo, adelante, progresivamente un poco más adelante a cada paso. Te has mesado los cabellos, algo que también proporciona a la escena un imponderable dramatismo. He de reconocer que estás guapo, así, despeinado, más despeinado aún de lo habitual, que encajas de lleno en la imagen de escritor maldito, con barba de unos cuantos días, medio desnudo, y despeinado, sí, con el flequillo de cualquier manera, como si no te importase, aunque sé que a cada vuelta buscas tu imagen en el espejo de la cómoda, y de refilón te recreas en ti mismo, en tu belleza engrandecida por el momento. Yo te observo con el dudoso privilegio de ser siempre la única espectadora.
Al principio yo participaba también del espectáculo. Cuántas veces me he visto reflejada contigo en el espejo, yo menos sublime que tú, yo también desgreñada, pero de una manera fortuita, grosera, cuando en el forcejeo mi coleta quedaba deshecha, mientras me agarraba a ti, tirando de tu cuerpo para anclarte a la vida, a mí, a mi vida, con la cara surcada de lágrimas, roja por el esfuerzo y por la angustia, y por el pánico. Eso era al principio; hasta que me cansé de participar. Ahora observo la función desde la puerta, o desde la cama los días en los que los que recurres a la sesión de noche. Como ahora. Ya apenas me inmuto, aunque debo de reconocer que sigue arrebatándome tanta belleza. La verborrea sin pausas de las primeras veces hoy da paso al silencio, a algunos gemidos roncos que se escapan de tu garganta mientras caminas en círculos. Me miras, de vez en cuando, en tu mirada brillante veo que pides mi participación aunque hace tiempo sabes que ya no cuentas conmigo, que me aburro.
Luego unos segundos de calma artificiosa. Te detienes. Respiras hondo y abres las puertas del balcón. Te encaramas a la barandilla con un movimiento rápido y sacas medio cuerpo fuera. Miras la calle, viejo panorama conocido. Cierras los ojos unos instantes. Sopesas la vida. Y luego de nuevo te agotas. De pronto piensas que morir es un trabajo agotador, más agotador que intentar escribir algo, más que buscar cada día entre las páginas de un periódico un trabajo aburrido que nunca estará a tu altura. Y prefieres volver a cruzar el límite. Retrocedes esta vez con más miedo, con más precaución y saltas dentro de nuevo, acabando con el misticismo de la escena, y las cosas vuelven a ser grises, asfixiantes.
Hay días en los que en ese momento me entran las ganas de llorar. Entonces, cuando todo ha terminado otra vez, para empezar de nuevo cualquier otro día, después de esos arrebatos en los que lloras y desparramas los folios y libros por el suelo del apartamento dejándolo como si fuera un bosque de árboles caducos e inútiles. Pienso en lo fácil que sería acabar con la escena de una vez por todas dándole a tu epopeya el final que se merece. Pienso, ¿por qué no hoy? … Una colaboración extraordinaria: un ligero empujón, un abrazo negro que culmine tu obra con la grandeza que te mereces.
11 comentarios :
Un desespero quieto y anguloso que absorbe. Me ha gustado más que cuando lo leiste.
Alicia.
La vida esta ahí, al alcance del salto que no damos.
Rayuela, Cortazar
La dramática decisión, columpiándose entre la vida y la muerte... casi dan ganas de dar ese empujòn final...
Echaba de menos tus relatos, qué suerte volver a tenerte entre los vivos...
Diana
Me ha gustado tu cuento. Me parece que está muy bien escrito. Los personajes están muy bien perfilados en tan corto espacio.
Saludos
Muy chulo tu cuento, Teresa. Me gusta ese escritor fracasado, histriónico y presumido al que, bueno, de momento, no, no le demos ningún empujón...
Un beso y sigue escribiendo, amiga.
Toñi
Cuanto se encierra en ese escritor y que bien lo describes, coincido con Alicia al leerlo le encuentro más matices, que cuando te lo escuché. Me gusta mucho. Pepi.
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Así da gusto escribir... A ver si me animo.
Besos.
Me ha encantado, muy bueno Teresa, pobre mujer, qué cruz !!!
Ana
Me ha gustado mucho Teresa. Has descrito estupendamente la desesperación de ambos y la verdad es que no cuesta meterse en la piel de cualquiera de los dos personajes.
El punto de humor negro al final lo convierte en un relato redondo.
Bastante interesante, me gusto mucho sobretodo la diciencia con la imagen y lo lugubre de la situacion
Teresa me resulta sorprendente y mágico como logras introducir al lector en la escena fe tu relato....
Es fantástico.
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