No podían creer que fuese la última noche de aquellas maravillosas vacaciones. Días en los que habían sentido una compenetración absoluta. Compartir la habitación en el hotel había resultado divertido. El color canela conseguido tras horas de largas conversaciones al sol resaltaba sus bonitas facciones. Estaban y se sentían guapas. La camaradería les daba alas para comerse el mundo, que se mostraba apetitoso a sus tiernos recién cumplidos dieciocho años. Se habían cansado de hablar de sus planes, que eran muchos y diferentes. Y como muestra de la felicidad vivida durante esa semana juntas en la playa, esa noche se sumaron a la curiosa tradición que tantas sonrisas les provocaba. Escribieron sus tres nombres en el candado y lo cerraron junto a tantos otros sin dejar de reír. “Nosotras también nos queremos, y con esto sellamos la promesa de volver a encontrarnos aquí dentro de un año”.
Con el arrebato de la juventud, y convencidas de que cumplirían su ofrenda, se dirigieron a la discoteca de moda de las afueras del pueblo. Y cuando cruzaban la carretera, la soberbia de un cobarde conductor se llevó por delante sus sueños, sus alegrías y sus cuerpos, que quedaron sobre el asfalto, muy cerca los tres, casi abrazados, como en un guiño absurdo de la muerte.
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4 comentarios :
Muy bueno, Gracia. Aunque tb muy triste.
Un abrazo.
Me ha gustado Gracia, aunque un poquito triste es precioso. Besos. Pepi.
Precioso, Gracia. Me gusta la forma en que recreas a las tres amigas ... y ese tinte de verosimilitud también.
((Espero que todo siga en el mundo de la ficción, espero, deseo.))
Un beso y gracias por interpretar tan bien la idea de los candados.
Toñi
Un bonito y buen relato,triste, pero por desgracia, muchas veces real.
Un beso.
Alicia.
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