La Reunión
La reunión tuvo lugar una noche de sábado, como un año después de que me fuera entregado el “Nacional de la Crítica”. Por entonces, ya había abandonado el anonimato para convertirme en un escritor reconocido.
Un famoso cantante nos había citado a un grupo de personas, de diferentes ramos dentro del mundo cultural, a su piso de Madrid. Omitiré el nombre de los asistentes para ahorrarles la vergüenza a sus familiares, y es que, al contrario de lo que muchos puedan pensar, mis memorias no buscan ni el escándalo ni saldar cuentas de tiempos pasados.
Al encuentro, en un amplio y lujoso ático, además del anfitrión y de mí, acudieron un par de actores, muy de moda en aquel momento, un empresario de la industria musical y un torero. La excusa no era otra que reunirse un grupo de amigos para cenar, y hasta ahí todo fue lo que podría calificarse como “normal”.
Llevaría un par de vodkas con naranja cuando llamaron al timbre. El torero se levantó a abrir y apareció en el salón acompañado. Ahí entendí el porqué de la ausencia de féminas en la cena: aquella era una reunión de machos, de machos dispuestos a demostrar su hombría en el plan más canalla y deleznable del que he participado jamás.
Dado el alto nivel económico y social de los allí presentes, se podría pensar que la animadora de la noche sería una despampanante y explosiva jamelga de las de diez mil euros la hora. No fue así la cosa, la prostituta contratada al efecto no era más que una yonki desdentada y ojerosa.
“Desnúdate, zorra”, ordenó nuestro anfitrión a la visitante. Colocada en el centro de un cuadrilátero de sillones, donde poco antes manteníamos una animada charla, aquella chica de mirada huidiza comenzó a quitarse los andrajos que le servían de ropa. Cuando hubo terminado, uno de los actores se levantó y le ofreció una raya de coca que previamente había preparado en una bandeja plateada.
El primero en lanzarse fue el empresario. Se bajó la bragueta y, mientras el resto nos servíamos una copa más, se dejó succionar la polla por la puta de marras. “No hay mejor mamada que la de una boca limpia de dientes”, dijo después de correrse. Sé que no es para sentirse orgulloso, pero todos, incluido yo, le reímos la gracia.
Luego saltó al ruedo el torero. El espada, desnudo de cintura para abajo y con una montera sacada de quién sabe dónde, la estuvo montando por detrás sin dejar de hacer brindis al público. El alcohol, la coca y el surtido de ácidos que circuló durante toda la velada nos impulsó a jalearlo con fervor de aficionado.
Cuando entraron los actores en escena el vodka ya había hecho mella en mi criterio. Tanto que comencé a tolerar la visión del cuerpo amoratado y reseco de la yonki, que hasta entonces me había parecido de lo más desagradable. Éstos no fueron nada originales en su parte del festejo, se limitaban a turnarse: cuando uno dejaba libre un agujero ahí que iba el otro a cubrirlo.
El anfitrión no dio muestras de hacer uso de lo que llamó “un obsequio para sus invitados” sin que antes la hubiéramos probado todos. Así que llegó mi momento, justo cuando los excesos me tenían anulada la poca dignidad que el éxito literario no se tragó. El torero, los actores y el empresario, quienes ni siquiera se habían molestado en vestirse después de sus “hazañas”, bebían, fumaban y esnifaban con codicia, gritándole a la puta: “A ver cómo le afilas el lápiz al escritor” “Igual te hace protagonista de una de sus novelas” “Sí, la titularemos ‛la putita yonki”.
En ningún momento me planteé participar de la humillación colectiva. Activamente, se entiende. Nunca fui muy de “ir de putas”. Además, el prestigio y la difusión de mi figura tras el premio me habían proporcionado una legión de fans que se dejaban hacer. Algunas con gafas y melena recogida en plan intelectual, pero luego tan putas o más como la que teníamos sometida allí delante. El caso es que no sentía la necesidad de desahogarme con aquella desgraciada, bastante tenía yo con aguantar mi condición de voyeur sin caerme al suelo de puro borracho.
“No me harás el feo”, dijo el cantante al ver mi poca predisposición. Se hizo el silencio y todos me miraron con gravedad. Estaba claro que les estaba cortando el royo, así que, aún no apeteciéndome, me dejé llevar y dije: “Esta yonki va a saber ahora lo que es un buen pico”. Me bajé los pantalones, la agarré del culo con ambas manos y, justo en el momento en que iba a penetrarla, vomité sobre ella con la fuerza de una cañería rota.
No puedo contar más de aquella noche. El resto se lo llevó el vodka y la coca. Aunque lo que si puedo decir es que el fin de aquella sórdida reunión lo puso la voz grave de uno de los actores. “¡Despierta!”, gritó. Lastrado por una descomunal resaca, entreabrí los ojos a duras penas para preguntarle: “¿Qué pasa?” “¿Qué pasa?”, repitió él. “¡Esa puta! ¡Oh, Dios, mientras dormíamos esa puta nos ha robado las carteras!”
La reunión tuvo lugar una noche de sábado, como un año después de que me fuera entregado el “Nacional de la Crítica”. Por entonces, ya había abandonado el anonimato para convertirme en un escritor reconocido.
Un famoso cantante nos había citado a un grupo de personas, de diferentes ramos dentro del mundo cultural, a su piso de Madrid. Omitiré el nombre de los asistentes para ahorrarles la vergüenza a sus familiares, y es que, al contrario de lo que muchos puedan pensar, mis memorias no buscan ni el escándalo ni saldar cuentas de tiempos pasados.
Al encuentro, en un amplio y lujoso ático, además del anfitrión y de mí, acudieron un par de actores, muy de moda en aquel momento, un empresario de la industria musical y un torero. La excusa no era otra que reunirse un grupo de amigos para cenar, y hasta ahí todo fue lo que podría calificarse como “normal”.
Llevaría un par de vodkas con naranja cuando llamaron al timbre. El torero se levantó a abrir y apareció en el salón acompañado. Ahí entendí el porqué de la ausencia de féminas en la cena: aquella era una reunión de machos, de machos dispuestos a demostrar su hombría en el plan más canalla y deleznable del que he participado jamás.
Dado el alto nivel económico y social de los allí presentes, se podría pensar que la animadora de la noche sería una despampanante y explosiva jamelga de las de diez mil euros la hora. No fue así la cosa, la prostituta contratada al efecto no era más que una yonki desdentada y ojerosa.
“Desnúdate, zorra”, ordenó nuestro anfitrión a la visitante. Colocada en el centro de un cuadrilátero de sillones, donde poco antes manteníamos una animada charla, aquella chica de mirada huidiza comenzó a quitarse los andrajos que le servían de ropa. Cuando hubo terminado, uno de los actores se levantó y le ofreció una raya de coca que previamente había preparado en una bandeja plateada.
El primero en lanzarse fue el empresario. Se bajó la bragueta y, mientras el resto nos servíamos una copa más, se dejó succionar la polla por la puta de marras. “No hay mejor mamada que la de una boca limpia de dientes”, dijo después de correrse. Sé que no es para sentirse orgulloso, pero todos, incluido yo, le reímos la gracia.
Luego saltó al ruedo el torero. El espada, desnudo de cintura para abajo y con una montera sacada de quién sabe dónde, la estuvo montando por detrás sin dejar de hacer brindis al público. El alcohol, la coca y el surtido de ácidos que circuló durante toda la velada nos impulsó a jalearlo con fervor de aficionado.
Cuando entraron los actores en escena el vodka ya había hecho mella en mi criterio. Tanto que comencé a tolerar la visión del cuerpo amoratado y reseco de la yonki, que hasta entonces me había parecido de lo más desagradable. Éstos no fueron nada originales en su parte del festejo, se limitaban a turnarse: cuando uno dejaba libre un agujero ahí que iba el otro a cubrirlo.
El anfitrión no dio muestras de hacer uso de lo que llamó “un obsequio para sus invitados” sin que antes la hubiéramos probado todos. Así que llegó mi momento, justo cuando los excesos me tenían anulada la poca dignidad que el éxito literario no se tragó. El torero, los actores y el empresario, quienes ni siquiera se habían molestado en vestirse después de sus “hazañas”, bebían, fumaban y esnifaban con codicia, gritándole a la puta: “A ver cómo le afilas el lápiz al escritor” “Igual te hace protagonista de una de sus novelas” “Sí, la titularemos ‛la putita yonki”.
En ningún momento me planteé participar de la humillación colectiva. Activamente, se entiende. Nunca fui muy de “ir de putas”. Además, el prestigio y la difusión de mi figura tras el premio me habían proporcionado una legión de fans que se dejaban hacer. Algunas con gafas y melena recogida en plan intelectual, pero luego tan putas o más como la que teníamos sometida allí delante. El caso es que no sentía la necesidad de desahogarme con aquella desgraciada, bastante tenía yo con aguantar mi condición de voyeur sin caerme al suelo de puro borracho.
“No me harás el feo”, dijo el cantante al ver mi poca predisposición. Se hizo el silencio y todos me miraron con gravedad. Estaba claro que les estaba cortando el royo, así que, aún no apeteciéndome, me dejé llevar y dije: “Esta yonki va a saber ahora lo que es un buen pico”. Me bajé los pantalones, la agarré del culo con ambas manos y, justo en el momento en que iba a penetrarla, vomité sobre ella con la fuerza de una cañería rota.
No puedo contar más de aquella noche. El resto se lo llevó el vodka y la coca. Aunque lo que si puedo decir es que el fin de aquella sórdida reunión lo puso la voz grave de uno de los actores. “¡Despierta!”, gritó. Lastrado por una descomunal resaca, entreabrí los ojos a duras penas para preguntarle: “¿Qué pasa?” “¿Qué pasa?”, repitió él. “¡Esa puta! ¡Oh, Dios, mientras dormíamos esa puta nos ha robado las carteras!”
10 comentarios :
Jo! Miguel Ángel, no sé si desearte que nunca te hagas famoso...
Muy bueno, duro, como imagino que serán esos ambientes, pero muy bien reflejado.
Diana
Dura la escena y tan bien descrita qué dan ganas de vomitar de verdad. Eso es un logro. Muy buena. Alicia.
¡¡Vaya cambio de registro!! Se nota que eres un todoterreno.
Me siento incapaz de escribir una historia como ésta, pero me he divertido mucho leyéndola.
Me ha gustado mucho eso de la "explosiva y despampanante jamelga". Es cachondo.
El final muy bueno.
Toñi
Joder, Miguel Angel, de un relato sobre tiernas verduritas a otro no apto para estómagos delicados. De lo único que me alegro es de que la yonki en cierto modo se vengue, aunque me reservo la venganza que se me ha ocurrido a mí para no herir sensibilidades.
Desde luego su lectura no te deja indiferente...
Gracia
¡Jesús! Esta historia no se le ocurre ni a Sabina. Como dice Gracia no deja indifente, es cruda y llega con toda su brutalidad porque está muy bien escrita.
... Y una última cosa: si te haces famoso no me invites a tus cenas... con una caña en el Moga me apaño.
;)
Me encanta este registro, lo manejas genial. Al relato no le sobra ni le falta nada. El lenguaje explícito y muy bien elegido, y el ambiente en perfecta consonancia con la historia que cuentas. Un final adecuado remata la faena, que al menos se merece dos orejas (lo del rabo ya sabes, ese lo pones tú...jajajaja)
Cristina
Curiosa experiencia. Cuando seas famoso no me invites a ninguna fiestecilla, si eso ya la organizo yo. Me ha gustado, conste.
Si lo que buscabas era impactar, vive Dios que lo has conseguido. Todavía estoy reponiéndome del shock, porque lo más duro de este tipo de relatos no es lo que describe en sí, sino que en el fondo, uno sabe que la historia es tan realista, que horroriza.
Me ha gustado mucho porque es intenso y provocador, describes muy bien el deterioro físico de la yonki, la pobre, y sobretodo el moral de este tipo de gente para la que todo vale. Y lo malo es que todos sabemos que esto es real como la vida misma.
Me ha encantado, muy bien escrito.
Ana
HOLA MIGUEL ANGEL... AOLO QUIERO SABER SI ERES QUIEN CREO QUE ERES... TENGO 18 AÑOS Y QUIERO SABER SI ERES MI COMPAÑERO DE LA SECUNDARIA.... SOLO DIME SI ERES DE MEXICO Y DE QUE ESTADO O LAS INICIALES DE TUS APELLIDOS PORFAVOR... BUENO... ESPERO QUE ESTES BIEN.. ME GUSTAN TUS ESCRITOS
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