Lo recuerdo, sí, lo recuerdo, fue aquel día lluvioso a la orilla del mar; éste, embravecido, lanzaba su fuerza deslumbrante y feroz contra las rocas.
Tus ojos cambiaban de color al compás de las enormes olas. Me miraste suplicante y dijiste con pena que había llegado la hora de partir; yo no comprendía.
Tuvieron que pasar semanas para que pudiera hacerlo. Jurabas una y otra vez, entre palabras soeces y portazos sin ton ni son, que te ibas a matar que, tal vez, fuera el mar quien te llevara, o pudieran ser dos tubos de pastillas mezcladas con ron. Sigo escuchando día tras día las mismas amenazas, los mismos lamentos. ¿Sabes? ya no te hago caso, me inquietan poco tus palabras, dejo paso a mi vida, esa vida que he creado por la gracia y desgracia de la tuya… Estás ahí, me miras con ojos de loco celoso y dolido… A veces me digo que sería mejor que cumplieras todas tus amenazas y te quitaras de en medio de una puñetera vez; pero las más, recurro a la añoranza, a los hermosos veranos en el mar, que tanto nombras como arma de muerte, lo veo bello contigo, besándonos entre las rocas; aunque ahora me des pena, con tus remiendos de pastillas y gotas, tus zapatillas desgastadas y el cinturón colgando de tu bata. Así, me miras por encima de las gafas. Yo, me siento a tu lado y empiezo a contarte algo bonito. Das un bufido y desapareces de mi vista, encerrándote en el cuarto de baño. Después sales con el ceño fruncido, quejándote de todo. Pero no lloras nunca, sólo lloriqueas y me gustaría verte llorar de verdad, que tu llanto lavara un poco esa mente oscura.
Pienso que la lástima mata los sueños y sabes que a mí me gusta soñar. Verte con ese desespero de no se qué pena que nunca me contaste, me deprime, pese a que ya me he acostumbrado a tus quejas, al maloliente olor de tu pipa y al pijama viejo, que corro a lavar cuando te duchas, sé que es tu preferido.
Cenamos a una luz tenue de velas, porque dices que te abruma la lámpara del salón; luego, mientras yo navego por otros puertos de luz, tú te desesperas con la negrura del insomnio y juras que es mejor morir mil veces. Te oigo tan lejos…
Llueve tercamente, las gotas rebotan en mi mercedes último modelo.
Paul, a mi lado, no cesa de quejarse; me pone nerviosa, y eso que conduzco con suma precaución. Por los campos Elíseos, un río de coches me impide correr; es lo mejor, porque los nervios los tengo a cien por hora; la tensión de la espera en el loquero, que le ha vuelto a cambiar la medicación, y él repitiendo una y otra vez: “hoy, mañana o cualquier otro día desapareceré, no tendrás que aguantarme más”. ¡Horrible, horrible, horrible! Me aburres, me cansas y muchas veces me pregunto, por qué no has hecho realidad tus amenazas. Dices que te vas, que te vas, pero estás aquí conmigo, sorbiendo los dos las mismas penurias que intento disfrazar para olvidar lo cotidiano.
Parada en un semáforo, veo la gente pasar con prisa y muy abrigada; ¡cómo desearía yo también correr entre el frío y la multitud!
Paseo la mirada por el salón dorado, donde todas las noches luzco mi corpiño rojo y mis medias negras. Esta noche he terminado pronto; la madame tenía prisa, algún príncipe la esperaría. Yo, he aplazado para mañana mi cita con el señor ministro de no se qué, tengo que atender a otro gran hombre conocido que me invita; supongo que será como siempre: caviar, champagne, fresas con chocolate y nata, sin olvidarse de las dulces cremas, con las que riega mi cuerpo desnudo…
Me hace reír escandalosamente, cuando sube por la garganta, siento unas cosquillas… Cree que me seduce con sus “guisos”, ¡el muy estúpido! pero al menos me distrae con sus memeces de hombre seguro e importante.
Te oigo entre sueños, despotricas de la vida. ¡Mañana, mañana, mañana! juras que ya no estarás; pero hoy es hoy. Me acerco y te beso en la frente con ternura. Si yo no fuera así… tal vez sea la costumbre, o tal vez te siga queriendo, no sé…
Mezclo el esplendor del salón dorado, con la quietud en tinieblas de nuestra habitación. Te imagino con un elegante frac inclinándote a mis pies; estás muy guapo, bailamos sin cesar y acabamos en una gran cama redonda con sábanas de raso en color violeta. La noche nos envuelve en sus brumas, cierro los ojos y toco el vello de tu pecho, suave y tierno, por más que gruñas y jures que estás enfermo, me acerco a tu cuerpo con mimo, imagino tu rostro suspenso en la oscuridad, esperando más, aunque lo niegues, con mis manos recorro tus muslos un poco velludos y me detengo en ellos; te resistes, siempre lo haces, pero no voy a cejar en mi empeño, sé que lo estás deseando, me huyes un poco, dices palabras incongruentes que tapo con mis labios, porque ya te conozco y me conoces, los dos sabemos del juego de la noche entre las mantas revueltas y las luces medrosas del amanecer, me adentro en tu cuerpo. La luna se esconde y el cielo va cubriéndose de un rojo sangre. Te embriago con mi perfume y aparto con suavidad tu viejo pijama. Ahora, frente a frente y cerrando los ojos, te dejas llevar por los senderos que deseo para los dos. Sé que tu mente busca otros caminos, pero estás aquí, entre mis brazos, suspiras como yo; no sé que dices en susurros, ¡qué importa! Nos ahogamos los dos entre quejidos.
Ángeles gordezuelos me saludan desde las paredes, el salón brilla con la arañas de cristal del techo. Madame, con una seña, me indica que el marqués de la columnata me espera; salgo a su encuentro con mi mejor sonrisa y él, se inclina galante, me coge del brazo y salimos. Ya sé a donde vamos. No quiero huir de aquí, en realidad es lo que necesito: la emoción, lo prohibido. ¿Paul? nunca lo pensaría, soy una santa.
¿Ya has venido? _pregunta. Me acerco y le acaricio la frente; voy a la ducha, le escucho como regruñe, diciendo que no sabe de dónde vengo y que es mucho mejor morir, que quiere hacerlo, que me necesita pero que se va. El agua acaricia mi cuerpo…
Él me espera sentado en el sillón, con la bata desabrochada y el pijama viejo que tanto le gusta, asomando debajo, me mira como siempre, por encima de las gafas y sonríe a medias: me he puesto el camisón de raso color salmón y su perfume preferido; le cojo una mano y lo levanto, giramos bailando por las sombras de la habitación, él me sigue entre suaves negativas, le hago reír; lo último que oigo de sus labios es que morir, para él, en estos momentos sería un sueño.
La luna corre entre nubes rojas y el cuarto se llena de luces mágicas, suspiro con deleite el aire de lluvia que entra por la ventana abierta. Paul duerme. ¡Qué bello es el amanecer! ¡Paul, despierta! Toco su brazo, lo siento frío, veo sus ojos abiertos que miran sin ver un mundo invisible y su boca sonríe satisfecha. Dos tubos vacíos de pastillas y un vaso en la mesilla me encandilan. Una lágrima furtiva se escapa de mis ojos mientras susurro: ¡lo conseguiste, cabrón, lo conseguiste…!
4 comentarios :
Es un giro muy interesante, en este caso es el hombre es que está por así decirlo un poco histéric.
Me ha gustado mucho
Ana
Gracias Ana, un beso Alicia.
Alicia: le has dado una vuelta total a la historia, cambiando punto de vista y rol de los personajes, además de añadirle muchos matices. Es interesante y atrevido. Me gusta.
Gracias amiga, un beso Alicia.
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