domingo, 8 de marzo de 2009

OTRA VERSIÓN MÁS

Ya que me puse tan pesada con lo de que las colgáramos, ahí va también la mía. Gracia



Ahí estás tú de nuevo con tus quejas. He encontrado la manera de abstraerme sin llegar a parecerlo. Esto no dice nada bueno a mi favor, lo sé, a no ser que aprecies mi sinceridad. Pero lo dudo. Hemos llegado a ese punto en que los fallos del otro se engrandecen sólo porque son del otro. Como hace años las virtudes ensombrecían cualquier duda.
Me adormece el sonido de tu voz. Probablemente lo que estés diciendo sea interesante. Sigues siendo la mujer sagaz e inteligente de la que hace mucho ya (no, en realidad no tanto) me enamoré. Entonces me atrapó aquella ambigüedad que exhibías casi con impertinencia. Presa de tu propio desconcierto, regalabas a quien se atreviera a husmear en tus entrañas la misma confusión en la que te ahogabas. Entonces era un juego intentar descubrir cada mañana el color de tu ánimo. El gris se acompañaba de aquel gesto agrio en tu boca que se empeñaba en malograr la bella sonrisa que eras capaz de ofrecer. El verde lograba la proeza de mantenerla durante el resto del día. El negro te llevaba de la mano hacía interminables divagaciones absurdas que acababan en incontrolables amenazas, que yo conseguía acallar recorriéndote con mis labios hasta que tus palabras se convertían en gemidos. Nunca te he creído capaz de cumplirlas. Ni siquiera en las ocasiones en que el arrebato te ha hecho vengarte de los libros que rehenes de tu feroz impulso han acabado despedazados. Ni cuando las patadas a los muebles, ajenos a tu tristeza rabiosa, arruinaban alguna de las baratijas compradas en el mercadillo. Siempre he pensado que a pesar de todo controlabas tu desidia y que las amenazas nunca dejarían de ser tales para convertirse en más.
Pero cariño, el paso del tiempo es lo que tiene. Tus quejas resuenan en mi oído, que acostumbrado a ellas las retiene girando como un remolino, y me impiden escuchar las otras frases, que imagino que en alguna ocasión saldrán de tu boca. Por eso, no sé si lo que has dicho hace un momento, en la penumbra de la habitación, era que de verdad que sí, que esta vez te tirabas al río, o que buenas noches. Y como te siento a mi lado, en la distancia pero a mi lado, pienso que lo mejor que hago es dejarme añoñar por el letargo y entregarme a ese sueño placentero en el que tus lamentos se disuelven abandonándose a tu otro yo más grato. Te recupero entonces, porque en el fondo lo deseo, y retomo el rastreo de tus esquinas, me pierdo bajo tus piernas, me envuelvo en tus brazos, saboreo el gusto entre dulce y amargo de tu piel y compruebo que sigues siendo hermosa, quizá incluso más que antes, porque te sientan bien los años. Y tú cedes a mi roce, que ya no se conforma y te pide más. Y aunque noto cierta resistencia (que me gusta), acabas por dejarme hacer. Así que te beso, te muerdo, te araño, pero tú tiemblas como si mis agasajos pertenecieran al pasado. Te cubro con mi cuerpo, te abrazo, quiero protegerte de ese frío que hasta a mí me estremece, pero entonces un sonido insistente, molesto, requiere mi atención por pesado. No quiero separarme de ti, pero intuyo que si no respondo el pitido no dejará de sonar. Por tanto, me levanto, no sin antes prometerte que en seguida vuelvo, que ahora no te vayas, que tan sólo unos segundos, y cuando descuelgo el teléfono oigo una voz desconocida, pero conmocionada, que lamenta asegurarme que hace una hora que te sacaron del agua, que no pudieron hacer nada y lo siente. Pero yo no le creo, pienso que se confunde porque él no sabe que estás en la cama, aguardándome. Cuelgo con calma, aunque el temor golpea mi estómago. Corro entonces hasta la habitación, gritando tu nombre, pero lo único que encuentro son las sábanas mojadas.

5 comentarios :

Ana Sofía dijo...

Me gusta el juego de los colores, también cómo reflejas el hastío de en la vida de esta pareja y esa última llamada es un golpe de efecto que aclara el final.
Me ha gustado mucho
Ana

Anónimo dijo...

Me parece que está bien escrito y me gusta el cansacio que refleja.
Alicia.

Diente de león タンポポ dijo...

Pues a mí, leyendo entre líneas, me parece que él la sigue queriendo, lo que pasa es que ella es demasiado apasionada y eso es incontrolable.

Me gusta el efecto final, el sonido del teléfono y él que no quiere perder ese momento con ella. En eso consiste la magia de la literatura: en darle la vuelta a las cosas.

He tenido que leerlo despacio y después el de Teresa porque veía en ambos algún paralelismo, como que las dos indagais en el pasado de la mujer, enriqueciendo la información que tenemos sobre ella. Pero los matices entre uno y otro son distintos: yo creo que tu protagonista sufre más la pérdida de ella mientras el de Teresa ha llegado al límite.

Un buen cuento.

Toñi

Diente de león タンポポ dijo...

Una cosa más: recuerdo vagamente el final de la película: "El marido de la peluquera". En esa película la pasión se traduce en el deseo de ella de morir, justamente de tirarse al río.

Unknown dijo...

Me reitero en todo lo que dicen las compañeras. A mí también me gusta mucho la cadencia del cuento, la melancolía de tu prosa. Y el final es muy bueno, con esa mezcla de realidad y sueño que tan bien has descrito.
No creo que Cortázar tuviese muchas quejas de los ejercicios. :D