"EL RÍO" , versión Teresa
Siempre supe que eras una mujer excesiva, lo supe desde el principio, y era algo que me seducía y me asqueaba de ti casi a partes iguales. Después de nuestras primeras discusiones, no tardó en aflorar esa morbosa y dañina manera tuya de intentar llegar al límite de cualquier manera persiguiendo fijar después un nuevo principio de algo más estable, más limpio, aunque deberías de haberte dado cuenta ya de que eso resulta imposible.
Siempre supe que eras una mujer excesiva, lo supe desde el principio, y era algo que me seducía y me asqueaba de ti casi a partes iguales. Después de nuestras primeras discusiones, no tardó en aflorar esa morbosa y dañina manera tuya de intentar llegar al límite de cualquier manera persiguiendo fijar después un nuevo principio de algo más estable, más limpio, aunque deberías de haberte dado cuenta ya de que eso resulta imposible.
Esta noche, por ejemplo, ha vuelto a ocurrir. Recuerdo que bebimos más de la cuenta y volviste a desempolvar la retahíla de reproches, de celos y lamentos. No sé cuál ha sido el detonante esta vez, aunque empiezo a pensar que se trata de la necesidad de sacar a la luz tu pasado de actriz barata, un anhelo frustrado al que no has renunciado todavía a pesar de los fracasos dentro y fuera del escenario.
Te recuerdo llorosa, fea, con el maquillaje corrido y el camisón fachoso y anticuado que te pones cuando todavía quieres seducirme. Nos imaginaba sobre el escenario de un teatro viejo y destartalado como nuestra relación, y me pareció absurdo decir algo, porque tendrían que haber sido las frases de siempre, tan usadas y maltrechas, o hacer un esfuerzo e inventar algo nuevo que sin duda no estaría a la altura de tu dramatismo. Por eso me limité a mirarte, mientras fumaba, mientras las caprichosas formas del humo del cigarrillo me importaban más que tus lágrimas, y me dabas pena, tú, tu desesperación de opereta; también, y sobre todo, mi propia indiferencia.
En algún momento dejo de escucharte; creo que fue después de que dijeras de nuevo que te tirarías a las aguas del Sena. La primera vez que te lo oí decir me impresionaste un poco, tengo que reconocerlo, pero ahora ya tus palabras, casi una letanía, sólo me sirven de arrullo. Y en algún momento me duermo, aunque no consigo del todo dejar de escucharte en el fondo de mis sueños, mientras sigues quejándote, diciéndome que algún día te perderé para siempre, que me arrepentiré de no sé cuántas cosas. Y tú también has debido de dormirte al final, porque hay un momento en el que dejo de escucharte y me parece sentir tu tacto bañado en sudor junto a mi cuerpo. O no; no sé. Es posible incluso que te hayas marchado porque creí escuchar la puerta de la calle al cerrarse. He bebido mucho y un ruido de fondo, como de agua, ha sustituido a tu voz. Pero estiro el brazo para cerciorarme de tu ausencia y puedo tocarte. Tienes el camisón húmedo, pegado al cuerpo, y mi mano sube por tu espalda y encuentra la línea de tu cuello abandonado sobre la almohada. Me había olvidado de lo suave que es tu piel, de lo mucho que me gustas cuando estás dormida, callada, a mi merced. Tú te mueves, perdida sin duda también en un sueño de alcohol y de espejismos. Quizá sueñas que no estás, que te marchaste en algún momento o que fui yo quien se marchó. Pero ahora te toco y apenas noto tu pulso en la garganta, y me asombro de cuánto me seduce tenerte ahora, callada, después de las explosiones histéricas, cuando de nuevo el principio todavía no ha comenzado, ni comenzará. Y quisiera que fuera siempre así. Mía, callada, en el reducido drama de nuestra cama.
Al sentir mi contacto te mueves bruscamente; seguirás ofendida, y sé que quieres algo distinto, ese comienzo que nunca llega, pero mi manera de arreglar las cosas es ésta. El juego siempre es el mismo y tú acabarás cediendo porque en el fondo sabes que es lo único que nos queda. Intentas levantarte de la cama pero me basta con poner el peso de mi cuerpo sobre el tuyo para que tus escasas fuerzas queden sometidas. Sigues moviéndote debajo de mí, como un pequeño animal, y comienzas a gritar, casi sin aliento; por eso yo sujeto tu garganta con ambas manos mientras mis piernas ciñen tu cuerpo pequeño y mojado. Aprieto los dedos, y todo es tan fácil que sigo apretando hasta que dejas de moverte y tus ojos me miran desmesuradamente desde otro lugar, desde la oscuridad de unas aguas sucias donde se reflejan distorsionadas las luces de la ciudad de amor.
6 comentarios :
Como ya dije en la reunión, tu final me resulta sorprendente porque el asesinato no me lo había ni planteado al leer el relato de Cortázar (a mí claramente se me va la olla y me voy por derroteros fantásticos), aunque está claro que por la descripción que haces de la mujer, motivos al tipo no le faltan. En cualquier caso, es curioso comprobar cómo cada cual hace su propia interpretación. Gracia
A mí me pasa igual que a Gracia. Me sorprendió el final. En cuanto a la historia, la indiferencia del original has conseguido dulcificarla. El texto es menos frío.
Un beso.
Toñi
Mi idea era jugar con la idea del sueño y de las intenciones. Sin duda quería dejarlo a él como culpable del asesinato o suicidio, dejando a la libre interpretación una u otra versión. No sé si lo he conseguido.
Gracias por vuestros comentarios chicas.
Besitos.
Me parece un buen relato, cómo t.odos los tuyos, con un buen final.
Besos Alicia
Me ha gustado mucho el relato, aunque en este caso creo que estaba claro quien tenía la culpa.
Ana
Quiero decir que está claro quien tiene la culpa, el marido, sin que quede explícito cuál es el final de ella. Creo que has conseguido el fin que perseguías, enhorabuena.
Me ha encantado
Ana
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