EL PASO DEL TREN. Versión del cuento "El río" de Cortazar, por Cristina Prieto.
Tu cambio fue insidioso e inequívoco. Una mariposa convertida en oruga, un gusano que repta debajo de las sábanas, o quizás una serpiente de lengua bífida que envenena con sus palabras acusadoras. Lograste convertir la miel en vinagre, el sabor dulce de un néctar mágico en amarga hiel… y a pesar de todo aún te veo cerca, con tus ondulaciones instintivas que me atrapan en pensamientos contradictorios. La presión crece hasta estallar dentro de mi cabeza, late con autonomía propia, se abre paso entre los dos hasta sumergirnos en el hastío frío de un deseo truncado.
Enlazo sin embargo mi cuerpo al tuyo, imaginando que aún puedo ser yo quien libe tu denso almíbar de inquietante sabor, pero el contacto se transforma en un rechazo de alfileres que se clavan en mis manos cansadas de estar vacías, flotando en la nada de una piel resbaladiza que me estremece, y me incita a deslizarlas un vez más por tu cintura cimbreante que convulsa se resiste. Resuenan en mis oídos tus reproches mudos a fuerza de gritarlos, y ahuyentas mis apetencias en resquicios de un presente que se deshace como polvo de cadáver.
Espasmos de carne sobre un lecho partido en dos, que acoge en la oscuridad una madrugada más de fuerzas enfrentadas. Y los jadeos aquietados tras un altercado agónico de miembros desmembrados, exhaustos de insurrecciones carnales y luchas de desazón.
Me increpas que yo ya no soy yo, que nunca fui lo que imaginaste, que jamás te di un minuto de anhelo, pero no te percibes en tu trasformación, no eres consciente de tus errores, de ese debate caliente y amenazante que se desliza hasta envolvernos en una soledad densa y ofuscada.
Y te fuiste aquella tarde de nubes negras, cuando el reloj perdió la cuenta de las batallas libradas en el comedor, de los desastres maltrechos del dormitorio, de las comidas insípidas para dos. ¿Te fuiste o te quedaste callada un momento?
Sólo era un tren que corría cortando el aliento de tus labios fríos, y tú debatiéndote en la duda de un salto mortal hacía delante, titubeando en el minuto preciso, lanzando el último dardo envenenado que habría de vengar tantos silencios vanos, tantos gestos torcidos, tanta indiferencia deliberada.
Y yo tras tu estela de recuerdos desfigurados, como animal hurgando en tierra de otro, en busca de un manjar putrefacto que alguien olvidó entre la maleza. Días de tedio y sermones que acabaron con la ilusión enfermiza de tu piel firme y apetecible, y noches de calor compartido bajo el cobertor, espalda contra espalda, aspirando tu aroma incitante en la penumbra de las caricias reprimidas. Y una pierna que roza, que busca, que ambiguamente se desliza despacio al encuentro de tu cuerpo adormecido. Perfume de sendas caprichosas, que exploré antes de una verdad tan inmutable como la muerte. Aún puedo regresarlo a mi memoria si cierro los ojos, y me aisló de este andén de maletas vacías, dónde espero un destino que nos salve.
El tren avanza deprisa, estremeciendo los segundos de un viaje imaginario. Escucho su silbato, lo veo pasar desde la ventana, y advierto como los desdenes se suceden a su paso, casi puedo alcanzarlos con la punta de los dedos, y regresas hasta mis ojos, reflejo de cristal, en un intento vano de crisparme.
No quiero más mañanas del mismo brebaje caliente para el desayuno, no soporto la sopa insulsa, ni la mirada vacía frente a un televisor encendido. Sólo el tren puede alejarnos, separarnos para siempre de la soledad que atenaza nuestras vidas, de esta telaraña pegajosa cuajada de ofensas y desvaríos, que nunca tuvo presa más paciente y mansa.
De pronto tus brazos traspasan la línea, se elevan infructuosos en la zozobra de una bofetada fallida, que desgarra aún más los jirones de un infierno compartido. Y te venzo con paciencia, doblegando tu negativa obstinada, hasta conquistar el mapa de tu cuerpo que se debate bajo el mío entre gemidos sofocados. Me vuelvo hacía el horizonte desdibujado, y ahora el tren está tan cerca… Un mal pensamiento me asalta, y me instiga en forma de garras afiladas que claman venganza. Casi puedo recrear el acto cruel en un solo movimiento, un único instante decidido, el último empujón brutal, y entonces, entonces, tu mirada enfrentada en rebeldía, el fin de la pesadilla de tenerte sin tocarte, de tocarte sin tenerte, un amasijo informe de huesos rotos y sangre esparcida, y la convulsión de la gente en la estación, dónde el olor de la libertad se derrama tentándome… Pero ¿eres tú quien se lanza hacia la oscuridad de un choque mortal, o soy yo quien anhelo el silencio detenido?...
Tu cambio fue insidioso e inequívoco. Una mariposa convertida en oruga, un gusano que repta debajo de las sábanas, o quizás una serpiente de lengua bífida que envenena con sus palabras acusadoras. Lograste convertir la miel en vinagre, el sabor dulce de un néctar mágico en amarga hiel… y a pesar de todo aún te veo cerca, con tus ondulaciones instintivas que me atrapan en pensamientos contradictorios. La presión crece hasta estallar dentro de mi cabeza, late con autonomía propia, se abre paso entre los dos hasta sumergirnos en el hastío frío de un deseo truncado.
Enlazo sin embargo mi cuerpo al tuyo, imaginando que aún puedo ser yo quien libe tu denso almíbar de inquietante sabor, pero el contacto se transforma en un rechazo de alfileres que se clavan en mis manos cansadas de estar vacías, flotando en la nada de una piel resbaladiza que me estremece, y me incita a deslizarlas un vez más por tu cintura cimbreante que convulsa se resiste. Resuenan en mis oídos tus reproches mudos a fuerza de gritarlos, y ahuyentas mis apetencias en resquicios de un presente que se deshace como polvo de cadáver.
Espasmos de carne sobre un lecho partido en dos, que acoge en la oscuridad una madrugada más de fuerzas enfrentadas. Y los jadeos aquietados tras un altercado agónico de miembros desmembrados, exhaustos de insurrecciones carnales y luchas de desazón.
Me increpas que yo ya no soy yo, que nunca fui lo que imaginaste, que jamás te di un minuto de anhelo, pero no te percibes en tu trasformación, no eres consciente de tus errores, de ese debate caliente y amenazante que se desliza hasta envolvernos en una soledad densa y ofuscada.
Y te fuiste aquella tarde de nubes negras, cuando el reloj perdió la cuenta de las batallas libradas en el comedor, de los desastres maltrechos del dormitorio, de las comidas insípidas para dos. ¿Te fuiste o te quedaste callada un momento?
Sólo era un tren que corría cortando el aliento de tus labios fríos, y tú debatiéndote en la duda de un salto mortal hacía delante, titubeando en el minuto preciso, lanzando el último dardo envenenado que habría de vengar tantos silencios vanos, tantos gestos torcidos, tanta indiferencia deliberada.
Y yo tras tu estela de recuerdos desfigurados, como animal hurgando en tierra de otro, en busca de un manjar putrefacto que alguien olvidó entre la maleza. Días de tedio y sermones que acabaron con la ilusión enfermiza de tu piel firme y apetecible, y noches de calor compartido bajo el cobertor, espalda contra espalda, aspirando tu aroma incitante en la penumbra de las caricias reprimidas. Y una pierna que roza, que busca, que ambiguamente se desliza despacio al encuentro de tu cuerpo adormecido. Perfume de sendas caprichosas, que exploré antes de una verdad tan inmutable como la muerte. Aún puedo regresarlo a mi memoria si cierro los ojos, y me aisló de este andén de maletas vacías, dónde espero un destino que nos salve.
El tren avanza deprisa, estremeciendo los segundos de un viaje imaginario. Escucho su silbato, lo veo pasar desde la ventana, y advierto como los desdenes se suceden a su paso, casi puedo alcanzarlos con la punta de los dedos, y regresas hasta mis ojos, reflejo de cristal, en un intento vano de crisparme.
No quiero más mañanas del mismo brebaje caliente para el desayuno, no soporto la sopa insulsa, ni la mirada vacía frente a un televisor encendido. Sólo el tren puede alejarnos, separarnos para siempre de la soledad que atenaza nuestras vidas, de esta telaraña pegajosa cuajada de ofensas y desvaríos, que nunca tuvo presa más paciente y mansa.
De pronto tus brazos traspasan la línea, se elevan infructuosos en la zozobra de una bofetada fallida, que desgarra aún más los jirones de un infierno compartido. Y te venzo con paciencia, doblegando tu negativa obstinada, hasta conquistar el mapa de tu cuerpo que se debate bajo el mío entre gemidos sofocados. Me vuelvo hacía el horizonte desdibujado, y ahora el tren está tan cerca… Un mal pensamiento me asalta, y me instiga en forma de garras afiladas que claman venganza. Casi puedo recrear el acto cruel en un solo movimiento, un único instante decidido, el último empujón brutal, y entonces, entonces, tu mirada enfrentada en rebeldía, el fin de la pesadilla de tenerte sin tocarte, de tocarte sin tenerte, un amasijo informe de huesos rotos y sangre esparcida, y la convulsión de la gente en la estación, dónde el olor de la libertad se derrama tentándome… Pero ¿eres tú quien se lanza hacia la oscuridad de un choque mortal, o soy yo quien anhelo el silencio detenido?...
4 comentarios :
Me gusta tu cuento, refleja muy bien el tedio de una relación agotada. Al final no está claro si la mujer se suicida o es él quien la mata. Dices que es una vesrión de un cuento de Cortazar, tendré que leerlo, pues lo desconozco. En cuaquier caso me ha encantado el lenguaje que utilizas, es muy interesante.
Besos
Rosa
Me ha gustado mucho tu relato, creo que cada vez que lo lees descubres un giro nuevo del que no te habías dado cuenta antes. Es muy intenso.
Ana
La ambiguedad es una vez más lo que hace interesante la lectura de esta versión. Es profundo y fuerte.
Abrazos
Antonio
Me encanta el relato que has escrito, tiene un aire de idas y venidas en la narración que te deja con cierta ambivalencia de sentimientos. Y eso es lo bueno de la historia. He buscado el cuento de Cortazar sobre el que está basado el trabajo, y he de decirte que me parece un buena forma de recrearlo, aunque claro está con elementos nuevos como ese tren, muy simbólico y apropiado que reemplaza al río del cuento original.
Muy bueno. Besitos. Inma.
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