miércoles, 19 de diciembre de 2007

Una mañana torcida

UNA MAÑANA TORCIDA

A Julia se le había torcido la mañana. Había hecho planes que ahora debería cambiar y, sobre todo, las prisas, era lo que más le disgustaba.
Introdujo la tarjeta magnética en la puerta de la habitación 215, la que tenía las mejores vistas de todo el hotel. La cama estaba aún deshecha. Estiró un poco la colcha y abrió las puertas del ropero. Se detuvo a contemplar los vestidos colgados, esta vez eligió tres, el negro de tirantes y lentejuelas, el rojo con volantes en los puños y el dorado con el enorme escote. Los acomodó sobre la colcha estirada. Abrió los cajones de la cómoda y se decidió por un conjunto de ropa interior de encaje negro. Se desnudó deprisa. Se puso las bragas diminutas y el sujetador que le iba un poco estrecho, detalle que desmerecía la abundancia de sus pechos aunque, con resignación pensó, hoy no había tiempo para seleccionar otro que le sentara mejor. Se miró al espejo de frente, no estaba mal; de perfil, le abultaba un poco la barriga, contuvo la respiración y mejoró la imagen. Finalmente se decidió por el vestido negro. Tenía una caída estupenda y era el que más le gustaba porque no le marcaba demasiado. Se veían los tirantes del sujetador pero no quedaba mal, en cualquier caso ya no había tiempo de elegir otro. Se decidió por el par de zapatos que se puso hacía dos días y que eran los que menos daño le hacían, sin medias, con las prisas temía romperlas. Dentro de la bolsa de aseo encontró el pequeño sobre de terciopelo con el collar de piedras verdes y los pendientes a juego. Se los puso y se soltó el cabello, sacudió la cabeza y le cayeron unos rizos negros sobre la frente dándole un aire sensual. Ahora sólo quedaba un poco de carmín y unas gotas de perfume. Volvió a mirarse en el espejo del armario, se sentó en la pequeña butaca sin dejar de observar sus movimientos, cruzó las piernas, las descruzó, se echó el pelo hacia atrás, volvió a poner los rizos sobre la frente, se sentó de lado, se puso de pié y dio unos pasos por la habitación. Se sentía satisfecha con el resultado. Lástima que la mañana se había torcido, con lo guapa que se veía. Se echó el abrigo por los hombros, le fascinaba el tacto cálido de la piel y volvió a dar un par de vueltas por la habitación sin dejar de mirarse en el espejo. Consultó el reloj, apenas disponía de unos minutos. Colgó el abrigo en el perchero. Se desnudó nuevamente y volvió a guardar el vestido en la percha vacía. Se quitó la ropa interior, la dobló cuidadosamente y la colocó en el cajón abierto. Se puso las bragas de algodón y el sujetador que descansaban en una silla, se recogió el pelo y se puso la bata blanca. La mañana se había torcido, la rumana estaba enferma y aún le quedaban cuatro habitaciones más para limpiar.

FIN

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