Por una vez en la vida tengo la certeza de que esta situación en la que me encuentro no es culpa de Mario, y mira que me cuesta mucho no poder echarle los perros, pero ¡ea! que este nevazo es obra de un ser superior, no sé si más sabio, o más borde que mi marido. Me doy la vuelta en la cama y miro su perfil a la poca luz de la vela que ha encontrado en la despensa después de varios ¡Jóder¡ y ¡Me cago en to lo que se menea!
-Así de perfil pareces otro, Mario. Le digo con una voz tan melosa que ni yo misma lo entiendo; una voz que parece haber tomado vida propia y obviar mi aborrecimiento hacia él.
-Eso te gustaría, ¿verdad? Me responde con acritud. Por lo visto, su voz sigue bajo su influjo mezquino y se deja de melindreces.
-Pues sí. No me importaría tener a mi lado al hombre que parecías ser. El que eres no me gusta nada. Responde la voz, que sigue hablando por libre, esta vez desilusionada. No me puedo creer que le esté diciendo eso, y menos que le esté hablando. Me doy la vuelta hacia la derecha y dejo de mirarle.
-Pues tú de espaldas pareces la 60-90-60 de antes- me dice soltando una carcajada. ¡Qué razón tiene Lina Morgan! ¡Cómo cambian los cuerpos! Sobre todo el tuyo, que ha cambiado a lo grande- continúa su voz, que sigue siendo la suya y no otra más benévola.
-Ya, claro- le suelta la mía, un tanto molesta y preparada para el servicio y devolver la pelota. Empiezo a dominarla y no queda en ella nada de cariño -Tu curva de la felicidad parece un meandro, lo digo por si no te habías percatado.
-Si no echaras tanto aceite a las comidas…- responde y se queda a medias, parece que está buscando algo con que herirme.
-Si no te comieras dos platos…- respondo yo, esta vez totalmente dueña de la situación y dispuesta a ganar no sólo el tanto sino el set y el partido.
-Pues mira si me como dos es porque, a pesar de ti, te salen unos guisos de rechupete.
-Uy, si va a resultar que te gusto un poco. Le contesto burlona.
-Que va, pero el hombre no vive del aire y tú me sales más barata que el restaurante de enfrente.
Nos quedamos unos minutos en silencio. Escuchando su respiración trabajosa me acuerdo de lo mucho que me gustaba oírle junto a mí antes de que su leve respiración pausada se convirtiera en los ronquidos actuales. Y como si quisiera darme la razón le oigo soltar un estruendo y quedarse atascado. Pongo atención y nada, no pasa nada, ni sigue roncando ni se mueve ni lo noto. Me preocupo. Me abalanzo sobre él y empiezo a sacudirlo.
-Mario, Mario, ¿qué te pasa? ¿te encuentras bien? Como respuesta el aire retenido en su garganta sale de golpe y Mario se sobresalta consiguiendo asustarme.
-¿Se puede saber qué haces, estúpida? Vaya susto me has dado.
-Mira quién habla, el susto me lo has dado tú, que me creía que te habías quedado tieso.
-Ya estamos, eso te gustaría eh.
-Eres idiota, no te deseo ningún mal, un dolor de estomago quizás, pero la muerte… eso son palabras mayores. Le digo indignada y todavía con un pálpito en el pecho.
-Pues sería la solución para ti. No tendrías que aguantarme más.
-Lo dices como si te tuviera que llevar todo el día en brazos. Le respondo quitando importancia al asunto. No me gusta hablar de la muerte, ni siquiera de la suya.
-Reconozco que sería una pesada carga. Responde él jocoso. Además si hay que cargar el uno con el otro, mejor tú encima. Se echa a reír y yo me doy la vuelta para mirarle. Siempre me ha gustado su risa, su picardía. Nos quedamos así un buen rato, de frente, escrutándonos, con la boca suelta y haciendo amagos de sonrisa.
-¿Porqué nos llevamos tan mal? Le pregunto ansiosa, como si esperara una respuesta de él que cambiara de un plumazo el último año. Mario se levanta dando saltos para combatir el frío, pues no hay calefacción, nada funciona sin la electricidad. Le veo salir sin contestarme y bajar las escaleras, también le oigo soltar una imprecación ¡Me cago en la leche!
Cuando vuelve lleva una tarrina de chocolate foundi y un platito con trozos de fruta ensartadas en palillos. Como un experto camarero acarrea también dos copas y una botella de cava Canals i Nubiola. Y más abajo, en su pie derecho, un buen porrazo en el dedo gordo.
-No veas qué leche me dao. Me dice intentando parecer dolido aunque no lo consigue porque yo me he echado a reír viendo el espectáculo.
-Macho, pareces un hombre orquesta. Le digo. Él empieza a descargar todo sobre la cama y me lanza una mantita de coche para que me envuelva en ella, pues a pesar de que el ambiente se está caldeando sigue haciendo un frío del demonio.
Amenizados por Path Metheny sonando en el compact disc a pilas, nos comemos la fruta con el chocolate y después brindamos con el cava. Me mira muy serio y me dice con una voz que no estoy muy segura de que sea la suya: Laura, no sé porqué nos llevamos tan mal, pero sí sé que podemos intentarlo. Yo me acerco y él entreabre la boca.
-Te huele el aliento. Le digo con un susurro.
-Calla, tonta.
-Así de perfil pareces otro, Mario. Le digo con una voz tan melosa que ni yo misma lo entiendo; una voz que parece haber tomado vida propia y obviar mi aborrecimiento hacia él.
-Eso te gustaría, ¿verdad? Me responde con acritud. Por lo visto, su voz sigue bajo su influjo mezquino y se deja de melindreces.
-Pues sí. No me importaría tener a mi lado al hombre que parecías ser. El que eres no me gusta nada. Responde la voz, que sigue hablando por libre, esta vez desilusionada. No me puedo creer que le esté diciendo eso, y menos que le esté hablando. Me doy la vuelta hacia la derecha y dejo de mirarle.
-Pues tú de espaldas pareces la 60-90-60 de antes- me dice soltando una carcajada. ¡Qué razón tiene Lina Morgan! ¡Cómo cambian los cuerpos! Sobre todo el tuyo, que ha cambiado a lo grande- continúa su voz, que sigue siendo la suya y no otra más benévola.
-Ya, claro- le suelta la mía, un tanto molesta y preparada para el servicio y devolver la pelota. Empiezo a dominarla y no queda en ella nada de cariño -Tu curva de la felicidad parece un meandro, lo digo por si no te habías percatado.
-Si no echaras tanto aceite a las comidas…- responde y se queda a medias, parece que está buscando algo con que herirme.
-Si no te comieras dos platos…- respondo yo, esta vez totalmente dueña de la situación y dispuesta a ganar no sólo el tanto sino el set y el partido.
-Pues mira si me como dos es porque, a pesar de ti, te salen unos guisos de rechupete.
-Uy, si va a resultar que te gusto un poco. Le contesto burlona.
-Que va, pero el hombre no vive del aire y tú me sales más barata que el restaurante de enfrente.
Nos quedamos unos minutos en silencio. Escuchando su respiración trabajosa me acuerdo de lo mucho que me gustaba oírle junto a mí antes de que su leve respiración pausada se convirtiera en los ronquidos actuales. Y como si quisiera darme la razón le oigo soltar un estruendo y quedarse atascado. Pongo atención y nada, no pasa nada, ni sigue roncando ni se mueve ni lo noto. Me preocupo. Me abalanzo sobre él y empiezo a sacudirlo.
-Mario, Mario, ¿qué te pasa? ¿te encuentras bien? Como respuesta el aire retenido en su garganta sale de golpe y Mario se sobresalta consiguiendo asustarme.
-¿Se puede saber qué haces, estúpida? Vaya susto me has dado.
-Mira quién habla, el susto me lo has dado tú, que me creía que te habías quedado tieso.
-Ya estamos, eso te gustaría eh.
-Eres idiota, no te deseo ningún mal, un dolor de estomago quizás, pero la muerte… eso son palabras mayores. Le digo indignada y todavía con un pálpito en el pecho.
-Pues sería la solución para ti. No tendrías que aguantarme más.
-Lo dices como si te tuviera que llevar todo el día en brazos. Le respondo quitando importancia al asunto. No me gusta hablar de la muerte, ni siquiera de la suya.
-Reconozco que sería una pesada carga. Responde él jocoso. Además si hay que cargar el uno con el otro, mejor tú encima. Se echa a reír y yo me doy la vuelta para mirarle. Siempre me ha gustado su risa, su picardía. Nos quedamos así un buen rato, de frente, escrutándonos, con la boca suelta y haciendo amagos de sonrisa.
-¿Porqué nos llevamos tan mal? Le pregunto ansiosa, como si esperara una respuesta de él que cambiara de un plumazo el último año. Mario se levanta dando saltos para combatir el frío, pues no hay calefacción, nada funciona sin la electricidad. Le veo salir sin contestarme y bajar las escaleras, también le oigo soltar una imprecación ¡Me cago en la leche!
Cuando vuelve lleva una tarrina de chocolate foundi y un platito con trozos de fruta ensartadas en palillos. Como un experto camarero acarrea también dos copas y una botella de cava Canals i Nubiola. Y más abajo, en su pie derecho, un buen porrazo en el dedo gordo.
-No veas qué leche me dao. Me dice intentando parecer dolido aunque no lo consigue porque yo me he echado a reír viendo el espectáculo.
-Macho, pareces un hombre orquesta. Le digo. Él empieza a descargar todo sobre la cama y me lanza una mantita de coche para que me envuelva en ella, pues a pesar de que el ambiente se está caldeando sigue haciendo un frío del demonio.
Amenizados por Path Metheny sonando en el compact disc a pilas, nos comemos la fruta con el chocolate y después brindamos con el cava. Me mira muy serio y me dice con una voz que no estoy muy segura de que sea la suya: Laura, no sé porqué nos llevamos tan mal, pero sí sé que podemos intentarlo. Yo me acerco y él entreabre la boca.
-Te huele el aliento. Le digo con un susurro.
-Calla, tonta.
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