viernes, 21 de diciembre de 2007

LA NOCHE IMAGINADA (Fermín Gallego)

La portada renacentista que tenía ante mí hizo que mis pasos abordaran la recepción del hotel con cierto complejo de inferioridad, como si resultara imposible que fuera yo quien estaba allí en esos momentos. Pero sí, ese era el lugar asignado para alojarme a fin de asistir al curso organizado por mi empresa, un hotel que con mucho sobrepasaba mis posibilidades económicas si me hubiera planteado acudir por mi cuenta. Un trato educado y exquisito me acompañó durante las formalidades de recepción, lo cual acentuaba mi sensación de incomodidad, aunque más bien se trataba de un sentimiento de no pertenencia a una clase social que solía alojarse en lugares como ese, mientras yo, acudía a las ofertas con pocas estrellas cuando iba de viaje. Por fin una última sonrisa dibujó las palabras de la amable muchacha que me entregaba la tarjeta de mi habitación.
Me dirigí a los ascensores a través del antiguo claustro bellamente restaurado, acompañado por el sonido cadencioso y relajante del agua que manaba de la fuente situada en su centro.
Al abrir la habitación, me sorprendió la decoración minimalista que tanto contrastaba con la arquitectura del edificio. A pesar de mi sorpresa inicial, todo parecía perfecto, ubicado en el sitio preciso. Me dio la sensación de que encontraría en ella cualquier cosa que pudiera precisar durante mi estancia. Tal vez por ello, al cerrar la puerta, experimenté una satisfacción brotando de mi interior, como si quisiera atestiguar lo a gusto que pensaba sentirme en los próximos días.
Atardecía cuando salí del hotel. Quería reconocer la población, volver a pasear por sus estrechas callejas que tanto me habían gustado en anteriores visitas. Fue un corto paseo porque tenía que acudir a cenar al hotel. Cuando estaba finalizando de atravesar el puente sobre el río que comunicaba la ciudad vieja con mi alojamiento, me fijé en el bello rostro de una chica que venía hacia mí, con el pelo muy negro, a lo garçón, hablaba distraída por su móvil. Nuestras miradas se cruzaron por un instante, me pareció que se detenían, como si intentasen memorizar las facciones que cada uno tenía delante.
El antiguo refectorio del monasterio había recuperado su función primitiva. Me señalaron las tres mesas reservadas en las que ya estaban sentados otros comensales y que por lo tanto, suponía serían compañeros míos del curso que en ese mismo momento iba a conocer. En todas ellas quedaba algún hueco y elegí una al azar. Al ocupar mi silla creí oportuno identificarme básicamente, es decir mi nombre y de donde venía. Cada uno de ellos fue haciendo lo mismo, desgranando los mismos datos en una ceremonia que alguno ya repetía varias veces y que volvería a repetirse en cuanto se ocuparon los dos sitios que todavía quedaban vacíos en mi mesa. Llegó primero un señor que no sé por qué razón, encontré bastante mayor para estar allí. Y a continuación, apareció la bella chica del puente. Al quitarse la gabardina negra, dejó al descubierto un bello vestido rojo dibujando las formas de un cuerpo sensual que de nuevo y más intensamente me hizo pensar en la imagen de una mujer francesa. A pesar de no estar a su lado nuestras miradas se cruzaron a lo largo de la velada. La charla de los comensales se limitaba al único mundo que en ese momento teníamos en común: la empresa que nos había unido en aquel curso que comenzaría a primera hora del día siguiente.
Al acabar la cena, la mayoría optó por retirarse a sus habitaciones. Un pequeño grupo decidimos volver a la ciudad aprovechando la magnífica noche otoñal, con la única pretensión de bajar la cena durante un pequeño recorrido y regresar pronto al hotel. Yo era el único que ya había estado allí y actué de anfitrión por las empedradas calles casi desiertas, iluminadas con farolas que con su amarillenta luz tapizaban de misterio y encanto nuestros pasos. También estaba ella, compartiendo la conversación general hasta que en un momento del recorrido coincidimos y pudimos confirmar que por la tarde en el puente, los dos habíamos presentido que éramos compañeros del curso.
Poco a poco, intentamos hurgar con nuestras preguntas en una vertiente más íntima de nuestra vida. En su presencia no sabía por qué, me sentía como en una nube. ¿Qué pretendía con mi actitud de embeleso?, tal vez soñar despierto, pero ¡por qué en esos momentos! quizá había leído demasiadas novelas románticas y quería transformar lo que tan solo era un suceso ordinario y corriente en una aureola mágica que irradiara durante los días que iba a tener por delante. Y ¿a cuento de qué?, nada me había dado el más mínimo pie para ello, pero el caso es que ahí seguía, prendado de su figura.
Las voces de los demás me hicieron recobrar la realidad cuando me pidieron que regresáramos al hotel. Ya en el umbral del claustro, nos fuimos despidiendo hasta el día siguiente. La chica objeto de mi sueño y yo, decidimos utilizar la escalera ya que nuestras habitaciones estaban en la primera planta.
Llegamos primero a su puerta, ella inició su despedida mientras yo, mudo entre el deseo de no sabía qué y la imposibilidad de quitar mis ojos de ella, no acertaba a desearle buenas noches. Por fin después de unas balbucientes y atropelladas palabras, me dirigí a mi habitación a la vez que sentía cómo un desasosiego iba inundando mi interior, acentuándose cuando cerré la puerta tras de mí. No quería maldecirme porque no tenía ningún sentido ni nada lo motivaba y por ello, trataba de convencerme que lo más oportuno, lo coherente y natural era lo que había ocurrido, es decir, nada. Y por lo tanto, no tenía por qué convertirlo en una decepción por haber desperdiciado una aventura pasional que simplemente era fruto de mi imaginación, porque estaba casi seguro que era solo eso. Pero al momento, sin dejar reposo a esa idea volvía a ver sus ojos en mi recuerdo y trataba de nuevo de interpretar su mirada con el deseo que se forjaba únicamente en mí como un espejismo.
Me metí en la cama con un libro que había traído a medio leer desde mi casa, quizá lograría sumergirme en sus páginas, esperaba que esa historia me arrastrara por un mundo de ficción y me hiciera olvidar esa otra quimera que construía mi fantasía a pasos agigantados sin ninguna base lógica. A las pocas páginas, como consecuencia del largo viaje, conseguí dormirme.
A la mañana siguiente, me presenté puntual en el comedor para tomar el desayuno, preámbulo del curso objeto del viaje. Fui de los primeros en llegar y conforme se oía la puerta, levantaba la mirada tratando de atisbar quien entraba. Y lo fueron haciendo mis compañeros, únicos comensales a esa hora tan temprana, pero no, la musa de mi fantasía no acababa de llegar. Quizás se le había hecho tarde e iría directamente al aula.
Eran las nueve en punto cuando el Jefe de Formación de la empresa presentó el curso y al moderador que lo iba a impartir. El salón elegido estaba primorosamente decorado, como el resto de las estancias del edificio. Alrededor de una mesa ovalada estábamos sentados los asistentes. Bueno, todos no, faltaba ella y antes de que mi mente hiciera más divagaciones, el ponente nos comentó que lamentaba la ausencia de nuestra compañera, pero había recibido una llamada familiar urgente, que le había hecho abandonar el hotel en el transcurso de la noche.
No sé si alguien me miró en ese momento, pero mi rostro debía ser una mezcla de perplejidad, decepción y tristeza. Todo a la vez. El curso, imagino que empezó en esos instantes pero yo sólo sentía un vacío, una sensación de irrealidad que hizo al compañero de al lado preguntarme si mi encontraba bien, si me ocurría algo. Le dije que no, a la vez que me levantaba para salir al baño, abrir el grifo y echarme agua en la cara, como para lograr despertar de un sueño. Volví al salón pensando que quizá me había equivocado, que tal vez ella estuviera allí. Pero no, además del mío, existía otro sillón vacío que ya nadie iba a ocupar durante aquel Curso que acababa de comenzar.

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