sábado, 8 de diciembre de 2007

El conde Nikolai, escrito por Diana

EL CONDE NIKOLAI
-Elvira ven. Ven aquí a tomar el café conmigo.
-Estoy fregando, Eufrasio.
-Déjalo, ya lo harás más tarde.
Elvira sale de la cocina secándose las manos en el delantal. Todo está en penumbras. En el sillón de orejas está sentado el marido, tiene una manta de cuadros cubriéndole las piernas. A un costado, en una mesilla baja está el servicio de café.
-Acércate mujer, ¿cómo quieres el café? ¿solo o con leche?
Elvira se siente por un momento sorprendida. Hace más de diez años, desde que le diagnosticaron hipertensión, que no toma café, sin embargo, algo en el ambiente la invita a transgredir la pauta de salud prescrita por el médico.
-Con unas gotas de leche- dice observando de refilón a su marido con la bata de andar por casa y un pañuelo anudado al cuello.
La mujer acerca su sillón al del marido y se sienta echándose ella también una manta sobre las piernas.
-Acerca el candelabro mujer, que no atino con el azúcar- pide Eufrasio.
Desconcertada, Elvira recorre con la vista la pequeña sala hasta entender que lo que le reclama el marido es la vela que está encima de la mesa, pegada a una tapa de colacao.
-Hace un poco de frío ¿quieres que avive la lumbre?- pregunta el hombre que, sin esperar respuesta, regula la llama del camping gas que está a sus pies.
-Mira que a gusto que estamos aquí, tú y yo solos, al calor del hogar- dice a la vez que toma una de las manos heladas de su mujer que se sorprende frente a semejante despliegue de romanticismo.
-¿Te he contado alguna vez- dice Eufrasio con tono evocador –cuando mi tío abuelo, el conde Nikolai fue condecorado con la orden de San Jorge?
Elvira resiste la tentación de decirle que sí, que ya ha contado la batallita del tío Nikolai (tío a secas, porque lo de Conde nunca terminó de creérselo) lo menos treinta veces, que son los años que llevan de casados, sin contar el noviazgo. Piensa en las cacerolas sin fregar en la cocina y resignada miente:
-Si, puede que lo contaras alguna vez, pero no lo recuerdo muy bien ¿qué fue lo que pasó con el Conde Nikolai, tu tío abuelo?- dice acentuando levemente lo de “Conde”, ironía que Eufrasio, con los ojos entornados, decidiendo por dónde empezar el relato, no percibe.
-Pues verás, esto ocurrió, naturalmente, antes de la Revolución, mi tío Nikolai, hermano de mi abuelo Anatoli había sido llamado…
Elvira mira el perfil de su marido, es un hombre aún atractivo, y lo encuentra desconocido, le sorprende lo bien que se ha tomado el apagón. Temía que el verse encerrado en casa, sin ir al trabajo, sin sus documentales en la televisión, sin su escapada al bar, le agriarían aún más el carácter, sin embargo Eufrasio está de un extraño buen humor. Elvira observa a su marido de pie, gesticular con elegancia, hacer ciertas pausas estudiadas, como si estuviera repitiendo el guión de una obra aprendida de memoria.
Eufrasio adopta una pose teatral y se aclara la garganta.
-¿Quieres servirme una copa de brandy por favor?
Elvira vuelve de la cocina con dos copas de orujo miel que Eufrasio bebe sin notar la diferencia. Deja la copa sobre la mesa y mira fijamente a su mujer, en la penumbra reinante. Elvira se sorprende de la expresión de su marido, teme que la burda treta del orujo desate una de las habituales explosiones de ira, tan frecuentes últimamente.
-¿Te he dicho que te sienta muy bien el pelo así recogido?
La mujer se lleva la mano hacia la nuca y comprueba que, efectivamente, se había recogido el pelo con unas pinzas por la mañana y había olvidado volver a peinarse a lo largo del día.
-Como te iba diciendo, Luzmila, la mujer de mi tío abuelo, que también pertenecía a la nobleza, era una excelente pintora…
Elvira deja de prestar atención a una historia que se sabe de memoria y se pregunta en qué momento su marido dejó de ser el hombre del que se había enamorado, tan cariñoso, tan elegante, tan exquisito para todos los detalles. Se pregunta también cuándo dejó ella de admirarlo y, viéndolo ahora entre las sombras de la habitación gesticular con gracia acompañando el relato, vuelve a sentir un cosquilleo en el estómago. Sin pensarlo, respondiendo a un impulso irreflexivo, se acerca a la cómoda del rincón, busca el disco de Mussorgski, el preferido de su marido y lo pone en el pequeño aparato portátil. La música lo envuelve todo. Rebusca en uno de los cajones y saca un álbum de fotos, pasa las primeras hojas y se detiene en una foto amarillenta, con los bordes un poco raídos, donde se ve a un hombre de uniforme sentado en un enorme butacón y dos perros de caza tumbados a sus pies.
-Este es tu tío abuelo ¿verdad?
Eufrasio interrumpe el relato, se acerca a su mujer, se sienta en el brazo del sillón apoyándose delicadamente en los hombros de Elvira y asiente.
-Lo cierto es que te pareces mucho a él.
-¿De verdad lo crees?- pregunta el marido.
-Si, fíjate en sus ojos, son iguales a los tuyos, no se ve el color pero deduzco que serían azules. La nariz recta tan varonil y mira su mandíbula, es igual a la tuya, angulosa, fuerte, transmite energía interior. Fíjate además en sus hombros y en la posición de los brazos, me recuerda mucho a ti cuando te sientas a leer, tiene el mismo gesto. Y mira sus manos Eufrasio ¡si son las tuyas! Con esos dedos largos y delgados, delicadas manos de artista…
-¿De verdad me encuentras parecido?
-Claro que sí cariño, no me había dado cuente hasta hoy. De pronto viéndote de pie en la penumbra, me ha venido a la mente la foto en blanco y negro. Desde luego no puedes negar que su sangre corre por tus venas.
Se quedan en silencio un instante, los “Cuadros de una exposición” suenan creando una reverberación que lo tiñe todo.
-Lo cierto es que tú también me recuerdas mucho a mi tía Zinaida, hermana de mi madre. Tú no llegaste a conocerla porque murió muy joven, lógicamente debe ser una casualidad porque no te une ningún parentesco de sangre. Era una mujer tan hermosa, ¿te conté que de crío estaba enamorado de ella?
Esto sí era una sorpresa para Elvira.
-Pues verás, mi tía Zinaida era una bailarina excepcional, bailó en los mejores teatros de París. Contó entre sus pretendientes a lo más aristocrático de Francia…
Se interrumpe y mira a su mujer como si la viera por primera vez.
-Desde luego Elvira, el parecido que tienes con ella es notable, te miro y me parece estar viéndola, tan alta, tan esbelta, como tú, que te conservas estupendamente a pesar de haber tenido tres hijos y que ya no somos unos jovencitos.
Elvira, disfrutando del cosquilleo en el estómago y deseando que el apagón dure aún unos días más, dice:
-Anda Eufrasio, acerca un poco el candelabro y aviva la lumbre, que te voy a servir otra copa de brandy.
FIN

1 comentario :

Anónimo dijo...

Se te ha olvidado poner el nombre, no sé de quien es este relato. El otro día no lo oí en la reunión, me tuve que ir. Ponle tu nombre
Nieves.