domingo, 9 de diciembre de 2007

TORMENTA PARA DOS. Cristina Prieto

TORMENTA PARA DOS

La luz se apagó de repente, y la débil insinuación del atardecer dejó la estancia en una penumbra cálida. Era un fin de semana distinto para ambos, lejos de su rumiar diario y de los desencantos de la ciudad, perdidos en aquel bosque de abetos cubiertos de nieve, dónde el silencio enaltecía las palabras, y el viento rugía caprichoso.
Se conocían apenas unas semanas, pero ambos, quisieron profundizar el uno en el otro, porque ninguno tenía ya nada que perder. Eran dos solitarios con un montón de cicatrices, que anhelaban una segunda oportunidad. Ella arrastrando sus miedos y frustraciones, por culpa de un matrimonio que la marcó para siempre, condenándola a un sexo mecánico al que se entregaba sin un ápice de deseo, como si su cuerpo fuera incapaz de experimentar las sensaciones en las que el placer nos atrapa, y él con el infortunio a cuestas, de un hombre señalado por un presidio improcedente. Ignoraban mucho el uno del otro, pero en realidad, quizás no querían saber. Y quedaron en encontrarse en aquel refugio, para rescatar del vacío lo poco o mucho que quedaba de ellos, y después de todo, si no funcionaba, solo serían dos días. Ninguno estaba seguro de nada, por eso aquella inesperada circunstancia, que en parte les aislaba del mundo, les dejó sumidos en un silencio tímido que vagó por la habitación como un presagio.
 ¿Tienes frío? –preguntó Mario al cabo de un rato frotándole con una mano la espalda. –Encenderé la chimenea, afortunadamente hay mucha leña disponible. Mientras los troncos prendían, y el chisporroteo del fuego ahuyentaba la ausencia de palabras, el deseo flotaba en el aire como una necesidad oculta.
 Mi anterior pareja, me habría hecho encender el fuego a mí –Dijo con la voz empañada.
 No hablemos de eso. Ya terminó…Ahora estamos tú y yo, solos, y además incomunicados porque la carretera está cortada, lo dijeron esta mañana por la radio, al poco de llegar, no tenemos corriente eléctrica, y el refugio está a más de cuatro kilómetros del pueblo. Creo que esto es una señal…  dijo clavándole los ojos.
 Solo quería que nos conociéramos, en eso quedamos ¿recuerdas?
 Nadie ha dicho otra cosa. Pensaba que a veces las circunstancias nos sorprenden con situaciones curiosas, que pueden incluso marcar nuestro destino. ¿No crees?
 Tal vez, pero no quiero complicarme con otra relación, solo quiero pasar un fin de semana apartada de todo, y me pareció que tu compañía me resultaría grata.
 ¿Y no es así?
 Sí, eso es lo que me sorprende. ¿Sabes? llevo más de dos años separada, y hasta hoy, no me había sentido así, diferente, como si yo misma fuera otra.
 Y tal vez lo eres, la vida nos cambia, pero necesitamos tiempo para ser conscientes de que una etapa ha terminado, y al fin comienza otra.
Marta, se acurrucó contra su pecho, podía sentir sus latidos calmados, acompasados, seguros, y la tibieza de su cuerpo, y aquellas sensaciones casi condenadas al olvido la emocionaron. Sorprendida descubrió que estaba viva, y que aún era capaz de excitarse con un hombre, de desearle, de querer ofrecerse a él sin requiebros ni culpa. Sonrió para sí y le besó. Mario desconectó su pensamiento, solo quería estar allí, abrazado a aquella mujer. Y se aventuró a deslizar despacio sus manos por sus pechos, con cierto temor al rechazo, pero los halló erectos, esperándole. Sus bocas como cuevas húmedas, se exploraron lengua contra lengua, surcando mares de saliva. Él, bordeó su flanco derecho y bajó en línea oblicua hasta el remanso de su sexo, liberándola de las bragas con movimientos titubeantes. Palpó cuidadoso su oquedad carnosa, sintiendo el leve vaivén que ella desplegaba en torno a sus brazos. Acarició la vulva, con suavidad, muy despacio, y poco a poco derribó barreras, y hundió los dedos en su interior, y aquel túnel húmedo le rodeo con fuerza como un anillo que tratara de retenerle, constriñéndole entre sacudidas, mientras a Marta se le escapó un gemido, que tembló en el aire. Entonces ella como en una nube, le desabrochó la camisa y paseó su lengua por su cuerpo, para terminar de rodillas frente a él, abarcando con la boca, su miembro erguido y firme.
Rodaron por el suelo, cerca de la lumbre, ahora el calor sofocaba el ambiente. Ella arrodillada, y él cabalgando sobre su grupa prieta, en perfecta armonía, con un ir y venir que rasgaba el deseo. Sus pechos bailoteaban sedientos bajo sus manos, y cuando sintió que todo se precipitaba, la tomó por el cabello y la atrajo hacía sí para volver a besarla. Se movían al unísono enredados en una melodía compuesta solo para ellos. El reflejo del fuego creaba sombras que cabrioleaban dantescas sobre la pared del fondo. Todo se aceleró, y el placer arrasaba ya sus cuerpos, como un huracán furioso y enloquecido que nadie podía detener. Mario deseó que aquel instante se perpetuara en su piel y en su memoria. Al fin podía disfrutar del sexo después de tres largos años en la cárcel. Y había cientos de mujeres ahí afuera esperándole. Su excitación se desbordó ante aquella idea.
Las sensaciones fluyeron entre los dos como un caudal inagotable, lejanos, y entregados cual dos adolescentes que ávidos de experiencias, se abandonan entre cervezas y speed. Ya no importaba nada, ni sus fracasos, ni sus resentimientos, ni sus rencores, ni tan siquiera el miedo a que cuando todo terminase, imperase de nuevo la soledad en sus vidas…
Marta, al borde del abismo, alcanzado el punto sin retorno, se dejó llevar más allá y apenas coronada la cima, supo que aquello era solo un principio, pero en el fondo quiso creer, que había encontrado la puerta, esa puerta misteriosa y mágica, que prendía sensaciones desconocidas en su cuerpo, liberándola de sus cadenas, y que al fin había traspasado el umbral…

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