martes, 31 de marzo de 2009

"LA REINA EOWYN" ejercicio de fanfiction sobre Aragorn. Diana


LA REINA EOWYN

Y entonces Aragorn, El Montaraz, miró a Eowin, su figura esbelta recortada sobre el fondo rojo enfurecido. El mal palpitando cada vez más cerca, cada vez más amenazante y aterrador.
Aragorn, rey de los hombres, sabía que su destino estaba marcado. Desde niño, desde que empezó a tener una vaga consciencia de su existencia y del mundo que le rodeaba, supo que su camino era el único posible, que sólo viviría para cumplir el mandato de su padre, Arathorn. Vivía con la seguridad que da el saber hacia dónde debía dirigirse, cual era el rumbo a seguir, sabía que todas las demás pasiones eran simplemente pequeñas distracciones que algunas pocas veces podía permitirse, pero que, la mayoría debía reprimir sin titubeos.
En eso pensaba cuando vio a Eowyn, en una de esas pasiones, no sabía cuan grande podía ser, pero estaba ahí, dolorosamente presente. Sólo había amado a una mujer, y de eso hacía ya demasiado tiempo, esa mujer, Arwen, pertenecía a otro mundo, un mundo vedado para él. Desde entonces su corazón herido se acomodó en su pecho ocupando un mínimo espacio, el suficiente para latir sordamente. Era tan inexperto en el amor que se sentía incapaz de reconocer qué era ese estremecimiento que encogía sus entrañas cuando miraba a la escudera de Rohan, la valiente, la que había vencido al temible Nazgul salvándole a él mismo en la batalla de los campos de Pelennor. Sabía, esto lo había visto en sus sueños, que la joven pensaba en él. Desde que lo descubrió se sentía turbado en su presencia y eso no era bueno, podía hacerle dudar cuando necesitara tener la mente despejada pero no sabía cómo luchar contra lo que no debía haber ocurrido nunca.
En su férrea instrucción había aprendido a controlar el dolor físico, había aprendido a no sentir compasión, a que su espada fuera una proyección de su mano y de su mente. Había aprendido a ver y a oír sin necesidad de sus sentidos. A ayunar y a esperar, a escuchar los pensamientos ajenos. Pero no estaba prevenido contra los sentimientos que afloraban en presencia de la joven, quizás no fuera amor lo que sentía, tal vez fuera la convicción de saber que si él moría, ella continuaría el camino.
Miró a Eowyn, de espaldas tenía un aspecto casi infantil, con el cuerpo delgado y el pelo de oro. Y Aragorn se sintió aturdido, pero al girarse la mujer y posar sus ojos claros en él, sintió de pronto toda la fuerza de su estirpe, el valor y la sabiduría de todas las mujeres que, desde los tiempos, dieron vida y cuidaron de ella. Supo que la joven Rohirrim era todas las mujeres y también era todos los hombres que había alumbrado, por primera vez pensó que la fuerza de la creación estaba en la mujer. Sintió sus ojos hondos atravesar su cerebro y ver más allá y entendió por fin quién era la heredera de los hombres y comprendió que mientras ella estuviera viva había esperanzas, esa esperanza que, por momentos, él creía perdida. Supo que la joven sería el germen de una nueva creación y que él debía cuidarla porque era la verdadera guía de la tierra media.
Avanzó hacia ella y dejó que su corazón palpitara con fuerza, acarició con ternura su mejilla y besó sus labios con temor, con veneración y cayó de rodillas ante la Dama, bajó la cabeza en señal de respeto y pronunció las únicas dos palabras que cabía decir “mi señora”.

sábado, 28 de marzo de 2009

"LA ÚLTIMA TENTACIÓN DE BATMAN" (Mi ejercicio de Fanfiction sobre Batman) NIEVES JURADO


No sabría cómo explicar lo que me ocurrió, podría inventarlo todo y nunca se asemejaría lo más mínimo a la realidad. Empezaré por decir que mi nombre era Bruce Wayne, que tenía una cierta inclinación homosexual y que en los últimos años de mi existencia adquirí toda clase de adicciones. También diré que el mundo me conocía como Batman. Sí, yo era Batman, el Caballero Oscuro, el héroe de Gotham City y el soplapollas que vendió su alma al ser más despreciable que jamás haya existido.
Han pasado muchos años desde que, a causa del asesinato de mis padres y con la ayuda de mi mayordomo y confidente Alfred, creé mi alter ego. Me convertí en una sombra viva de la noche, un ser inteligente, amante de la justicia, poseedor de un gran valor y de una increíble fuerza. Ayudaba a la policía en su lucha contra el crimen. A veces pienso que en realidad me convertí en un tipo que andaba por ahí disfrazado de gilipollas con una capa que simulaba las alas de un murciélago, conduciendo un coche llamado Batmóvil y luchando contra enemigos con nombres tan ridículos como Joker o Acertijo. En honor a la verdad señalaré que la etapa más feliz y gratificante fue cuando iba acompañado de mi joven y muy querido amigo Robin. De igual forma reconozco que me apasionaba ser un héroe enigmático venerado por las masas. Pero todo tiene un precio. Con los años, Robin me abandonó, aceptó un cheque millonario y se fue como jefe de la Guardia Suiza del Vaticano. He oído que le va muy bien, incluso que allí ha tenido varios amantes muy influyentes. El viejo Alfred ingresó en una secta satánica dirigida por Joker y más tarde fue internado en un psiquiátrico a causa de las alucinaciones que padecía, probablemente fruto de las pastillas que tomaba desde hacía años para poder soportar la presión que yo le imponía diariamente obligándole a guardar mi secreto y a encargarse del cuidado de la baticueva, localizada bajo la mansión Wayne. Respecto a mí, yo colgué la capa, la máscara y vendí el coche a un circo que andaba cerca. Pero mi alter ego se había hecho demasiado poderoso y Batman nunca me perdonó que lo abandonara de aquella manera. Gasté mi dinero en el juego, la bebida, las drogas, prostíbulos, ya sea con hombres o con mujeres. Como era de esperar, mis deudas ocasionaron que los bancos me embargaran la mansión y otros bienes, herencia de mis padres. Me quedé en la ruina. Aún así, la policía conectó alguna vez más la batseñal solicitando mi ayuda. Y cuando yo la veía reflejada en el cielo sombrío de la noche, mi interior justiciero no podía evitar resurgir de nuevo. Pero mi físico había cambiado, y mucho, ya no había forma de encajarme ese estrecho y ridículo traje diseñado para un hombre corpulento y en forma como Batman, no para el gordo barrigón de Bruce Wayne. El Caballero Oscuro no pudo aguantar la decadencia y la humillación a la que yo le estaba sometiendo. Una mañana turbia y fría me levanté con una terrible resaca. Mi lengua parecía hecha de corcho y mi estomago vaciaba su interior como si arrojara un cubo de agua sucia. Me miré al espejo en el aseo del ruinoso motel donde me alojaba. Y entonces lo vi. Batman peleaba por salir de mi interior. Mis orejas, mis ojos, mi nariz, toda mi cara era de murciélago. Incluso tenía un par de colmillos como los vampiros. Estaba horrorizado, no entendía por qué mi alter ego quería destrozarme de aquella manera. Miré mi cuerpo, estaba cubierto de pelo negro y corto. No tenía brazos, en su lugar había un par de membranas finas y grandes como las alas de los murciélagos. Sin duda me había transformado en una sucia rata voladora, ahora sí que era un auténtico hombre-murciélago. Mi oído se vio alterado y empecé a oír todos los sonidos de la noche, me obsesionaba con ellos. Mi instinto estaba fuera de control, me empujaba a sobrevolar la ciudad, a buscar víctimas inocentes pero no para salvarlas de sus atacantes, mi objetivo era beber su sangre, me di cuenta que la necesitaba y no podía evitar esa desmesurada sed que se adueñaba de mi mente como un parásito.
Una noche especialmente oscura por la ausencia de luna, vino a mí un ser tan enigmático como atrayente. Su voz era profunda, no parecía de este mundo, y me hizo una proposición que no pude rechazar. Me ofreció la inmortalidad, recuperar mi forma humana y adoptar la de murciélago sólo para volar en busca de comida cuando llegara el crepúsculo. Viviría en su castillo y a cambio yo le daría mi alma de criatura mortal. Y así lo hice, no tenía nada que perder; o eso creía, porque sin saberlo estaba perdiendo lo más importante que me quedaba: mi esencia. Ahora vivo en Transilvania, no puedo ver la luz del sol y mi instinto salvaje me obliga a alimentarme de sangre humana. Soy un asesino sediento de muerte y estoy condenado a vivir eternamente como una bestia sin alma y sin identidad. El conde Drácula se apoderó de ella. Ahora él es Batman, el héroe justiciero de Gotham City.

viernes, 27 de marzo de 2009

ENCUENTRO EN LA OSCURIDAD (Mi ejercicio de fanfiction sobre Batman. Ana)


La oscuridad fue testigo mudo de nuestro primer encuentro, tan breve como inesperado, sólo un instante de breve roce y vuelo de capa que me sirvió para tomar conciencia de la existencia de otros seres que como yo utilizan la noche: No es que no supiera que no existen, a menudo los encuentro deambulando como espectros, ocultos en las sombras de las sombras para no ser vistos, dedicados a las profesiones más extrañas, pero a alguien así, enfundado en traje oscuro, con una capa negra como la noche y con una máscara ocultándole el rostro como un personaje de carnaval que se ha perdido en el tiempo, a alguien así jamás lo había visto. Y he de decir que a pesar de su aspecto un tanto extraño, algo en su caminar atrajo mi atención, no parecía un loco disfrazado.
No me costó mucho trabajo averiguar que ese ser con el que había tenido un breve roce era el mismo del que hablaban la prensa, un tal “Batman” denominado así por la similitud de su apariencia con la de un murciélago. En todas las portadas de los periódicos de cuya seriedad se podría realmente dudar, aparecían fotos suyas enfrentándose a enemigos malvados, parecía ser una adalid de la justicia y el bien, lo cual, he de decir fue lo que acabó atrayendo finalmente mi atención.
Si mi profesión podía calificarse en ciertos círculos como morbosa, la suya no lo era menos a mi parecer.
Durante un tiempo me limité a observar y admirar sus gráciles movimientos, esa manera de actuar nocturna, me admiraba esa profunda seguridad en si mismo que incluso le impedía sentirse ridículo bajo aquel traje de superhéroe que por lo demás le sentaba francamente bien.
Durante esas noches en las que me convertí en su sombra fueron varias ocasiones en las que reparó en mí, fue así como descubrí debajo de esa máscara una mirada profunda e intensamente marrón. Sin darme cuenta fui cayendo en las redes de algo similar al amor, yo que siempre me había considerado más afín a pasiones más bajas y mundanas, me encontré rememorando a escondidas su silueta.


Lo más inteligente en mi caso hubiera sido dejar pasar el tiempo, olvidar esa semilla que se había instalado en mi corazón y que crecía hundiendo sus raíces en mi vida, impidiéndome ver más allá de unos músculos bien formados y el color avellana de su mirada, pero no lo hice. Comencé a pensar que realmente éramos dos personas solitarias, que amaban la noche y que quizá tendríamos más cosas en común que valía la pena averiguar.
Una noche le pedí que me acompañara, “sólo como amigos”, le dije, ya me siento parte de tu vida, sólo sería un trámite. Él me miró confundido, pero creo que lo deseaba tanto como yo, la soledad compartida nos unió bajo el cielo nocturno de la ciudad.
Los encuentros se fueron sucediendo, llegando a ser diarios. Una invisible red nos fue envolviendo en una relación pasional que creció hasta límites insospechados, y así fuimos olvidando las reglas para abandonarnos a nuestros cuerpos de una manera cada vez más salvaje…Pero todo toda pasión tiene un final.
Aquella última noche me dejé llevar por mis instintos de tal manera que olvidé incluso mi naturaleza, precisamente aquello que le atrajo de mí, mi lado nocturno y salvaje fue lo que le destruyó… No pude evitarlo, en el momento más álgido ocurrió, su sangre tenía un olor tan sublime, y yo había pasado tantas noches imaginando su cuello cediendo a mis colmillos...

jueves, 26 de marzo de 2009

Plaza Mayor de Salamanca.



12 Miradas, nuestro libro viajero, ha comenzado su viaje en la Plaza Mayor de Salamanca. Cuando alguien llega por primera vez a Salamanca siente una fuerza que le arrastra, como si fuera un imán, al centro neurálgico de la ciudad.


La experiencia de liberar nuestro libro en esta maravillosa ciudad ha sido única,muy emocionante.


...entonces no quise mirar atrás, pero no pude resistir la tentación y lo hice justo antes de salir de la plaza, giré mi cabeza y volví a ver por última vez nuestro libro en el banco de piedra donde unos segundo antes lo había dejado. Sólo habían pasado escasos minutos desde que hiciera mi última fotografía ...
12 Miradas había encontrado ya un nuevo tiempo entre las manos de una mujer desconocida.


Quiero liberar 12 Miradas en otras ciudades, ya os contaré.


En la Plaza Mayor de Salamanca la ciudad vive y recibe. Aquí se escribe la historia de esta ciudad castellana sobria, austera y estudiantil. Todo pasa aquí. Esta plaza barrora, lugar de encuentro, tiene un suave y agradable color dorado de la piedra de Villamayor, cuenta con 88 arcadas en cuyas enjutas se encuentran tallados 57 medallones-quedan 32 libres-con los rostros de ilustres personajes de la historia de España: reyes, descubridores y colonizadores de América, Santa Teresa, Miguel de Unamuno y Fray Luis de León, entre otros.


Un fuerte abrazo a tod@s.
Mercedes Zayas

ROCINANTE. Ejercicio de Fanfictión de Trinidad Alicia García Valero

Soy Rocinante; Ya sé que la mayoría de vosotros conocéis mi nombre, pues mis andanzas junto con mi amo y caballero don Quijote de la Mancha, me han hecho mundialmente famoso. Se llegó a compararme con el sin par” Babieca” (por si alguna de sus mercedes no lo saben): el valeroso caballo del Cid Campeador.
Tal como él de valeroso me sentía yo, cuando salimos a campo abierto, provisto mi amo de lujosa armadura y lanza, y adornada mi noble estampa con silla y aparejos parecidos.
¿Qué deciros de mi vida gloriosa y tantas veces arrastrada por los castillos, primero de mi Mancha natal y después por toda la ancha y larga, geografía de España?
Y algunas de esas veces he sentido, (aparte del natural orgullo, de ir con tan notable y honroso hombre de armas), unas inmensas ganas de llorar tendido en los secos ribazos de mi no menos, seca Mancha. Otras veces (como rocín noble que soy), guapas yeguas pasaron por mi aún, corta vida de caballo batallador, hasta una vez un caballo tordo de apariencia peleón, entró en mi honrosa cuadra, con la insana intención de hacerme proposiciones deshonrosas; ¡a mí! ¡Al caballo del sin par don Quijote de la Mancha!
! Macho y padre de varias yeguas y caballos de alcurnia! Me sentí en la obligación de ofenderme gravemente y le disparé una coz con tal fuerza que, si llega a darle…
Otra de las veces ocurrió que, volvíamos de aquel lejano castillo, donde mi señor, fue nombrado caballero por el venerable castellano que lo habitaba. Venía jubiloso después de salvar al muchachuelo, de las garras del villano que lo apaleaba. ¡Estuvo esplendido mi señor! Con la lanza al ristre, amenazando al ruin. Pero que gran tristeza sufrí al poco trecho.
Ya jubiloso marchaba yo, hacía la aldea, con no pocas ganas de llegar, fueron muchas las emociones y sinsabores, amén del hambre que pasé en el camino. Cuando vimos al grupo de príncipes que, acompañados de su séquito iban en busca de algo, no sé muy bien qué, pudieran ser aventuras como las nuestras, que no, ¡nunca como las nuestras! Mi amo creyose en la obligación de honrar a su amada y les instó a proclamar su belleza, ¡ah malandrines! No sólo no lo hicieron los muy cobardes, sino que alguien me puso entremedias de las patas traseras un palo, con tan mala fortuna que caí, tirando a mí sin par amo don Quijote. Debo decir que fue una de las primeras y grandes humillaciones que tuve que sufrir en nuestras intrincadas y maravillosas aventuras. Ver a mi señor rodando por el suelo y apaleado por un vil criado, que ya si fuera un rey… ¡Pobre de él y pobre de mí! Mi amo, aunque no era su costumbre, descargó su furia conmigo y yo inocente, sin poder demostrar lo sucedido, agaché mis hiniestas orejas y lloré, como sólo saben llorar los caballos nobles de raza y corazón. Menos mal que acertó a pasar por allí el señor Marqués de la Mantua, que, viéndonos en tal estado, puso a mi gran señor en su hermosa yegua parda y encima de mi grupa (que fue un honor) sus muchos tesoros y él como buen y generoso caballero fue andando.
La entrada a la aldea fue de noche, para evitar algún que otro mal pensamiento por parte de la gente plebeya y mal pensada. Ya en la mansión me llevaron a las caballerizas donde reposé mi maltrecho y enjuto cuerpo. Estaba seguro, como así fue, que ésta no iba a ser la primera de las muchas aventuras que me esperaban, nunca un caballo, a pesar del cansancio y el hambre, se sintió más honrado y feliz, y como era de esperar, un criado fiel me trajo doble ración de paja y agua.

miércoles, 25 de marzo de 2009

NO VOLVERÉ NUNCA JAMÁS (Mi ejercicio de fanfiction sobre Campanilla. Gracia)


La pequeña hada suspiró tristemente. Llevaba demasiado tiempo volando, sus fuerzas se estaban agotando y en el horizonte no aparecía ninguna señal que indicara que se acercaba a algún sitio. Miró hacia abajo, sus alas no responderían al mojarse. Así es que no quería caer al mar, pero sabía que le quedaba poco aguante. Se lamentó de haber tomado aquella dirección, incluso de haber abandonado la isla, pero recordó a la lamentable de Wendy y supo con certeza que tarde o temprano lo habría hecho. Finalmente perdió la esperanza de que esa niña con aires de grandeza y pija a más no poder terminara cansándose del baboso de Peter, y tuvo que admitir que aquella relación grimosa estaba dando para mucho. Bag… Ese Peter le había decepcionado. Y ella era una tonta, para qué engañarse. Por eso decidió marcharse, y tenía claro que no quería recorrer el camino que la llevase al país de los humanos, con unos cuantos mocosos había tenido bastante, y estaba segura de que no se iba a llevar muy bien con ellos o de que la tomarían por una mariposa extraña y acabaría con un alfiler en la barriga dentro de un marco. Así es que una vez tomada la decisión de irse sólo le quedó aventurarse en aquel viaje a no tenía ni idea dónde. Con Peter nunca habían explorado aquella ruta, pero estaba segura de que lo que se encontrase no iba a ser peor que lo que había estado sufriendo esos últimos meses.
La pequeña hada volvió a suspirar. No podía seguir. Oteó hacía la lejanía. Su corazón dio un brinco, ¿aquello era tierra?, ¿de verdad lo era? Entonces sólo tenía que hacer un esfuerzo más. Vamos, un pequeño esfuerzo Campanilla, que tú puedes…

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…“¿Qué ha pasado?, ¿dónde estoy?, ¿lo he conseguido de veras?, y ¿quién es ese? Oh, no, por favor, un humano, no. Tanto esfuerzo para volver a dar con ellos... Está de espaldas, pero por su porte sin duda que se trata de un hombre. Oh, se está dando la vuelta, se ha dado cuenta de que he despertado, se acerca… creo que sonríe, pero veo un poco borroso. Me está hablando. Vaya, ahora lo veo mejor… sí, sí, mucho mejor que los que he conocido de su misma especie, desde luego deja a Peter a la altura de un vulgar mendrugo. Humm, qué grande es, y qué atractivo. Que se bañaba en el mar cuando he caído sobre él (mira que desmayarme precisamente en esos momentos…). Que sorprendido porque nunca había visto una criatura igual (aunque asegura haber visto muchas), me ha traído a la arena y me ha tapado y vigilado durante horas (qué majo). Que se llama Aragorn (curioso nombre). Pero parece ser que no me entiende cuando yo hablo: le he dado las gracias y le he dicho mi nombre y me ha mirado como atontado. Era mucho pedir, claro: un hombre guapo y que además me comprendiese, ni en los cuentos, vamos. Me pregunta que qué me puede ofrecer para comer (sin duda es atento). Pero a ver cómo le digo que con un par de flores yo me apaño… Vaya, soy buena con esto de los gestos, pero dice que por estos lugares, que señala como Tierra Media o algo por el estilo, no hay mucha vegetación y me invita a viajar con él en su caballo hasta otro sitio donde me sentiré mejor, la Comarca parece que se llama, que allí habitan los hobbits, a los que describe como pequeños y amables seres con los que cree que me voy a llevar bien. Yo asiento con una sonrisa, ¿a ver qué voy a hacer? Ya que he llegado hasta aquí debo arriesgarme. Y como nunca se sabe, quizá allá donde vamos encuentre a un hombre como él pero de mi tamaño…”.

lunes, 23 de marzo de 2009

"Natalie", por Pepi

En la última reunión contamos con la presencia de Pepi, que se incorpora a nuestro club. Después de escuchar nuestros trabajos, nos leyó su "Natalie" que me gustó muchísimo. Le he pedido permiso para colgarlo en el blog y que todos lo podamos disfrutar. Me llegó la forma en que se expresa el personaje, la niña Natalie, inocente y desvalida ante un mundo cruel y adverso. Qué pena que no se pueda reproducir el toque especial con que Pepi nos leyó su relato y que me hizo sentir a Natalie tan próxima a mí.

Una cosa más. Este relato ha recibido el Segundo Premio del I Certamen Regional Femenino de Narrativa "Ciudad de Chinchilla" 2005.

Os dejo con su cuento. Un beso para todos. Toñi.

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"Natalie"
escrito por Pepi
"Me dicen que mi nombre es Natalie y asiento con la mirada cruzando el momento, acaso deberé olvidarme de aquel otro que me pusieron al sacarme de pila, el nombre de mi abuela y de su mamá. El nombre que me anclaba mis raíces como decía mi viejita con la brisa resoplando entre los dientes huidos. Me aseguran que éste cuadra más con mi cara y con mi acento, que a ellos les parece dulzón, a pesar de que yo me escucho igual que siempre. Mi otro nombre es tosco sin estilo, no es pegadizo. ¿Qué más me da a mí? Si mi madre está al otro lado del gran mar y no podría oír semejante desatino aunque afinase mucho la oreja.
El rostro oscuro opina que el nombre es tan importante en la primera impresión como el vestido que llevas puesto, con la diferencia de que el primero es para siempre y el vestido lo podemos mudar a cada rato. El rostro oscuro dice muchas cosas que yo no alcanzo a comprender. Pero ahora sé que le pertenezco, que ya no soy mía. Es como si me hubiera comprado por correo a la capital, eligiéndome junto a las otras en un gran catálogo de muchachas, donde las más lindas son las que interesan.
No lo entiendo aún, cuando allá en mi tierra le contaron a mi mamá que era la gran oportunidad para la familia, que más tarde podrían venirse acá todos ellos y viviríamos felices, atiborrados de comida hasta reventar. Yo me sentí como heroína de un cuento mágico, para que el más chico dejase de sorber de los senos cansados de mi madre que hace ya tiempo se secaron, para que la hermana Camila llevase el día del casorio ese vestido del que oyó hablar por el aparato de radio del Café de León, hasta para mi mamá habría dinero y podría ponerse los dientes de en medio, que se le cayeron hace tanto que ni me acuerdo de verla con la dentada completa y entonces roería la caña sin penas, habría tortas para todos y composturas nuevas.
Sí, yo era la heroína allá, pero ahora como que nadie me deja serlo. Soy Natalie de día y de noche. Me quitaron la falda marrón que la hermana grande guardaba igual que un tesoro y la blusa que me cosieron entre todas de un pedazo de lienzo apenas remendado. Lo llamaban los pingajos y hasta creo que se me rieron en la espalda. Me dieron “blue jeans” ajustados, cortados de la mitad del muslo para arriba, camisas que se clareaban hasta las entendederas y unos sostenes de colores que ellos llamaban “tops”, tal vez porque no servían para debajo de la ropa sino para enseñar casi todas las vergüenzas, a pesar de que yo aún no tenía muchas si me comparaba con las muchachas mayores, si que era raro el negocio.
Mi abuela siempre me amenazó con el fuego eterno, si me dejaba ver o tocar mis cosas por algún varón. Decía que era pecado de muerte si antes no te echaron la bendición, pero esta gente de ahora opinaba lo contrario y el hombre de rostro oscuro se me ponía gigante si yo le llegaba a contradecir y hasta me golpeaba para que aprendiese quién era el dueño. Otras veces se ponía más amable, me acariciaba, decía que mi piel era oscura pero sedosa y que tenía el mejor cuerpo que vio en alguien de mi edad. Yo hacía por creerle, ¿acaso no era él, mi bienhechor? El guardián que me arrancó de la miseria, el que pagaba siempre: el gran viaje, mis cosas acá…la deuda debía ser inmensa y por fuerza tenía que trabajar mucho si quería que algún día me hiciera el favor de perdonármela y dejarme ir.
Y me chocaban tantas cosas. Todo tenía un color extraño que se me agarraba a los ojos, como un tinte cansino. Allá me decían las mujeres de mi casa que sirviera bien, que limpiase con buen ojo, que tendría un bonito cuarto para dormir y un lindo uniforme para que todo el mundo supiera que yo era la que trabajaba para los señores y eso sería un orgullo muy grande para mí.
Pero al llegar como que todo se descompuso. La historia no cuadraba de veras. Yo tenía un cuarto compartido con varias extrañas de caras asustadas, supongo que como la mía. Había algunas recámaras más bonitas, todas pintadas de colores relucientes. Pero esas las debía compartir para trabajar con hombres extraños, que se comportaban como si también ellos fueran un poco mis dueños y si no quedaban complacidos, el rostro oscuro venía y la golpiza era segura.
Tampoco tenía nada que limpiar salvo esa sensación de suciedad pegajosa que se me enganchaba en las manos, en el pecho, hasta en el fondo de mis entrañas y que por más que lavase no quería salir. Hasta en la garganta se me agriaba a cada rato. Luego venía otro trago hueso, cuando nos metían en aquella furgoneta de nauseabundo olor a sentimientos quebrados y al poco de camino, nos dejaban aparcadas a cada dos o tres muchachas en una carretera con muchos árboles que sonaban de viento amenazadores.
Allá a lo lejos cuando era de atardecida se podía ver gente, seguro que preñados todos de cosas lindas como decía mi amiga Aroa (siempre fue Juliana hasta que el país le abrió los brazos).
Pero jamás se llegaron a acercar ni siquiera un poco, no sea que fuéramos a robarles esa felicidad que se les adivinaba en el gesto, claro y al no mediar palabra no llegaban a saber que éramos buena gente, extranjeras sí, pero con lo de la Madre Patria como que todo debía quedar en familia.
A mí me daba envidia imaginar los bebitos que jugaban, pero no lo reclamaba en alto no fuera a servir de risión a las demás.
Las noches de más invierno eran horribles, porque el trabajo ese si que nunca variaba: hablar melosas, dispuestas para el señor que frenase el auto, después un mal rato porque los hombres pedían cosas extrañas que a veces dolían o daban ganas de vomitar hasta dejar sana la barriga o como que se volvían violentos si no les gustaba el trabajo, pero eso jamás lo aprendimos en la escuela o en el fogón de nuestras madres.
¿Qué querían si no? Pero de que llegaba la anochecida comenzaba la tiritera, los huesos se nos calaban con una sensación seca, cortante, igual que si te desgarraran de las carnes para dentro.
Había dos chicas de piel blanquita, casi transparente que no le daban grandísima importancia al aire que se enredaba en nuestro pelo y nuestra garganta, decían que eran del este (no sé dónde quedaría ese lugar…) y que en su país el frío era mucho mayor y la nieve caía de seguido. Pero nosotras y las africanas de la vuelta de la curva lo pasábamos fatal. Luego si a alguna se nos ocurría echarnos la rebeca por lo alto, antes o después llegaba a oídos del rostro oscuro que se ponía furioso de veras. Decía que cómo iban a comprar el género si tapábamos los escaparates. A mí se me hacían odiosas las pantaletas minúsculas que llevábamos, las otras las llamaban “tangas” ya viste ni el nombre me llegaba a gustar…
Yo soñaba entonces con aquel caldo de achicoria que mi abuela hacía hervir en el fogón. Me salían sus palabras hasta por los ojos. Aquella terneza con que me cobijaba entre sus faldas enormes de mulata arrugada, a poco podía paladear el sabor tibio del brebaje y cómo que me sentía aliviada al instante. Pero un auto frenaba de nuevo y las tres o cuatro asaltábamos la ventanilla para que la voz de dentro pudiera escoger mejor.
Yo no sé si aquello era bueno o malo, en mi pueblo jamás lo vi. Solo alguna vez las viejas comadreando entre dientes decían chismes de alguna “mala mujer” pero creo que no habría de ser lo mismo, porque el rostro oscuro aseguraba que en Europa el trabajo nuestro era de lo más solicitado y que teníamos enorme suerte de haberlo conocido, porque él era legal y cuando la deuda se hubiese rebajado, nos daría los papeles y ya sería cosa nuestra seguir en el oficio o mudar de faena.
Ya ni me acuerdo como llegaba a ser de grande la obligación, porque los billetes no conseguían rozarme las manos. El decía que era mejor así, que ya avisaría cuando la fecha se acercase, que no era bueno que manejásemos plata, porque alguien de mala fe podía engañarnos y lo decía así como serio, como hombre. Pero yo le veía en los ojos burbujas mentirosas que nunca se disipaban.
Si hubiera estado aquí la Chabela, la “mujer santa” de mi pueblo, de seguro habría mirado en el fondo, bien en el fondo de sus palabras y hubiera conocido al instante si mentía o decía la verdad. ¡La vieja dichosa! Tanto miedo que nos daba cuando pasaba cerca nuestro con una retahíla de oraciones hilvanadas en la boca, que solo ella aprendió en otra vida decían.
Aunque nunca comprendí para qué quiere una persona más de una vida, si sólo tiene una cara, unos brazos, qué sé yo… para gastarlos en ella. Pero sí, si Chabela hubiera visto lo que el hombre sin rostro callaba, ¡pero yo! ¿Qué podía hacer? Esperar quizás al cumplir los catorce (sólo faltaban dos meses). Ya sería una mujer y entonces las luces de cuando chica regresasen y yo no tendría esa comezón en la boca del estómago, que me roe como un gusano hambriento cada vez que la tarde se me acaba y las sonrisas de los hombres como que me quieren amenazar.
Y a veces por el día que es cuando se duerme en este oficio, se me agolpan negras en los sueños y me duelen, me duelen de verás, ¿qué no les dará pena que sólo soy una niña?
Los niños deben soñar serenos, sí, eso si es seguro. Pero se ve que aquí ya no soy una niña. ¡ya no sé lo que soy! Lo que si me representa a cada poco es que cada vez estoy más lejos de mí misma.
Hay dos yo, uno el de allá lejos, que regresa cuando quiere a jalarme los recuerdos bonitos para llevarme con ellos y dormir de noche y arrancar las matas al lado de mi madre que se queja de la espalda, porque el bebé se le agarra a los huesos de tanto cargarlo, ponerle candelitas al santo cuando alguno se pone chueco, escuchar a las viejitas de chisme sentaditas en las puertas de sus casas, esperando para cazar la primera brisa fresca de la temporada y jalarla a los cuartos recalentados de todo el día.
Y mi abuela, ¡ay mi abuelita! Mucho más desdentada que mi mamá, con la cara como una fruta reseca y pasada, tirando de mí, riñéndome pero con ojos de que no, de que los que ya se pasaron de años, siempre tienen la culpada en la boca. Pero es solo por aparentar, por hacer respeto, dicen ellos, porque luego nunca quieren acabar el plato. Aunque los pellejos les lleguen al suelo, nos meten los restos en la boca de los niños y nos jalean para ver quien acaba antes la convidada. Ese yo sí que me gusta, pero éste de acá como que no debe ser bueno.
Las otras muchachas apenas gritan para que las dejen ir y se van, pero al cabo regresan con el rostro golpeado, tan lleno de moratones que luego apenas pueden taparlos con los polvos de la cara y como me ven chiquita, me dicen que no proteste, que haga bien mi trabajo para que nadie se le queje de mí al que no tiene rostro. Y claro, yo me acuerdo de la deuda, de los ojos grandones de los míos, que cuando el hambre llega, se hacen más hondos, igual que si quisieran llorar, pero se hubieran sorbido las lágrimas e hicieran mucha fuerza sin conseguirlo. Y eso también me duele.
Y pienso que tengo que hacerme de verdad heroína para ellos y darme mucha prisa, no se me vaya a enfermar alguno de no echarle apenas a la barriga, o morirse que eso sí que lo he visto yo, alguna vez en mi pueblo. Porque los llantos van de casa en casa como reguero de tristeza amarilla y voy y le pongo buena cara a las pantaletas y al frío de por la noche y me prometo a mí misma decir a todo que sí, para que los hombres den parabienes de mi tarea y la deuda se me haga cada vez más chica. ¡Y ya no recuerdo mi nombre de ayer, tantas veces como lo oí y ya lo olvidé!
Ahora soy Natalie, Natalie de noche, dando saltitos para espantar el frío de la carretera cuando me quiera morder. Natalie para decir que sí a los deseos negros que me buscan sin acordarse de que aún soy niña. Natalie para soñar con los ojos bien cerrados, cuando mi cuerpo deja de ser mío. Heroína por el día, ama de mis pensamientos, de la memoria hasta donde nadie llega porque la escondí bien cerquita del corazón, así las manos que me hurgan no la alcanzarán jamás. Por mucho que estrujen y rompan le haré caso a Aroa (Juliana para siempre). Ella es más grande y como que sabe más de todo. Dice que aprenda a pintar de lindo los raticos peores, que juegue en el pensamiento, que dé brincos y volteretas porque el pensar es libre y nadie me lo puede robar. ¡sí! Eso haré cuando pare el próximo auto.
Diré a todo qué bueno, pero mientras me escaparé, cruzaré el gran mar e iré a refugiarme en las manos tostadas de mi abuelita. Seguro que cuando se dé cuenta de la comezón de la barriga no me deja regresarme y aunque Natalie continúe asomada por el cristal de la ventanilla que se detuvo, yo, yo el yo mío para siempre se acomode al calor del aliento de mi vieja, que me consolará poco a poco del frío pasado."

viernes, 20 de marzo de 2009

Ejercicio propuesto para el miércoles 1 de abril



Imaginad que os proponen escribir vuestras memorias. Ha pasado el tiempo, habéis escrito y publicado muchos libros, habéis recibido numerosos premios. Estais cansados de conceder entrevistas...

El ejercicio consiste en contar alguna anécdota (real o imaginaria) como si fuera parte de vuestra biografía. A ver qué sale...

sábado, 14 de marzo de 2009

Desde Amsterdam

Desde la ciudad de las bicicletas, los canales, los molinos, los tulipanes, el Barrio Rojo ... la tolerancia ... y con muchos motivos para encontrar inspiracion, os mando un beso. To;i

EL PASO DEL TREN. Versión del cuento "El río" de Cortazar, por Cristina Prieto.

Tu cambio fue insidioso e inequívoco. Una mariposa convertida en oruga, un gusano que repta debajo de las sábanas, o quizás una serpiente de lengua bífida que envenena con sus palabras acusadoras. Lograste convertir la miel en vinagre, el sabor dulce de un néctar mágico en amarga hiel… y a pesar de todo aún te veo cerca, con tus ondulaciones instintivas que me atrapan en pensamientos contradictorios. La presión crece hasta estallar dentro de mi cabeza, late con autonomía propia, se abre paso entre los dos hasta sumergirnos en el hastío frío de un deseo truncado.
Enlazo sin embargo mi cuerpo al tuyo, imaginando que aún puedo ser yo quien libe tu denso almíbar de inquietante sabor, pero el contacto se transforma en un rechazo de alfileres que se clavan en mis manos cansadas de estar vacías, flotando en la nada de una piel resbaladiza que me estremece, y me incita a deslizarlas un vez más por tu cintura cimbreante que convulsa se resiste. Resuenan en mis oídos tus reproches mudos a fuerza de gritarlos, y ahuyentas mis apetencias en resquicios de un presente que se deshace como polvo de cadáver.
Espasmos de carne sobre un lecho partido en dos, que acoge en la oscuridad una madrugada más de fuerzas enfrentadas. Y los jadeos aquietados tras un altercado agónico de miembros desmembrados, exhaustos de insurrecciones carnales y luchas de desazón.
Me increpas que yo ya no soy yo, que nunca fui lo que imaginaste, que jamás te di un minuto de anhelo, pero no te percibes en tu trasformación, no eres consciente de tus errores, de ese debate caliente y amenazante que se desliza hasta envolvernos en una soledad densa y ofuscada.
Y te fuiste aquella tarde de nubes negras, cuando el reloj perdió la cuenta de las batallas libradas en el comedor, de los desastres maltrechos del dormitorio, de las comidas insípidas para dos. ¿Te fuiste o te quedaste callada un momento?
Sólo era un tren que corría cortando el aliento de tus labios fríos, y tú debatiéndote en la duda de un salto mortal hacía delante, titubeando en el minuto preciso, lanzando el último dardo envenenado que habría de vengar tantos silencios vanos, tantos gestos torcidos, tanta indiferencia deliberada.
Y yo tras tu estela de recuerdos desfigurados, como animal hurgando en tierra de otro, en busca de un manjar putrefacto que alguien olvidó entre la maleza. Días de tedio y sermones que acabaron con la ilusión enfermiza de tu piel firme y apetecible, y noches de calor compartido bajo el cobertor, espalda contra espalda, aspirando tu aroma incitante en la penumbra de las caricias reprimidas. Y una pierna que roza, que busca, que ambiguamente se desliza despacio al encuentro de tu cuerpo adormecido. Perfume de sendas caprichosas, que exploré antes de una verdad tan inmutable como la muerte. Aún puedo regresarlo a mi memoria si cierro los ojos, y me aisló de este andén de maletas vacías, dónde espero un destino que nos salve.
El tren avanza deprisa, estremeciendo los segundos de un viaje imaginario. Escucho su silbato, lo veo pasar desde la ventana, y advierto como los desdenes se suceden a su paso, casi puedo alcanzarlos con la punta de los dedos, y regresas hasta mis ojos, reflejo de cristal, en un intento vano de crisparme.
No quiero más mañanas del mismo brebaje caliente para el desayuno, no soporto la sopa insulsa, ni la mirada vacía frente a un televisor encendido. Sólo el tren puede alejarnos, separarnos para siempre de la soledad que atenaza nuestras vidas, de esta telaraña pegajosa cuajada de ofensas y desvaríos, que nunca tuvo presa más paciente y mansa.
De pronto tus brazos traspasan la línea, se elevan infructuosos en la zozobra de una bofetada fallida, que desgarra aún más los jirones de un infierno compartido. Y te venzo con paciencia, doblegando tu negativa obstinada, hasta conquistar el mapa de tu cuerpo que se debate bajo el mío entre gemidos sofocados. Me vuelvo hacía el horizonte desdibujado, y ahora el tren está tan cerca… Un mal pensamiento me asalta, y me instiga en forma de garras afiladas que claman venganza. Casi puedo recrear el acto cruel en un solo movimiento, un único instante decidido, el último empujón brutal, y entonces, entonces, tu mirada enfrentada en rebeldía, el fin de la pesadilla de tenerte sin tocarte, de tocarte sin tenerte, un amasijo informe de huesos rotos y sangre esparcida, y la convulsión de la gente en la estación, dónde el olor de la libertad se derrama tentándome… Pero ¿eres tú quien se lanza hacia la oscuridad de un choque mortal, o soy yo quien anhelo el silencio detenido?...

jueves, 12 de marzo de 2009

Una versión más a la palestra. Trinidad Alicia Garcia Valero




Lo recuerdo, sí, lo recuerdo, fue aquel día lluvioso a la orilla del mar; éste, embravecido, lanzaba su fuerza deslumbrante y feroz contra las rocas.
Tus ojos cambiaban de color al compás de las enormes olas. Me miraste suplicante y dijiste con pena que había llegado la hora de partir; yo no comprendía.
Tuvieron que pasar semanas para que pudiera hacerlo. Jurabas una y otra vez, entre palabras soeces y portazos sin ton ni son, que te ibas a matar que, tal vez, fuera el mar quien te llevara, o pudieran ser dos tubos de pastillas mezcladas con ron. Sigo escuchando día tras día las mismas amenazas, los mismos lamentos. ¿Sabes? ya no te hago caso, me inquietan poco tus palabras, dejo paso a mi vida, esa vida que he creado por la gracia y desgracia de la tuya… Estás ahí, me miras con ojos de loco celoso y dolido… A veces me digo que sería mejor que cumplieras todas tus amenazas y te quitaras de en medio de una puñetera vez; pero las más, recurro a la añoranza, a los hermosos veranos en el mar, que tanto nombras como arma de muerte, lo veo bello contigo, besándonos entre las rocas; aunque ahora me des pena, con tus remiendos de pastillas y gotas, tus zapatillas desgastadas y el cinturón colgando de tu bata. Así, me miras por encima de las gafas. Yo, me siento a tu lado y empiezo a contarte algo bonito. Das un bufido y desapareces de mi vista, encerrándote en el cuarto de baño. Después sales con el ceño fruncido, quejándote de todo. Pero no lloras nunca, sólo lloriqueas y me gustaría verte llorar de verdad, que tu llanto lavara un poco esa mente oscura.
Pienso que la lástima mata los sueños y sabes que a mí me gusta soñar. Verte con ese desespero de no se qué pena que nunca me contaste, me deprime, pese a que ya me he acostumbrado a tus quejas, al maloliente olor de tu pipa y al pijama viejo, que corro a lavar cuando te duchas, sé que es tu preferido.
Cenamos a una luz tenue de velas, porque dices que te abruma la lámpara del salón; luego, mientras yo navego por otros puertos de luz, tú te desesperas con la negrura del insomnio y juras que es mejor morir mil veces. Te oigo tan lejos…

Llueve tercamente, las gotas rebotan en mi mercedes último modelo.
Paul, a mi lado, no cesa de quejarse; me pone nerviosa, y eso que conduzco con suma precaución. Por los campos Elíseos, un río de coches me impide correr; es lo mejor, porque los nervios los tengo a cien por hora; la tensión de la espera en el loquero, que le ha vuelto a cambiar la medicación, y él repitiendo una y otra vez: “hoy, mañana o cualquier otro día desapareceré, no tendrás que aguantarme más”. ¡Horrible, horrible, horrible! Me aburres, me cansas y muchas veces me pregunto, por qué no has hecho realidad tus amenazas. Dices que te vas, que te vas, pero estás aquí conmigo, sorbiendo los dos las mismas penurias que intento disfrazar para olvidar lo cotidiano.
Parada en un semáforo, veo la gente pasar con prisa y muy abrigada; ¡cómo desearía yo también correr entre el frío y la multitud!


Paseo la mirada por el salón dorado, donde todas las noches luzco mi corpiño rojo y mis medias negras. Esta noche he terminado pronto; la madame tenía prisa, algún príncipe la esperaría. Yo, he aplazado para mañana mi cita con el señor ministro de no se qué, tengo que atender a otro gran hombre conocido que me invita; supongo que será como siempre: caviar, champagne, fresas con chocolate y nata, sin olvidarse de las dulces cremas, con las que riega mi cuerpo desnudo…
Me hace reír escandalosamente, cuando sube por la garganta, siento unas cosquillas… Cree que me seduce con sus “guisos”, ¡el muy estúpido! pero al menos me distrae con sus memeces de hombre seguro e importante.

Te oigo entre sueños, despotricas de la vida. ¡Mañana, mañana, mañana! juras que ya no estarás; pero hoy es hoy. Me acerco y te beso en la frente con ternura. Si yo no fuera así… tal vez sea la costumbre, o tal vez te siga queriendo, no sé…

Mezclo el esplendor del salón dorado, con la quietud en tinieblas de nuestra habitación. Te imagino con un elegante frac inclinándote a mis pies; estás muy guapo, bailamos sin cesar y acabamos en una gran cama redonda con sábanas de raso en color violeta. La noche nos envuelve en sus brumas, cierro los ojos y toco el vello de tu pecho, suave y tierno, por más que gruñas y jures que estás enfermo, me acerco a tu cuerpo con mimo, imagino tu rostro suspenso en la oscuridad, esperando más, aunque lo niegues, con mis manos recorro tus muslos un poco velludos y me detengo en ellos; te resistes, siempre lo haces, pero no voy a cejar en mi empeño, sé que lo estás deseando, me huyes un poco, dices palabras incongruentes que tapo con mis labios, porque ya te conozco y me conoces, los dos sabemos del juego de la noche entre las mantas revueltas y las luces medrosas del amanecer, me adentro en tu cuerpo. La luna se esconde y el cielo va cubriéndose de un rojo sangre. Te embriago con mi perfume y aparto con suavidad tu viejo pijama. Ahora, frente a frente y cerrando los ojos, te dejas llevar por los senderos que deseo para los dos. Sé que tu mente busca otros caminos, pero estás aquí, entre mis brazos, suspiras como yo; no sé que dices en susurros, ¡qué importa! Nos ahogamos los dos entre quejidos.

Ángeles gordezuelos me saludan desde las paredes, el salón brilla con la arañas de cristal del techo. Madame, con una seña, me indica que el marqués de la columnata me espera; salgo a su encuentro con mi mejor sonrisa y él, se inclina galante, me coge del brazo y salimos. Ya sé a donde vamos. No quiero huir de aquí, en realidad es lo que necesito: la emoción, lo prohibido. ¿Paul? nunca lo pensaría, soy una santa.

¿Ya has venido? _pregunta. Me acerco y le acaricio la frente; voy a la ducha, le escucho como regruñe, diciendo que no sabe de dónde vengo y que es mucho mejor morir, que quiere hacerlo, que me necesita pero que se va. El agua acaricia mi cuerpo…
Él me espera sentado en el sillón, con la bata desabrochada y el pijama viejo que tanto le gusta, asomando debajo, me mira como siempre, por encima de las gafas y sonríe a medias: me he puesto el camisón de raso color salmón y su perfume preferido; le cojo una mano y lo levanto, giramos bailando por las sombras de la habitación, él me sigue entre suaves negativas, le hago reír; lo último que oigo de sus labios es que morir, para él, en estos momentos sería un sueño.
La luna corre entre nubes rojas y el cuarto se llena de luces mágicas, suspiro con deleite el aire de lluvia que entra por la ventana abierta. Paul duerme. ¡Qué bello es el amanecer! ¡Paul, despierta! Toco su brazo, lo siento frío, veo sus ojos abiertos que miran sin ver un mundo invisible y su boca sonríe satisfecha. Dos tubos vacíos de pastillas y un vaso en la mesilla me encandilan. Una lágrima furtiva se escapa de mis ojos mientras susurro: ¡lo conseguiste, cabrón, lo conseguiste…!

miércoles, 11 de marzo de 2009

LA OTRA ORILLA (Ana)



Otra versión del genial cuento


Una vez más me he vuelto a dar de bruces contra el muro de tu indiferencia. Hoy incluso llegué a gritarte que un día me lanzaría al río y ni siquiera eso te hizo reaccionar. Te dije que me iría a los muelles, que me arrojaría al Sena, pero mis amenazas sólo sirvieron para mecer tu sueño, para acunarte lentamente como un niño acostumbrado al sonido del pecho de su madre. Te has dormido con el eco de mi sufrimiento. ¿Eso es para ti mi dolor?, un lecho en el que perderse lentamente, ¿Eso son para ti mis palabras?, un sonido que de tan cotidiano deja de tener significado.
Me he acurrucado a tu lado llorando, sintiendo el peso de mi angustia, mojando las sábanas blancas que remueves en tu sueño, esperando que llegue una nueva mañana... o quizá deseando que no lo haga.
Estoy cansada de que mis palabras crezcan al ritmo de tu desprecio, me agota gastar saliva con explicaciones que no sirven de nada. A veces me siento como una actriz de una película mala que nadie ve, un ser invisible.
He dado tantas vueltas en esta habitación intentando hacerte entender, he gastado tantas frases calmadas, altaneras, conciliadoras, enfadadas, tantas, que ya me siento cansada y vencida..
Te has girado en la cama e incluso creo que te has dormido, o al menos mantienes los ojos cerrados para que yo me consuma en mi dolor para castigarme y que me hunda aún más ante el mayor menosprecio que se puede hacer a una mujer, la indiferencia.
Me he marchado dando un portazo y supongo que ni eso te ha alterado, habrás seguido balanceándote en sueños, sonriendo en ellos como si fueras feliz, quizás pensando en otra mujer.
Vuelvo a la cama con la cara marcada y empapada de tristeza, me acuesto a tu lado esperando recibir un abrazo, parece que sigues dormido. De pronto siento que empiezas a reaccionar. En la oscuridad de la alcoba no alcanzo a ver la expresión de tu cara ni siquiera se si estás dormido o despierto. Me relajo mientras tus dedos me acarician el cuello, parece que por fin te has dado cuenta, un rayo de esperanza se abre paso en mi interior hasta que sujetas mis brazos contra las sábanas, me remuevo debajo de ti, me niego con todas mis fuerzas pero me doblegas con violencia, ni siquiera abres los ojos para verme, no te interesa ya leer mi rostro. Me pliegas como los juncos de la orilla, mis brazos se quiebran y me atraviesas sin contemplación. Una tristeza inmensa me embarga y se me desparrama por el cuerpo.

El agua parece calmada, siento como me llama a su lado, me ofrece unos brazos en los que guarecerme y descansar al fin. Quizá no sea tan malo acabar sobre el agua, desnuda, con los ojos bien abiertos.

¿Todavía duermes?

domingo, 8 de marzo de 2009

OTRA VERSIÓN MÁS

Ya que me puse tan pesada con lo de que las colgáramos, ahí va también la mía. Gracia



Ahí estás tú de nuevo con tus quejas. He encontrado la manera de abstraerme sin llegar a parecerlo. Esto no dice nada bueno a mi favor, lo sé, a no ser que aprecies mi sinceridad. Pero lo dudo. Hemos llegado a ese punto en que los fallos del otro se engrandecen sólo porque son del otro. Como hace años las virtudes ensombrecían cualquier duda.
Me adormece el sonido de tu voz. Probablemente lo que estés diciendo sea interesante. Sigues siendo la mujer sagaz e inteligente de la que hace mucho ya (no, en realidad no tanto) me enamoré. Entonces me atrapó aquella ambigüedad que exhibías casi con impertinencia. Presa de tu propio desconcierto, regalabas a quien se atreviera a husmear en tus entrañas la misma confusión en la que te ahogabas. Entonces era un juego intentar descubrir cada mañana el color de tu ánimo. El gris se acompañaba de aquel gesto agrio en tu boca que se empeñaba en malograr la bella sonrisa que eras capaz de ofrecer. El verde lograba la proeza de mantenerla durante el resto del día. El negro te llevaba de la mano hacía interminables divagaciones absurdas que acababan en incontrolables amenazas, que yo conseguía acallar recorriéndote con mis labios hasta que tus palabras se convertían en gemidos. Nunca te he creído capaz de cumplirlas. Ni siquiera en las ocasiones en que el arrebato te ha hecho vengarte de los libros que rehenes de tu feroz impulso han acabado despedazados. Ni cuando las patadas a los muebles, ajenos a tu tristeza rabiosa, arruinaban alguna de las baratijas compradas en el mercadillo. Siempre he pensado que a pesar de todo controlabas tu desidia y que las amenazas nunca dejarían de ser tales para convertirse en más.
Pero cariño, el paso del tiempo es lo que tiene. Tus quejas resuenan en mi oído, que acostumbrado a ellas las retiene girando como un remolino, y me impiden escuchar las otras frases, que imagino que en alguna ocasión saldrán de tu boca. Por eso, no sé si lo que has dicho hace un momento, en la penumbra de la habitación, era que de verdad que sí, que esta vez te tirabas al río, o que buenas noches. Y como te siento a mi lado, en la distancia pero a mi lado, pienso que lo mejor que hago es dejarme añoñar por el letargo y entregarme a ese sueño placentero en el que tus lamentos se disuelven abandonándose a tu otro yo más grato. Te recupero entonces, porque en el fondo lo deseo, y retomo el rastreo de tus esquinas, me pierdo bajo tus piernas, me envuelvo en tus brazos, saboreo el gusto entre dulce y amargo de tu piel y compruebo que sigues siendo hermosa, quizá incluso más que antes, porque te sientan bien los años. Y tú cedes a mi roce, que ya no se conforma y te pide más. Y aunque noto cierta resistencia (que me gusta), acabas por dejarme hacer. Así que te beso, te muerdo, te araño, pero tú tiemblas como si mis agasajos pertenecieran al pasado. Te cubro con mi cuerpo, te abrazo, quiero protegerte de ese frío que hasta a mí me estremece, pero entonces un sonido insistente, molesto, requiere mi atención por pesado. No quiero separarme de ti, pero intuyo que si no respondo el pitido no dejará de sonar. Por tanto, me levanto, no sin antes prometerte que en seguida vuelvo, que ahora no te vayas, que tan sólo unos segundos, y cuando descuelgo el teléfono oigo una voz desconocida, pero conmocionada, que lamenta asegurarme que hace una hora que te sacaron del agua, que no pudieron hacer nada y lo siente. Pero yo no le creo, pienso que se confunde porque él no sabe que estás en la cama, aguardándome. Cuelgo con calma, aunque el temor golpea mi estómago. Corro entonces hasta la habitación, gritando tu nombre, pero lo único que encuentro son las sábanas mojadas.

Mi versión de "El río" de Cortázar (Toñi)


Estaban acostados, pero ninguno de los dos dormía. Como siempre, habían discutido. Era así con demasiada frecuencia. Ella acababa amenazando con el suicidio mientras que él fumaba, como si no la escuchara, con los ojos cerrados. La voz histérica de la mujer contrastaba con el obstinado silencio del marido.
Él la imaginaba lejos cuando empezaban los gritos y los portazos. Ya no le conmovían las escenas ni las lágrimas. Incluso deseaba que hiciera algo de lo que decía, como huir a media noche y no volver nunca más. Pero cuando ella se acostaba y se quedaba, al fin, callada, él recordaba que era hermosa y el deseo lo acercaba a ella.Entonces, en la penumbra verde del amanecer, se iniciaba un nuevo rito: él rozaba su hombro, ella lo rechazaba con brusquedad. Y así, poco a poco, aplacando resistencias y rencores, luchando como arañas en un bocal, terminaban venciéndose mutuamente a falta de un punto medio que los reconciliara.
Pero en aquella ocasión, la última, fue distinto. Mientras hacían el amor sucedió que ella se hundió para siempre en las aguas del Sena. Y él lo supo mucho más tarde, cuando, al tocar la fría cara de su mujer, descubrió que estaba mojada.

viernes, 6 de marzo de 2009

EJERCICIO. REESCRIBIR "EL RÍO" DE JULIO CORTÁZAR

Con el perdón del señor Cortázar, aquí va mi versión particular de su cuento "El Río" , como resultado del ejercicio que propuso Jose María.


"EL RÍO" , versión Teresa

Siempre supe que eras una mujer excesiva, lo supe desde el principio, y era algo que me seducía y me asqueaba de ti casi a partes iguales. Después de nuestras primeras discusiones, no tardó en aflorar esa morbosa y dañina manera tuya de intentar llegar al límite de cualquier manera persiguiendo fijar después un nuevo principio de algo más estable, más limpio, aunque deberías de haberte dado cuenta ya de que eso resulta imposible.

Esta noche, por ejemplo, ha vuelto a ocurrir. Recuerdo que bebimos más de la cuenta y volviste a desempolvar la retahíla de reproches, de celos y lamentos. No sé cuál ha sido el detonante esta vez, aunque empiezo a pensar que se trata de la necesidad de sacar a la luz tu pasado de actriz barata, un anhelo frustrado al que no has renunciado todavía a pesar de los fracasos dentro y fuera del escenario.

Te recuerdo llorosa, fea, con el maquillaje corrido y el camisón fachoso y anticuado que te pones cuando todavía quieres seducirme. Nos imaginaba sobre el escenario de un teatro viejo y destartalado como nuestra relación, y me pareció absurdo decir algo, porque tendrían que haber sido las frases de siempre, tan usadas y maltrechas, o hacer un esfuerzo e inventar algo nuevo que sin duda no estaría a la altura de tu dramatismo. Por eso me limité a mirarte, mientras fumaba, mientras las caprichosas formas del humo del cigarrillo me importaban más que tus lágrimas, y me dabas pena, tú, tu desesperación de opereta; también, y sobre todo, mi propia indiferencia.

En algún momento dejo de escucharte; creo que fue después de que dijeras de nuevo que te tirarías a las aguas del Sena. La primera vez que te lo oí decir me impresionaste un poco, tengo que reconocerlo, pero ahora ya tus palabras, casi una letanía, sólo me sirven de arrullo. Y en algún momento me duermo, aunque no consigo del todo dejar de escucharte en el fondo de mis sueños, mientras sigues quejándote, diciéndome que algún día te perderé para siempre, que me arrepentiré de no sé cuántas cosas. Y tú también has debido de dormirte al final, porque hay un momento en el que dejo de escucharte y me parece sentir tu tacto bañado en sudor junto a mi cuerpo. O no; no sé. Es posible incluso que te hayas marchado porque creí escuchar la puerta de la calle al cerrarse. He bebido mucho y un ruido de fondo, como de agua, ha sustituido a tu voz. Pero estiro el brazo para cerciorarme de tu ausencia y puedo tocarte. Tienes el camisón húmedo, pegado al cuerpo, y mi mano sube por tu espalda y encuentra la línea de tu cuello abandonado sobre la almohada. Me había olvidado de lo suave que es tu piel, de lo mucho que me gustas cuando estás dormida, callada, a mi merced. Tú te mueves, perdida sin duda también en un sueño de alcohol y de espejismos. Quizá sueñas que no estás, que te marchaste en algún momento o que fui yo quien se marchó. Pero ahora te toco y apenas noto tu pulso en la garganta, y me asombro de cuánto me seduce tenerte ahora, callada, después de las explosiones histéricas, cuando de nuevo el principio todavía no ha comenzado, ni comenzará. Y quisiera que fuera siempre así. Mía, callada, en el reducido drama de nuestra cama.

Al sentir mi contacto te mueves bruscamente; seguirás ofendida, y sé que quieres algo distinto, ese comienzo que nunca llega, pero mi manera de arreglar las cosas es ésta. El juego siempre es el mismo y tú acabarás cediendo porque en el fondo sabes que es lo único que nos queda. Intentas levantarte de la cama pero me basta con poner el peso de mi cuerpo sobre el tuyo para que tus escasas fuerzas queden sometidas. Sigues moviéndote debajo de mí, como un pequeño animal, y comienzas a gritar, casi sin aliento; por eso yo sujeto tu garganta con ambas manos mientras mis piernas ciñen tu cuerpo pequeño y mojado. Aprieto los dedos, y todo es tan fácil que sigo apretando hasta que dejas de moverte y tus ojos me miran desmesuradamente desde otro lugar, desde la oscuridad de unas aguas sucias donde se reflejan distorsionadas las luces de la ciudad de amor.

jueves, 5 de marzo de 2009

EJERCICIO DE FANFICTION PARA EL PRÓXIMO 18 DE MARZO propuesto por Nieves Jurado



FANFICTION




La/el Fanfiction o fan fiction (literalmente, "ficción de fans"), a menudo abreviada fanfic o simplemente fic, son relatos de ficción escritos por fans de una película, novela, programa de televisión o cualquier otra obra literaria o dramática. En estos relatos se utilizan los personajes, situaciones y ambientes descritos en la historia original y se desarrollan nuevos papeles para estos personajes. El término fanfiction hace referencia tanto al conjunto de todos estos relatos como a uno en concreto, según el contexto.



Si queréis saber algo más sobre el Fanfiction pinchad aqui.



De esto trata mi propuesta para el ejercicio del miércoles 18 de marzo: entrar en el mundo Fanfiction y escribir un relato de un folio o dos como mucho. A continuación os propongo los personajes; debéis elegir uno y... dejad volar vuestra imaginación. También si queréis dar otra vuelta de tuerca mezclar un par de personajes a ver qué sale.



- Aragon (El Señor de los Anillos)

- Gregorio Samsa ( La metamorfosis)

- Rocinante.

- Scarlett O'Hara (Lo que el viento se llevó)

- Dr. Jeckyll ( Dr. Jeckyll y Mr. Hyde)

- Campanilla ( Peter Pan)

- Alicia (Alicia en el País de las Maravillas)

- Batman.

- Harry Potter.

- Drácula.

CAMINAR EN LA NOCHE. Mercedes Zayas

Caminar en la noche

contigo

por calles de París

en silencio y a la vez

con nuestras voces

que sin escucharse se adivinan,

con un paso lento e iluminado

por farolas negras de triste luz

y el sonido del piano y la trompeta

de un club de jazz cercano,

es casi una experiencia religiosa,

mítica, mística o poética.

Caminar en la noche

contigo

por calles de París

es casi un sueño ...

como el vestido azul.

Y ya ves, no he nacido

aún, y cuando digo aún

soy consciente del error,

para soñar contigo,

pues sólo tú y yo sabemos, amor,

que jugar simplemente

no es sólo un juego.

Ecos de la prensa

Tras la presentación de nuestro libro 12 Miradas, hemos aparecido en algunos medios de comunicación locales (algo que no está nada mal para que nos vayan conociendo más).
Destaco especialmente al diario La Verdad, que en su edición del 22 de febrero incluye una entrevista con Toñi. Podéis leerla pinchando aquí.

domingo, 1 de marzo de 2009

FOTOS PRESENTACION DE NUESTRO LIBRO "12 MIRADAS"





Aquí os pongo una pequeña muestra de lo que fue algo así como tomar la alternativa en esto de publicar... Como siempre un GRACIAS inmenso a Rosa, que nos deleitó a todos con su relato de retales y su excepcional amabilidad una vez más.
Cristina