jueves, 8 de mayo de 2008

Propuesta de Toñi


"El vino del estío" de Ray Bradbury.

Si tuviera que vivir un verano para siempre, elegiría el de 1928 en Estados Unidos, en un pueblo muy pequeño de la América profunda, esa que sale en las películas, la de mecedoras en los porches de grandes casas de madera, limonada y agradables charlas al atardecer. Elegiría tener 12 años y llamarme Douglas, tener un hermano más pequeño llamado Tom y beberme, gota a gota, el vino del estío.

Descubrir la vida y sorprender a la muerte y contar las cosas que pasan en un pueblo donde aparentemente no pasa nada. Y hablar del primer helado y las primeras zapatillas; del miedo que da el merodeador Solitario; lo buenas que están las cenas de la abuela y el extraño caso de una bruja de feria. La máquina verde y la máquina de la felicidad. Y tener un abuelo que recolecta la flor de diente de león, una mala hierba, y con ella hacer un vino maravilloso, capaz de curarlo todo, donde envasa, sol a sol, luna a luna, la esencia del verano.

¿Alguien se viene conmigo?

*** *** ***

Un botón de muestra, pero TODO el libro es precioso:

"...Y al fin, lentamente, temiendo no encontrar nada, Douglas abrió un ojo.
Y todo, absolutamente todo, estaba allí.
El mundo, como el iris gigante de un mundo aún más gigantesco, que también acababa de abrirse, agrandándose para abarcarlo todo, le devolvía la mirada. Douglas supo que había saltado sobre él y ya no se iría.
Estoy vivo, pensó.
La temblaron los dedos, brillantes de sangre, como los jirones de una extraña bandera, recién encontrada y nunca vista, y se preguntó a qué país debería agradecer el homenaje.
Reteniendo a Tom, pero sin saber que estaba allí, se tocó esa sangre como si pudiera pelarla, sostenerla, darla vuelta. Luego soltó a Tom y se acostó de espaldas con la mano en alto, y en su cabeza los ojos miraron como centinelas por las troneras de un raro castillo a lo largo de un puente, su brazo, los dedos donde el brillante penacho de sangre temblaba a la luz.
— ¿Estás bien, Douglas? -preguntó Tom
La voz venia de un pozo de moho verde, de algún lugar sumergido, secreto, alejado.
La hierba murmuraba bajo el cuerpo de Douglas; Bajó el brazo, con su vaina de pelusa, y sintió, muy lejos, allá, los dedos que crujían en los zapatos. El viento suspiró en los caracoles de las orejas. El mundo se deslizó brillantemente por la superficie vidriosa de los ojos, como imágenes centelleantes en una esfera de cristal. Las flores eran de sol y
encendidos puntos celestes, esparcidas por el bosque. Los pájaros aleteaban como piedras que golpeasen la superficie del vasto e invertido estanque del cielo. El aire pasaba con violencia entre los dientes, entrando como hielo, saliendo como llamas. Los insectos conmovían al aire con una claridad eléctrica. Diez mil cabellos crecieron un millonésimo de centímetro en la cabeza de Douglas. Oyó los corazones gemelos que le golpeaban los oídos, el tercer corazón que le golpeaba la garganta, los dos corazones que latían en las muñecas,
el corazón real en el pecho. La piel se le abrió en un millón de poros.
— ¡Estoy realmente vivo!, pensó. ¡Nunca lo supe, y si lo supe no recuerdo!
Aulló en silencio una docena de veces. Piénsalo, ¡piénsalo! ¡Doce años y ahora lo descubro!"

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