NOCHE DE LUJO (Cristina)
Aquella noche gané un dinero extra sin tener que trabajar, y cómo recompensa decidí aprovechar la reserva que Monsieur Dubois, había hecho para ambos en un pequeño, pero lujoso restaurante de la Avenue Marceau, uno de los más selectos de la ciudad. Nuestra cita se había malogrado por un asunto de extrema gravedad, dijo con la voz alterada desde el otro lado del hilo telefónico. Me comunicó así mismo que había reservado para cenar.
-Es una lástima que tengamos que cancelar nuestra noche. De verás que lo siento. Te recompensaré la próxima vez que venga a París.
Me vestí para la ocasión con un traje de noche de color rojo, cuyo escote de vértigo discurría por toda mi espalda, y un pequeño chal de seda que coloqué sobre los hombros. Ilusionada llamé a un taxi. Me apetecía dedicarme aquella noche.
Llegué puntual, mencioné el nombre del Sr. Dubois al maitre, y esté me acompañó en un abrir y cerrar de ojos, hasta una mesa situada estratégicamente en un rincón, justo frente a una cristalera desde dónde se podía admirar el puente del alma.
Pedí un chardonnay y mientras lo paladeaba, me entretuve observando a la clientela. El local de decoración exquisita, era el punto de encuentro para parejas bastante dispares, como pude comprobar. Todos los comensales exhibían trajes de corte elegante, y las damas modelos de alta costura. Mi humor se tornó melancólico, en parte por la soledad que sentía, y en gran medida por el vino. Reconozco que cuando me sirvieron el primer plato estaba algo achispada.
No había comenzado a comer, cuando se acercó un caballero hasta mi mesa, y sin presentarse, me espetó:
-Perdón Madame, la he estado observando, y me ha parecido que no espera usted a nadie ¿me equivoco?
-En efecto. He venido sola –contesté admirando con disimulo la anatomía de aquel magnífico ejemplar.
-Carezco de reserva y el local está completo. ¿Le importaría compartir mesa conmigo?
-En absoluto –contesté sin perder de vista su trasero provocador.
Se llamaba Antoine, y tenía los ojos más chispeantes que he visto jamás. Alto, distinguido, y con los cabellos algo desordenados, al estilo de Vigo Mortensen, me pareció un tipo de lo más apetecible.
Vestía una americana que le quedaba como un guante. Tenía clase, y una elegancia innata. Su voz cálida me envolvió en una telaraña sosegada, a lo que también contribuyó la media botella de chardonnay que llevaba encima.
La velada fue agradable y divertida, y no dejó de halagarme en toda la noche. Me habló de su trabajo, era pintor, y aunque yo no había oído hablar de él, gozaba de cierta reputación en parte de Europa. Precisamente en aquellas fechas, su obra podía admirarse en una importante galería de París.
Pagó la cuenta, una puñalada en el mismo centro de la cartera, y después me propuso acompañarle hasta su apartamento. Vivía en una de las zonas más caras de la ciudad, en un antiguo edificio de estilo parisino de finales del siglo XIX, reformado, y dotado de un hall que me dejó boquiabierta. He estado en hoteles lujosos, y en algunas viviendas de los barrios ricos, pero aquello era otro mundo.
El hall no fue nada para lo que encontré en su casa. Era un lugar diáfano, con muebles estilo Luís XIV, y un refinado papel pintado que recreaba una atmósfera palaciega. El dormitorio estaba presidido por una gran cama con dosel, y el baño de mármol travertino, era del tamaño de mi propio apartamento. Todo lujo y excentricidad.
Sus óleos colgaban de las paredes, exhibiendo su maestría con el pincel. Captaban el realismo de forma casi brutal.
-Es solo una pequeña muestra –dijo situándose a mi lado para admirar juntos el cuadro de una mujer sentada en un taburete, desnuda, con la mirada ausente.
-Me encanta. Tienes mucho talento –Comenté apurando una copa de Domperiñon, de un solo trago.
-No tan aprisa. Hay que saborearlo, dejar que impregne el paladar y el olfato.
-Sí, lo sé, lo sé.- Dije algo azorada. Yo que me consideraba una mujer experta en las altas esferas, estaba descubriendo que había mucho que aprender todavía.
Puso música. Puccini invadió el aire, y se acercó con una sonrisa tentadora. No recordaba la última vez que me había permitido actuar con total libertad, y disfrutar a mis anchas con alguien. Sentí cierto temblor, la bebida hacía estragos.
Bailamos unos compases, y entonces me besó. Un mecanismo automático se disparó dentro de mí, y comencé a desnudarme. Lo hice muy despacio, dejando que el vestido se deslizara por mi cuerpo. Después, en ropa interior, me acerqué a él, le empujé con suavidad, y le llevé hasta el dormitorio. Le indiqué sin palabras que se sentara en un pequeño diván de terciopelo, y me paseé por la habitación en actitud seductora. Me quité las medias con deliberada calma, apoyando mi pie sobre su rodilla. Le acaricié el rostro con una de ellas, antes de dejarla caer. Luego me deshice del sujetador, y acerqué mis pechos a su boca. Más tarde abandoné mi tanga de encaje, que cayó abrazando mis piernas hasta tocar el suelo.
Me situé de espaldas, y me agaché para dejar ver mi grupa expectante. Coloqué sus manos sobre mis nalgas, que oprimió con fuerza, mientras yo me acariciaba la vulva.
Se impacientaba, pero mis travesuras le complacían. Yo quería postergar aún más el momento. Provocarle sin que me tocara apenas, a una distancia prudencial. Un juego visual y maquiavélico que por mi experiencia, resultaba siempre infalible.
Metí mi lengua en su boca y la exploré despacio. Sus manos se ciñeron entonces a mi cintura. Me giro de improviso, y lamió y mordisqueó mis hombros. Mi sexo ardía de motu propio. No sucedía a menudo, es más, habían pasado varios meses sin que me excitara tanto. Le quité los pantalones y le pellizque el trasero, duro como una piedra.
Al fin me cogió por detrás. Cuerpo contra cuerpo, el sudor resbalando por la piel. Me tumbó sobre la cama, y derramó champagne sobre mis pechos para beberlo a sorbos lentos. Y cuanto todo estallaba, me sentó sobre él a horcajadas, y me penetró. Mis caderas se movían deprisa, ávidas de llegar a la cumbre.
-No –me susurró – Despacio, para, para. Quédate quieta. No debes moverte.
-No puedo… –dije casi sin voz
-Sí, quieta. Déjame hacer a mí.
A duras penas pude refrenar el deseo. Antoine comenzó a moverse muy lentamente, a entrar y salir despacio, en oleadas rítmicas y medidas, con un dominio de sí mismo que me sorprendió. Alcanzamos el climax al unísono, y apenas podía creerlo. Demasiado tiempo fingiendo orgasmos que casi nunca llegaban. Mi cuerpo se tensó de nuevo como la cuerda de un violín, preciso, anhelante. Quería más, mucho más. Y en efecto lo hubo. Una noche memorable de sexo y lujuria. Aún humedezco la ropa interior al recordarla.
Pero todo tiene un final, también aquella madrugada de placeres y buena compañía.
Insistió en que le diera mi número, quería volver a verme, pero yo sabía que no era posible. Sin duda me rechazaría cuando supiera a qué me dedicaba. O puede que no, pero entonces, solo me tomaría como a una puta, y ya nunca sería lo mismo…
5 comentarios :
Me gustó mucho el final, no me lo esperaba. Muy erótico... Diana
Me parece que hemos sido varias las que hemos tomado a Vigo Mortensen como ejemplar varonil... ¿qué tendrá ese hombre? Claro, así no me extraña que seamos tan facilonas.
Coincido con Diana, me ha gustado mucho el final; no me lo esperaba. Me ha parecido muy bien escrito; muy sensual.
Siento mucho que no lo leyeras en el club. Es espectacular.
Destaca por su tono absolutamente explícito (incluso se podían haber cargado más las tintas en asuntos estrictamente pornográficos), y cuando parece que terminará de una manera, resulta que lo hace de otra.
Ese giro en la última frase es algo que admiro de gente como Borges ó Cortázar, y tú me lo has vuelto a recordar. Hace que el lector tenga que reinterpretar de nuevo toda la historia, releerla para descubrir que había algún pequeño indicio suelto, que se corresponde con el final pero que en la primera lectura pasó por alto.
Para mí la literatura no es la cosa que se cuenta sino la forma en que se hace.
Bien por tu relato Cristina, sensual a tope y bien estupendamente construido.
Alicia
Me ha gustado tu relato, Cristina. Lo he disfrutado mucho, desde el principio hasta el final.
Sobre todo, me gusta la forma en que empieza. Creo que se explican muchas cosas que al final se corroboran, pero las alusiones a ese dinero extra ganado y algunas otras hablan del personaje de una manera inequívoca.
Pienso, como Jose María, que fue una lástima que no lo leyeras allí. Hubiera subido el ambiente unos cuantos grados, y eso es bueno porque entonces hacía frío.
Le pondría como ilustración uno de los cuadros de Jack Vettriano que tanto me gustan ...
Y se me ocurre una última travesura: mesié Dubois canceló la cita a propósito en beneficio de ese excéntrico pintor, amigo suyo, que le acababa de regalar uno de sus cotizadísimos cuadros...
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