Nicolai Navarro, un ruso de padre español abrió una bolsa de plástico hasta ahora hermética y de ella sacó una especie de tableta cuadrada, parecida a una onza de chocolate, pero de color blanco. Tanto él como sus compañeros acababan de cenar y esperaban ansiosos el postre navideño especialmente preparado para ellos: turrón deshidratado, concentrado, minimizado. Ingrid, una alemana cuyo pelo no era rubio ni sus ojos azules, sino negros los dos, se echó a reír cuando los demás, escandalizados, vieron escapar de entre los dedos del ruso el ansiado dulce. John, el americano del grupo, estuvo al quite y atrapó la tableta con una especie de red de cazar mariposas, cuando ya ésta subía demasiado alto, lo suficiente para tener que abandonar su cómodo asiento y echar un vuelecito en su busca. Todos jalearon produciendo un ruido parecido al de la gente en un campo de fútbol cuando el equipo local mete un gol al primero de la liga. Sonrieron de nuevo tranquilizados y la bolsa cambió de manos y fue a parar a Sergio, el español seleccionado en el último momento para la misión.
-¿Sabíais que el turrón se llama así desde que en 1421 Enrique Villena bautizó al Dulce Blanco de los andalusíes como Torró? Dijo éste haciendo un despliegue de cultura a la española. Y con habilidad atrapó la segunda tableta y pasó la bolsa a Ingrid.
La alemana metió la mano en la bolsa sin mirar, como si estuviera sacando una bolita numerada con el tema a exponer ante un tribunal de oposiciones. Tanteó el interior contando las existencias y poniendo una expresión de contrariedad dijo:¡Oh, oh!
-¿Oh, qué? Preguntó Nicolai temiéndose lo peor, pues la que fuera su tableta se había quedado en manos de John, que tras atraparla consideró justo conservarla como un trofeo, al igual que los cazadores conservan un cuerno de rinoceronte o un colmillo de marfil.
-Sólo queda una, han contado mal las porciones al envasarlas.
John se apresuró y sin esperar a hidratar su onza, se la metió en la boca ante la mirada desaprobadora de Sergio, que enfadado le espetó: eso, eso, no vaya a ser que tengas que compartirla. Sin dejar de mirarlo puso su porción dentro de la bolsa.
-Gracias, contestó la alemana. Sortearemos las que hay y el que se quede sin ninguna podrá coger una ración extra de bacalao al pilpil.
-Mmmm, dijo el ruso, bacalao de postre, ¡qué buena idea! Y se echó a reír como loco, de manera que su mandíbula inferior fue un batir arriba y abajo durante un gran rato.
Mientras tanto el intercomunicador con la tierra saltó haciendo un gran ruido, producto de las interferencias que proporciona la lejanía desmesurada. A continuación, con voz grave y perfectamente audible escucharon al Jefe de la Operación.
-Aquí Houston, tenemos un problema dijo. Bajo ningún concepto comáis Turrón esta noche.
-¿Pero qué dice ese? Preguntó Sergio con la voz airada, es Noche Buena, cómo vamos a olvidarnos del turrón.
Mientras la radio seguía su lucha particular contra las interferencias, el rostro de John se volvió azulado, luego púrpura y finalmente rojo como la grana, comenzó a toser despidiendo los restos del dulce por el aire, produciéndose una lluvia hacia arriba de fragmentos blancos. Su boca se abría y cerraba como la de un pez intentando respirar fuera del agua y finalmente, tras escucharse un gemido, su cabeza cayó sobre su hombro y terminó por desplomarse sobre la improvisada mesa para la cena de Noche Buena.
Sus compañeros se quedaron sin habla.
-Repitoooo. Zsssss, zss, zsss. No comáis turrón. Zsssssss, zzzsssss, se han olvidado una porción y la he probado: Es repugnante, está hecho con sal.
Mientras todos se reían del error del cocinero, John volvió en sí y, todavía aturdido, exclamó: ¡Pues que asco de dulce tenían los andalusíes! Casi vomito la cena entera.
Todos siguieron riendo, esta vez de John, que un tanto azorado comprendió que su acción egoísta le había llevado a ser el único que comiera aquello y encima sin agua. Pasaría mucho tiempo antes de que se le olvidara el sabor de aquella pasta que se le formara en la boca en las navidades de 1990 en la expedición que la N.A.S.A. envió… no se sabe dónde.
-¿Sabíais que el turrón se llama así desde que en 1421 Enrique Villena bautizó al Dulce Blanco de los andalusíes como Torró? Dijo éste haciendo un despliegue de cultura a la española. Y con habilidad atrapó la segunda tableta y pasó la bolsa a Ingrid.
La alemana metió la mano en la bolsa sin mirar, como si estuviera sacando una bolita numerada con el tema a exponer ante un tribunal de oposiciones. Tanteó el interior contando las existencias y poniendo una expresión de contrariedad dijo:¡Oh, oh!
-¿Oh, qué? Preguntó Nicolai temiéndose lo peor, pues la que fuera su tableta se había quedado en manos de John, que tras atraparla consideró justo conservarla como un trofeo, al igual que los cazadores conservan un cuerno de rinoceronte o un colmillo de marfil.
-Sólo queda una, han contado mal las porciones al envasarlas.
John se apresuró y sin esperar a hidratar su onza, se la metió en la boca ante la mirada desaprobadora de Sergio, que enfadado le espetó: eso, eso, no vaya a ser que tengas que compartirla. Sin dejar de mirarlo puso su porción dentro de la bolsa.
-Gracias, contestó la alemana. Sortearemos las que hay y el que se quede sin ninguna podrá coger una ración extra de bacalao al pilpil.
-Mmmm, dijo el ruso, bacalao de postre, ¡qué buena idea! Y se echó a reír como loco, de manera que su mandíbula inferior fue un batir arriba y abajo durante un gran rato.
Mientras tanto el intercomunicador con la tierra saltó haciendo un gran ruido, producto de las interferencias que proporciona la lejanía desmesurada. A continuación, con voz grave y perfectamente audible escucharon al Jefe de la Operación.
-Aquí Houston, tenemos un problema dijo. Bajo ningún concepto comáis Turrón esta noche.
-¿Pero qué dice ese? Preguntó Sergio con la voz airada, es Noche Buena, cómo vamos a olvidarnos del turrón.
Mientras la radio seguía su lucha particular contra las interferencias, el rostro de John se volvió azulado, luego púrpura y finalmente rojo como la grana, comenzó a toser despidiendo los restos del dulce por el aire, produciéndose una lluvia hacia arriba de fragmentos blancos. Su boca se abría y cerraba como la de un pez intentando respirar fuera del agua y finalmente, tras escucharse un gemido, su cabeza cayó sobre su hombro y terminó por desplomarse sobre la improvisada mesa para la cena de Noche Buena.
Sus compañeros se quedaron sin habla.
-Repitoooo. Zsssss, zss, zsss. No comáis turrón. Zsssssss, zzzsssss, se han olvidado una porción y la he probado: Es repugnante, está hecho con sal.
Mientras todos se reían del error del cocinero, John volvió en sí y, todavía aturdido, exclamó: ¡Pues que asco de dulce tenían los andalusíes! Casi vomito la cena entera.
Todos siguieron riendo, esta vez de John, que un tanto azorado comprendió que su acción egoísta le había llevado a ser el único que comiera aquello y encima sin agua. Pasaría mucho tiempo antes de que se le olvidara el sabor de aquella pasta que se le formara en la boca en las navidades de 1990 en la expedición que la N.A.S.A. envió… no se sabe dónde.
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