Noel era consciente de que en esas fechas, jamás tendría vacaciones. ¡Cuántas discusiones con su mujer! Su máxima ilusión era pasar unas Navidades en Canarias, pero claro, con la ocupación del marido resultaba imposible.
Noel estaba completamente saturado de trabajo. Primero la preparación, recopilar y ordenar todas las cartas recibidas, después el almacén para llenar los sacos y preparar la distribución y luego, a viajar y, menos mal que por los efectos mágicos de su puesto, podía estar en varios lugares a la vez.
Esa noche ya llevaba atendidas varias casas de aquel barrio de las afueras de la ciudad, cuando llegó a la hora prevista, al número 32 de la calle Eucalipto. Dejó el trineo mal aparcado como casi siempre, con los intermitentes de los cuernos de los renos en funcionamiento y se dispuso a entrar en la casa de los Garcia. Cargó su saco al hombro y trepó hasta la chimenea como en tantas ocasiones, se introdujo y ¡ahí va!, quedó atascado.
-Lo sabía, alguna vez tenía que ocurrir- gruñó para sí- Mira que me lo decían, tenía que haberme puesto antes a dieta.
Lo intentó hacia abajo y hacia arriba pero nada, no lograba moverse, y encima la molestia del saco que había quedado sobre su cabeza.
-¿Y qué hago yo ahora? – pensó en voz alta.
Mientras tanto en la vivienda de los García comenzaba a cundir la impaciencia en los niños.
-Pero papá, dijiste que iba a llegar antes de la cena- protestaban malhumorados.
-No os preocupéis, seguro que no tardará en llegar- intentaba calmarlos su padre.
-Bueno, voy a traer ya la cena antes de que se enfríe- intervino la madre tan práctica como siempre. Primero fueron los aperitivos, luego le tocó su turno al pavo, después desfiló la inevitable piña y llegó por fin el turno de los turrones, polvorones y licores y aunque los padres intentaban calmar los ánimos, los niños permanecieron callados y de mal humor toda la velada mientras que el abuelo, apenas se enteraba de nada.
El pobre Noel, en mitad de la chimenea, se tenía que contentar con alimentarse de los olores y aromas que llegaban de abajo. Seguía sin encontrar la solución a su grave problema.
El padre, algo eufórico por los licores, y ante la creciente desesperación de la familia decidió llamar por teléfono a Laponia, aunque sabía que le iba a costar un pico la conferencia. Después de una larga espera al son de villancicos telefónicos, al fin una voz respondió.
-Pues no sabemos que ha podido ocurrir. Ha debido dejarse el móvil en el trineo porque no responde, no hay manera de contactar con él. Intentaremos localizarlo, tengan calma, por favor.
Pero la calma de los García se había convertido en resignación, mientras en Laponia el teléfono no paraba de sonar. Eran los vecinos de la calle Eucalipto, del nº 34, del 36, del 48. Todos con la misma queja, que si no había derecho, que si habían enviado las cartas a tiempo, que iban a reclamar y pedir indemnizaciones.
El matrimonio García, mientras los niños veían la televisión y el abuelo dormitaba en el sillón, continuaba discutiendo: -Ya te decía que era mejor los Reyes Magos, como siempre, que esos sabes que no fallan nunca, pero tú, dale que dale, que si así tienen más tiempo para jugar, que si es mejor. Pues mira el resultado.
-Cállate un momento-, le cortó el marido.-Me ha parecido oír un gemido en la chimenea.
Aguazaron el oído: –¡por favor, ayúdenme, me he quedado atascado!- se oyó una voz. El marido se asomó con una linterna y creyó ver unas botas. Estiró fuertemente y ¡zás!, le cayó encima Noel que en lugar de rojo y blanco estaba recubierto con una capa de hollín.
-¿Pero usted se cree que estas son horas de llegar?- le increpó. Todos los miembros del hogar miraron con asombro al recién llegado, La barba en lugar de ser blanca y algodonosa, parecía una pelusa gigante acabada de barrer, la borla del gorro medio caído, golpeaba la nariz de un rostro completamente tiznado de ceniza y sudor. Ante ese deplorable aspecto, los niños asustados prorrumpieron en un impetuoso llanto mientras se cobijaban detrás de su madre.
Noel pidió permiso para sentarse y reponerse del golpe. Estaba aturdido y no tenía claro ni donde se encontraba.
-Por favor, pueden darme un vaso de agua- le pidió a los García.
-Ahí tiene, sírvase la que quiera- dijo ella señalando la mesa con los restos de la cena.
Noel, cogió la botella transparente que tenía más cerca y llenó un vaso. Le dio un generoso trago y de pronto sintió como el líquido abrasaba su garganta.
-¡Pero que hace hombre de Dios!. ¿Es que ahora quiere emborracharse con el orujo?- le increpó el padre.
-¿Orujo?. Creía que era la botella de agua. Y además, si yo no bebo.
-Bueno, ¿nos da los regalos de una vez?- intervino la madre.
Noel abrió su maltrecho saco y su semblante cambió de color. –Encima me he equivocado de saco. Perdónenme, voy ahora mismo a por el suyo. Si no les importa, utilizaré la puerta.
Noel salió a la calle, la cabeza comenzaba a darle vueltas. El trineo continuaba donde lo había dejado pero los renos ya no estaban. Al lado, las luces intermitentes de la policía iluminaban la escena mientras la grúa cargaba con el vehículo navideño.
-Pero ¿y los renos?, fue lo primero que preguntó.
-Los hemos soltado -contestó el agente- Como comprenderá ya tenemos bastante con llevar el depósito todos los coches multados. Encima, no querrá que tengamos unas cuadras para los animales.
-Pero no hay derecho. ¿Y qué hago yo ahora?.
-Ud. sabrá, ¿no tiene la facultad de hacer magia?. Y que conste que hemos estado aguardando, pero aquí no venía nadie.
-Pero es que me he quedado atascado….
-¡Cállese! –el agente no le dejó acabar-. Todos iguales, siempre buscando alguna excusa. Además, usted huele que apesta a alcohol, vamos a hacerle la prueba si no le importa.
Efectivamente, los efectos del orujo en el abstemio Noel no se habían hecho esperar y sobrepasaba los límites admitidos.
-Usted no tiene vergüenza. Menudo ejemplo para los niños
-Les aseguro que yo no lo sabía. Por favor si quieren después pueden llevarme detenido pero ahora tengo que repartir los regalos que faltan. Tengo que volver a esa casa a entregarles el suyo, pues me había equivocado de saco.
-Encima de borracho, incompetente. Venga, vaya usted aprisa-.Los policías habían hablado entre ellos y decidieron dada la noche de que se trataba, dejarle continuar con el reparto. No obstante, permanecieron allí, sin quitarle el ojo de encima. Noel se dirigía de nuevo a casa de los García. El padre lo estaba esperando el la puerta y malhumorado le arrebató el saco.
-Traiga, no quiero verlo más por aquí.
Noel, completamente mareado, volvió a su trineo y le costó un gran esfuerzo encontrar y después coger el saco siguiente. Haciendo eses, logró llegar con la bolsa a cuestas al domicilio del número 34. Inesperadamente, llamó al timbre. Cuando la puerta se abrió, no daban crédito a la pinta de Noel que tambaleándose y con voz de borracho preguntó:
-Buenas noches, ¿podría indicarme por donde se accede a la chimenea?- Al mismo tiempo que hacía la pregunta, se derrumbó en el suelo.
-Agentes, vengan por favor. Además de tarde miren en qué estado viene. Llévenselo, es lamentable, no queremos que los niños lo vean-. Los policías cargaron como pudieron con Noel introduciéndolo en el coche patrulla.
Y aquella noche, ya no hubo más reparto de regalos en aquel barrio de la ciudad.
A la mañana siguiente, en todos los hogares se recibió una carta por correo urgente:
“Por problemas de distribución, anoche fue imposible repartir los encargos efectuados por todos ustedes. Estamos contactando con una nueva empresa, por lo que previsiblemente sufrirán unos días de demora. Pero no se preocupen, en la noche del 5 de Enero, tres empleados ataviados con trajes reales, les harán entrega de los mismos. Rogamos disculpen las molestias causadas.”
Mientras tanto, Noel había sido despedido. Las explicaciones que intentó ofrecer a sus jefes, no fueron suficientes. Habían pasado unos días desde aquella aciaga noche. Sentado en el sillón de su casa, leía los anuncios de trabajo del periódico. Su mujer tratando de animarle le comentó:
-Tú no te preocupes, ya encontrarás algo. Además, las próximas Navidades nos podemos ir de vacaciones a Lanzarote.
Noel estaba completamente saturado de trabajo. Primero la preparación, recopilar y ordenar todas las cartas recibidas, después el almacén para llenar los sacos y preparar la distribución y luego, a viajar y, menos mal que por los efectos mágicos de su puesto, podía estar en varios lugares a la vez.
Esa noche ya llevaba atendidas varias casas de aquel barrio de las afueras de la ciudad, cuando llegó a la hora prevista, al número 32 de la calle Eucalipto. Dejó el trineo mal aparcado como casi siempre, con los intermitentes de los cuernos de los renos en funcionamiento y se dispuso a entrar en la casa de los Garcia. Cargó su saco al hombro y trepó hasta la chimenea como en tantas ocasiones, se introdujo y ¡ahí va!, quedó atascado.
-Lo sabía, alguna vez tenía que ocurrir- gruñó para sí- Mira que me lo decían, tenía que haberme puesto antes a dieta.
Lo intentó hacia abajo y hacia arriba pero nada, no lograba moverse, y encima la molestia del saco que había quedado sobre su cabeza.
-¿Y qué hago yo ahora? – pensó en voz alta.
Mientras tanto en la vivienda de los García comenzaba a cundir la impaciencia en los niños.
-Pero papá, dijiste que iba a llegar antes de la cena- protestaban malhumorados.
-No os preocupéis, seguro que no tardará en llegar- intentaba calmarlos su padre.
-Bueno, voy a traer ya la cena antes de que se enfríe- intervino la madre tan práctica como siempre. Primero fueron los aperitivos, luego le tocó su turno al pavo, después desfiló la inevitable piña y llegó por fin el turno de los turrones, polvorones y licores y aunque los padres intentaban calmar los ánimos, los niños permanecieron callados y de mal humor toda la velada mientras que el abuelo, apenas se enteraba de nada.
El pobre Noel, en mitad de la chimenea, se tenía que contentar con alimentarse de los olores y aromas que llegaban de abajo. Seguía sin encontrar la solución a su grave problema.
El padre, algo eufórico por los licores, y ante la creciente desesperación de la familia decidió llamar por teléfono a Laponia, aunque sabía que le iba a costar un pico la conferencia. Después de una larga espera al son de villancicos telefónicos, al fin una voz respondió.
-Pues no sabemos que ha podido ocurrir. Ha debido dejarse el móvil en el trineo porque no responde, no hay manera de contactar con él. Intentaremos localizarlo, tengan calma, por favor.
Pero la calma de los García se había convertido en resignación, mientras en Laponia el teléfono no paraba de sonar. Eran los vecinos de la calle Eucalipto, del nº 34, del 36, del 48. Todos con la misma queja, que si no había derecho, que si habían enviado las cartas a tiempo, que iban a reclamar y pedir indemnizaciones.
El matrimonio García, mientras los niños veían la televisión y el abuelo dormitaba en el sillón, continuaba discutiendo: -Ya te decía que era mejor los Reyes Magos, como siempre, que esos sabes que no fallan nunca, pero tú, dale que dale, que si así tienen más tiempo para jugar, que si es mejor. Pues mira el resultado.
-Cállate un momento-, le cortó el marido.-Me ha parecido oír un gemido en la chimenea.
Aguazaron el oído: –¡por favor, ayúdenme, me he quedado atascado!- se oyó una voz. El marido se asomó con una linterna y creyó ver unas botas. Estiró fuertemente y ¡zás!, le cayó encima Noel que en lugar de rojo y blanco estaba recubierto con una capa de hollín.
-¿Pero usted se cree que estas son horas de llegar?- le increpó. Todos los miembros del hogar miraron con asombro al recién llegado, La barba en lugar de ser blanca y algodonosa, parecía una pelusa gigante acabada de barrer, la borla del gorro medio caído, golpeaba la nariz de un rostro completamente tiznado de ceniza y sudor. Ante ese deplorable aspecto, los niños asustados prorrumpieron en un impetuoso llanto mientras se cobijaban detrás de su madre.
Noel pidió permiso para sentarse y reponerse del golpe. Estaba aturdido y no tenía claro ni donde se encontraba.
-Por favor, pueden darme un vaso de agua- le pidió a los García.
-Ahí tiene, sírvase la que quiera- dijo ella señalando la mesa con los restos de la cena.
Noel, cogió la botella transparente que tenía más cerca y llenó un vaso. Le dio un generoso trago y de pronto sintió como el líquido abrasaba su garganta.
-¡Pero que hace hombre de Dios!. ¿Es que ahora quiere emborracharse con el orujo?- le increpó el padre.
-¿Orujo?. Creía que era la botella de agua. Y además, si yo no bebo.
-Bueno, ¿nos da los regalos de una vez?- intervino la madre.
Noel abrió su maltrecho saco y su semblante cambió de color. –Encima me he equivocado de saco. Perdónenme, voy ahora mismo a por el suyo. Si no les importa, utilizaré la puerta.
Noel salió a la calle, la cabeza comenzaba a darle vueltas. El trineo continuaba donde lo había dejado pero los renos ya no estaban. Al lado, las luces intermitentes de la policía iluminaban la escena mientras la grúa cargaba con el vehículo navideño.
-Pero ¿y los renos?, fue lo primero que preguntó.
-Los hemos soltado -contestó el agente- Como comprenderá ya tenemos bastante con llevar el depósito todos los coches multados. Encima, no querrá que tengamos unas cuadras para los animales.
-Pero no hay derecho. ¿Y qué hago yo ahora?.
-Ud. sabrá, ¿no tiene la facultad de hacer magia?. Y que conste que hemos estado aguardando, pero aquí no venía nadie.
-Pero es que me he quedado atascado….
-¡Cállese! –el agente no le dejó acabar-. Todos iguales, siempre buscando alguna excusa. Además, usted huele que apesta a alcohol, vamos a hacerle la prueba si no le importa.
Efectivamente, los efectos del orujo en el abstemio Noel no se habían hecho esperar y sobrepasaba los límites admitidos.
-Usted no tiene vergüenza. Menudo ejemplo para los niños
-Les aseguro que yo no lo sabía. Por favor si quieren después pueden llevarme detenido pero ahora tengo que repartir los regalos que faltan. Tengo que volver a esa casa a entregarles el suyo, pues me había equivocado de saco.
-Encima de borracho, incompetente. Venga, vaya usted aprisa-.Los policías habían hablado entre ellos y decidieron dada la noche de que se trataba, dejarle continuar con el reparto. No obstante, permanecieron allí, sin quitarle el ojo de encima. Noel se dirigía de nuevo a casa de los García. El padre lo estaba esperando el la puerta y malhumorado le arrebató el saco.
-Traiga, no quiero verlo más por aquí.
Noel, completamente mareado, volvió a su trineo y le costó un gran esfuerzo encontrar y después coger el saco siguiente. Haciendo eses, logró llegar con la bolsa a cuestas al domicilio del número 34. Inesperadamente, llamó al timbre. Cuando la puerta se abrió, no daban crédito a la pinta de Noel que tambaleándose y con voz de borracho preguntó:
-Buenas noches, ¿podría indicarme por donde se accede a la chimenea?- Al mismo tiempo que hacía la pregunta, se derrumbó en el suelo.
-Agentes, vengan por favor. Además de tarde miren en qué estado viene. Llévenselo, es lamentable, no queremos que los niños lo vean-. Los policías cargaron como pudieron con Noel introduciéndolo en el coche patrulla.
Y aquella noche, ya no hubo más reparto de regalos en aquel barrio de la ciudad.
A la mañana siguiente, en todos los hogares se recibió una carta por correo urgente:
“Por problemas de distribución, anoche fue imposible repartir los encargos efectuados por todos ustedes. Estamos contactando con una nueva empresa, por lo que previsiblemente sufrirán unos días de demora. Pero no se preocupen, en la noche del 5 de Enero, tres empleados ataviados con trajes reales, les harán entrega de los mismos. Rogamos disculpen las molestias causadas.”
Mientras tanto, Noel había sido despedido. Las explicaciones que intentó ofrecer a sus jefes, no fueron suficientes. Habían pasado unos días desde aquella aciaga noche. Sentado en el sillón de su casa, leía los anuncios de trabajo del periódico. Su mujer tratando de animarle le comentó:
-Tú no te preocupes, ya encontrarás algo. Además, las próximas Navidades nos podemos ir de vacaciones a Lanzarote.
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