martes, 26 de octubre de 2010

Libro viajero




Hola a todas/os, he dejado uno de nuestros libros en Roma, concretamente en los jardines de villa Borghesse, y cuelgo aquí las fotos. Como veís nuestras historias siguen viajando, sólo espero que quien lo encontrase, pudiera leerlo y volver a dejarlo en alguno de los rincones maravillosos de la ciudad eterna, para que siga su camino de mano en mano... Quizás sus palabras se borren antes de que se termine el mundo...Sería el mejor de los destinos para un libro ¿no creéis?

jueves, 21 de octubre de 2010

AL ESCONDITE EN LA PARED (Diana)
(García Márquez)


Cuando al Comisario Pesoa entró en el rancho, sólo se oía un llanto lejano, concentrado en sí mismo, como si contuviera todas las notas musicales superpuestas, un llanto que entraba por la nariz, por los oídos, por la boca y le llenaba a uno de tristeza y desamparo. El Comisario Pesoa interrogó a la madre a la que ya se le habían gastado las lágrimas. Su llanto seco no era de dolor sino de desasosiego, de la congoja que se llenan las madres cuando sus hijos no acuden a la hora de la cena. Un puño, apretando el corazón y una mirada suplicante en los ojos amarillos de la india.

̶ Mi hija no sabe volver sola, es muy chica― dijo la mujer recorriendo con la vista las paredes revocadas de la cocina que olía a moho y a humo de fogón.

El Comisario Pesoa estaba acostumbrado a las travesuras de los gurises del pueblo. Más de una vez tuvo que subirse a un árbol para bajar a algún mocoso abrazado a su gato, atacados de vértigo a las alturas. Otra vez tuvo que zambullirse en el lago para liberar a las sabandijas del fondo del ataque feroz de las pedradas infantiles. Por eso se armó de paciencia mientras escuchaba a la madre preocupada contarle que todo empezó cuando a la Pequeña se le ocurrió jugar a las escondidas dentro del rancho, cosa que tenía prohibida a juzgar por las consecuencias que había que subsanar. La mujer permaneció en silencio mientras el Comisario Pesoa recorría, escudriñando con las manos, las paredes encaladas. Aplicó el oído, entrenado por los años de pesquisas infantiles, a una hendidura de dos dedos de ancho por la que temió que hubiera podido colarse la niña. El llanto de los muros fue haciéndose cada vez más lánguido y pesado.

―La Pequeña está asustada…

Nadie recordaba el nombre de la niña. La Pequeña, la llamaban así su familia y aledaños. Nadie recordaba su nombre porque al nacer la peste asolaba la aldea, tanto la madre como la recién nacida contrajeron la enfermedad en la debilidad del parto y el alumbramiento. Las comadres aconsejaron al padre no ponerle nombre para que los arcángeles no pudieran llamarla a su lado. Pasada la epidemia el cura se empeñó en bautizarla con nombre cristiano pero nadie se atrevió a nombrarla por miedo a alertar a las alturas del descuido cometido. La Pequeña quedó tocada con el don de hacerse invisible cuando no quería ser encontrada. No era en verdad el don de la invisibilidad sino el del mimetismo. Era capaz de confundirse entre las plantas del huerto, cuando se bañaba en el lago nadie podía adivinar su silueta en el verdor del fango. El simple interior de un aparador servía de fondo para que su figura se mezclara con él en un todo amorfo. La Pequeña lo hacía por diversión o para huir de algún castigo materno o para burlar a los otros críos de la aldea en sus infantiles juegos. Aunque algunas veces los resortes del mecanismo, aún no desarrollados plenamente debido a su corta edad, le impedían el completo control de sus escapadas, ocurriendo como ahora que no podía adivinar dónde acababan sus dedos y dónde comenzaba la pared en la que había decidido esconderse. Encalado y piel formaban un único conjunto de apariencia homogénea.

Otras veces había ocurrido en que la madre había tenido que recurrir a la ayuda del Comisario Pesoa, éste fingía darle al caso un tratamiento formal a fin de no concitar las burlas de todo el destacamento. Una vez finalizado el rescate, el Comisario Pesoa emitía un aséptico informe en el que dejaba constancia del domicilio de la Pequeña, la filiación, aunque nunca el nombre, por aquello de los arcángeles, y una breve descripción del suceso en los términos más técnicos posibles. Aunque todo el destacamento sabía que de lo que se trataba era de un caso crónico de mimetismo doméstico. El Comisario Pesoa fue guiando sus pasos hacia el llanto, cada vez más débil de la niña.

̶ Tranquila, Pequeña, ya estamos aquí para traerte sana y salva. Dime, ¿dónde te escondiste la última vez?

Entre gorgoritos, la Pequeña fue relatando con qué regocijo logró burlar el acecho de los gurises de la cuadra más grandes que ella y cómo, distraída, no miró donde se escondía. El Comisario Pesoa le pidió que le dijera qué veía. La niña, tras iniciar y cesar una vez más el llanto le describió una superficie blanca y dura. El Comisario Pesoa, con la diligencia que dan los muchos años de deber cumplido, deslizó los dedos por cada palmo de la pared encalada de la cocina hasta notar un leve latido, un tenue movimiento de respiración, una humedad de lágrima.

̶ Estás en la pared, a la de tres extiende las manos.

La silueta de la Pequeña fue dibujándose como un papel mojado que, al secarse, dejara al descubierto el dibujo que escondía.

Con la congoja aún en el pecho prometió a su madre que no repetiría el juego nunca más, a sabiendas, tanto su madre como el Comisario Pesoa que, en cuanto se le esfumase el susto del cuerpo repetiría la gracia, quizás con más pericia la próxima vez.

Ejercicio para el 20 de octubre de 2010

El ejercicio consistirá en escribir un relato breve (2 ó 3 folios) de tema libre, imitando el estilo de  Gabriel García Marquez o el de José Saramago.

martes, 28 de septiembre de 2010

El Club en la radio

A partir de esta semana el Club de Escritura La Biblioteca tendrá un espacio en Punto Radio Albacete para leer relatos y poemas. Se trata del programa presentado por María García "Queremos hablar" y nuestra cita será cada lunes y martes de 19.45 a 20.00 en el 90.2 de la FM.

 Asimismo durante el mes de julio Alicia participó con sus lecturas en el espacio: "Protagonistas" y durante la Feria del III Centenario Pepi, Paula y Alicia leyeron relatos todos los días.

Os animamos a escucharnos.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El Paseo de Ayer (Relato de Pepi sobre la Feria)

EL PASEO DEL AYER




            Cada vez que consiento a mis recuerdos traspasar airosos las cancelas de mi mente, prohibido como les tengo el albedrío, se soliviantan y antes o después acaban enganchados audaces en aquellas tardes a punto de parirse el otoño. Requiebros jubilosos por el aire septembrino ansioso por vestirse de gala. Oro blanco salpicando la noche que se siente casi coronada y coqueta comienza a componerse los atavíos de fiesta. Se me pierde entonces el pensar en aquellos días de feria y la memoria se pliega a sus encantos, abanicándose con retazos de niñez y mocedad construidos a su sombra.
Hoy cuando la mudez de la soledad se ha hecho inquilina en mi casa y restaña las rendijas haciéndoles crepitar a mis horas vacías, a poco que me esconda del ruido forastero,  puedo recrear lo que nunca fue, con un ayer que aun me sirve de alimento. El olvido comienza a desandar su camino y me dibuja bocanadas de luz, farolillos de papel amamantando con color a las bombillas que entrelazaban de lado a lado el Paseo. Aromas de gente bebiéndose los instantes de parranda por si acaso se revolvían otra vez los tiempos. Voces, sirenas jaraneras pregonando el interior de las casetas con la cadencia de su canto. Hogares de paso de la mujer barbuda, del hombre más fuerte del mundo… ¡qué se yo!...Ilusiones embusteras por cuatro perras chicas en un entreacto de diez días con que mitigar las heladas venideras.
            Como a toda la gente vieja, se me da mejor retornar a los recuerdos más distantes. Algunos se me abren tan frescos que casi podrían empujar las manecillas del reloj con la misma firmeza que el ahora. Se me enciende la sonrisa al revivir algunos, como aquel año en que una cuadrilla de guasones de la tierra montaron un medio estaribel en el mejor sitio del Paseo y por turnos, subidos a un cajón de madera de la lonja voceaban enardecidos:
            -¡Sólo para hombres!, ¡sólo para hombres! Usted señora no puede entrar, ni la mocica tampoco, ¡este espectáculo es sólo para hombres!
            Las mujeres, enrojecido el pensamiento, figurándose alguna picardía pasaban de claro, ligeras, mientras que ellos, osados,  hacían cola para descubrir cuanto de verdor se alojaba en el interior. Lo que todos se guardaban bien de dejar entrever al cruzar la cortina de saco de la salida , a pesar de las chanzas y requerimientos de los de fuera, es que se habían dado de bruces con un montón de picos, palas, legonas, durmiendo desperdigados por el suelo arenoso y a ver quién era el guapo que entraba en discordia con los artífices sacacuartos, si ciertamente de varones era el género hallado.
            El gran parque zoológico merecedor era también de una evocación cáustica a la fuerza, que la ingenuidad se pegaba de los rostros que hacían cola en taquilla. Un letrero de cartón colgado en la entrada rezaba más o menos así:
            “Pasen y vean viva a la célebre vaca de siete cuernos, brazo natural, pecho de mujer y sobaco de hombre”.
            No la llegué a ver, que la fantasía me trasteaba algún fenómeno fantasmal pero me contaron que dentro había una pobre res escuálida y jubilada de ordeño, con tantos anexos de trapo pegados a las costillas como ofrecimientos ostentaba la propaganda.
¡Ay! como se revuelve ahora la melancolía harta de dormitar a mi abrigo y me permite regresar, el tiempo le ha dado el derecho. La neblina se disipa y alcanzo al punto los ojos de mi padre, su ceño eternamente fruncido contrastando con las maneras amables. Lo veo levantando, vísperas de Feria, la botillería con la que apuntalaba el resto del año, el escueto salario de jornalero. Daba paz por unos días a la hoz y a la azuela para montar el tinglado de lonas y tablas donde se daba buena cuenta del vino negro de La Roda y el avío de la matanza que maduraba en las orzas. Socorrían a mi padre que faena sobraba, los dos hermanos grandes y los chiquillos que aunque poco para un apuro valían. A mí, por ser la única hembra, no se les antojaba a mis padres de decoro, que sirviera tras el raído mostrador, ni siquiera que partiera algún tomatico o enjuagase la loza en el lebrillo. Decían que eran días canallas donde la cazalla daba arcadas en las braguetas así que antes echaban mano de alguna cuñada recia de porte y boca si mi madre no daba a basto, que de mí.
            Me quedaba pues en la casa de la abuela Margarita, que vivía en las obras de Matacaballos, las que miraban a la plaza de toros y allí les enjaretábamos alguna tortilla de patatas, unos pimientos fritos o cualquier otro avio que precisase de lumbre.
 En las atardecidas cuando aún no se había puesto gris, se llegaban mis amigas hasta allí y puestas de domingo andorreábamos de una punta a la otra del Paseo, echando el tiempo en la ruleta de los barquillos o tras el aroma dulzón del barril de madera cuajado de helado, que el chambilero removía a cada poco para mantenerlo al punto o acaso para que el regusto a mantecado nos removiese los labios y entrásemos en gana de compartir el cucurucho delicioso entre la cuadrilla que nos juntábamos, que los cuartos alojados en la alcancía durante el verano, eran cortos y habían de durar hasta que se cerrase la Puerta de Hierros.
            El domingo o el día de la Virgen incluso nos sentábamos ufanas en un refrescante, en “La Rosaleda” o en “Los Corales”, alrededor de una de aquellas mesas abiertas en hojas de hierro forjado que nos volvían por unos instantes señoritas de casa bien.
            ¡Qué claros desfilan ya los recuerdos por entre los ojos de la mente, que si quisiera hasta rozarlos puedo!
Rondaba la primavera pasada los veinte años y el primer día que lo ví me quede como encogida, con las palabras huidas y el pensamiento traspuesto.
            -Algún día serás mía, morena, algún día -me espetó al verme. Las amigas que me acompañaban rieron con las mejillas en brasa viva la ocurrencia del apuesto gañan. Hasta las primas que nos hacían de “cesto” se chocaron los codos pudorosos. Pero yo, estrenando sentimientos de mujer, supe que podría peinarme cada mañana, mirándome en el espejo de sus ojos de agua fría. ¡Cuánta ternura derrochamos desde ese instante! Enojado teníamos al cariño de tanto reprimirlo, desterrado como estaba por las miradas furtivas que envidiosas le fueron enseguida con el cuento a mi padre.
            -Tío Ángel, que la Cortes se merece algo mas, que es un pobre perdido - le decían royéndole la voluntad, hasta que un día se me puso por delante enrejándome el corazón y el resuello.
            -Anda para dentro que hoy no sales -me plantó y el ensueño en que vivía se me hizo pedacicos tan pequeños que jamás pude volverlos a juntar.
            Hube de aprender a devanar el despropósito, que eran otros tiempos y las voces de las mujeres aun no habían nacido. Un día la prima Pilar me vino con el cuento, se marchaba,  decían que a hacer fortuna, quizás a forjar caminos que me devolvieran a su lado. Era mi última oportunidad, la última de empaparme con aquella quietud caliente que vivía cerca de su boca. Las amigas ablandadas por mis lágrimas me apañaron una cita antes de partir.
            Ocho de septiembre, el día grande de mi Feria y en la punta del Paseo me esperó. No importaba ya que la tasca familiar estuviera a cuatro pasos, ni que el lugar preñado de gente delatase nuestro atrevimiento. Con el silencio cómplice de la abuela que por mujer y por vieja comprendía mi ansia, salí de su casa, para pedir asilo a los árboles de los Jardinillos que a escondidas y en volandas me llevaron hasta el pie de la Caseta. Cipreses, cedros y tilos enjuagando entre sus ramas la tristeza de mis pasos.
            En las puertas del Teatro Rialto, acomodado en la frontera del Paseo con los Redondeles, una tonadillera cuarentona disfrazada de khol y carmín, desgranaba una copla de la Piquer, haciendo público para la función de la noche.
            -Ojos verdes, verdes como la albahaca.
            El compás casi roto de la canción me llevó a él y se abrazó a nosotros en un descuido.
Los farolillos lloraban agua de colores, los caballitos daban un respiro a la manivela contemplándonos entristecidos, mientras él con audacia de hombre enamorado me pedía al oído lo que no podía darle, que no había mamado yo esa libertad. El miedo le cortó las alas a mis quereres y no pude. Frunció el ceño al pronto, pero de seguida se le hizo de azúcar como siempre.
            Una idea me había castañeteado desde que supe de su marcha. ¡Qué le daría yo para que me recordase más allá de la ausencia! Se me vino a la mente el orgullo hiriente con que mi padre resguardaba su navaja, tras la burda faja de retorta y quise que mi amor supiera de ese gozo. Junté los ahorros que guardaba para las perolas del ajuar y allá, en la calle Tejares mandé hacer la faca más preciosa o quizás fuera la pasión de mis ojos  que me engatusaba la mirada.
            -Toma,  para que no te olvides de mi- le dije al ponérsela entre las manos. Me miró receloso y yo me adelanté a su agobio.
            -Dame una perrilla y será vendida, si eso es lo que penas.
            -Ni un céntimo me queda después de comprar esto.
            Y me puso al cuello una medallica con la imagen de la Virgen de Los Llanos que al instante se fundió con mi piel.
            -¿Sabes lo que haremos tal día como hoy? Espérame en este mismo lugar- me dijo con la voz quebrada por la soledad que llegaba presurosa- volveré para pagártela.
            Y su promesa subió al cielo. No sabía cuando, pero me juró regresar a saldar su deuda.
            Y yo le creí.
            Desde aquel instante mi vida se ha reducido a ver diluirse los días, cruzar las estaciones tras el umbral de mi puerta. Los años se consumen con la mirada puesta en semejante fecha, para verme volar allí entre el gentío, apuntalados mis pasos con el anhelo de volver a verlo, para regresar con el desengaño haciéndome burla.
            Se me casaron los hermanos, grandes y chicos y llenaron la casa de la Plaza de las Carretas con mil chiquillos y a mí cada noche se me arrebujaban en el vientre dormido los hijos que nunca parí y que día tras día mecía en el pensamiento. Se me murió la madre y al poco el padre le siguió la ruta ¡que eran muchos años juntos!, para caminar sin ella y fue quizás al recelarse mi desamparo, que cuando vio que se iba cogió de la mesilla, su navaja, la que lo velaba a mi lado y me la puso por delante.
            -Perdóname Cortes- enhebro un hilo de voz - ¡Cuánto me pesa dejarte tan solica!
            Al pronto me nació una protesta que hijos y nietos tenía para ese legado, pero sin querer abrí el bolsillo del delantal y allí la metí y un calor de ternuras sin confesar me subió a la boca recordando aquella otra que forjó una deuda de amor que me mantenía en pie, loca de ilusión absurda.
            Treinta años como treinta vidas han pasado. La piel de mi rostro se ha ajado, el cabello se ha entreverado de finas hebras de plata y el sosiego no pasa nunca por aquí, ni ofreciéndole goces de alcoba que jamás vieron la luz.
            Hoy es ocho de septiembre y la duda me ha corroído durante todo el día. Viejos porqués aburridos de repetirse. Son las siete de la tarde y rompo el momento viéndome a mi misma ir en busca del bullicio, el corazón de la fiesta, el Paseo de la Feria, ¿qué importa una decepción más? En mi casa caben de sobra.
            Hierve la gente en el lugar, miro a  mi alrededor y se me arañan los ojos de ver cómo ha cambiado todo. Ya no hay farolillos riendo luces y los caballitos cabalgan ahora cegados por su propio resplandor. Las lonas de las casetas se disolvieron con el tiempo y el teatro se jubiló harto de lidiar con las redondeces de las viejas tonadilleras. Y yo continúo allí, aliada con mi propia necedad.
            La mano me aseda el cabello. Me giro. El Paseo guarda silencio expectante.
            -Tengo una deuda de amor contigo, ¿recuerdas? -la voz es un poco más ronca que la que dormía en mi memoria, vuelan al momento los treinta años y se llevan los surcos que me cruzan el rostro y el envés de la piel.
            El paseo acongojado contempla la soledad y su mentira, la quimera que vehemente ha enraizado en los ojos de ella infundiéndoles vida, y de repente los brazos de la Feria hartos de llorar ausencias, se contagian sin pedir licencia del idilio yermo y comienzan a aplaudir.

martes, 14 de septiembre de 2010

Poemas leidos en Punto Radio, durante la feria.

DESNUDANDO NOSTALGIAS

Como si fuera niña,
volar en pos de estrellas,
acariciar la luna, soñar.
Y dicen que soy vieja…
¿Vieja? ¿cómo los trapos viejos?
¿cómo la silla vieja sin anea?

Si el tiempo dejó surcos
en mí rostro,
la ilusión se quedó;
y sigo a las lluvias,
entre verdes pinares,
por húmedos senderos,
respirando flores.

En la mirada: el alma,
puede que ya chochee,
y me engañe el espejo
escondiendo las mellas.
Desnudo mis nostalgias,
y camino, camino…
Voy, olvidando sombras.

CUANDO CANTO

Suelo cantar para cambiar
mis penas. Y las risas, los sueños,
las penas de otras gentes,
suben a mi garganta…

se convierten en perlas,
en suspiros, en aíre,
en bellas esperanzas,
o dolientes quejios.

Busco caminos, cielos,
saboreo entre notas,
el milagro: la música,
y me adentro en sus letras.

Vivo en ellas,
el alegre verano,
el sentido desgarro de un tango,
o una copla gitana.

Imborrable ilusión.
Y por breves minutos soy:
esa rosa caída del tango,
o la hermosa de mí copla de amor…

Cantar alboroza los sueños,
agarrada a sus notas,
surco los laberintos
del olvido y,

vuelan pensamientos ingratos,
derroche de emociones,
que se unen, al colorido
aplauso de una noche.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Un relato de Feria

Este es uno de los relatos que hemos leído en Punto Radio, en el programa Protagonistas de Albacete.

Un beso y Buena Feria.



7 de Septiembre

Hoy es siete de septiembre y, como todos los años desde hace más de veinte, a Inés le tiemblan las piernas mientras se pinta los labios delante del espejo.
Ha elegido un vestido de color verde, que resalte el tono aguamarina de sus pequeños ojos. Los zapatos con un tacón amable, para que sus pies resistan toda la noche, y el dolor no acabe por desbaratarle la sonrisa; esa sonrisa que, frente al espejo, ahora perfila de un rojo brillante. El mismo rojo de los últimos siete de septiembre. El mismo rojo que aquella vez.
Aquella vez, ella tenía diecinueve años, él rondaba ya los veinticinco. Ella tenía la cabeza llena de sueños, él tenía las manos llenas de deseo. Esa misma mano firme que la sujetó por la cintura en el preciso momento en que atravesaban el umbral de la Puerta de Hierros.
Con el pie derecho le susurraba él al oído Hay que entrar con el pie derecho.
Ella le contestó con un guiño y pensó que aquella noche todo era sencillamente perfecto.
Después pasaron los días, y al terminar la Feria, el otoño dejó al descubierto todas las imperfecciones que tenía su proyecto de pareja. No tardaron en darse cuenta de que no estaban hechos el uno para el otro, de que eran demasiado diferentes. No tardaron en llegar a la conclusión de que juntos jamás podrían ser felices, y decidieron seguir con sus vidas por separado.
Pero la Feria es terca, y se empeña en desempolvar los recuerdos.
Por eso, al año siguiente, el día siete de septiembre, cuando el teléfono sonó a la hora de la siesta, ella sabía perfectamente quién llamaba un segundo antes de levantar el auricular y escuchar su voz. Y como seguía teniendo la cabeza llena de sueños, no dudó en volver a pintarse los labios, escoger un vestido sugerente, y dejarse envolver por la magia de la Feria, por las luces, por el bullicio del Paseo. Allí, entre miles de personas, frente a la Puerta de Hierros, él la esperaba impaciente para cruzar el umbral cogidos de la mano.
Con el pie derecho Le recordó ellay esta vez fue él quien contestó con una sonrisa.
Luego, como quien no quiere la cosa, fueron pasando los años, y cada uno fue tejiendo su vida de manera independiente. Él encontró sus deseos en otra ciudad, ella siguió apegada a su tierra y a sus sueños. Él se casó dos veces, y tuvo dos hijos. Ella se encontró a sí misma cuando dejó de buscar pareja, y descubrió a una mujer llena de posibilidades.
Sin embargo, cada año, diez días en septiembre, venían a romper las rutinas, y como en un espejismo, se dejaban llevar por el sinsentido, y se atrevían a soñar con lo imposible.
Y de esta forma cada año, mientras a los dos les quede un ápice de añoranza, se encontrarán sin previo acuerdo frente a la Puerta de Hierros el día siete de septiembre, justo después de la Apertura, entre miles de personas. Ella con sus labios pintados de rojo, él con sus manos inquietas en los bolsillos. Con el mismo nudo en el estómago que aquella primera noche. Con el mismo temblor de piernas. Con el mismo deseo. Con la misma magia.

viernes, 27 de agosto de 2010

martes, 24 de agosto de 2010

And the winner is...

A ver, iba a dejaros con el misterio un día más, pero voy a ser buena y desvelarlo.
Tengo que decir que ha habido dos acertantes, aunque la primera de ellas me dio la solución en mi blog para mantener la tensión durante un tiempo más.
Y sí, la primera acertante fue Sherlock Holmes, o sea, Toñi (con un poco de ayuda informática, todo hay que decirlo)
El segundo acertante fue Arístides, al que aprovecho para agradecerle el comentario que me envió. Como habrás visto, he tomado nota de la corrección. A mí también me sonaba un poco mal, la verdad.
No tengo ni idea de si lo de Arístides fue intuición, inspiración, o si también se valió de San Google para adivinarlo, pero en cualquier caso...

¡¡TENEMOS DOS GANADORES!!

Vais a tener que compartir el premio, pero merece la pena. Este es vuestro jamón. La verdad es que tiene una pinta estupenda


Y aquí tenéis la playa paradisiaca



Gracias a todos por haber seguido el juego, ha sido muy divertido.


Ahhh, que me olvidaba... La autora del poema, y del jueguecillo gamberro es Paula (o sea yo) Un beso a todos.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Para despertarnos de esta siesta estival...

Os propongo un pequeño juego.


¿Podría alguien adivinar quien soy a partir de uno de mis poemas?


El ganador recibirá, además del reconocimiento de todos los ciberlectores de este blog,  un sabroso jamón ibérico y un viaje a la isla del caribe que él mismo elija (todo de modo virtual, se entiende)

Y los demás... espero que al menos disfruteis un poquito del poema.


COMO EL MAR

Como el mar

te imaginé azul,

inmenso, profundo,

lleno de amaneceres.

Como el mar
te imaginé inabarcable;
cargado de misterios
ocultos en tu pecho.

Y como eras mar
intenté navegarte,
trenzarme con tus algas,
volverme acantilado

para morder tus olas
y beberme tu espuma.

Pero ya no eras mar,
ni aun agua,
ni fuente.
Sólo en ti quedó la sal
para arañarme los labios.


FELIZ VERANO A TODOS

domingo, 13 de junio de 2010

"LAS VERDADES A MEDIAS" Nieves Jurado



-Hola, Inés, ¡qué bien te veo!, la verdad es que el pelo así de corto te queda de maravilla. ¿Te lo has aclarado? Pareces más joven –dijo Laura acercándose a Inés con la copa de vino blanco medio llena y una sonrisa tan artificial como la de una muñeca antigua.
La música sonaba lejos, demasiado lejos como para proceder del salón de al lado. Para Inés, el ruido de las voces era mucho más fuerte y molesto. No tenía ganas de aguantar idioteces y menos dichas por alguien que lo único que sabía hacer era escupir veneno por la boca.
-Y dime, ¿sigues con tus proyectos de escritora?, ¿has escrito algo nuevo? Lo cierto es que el último relato que te publicaron en el periódico no estaba mal. ¿Cómo se titulaba?, “Mentiras a medio hacer” o algo parecido, ¿no?
- “Las verdades a medias”, Laura. Ese es el título del último relato mío que salió publicado en el periódico, y de eso hace ya seis meses. Desde entonces, como sabes, no he podido dedicarme a escribir.
Inés deseaba que alguien la sacara de esa estúpida conversación. Todos conocían perfectamente el sufrimiento por el que había pasado meses atrás. La mayoría de sus allegados evitaban cruzar con ella más de un puñado de palabras. La situación era incómoda, nadie podía negarlo y ella, menos. Pero la mujer que ahora estaba delante de sus narices poseía un don, el don de la impertinencia. No le bastaba con un simple y educado saludo, tenía que ahondar en la herida.
Los labios de Laura estaban hinchados por el exceso de silicona y su movimiento al hablar resultaba grotesco. Era una prima lejana, o algo así, y tenía por norma no faltar nunca a las reuniones familiares. Esas malditas fiestas, aburridas e insoportables que siempre organizaba la exquisita familia de Miguel, su marido, y que a Inés le traían sin cuidado.
-Bueno, querida, no te preocupes, ya te llegará la inspiración para escribir. Es cuestión de tiempo –afirmó Laura sin convencimiento alguno.
-Pues sí, eso es lo que pienso tener a partir de ahora, tiempo para dedicármelo sólo a mí -le contestó.
-¡Inés! –gritó alguien a su espalda. Su nombre le rebotó en la cabeza como una pelota de ping-pong.
-Hola, Carlos –saludó con desgana.
-¡Qué guapa estás!, un día de estos te voy a invitar a cenar, pero a ti sola, sin el pesado de tu marido –dijo con tono estridente y fuera de lugar.
Carlos era hermano de su suegro. Un viejo gordo y borracho cuyas venas de la cara parecían lombrices azules.
-Te sienta bien estar delgada –dijo con un lento escaneo del cuerpo de Inés- Lo cierto es que siempre te sobraron unos kilos –añadió.
A Inés ese comentario no le hizo ninguna gracia. Su delgadez no era por motivos estéticos, precisamente. Un repentino odio llevó a su paciencia a alcanzar un peligroso punto de ebullición.
-Vamos, dejadla en paz de una vez que la estáis agobiando –sugirió Eduardo, sobrino de su marido. A pesar de su conocida afición a la marihuana, él era el único medianamente capacitado para entender el estado físico de Inés, no en vano, estaba a punto de terminar la carrera de medicina, todo un logro para una familia dedicada exclusivamente a la elaboración de vinos. –Tía, este ambiente tan cargado no te conviene, ¿quieres que busquemos al tío?, quizás deberías irte a dormir. Estás muy pálida.
-¿Pálida? ¡No seas tonto! Si está perfectamente, un poco cansada pero nada más. Algo muy lógico después de lo que ha soportado estos meses –afirmó Carlos acercándose demasiado a Inés que hizo un esfuerzo por no vomitarle encima.
-Sí, llevas razón. Estoy cansada de soportar tonterías sin sentido –aseguró la mujer agradeciendo el oportuno rescate.
-Ven, vamos a buscar al tío –propuso el joven con una leve sonrisa.
Carlos y Laura observaron estupefactos cómo Eduardo se la llevaba del brazo así, sin más, sin despedirse ni nada. Durante unos segundos permanecieron en un silencio incómodo y extraño. El olor a sudor lo impregnaba todo, hacía mucho calor.
-Es una pena. Está hecha polvo la pobre –soltó de golpe Laura
-Sí, lo es –afirmó Carlos mientras se secaba con el pañuelo el exceso de humedad de su congestionada cara.
-Bueno, ya hace tiempo le avisaron que fumaba demasiado. Y todo el mundo sabe que el tabaco… -la mujer bebió el último trago de su copa de vino.
-Sí, una pena –repitió el hombre asintiendo con la cabeza- Siempre fue muy atractiva, y sólo tiene cincuenta años –añadió pensativo.
-Cincuenta y tres –aclaró ella.

lunes, 7 de junio de 2010

LA CENA", por Pepi González

Este es el ejercicio de Pepi sobre la última propuesta que hizo Jose Arístides: escribir un cuento en el que se esconda un "agujero negro", es decir que uno de los datos principales de la historia se esconda pero al mismo tiempo se ponga de manifiesto de una manera sutil.

LA CENA


-¿Puede sentarse a mi lado mientras ceno?- las palabras se derramaron de su boca casi sin querer. Llevaba demasiado tiempo pensando en aquel instante, demasiado para un hombre solo.
-No es lo normal. No es, digamos ortodoxo-contestó la figura gris.
-¿Legal…?-preguntó el chico moviendo compulsivamente los cubiertos de plástico que adornaban la bandeja-¡Qué absurdo!-continuó dándoles rostro a los pensamientos que le martilleaban en las sienes-Ni siquiera en una noche como esta puedo sentirme ya un ser humano.
-Son las normas, Harry. ¡Vamos! Cómete la hamburguesa. Tiene buena pinta ¿sabes? Nunca me ha gustado demasiado la carne. Podría decirse que soy casi vegetariano. No me va lo de comer animales muertos-sintió como las últimas palabras le erosionaban el aliento, en verdad eran inoportunas. Intentó taparlas con más frases desaliñadas, pero no le surgió ninguna.
-Por favor señor, acompáñeme ¡Hace tanto que no como con alguien al lado, que no quisiera marcharme sin hacerlo otra vez!
-Tampoco pide tanto-la reflexión cobró cuerpo- te voy a dar en el gusto. Pero dejamos la puerta entornada y no olvides que mis compañeros están tras el muro.- No se sentó junto a él, pero cruzó el umbral y le regaló su cercanía. Había sabido a quien debía pedírselo. Cualquiera de los otros, habría rumiado un gruñido, por encima de la fuente de metal como única respuesta. Pero aquel hombre se le antojaba tratable. No murmuraba residuos soeces igual que los demás y los gritos dejaron de ser bramidos tras los primeros momentos. Solía sentirse mirado, escuchado cuando se acercaba.
-Date prisa- le increpó el hombre vestido de plomo-Sabes que estoy incumpliendo la normativa al entrar.
-Ya, el reglamento, siempre el reglamento, ¿le he contado alguna vez como llegue aquí?
-Si chico, me sé tu vida paso a paso- quería ser compasivo, pero ya apenas recordaba como hacerlo y eso que cuando se desnudaba, salía a la calle y respiraba el aire otra vez, podía beberse lo que faltaba en el interior y seguir caminando. Pero en noches como aquella se le desdibujaba la cortina de hielo, con que solía arroparse para lidiar con los rostros que aguardaban la llamada.
-A mí siempre me gustó la comida basura, devoraba los perritos cargados de mostaza, hasta el olor a fritanga del burguer de mi barrio me parecía delicioso.
El hombre hizo un gesto de urgencia. La mirada iba y venía, tras cualquier sonido que avisase de lo que estaba por llegar.
-Ya voy, ya voy- la voz del chico se hacía más pequeña conforme pasaban los minutos- le agradezco de veras lo que ha hecho por mí. Se lo agradeceré siempre ¡que ironía!-rió sin sonrisa-siempre.
-Vamos Harry, debo llevarme la bandeja. Se han oído los cerrojos, dichosos goznes, alguien debía quitarles la herrumbre de una vez- las palabras se le atropellaban, le solía pasar, cuando le tocaba en suerte el oscuro cometido.
-Venga muchacho debes prepararte, sabías que antes o después llegaría.
-Si señor, no pienso acobardarme, de verdad que no. Gracias por su compañía, me ha servido de mucho.
Las voces cruzaron el silencio respetuoso que se le ofrecía desde las otras bocas. El hombre teñido de sombra el semblante, cerró la puerta tras de sí.

jueves, 13 de mayo de 2010

"FLORECER" (Propuesta de Julio), por Pepi González

Mi santa Amparo descendió si acaso a devota, después del barullo que formó en mi placida existencia. Casi cincuenta años de mutuo y feliz desacuerdo no bastaron para convencerla, cuando se empeño en lo del divorcio. Que quería vivir su vida, disfrutar su libertad… pero a mí no me la dio, porque a la semana siguiente de echar las firmas ya bailaba algo más que “agarrao” con un mocito de 68, que por lo visto tenía mejor que yo la próstata y la cartera. Pero bueno, que a mí lo del luto, me duró poco, que para duelos y velorios siempre habría tiempo. Eso sí, me cambié a otro club de jubilados, porque entre que uno no es de piedra, para ver a mi Amparo (disculpen lo de mía, pero es que me sale solo) sobeteándose con el chaval y los chismorreos por lo bajo de las marujas de turno. Con lo de que - Ya está aquí el “vitorino” o cuidado que roza las puertas.

Se me venían unos espasmos al centro del cuerpo, que para la úlcera digo yo que no serían buenos. Así que empecé a frecuentar el hogar del barrio del sol, que me habían dicho que había buen ganado (perdonen las señoras, pero es que yo me entiendo mejor en castellano antiguo).

Allí la conocí, en una sesión de bingo, entre línea y línea, bajita, con el rostro sonrosado, como si dos pimpollos geraniles se le hubieran colgado en las mejillas. Quería ser coqueta, aunque la verdad no le salía de natural, igual que los pasodobles los jueves en el baile, que no llegaba a encontrarse los pies.

Lo entendí de maravilla, cuando un compadre me aclaró que Loli (la susodicha), había pasado cuarenta y tres años en un convento de clausura y claro, allí entre celdas, hábitos y celosías la mayor diversión que debían tener era la hora del Ángelus.

Bueno pues después de varias sesiones de charla, rumbas y cañitas de cerveza, que cuajamos algo parecido a un amorío y de que nos dimos cuenta, vinieron los besos, los arrumacos y el -cuelga tú cari, no, cuelga tú tesoro… el pelar la pava de toda la vida, vaya . Y claro ninguno nos habíamos percatado de que con el pasar de los años, Loli antes sor Dolores en el claustro y un servidor en su maridaje alechugado, habíamos cambiado, casi una metamorfosis podría decirse.

Ella se había endurecido y yo me había ablandado por lo que al llegar el primer ayuntamiento, léase uso del matrimonio, iniciado el instante de la consumación, me fue imposible deslodar el atranque y hubimos de conformarnos con los trabajos manuales. Pero amigo, cuando empecinados en ponernos al corriente en el arte amatorio, ambos a la par, decidí buscarme los apaños precisos en el herbolario de la plaza, porque la farmacia no estaba al alcance de mi bolsillo, ni de mi presión arterial, no fuera uno a terminar como Paquito Martínez, que en el momento cumbre del asunto se azuleó de tal manera, que a la pobre viuda que tenía debajo le dio un sofocón que casi la palman los dos, ahí enganchados, como dos perrillos, aunque feo esté el comparar.

Bueno que me desvío del tema, que preferí echar mano de la madre naturaleza y me pegué un chute de ginseng, menta y camu-camu, que no se si serviría para el himeneo, pero que me sonó muy exótico. El caso es que semejante mezcla me tuvo tres noches con los ojos como platos y los bajos más alborotados que un quinto sin bromuro, pero es que a la Loli, le faltó poco para aplaudir y dar la vuelta al ruedo.

Hoy recuerdo aquel despepite primero con la ex-sor, pero es que una vez despabilados los sentidos, los dos llegamos a la conclusión de que teníamos que aprovechar ese florecer inesperado, que para amarrarse de nuevo siempre estábamos a tiempo.

No digo yo que al llegar a la linde de la vejez, no nos entre el azogue mutuo y volvamos a la noviez, que en decente y limpia no la gana ninguna a la Dolores, pero mientras tanto, vamos a darle al retozar, que no retoña uno todos los días.

lunes, 10 de mayo de 2010

LA CONVERSACIÓN DE LOS JUEVES... (Ejercicio propuesto por julio)

¡Hay que joderse! Y pensar que me he pasado el ochenta por ciento de mi vida estudiando para terminar limpiando la mierda de los demás.

Mira, mira el señorito, con diecisiete años y es incapaz de sacar la ropa sucia de su cuarto, que apesta como una leonera. Vamos que no abre la puñetera ventana para renovar el aire así se asfixie.

No, si cuando digo que esta gente disfruta de privilegios que no valora, porque vamos a ver, un autónomo, coño, un simple autónomo, pero mira que bien se lo ha montado el tipo, un chalet en el centro y sin hipoteca por supuesto, y un mercedes que quita el sentido, además de la casita de la playa en una de las mejores urbanizaciones privadas de Marbella. Venga hombre para que luego digan, y una con un utilitario de segunda mano que está para el desguace, y malviviendo en una habitación mugrienta de una pensión de mala muerte.

¡Ah! y aquí tenemos el santuario particular. ¿Cómo lo ves? Cama tallada con dosel traída especialmente desde Tailandia, de diseño exclusivo, y una terraza que da a un inmenso jardín y a ese pedazo de piscina dónde te puedes perder braceando.

Además el joyerío, que la tía no va descalza, ¡joder! Que aquí hay mucho oro y muchas piedras preciosas, nada de alta bisutería, y encima lo deja todo por ahí, en cualquier sitio. Lo que yo te diga, los ricos están hechos de otra pasta.

Y Marta recogiendo los vasos y botellas desperdigados por toda la casa tras la consabida juerga de los jueves, y aún se permite la muy cacatúa llamarme para que en cuanto acabe con esto, le lleve los trajes a la tintorería. Menudos modelitos se gasta la muy cabrona, que hay ocasiones en que me fugaría con ellos tal y como hizo el Dioni.

Y yo cumpliendo años y sin un trabajo acorde con mi titulación. Para eso me he dejado la piel estudiando día y noche. ¿Para qué quiero un titulo universitario si me dedico a limpiar en una mansión en la que se tira a diario a la basura, más comida de la que yo necesito en una semana? Y no es envidia que conste, que una es muy honesta y justa, pero lo cierto es que hay gente con suerte, aunque no me extraña porque este país es de locos. Pero digo yo, todos cagamos por el mismo agujero ¿no? y su mierda no huele mejor que la mía por muchos aires que se den.

Aunque si tuviera el carné del partido, otro gallo me cantaría, que ya me lo decía mi madre, nena, ábrete el escote, que vean lo mucho que vales. Tú siempre del lado de los que están arriba, no te compliques la vida hija, que con tu físico puedes llegar tan lejos como te propongas. Lo que más me fastidia es que voy a tener que darle la razón.

El caso es que bien pensado, este tío no tiene mala planta y está “forrao”. ¿Qué más se puede pedir? Y me mira el muy cabrón, vaya que si me mira, en cuanto paso a su despacho con el aspirador me desnuda con los ojos. Oye, pues a saber si no tengo la solución a mis problemas delante de mis narices. Porque no te vayas a creer que estoy por la labor de hincharme a trabajar más horas que un reloj de pasante en un bufete de mala muerte por cuatro perras, que para cuando quiera hacerme un nombre tengo más años que la Duquesa de Alba, que ni mover la boca puede ya la pobre.

En fin que el martes me vengo con escotazo y tacón alto, así, marcando tetas y trasero. ¿Quién sabe? Igual desbanco a esa Barbie de silicona, y me quedo con el trofeo para mí solita.

Uff ¡La una y media! No sueñes más Marta, que aún te queda la cocina y mira qué horas…

lunes, 3 de mayo de 2010

PRÓXIMA REUNIÓN

Sólo recordaros que la próxima reunión es este miércoles, día 5 de mayo, a las 7:15. 
Como deberes se mantiene el ejercicio que propuso Julio. 
Saludos.

viernes, 23 de abril de 2010

Día del Libro


Como no podía ser de otro modo, el Club celebra este día como mejor sabe hacerlo, ofreciendo un nuevo conjunto de textos de sus miembros.
Esta obra, editada por el Ayuntamiento y la Diputación de Albacete, iba a ser presentada por la Alcaldesa de Albacete el lunes 26 de abril, a las 10:30 de la mañana, en la sala de prensa del Ayuntamiento de nuestra ciudad, pero ha tenido que ser pospuesta. En cuanto tengamos nueva fecha lo anunciaremos.
Se trata de una serie de relatos en donde la mujer y el libro son el hilo conductor de todos ellos. Esperamos que tenga una buena acogida. Más adelante colgaremos un enlace para poder descargarlo en formato pdf.

jueves, 22 de abril de 2010

EL HOMENAJE por T. Alicia. G.V. El ejercicio pendiente.

Tendría unos setenta años, pero aparentaba sesenta y cinco; el pelo blanco y brillante, recogido en un moño alto; llevaba un abrigo negro de buen corte, zapatos y bolso, también negros. Miraba con atención las calles por las que pasaba el autobús, parecía contenta. Frente a ella, sentado, un señor más o menos de su edad no dejaba de mirarla. El autobús dio un brusco frenazo que lo lanzó al asiento de la mujer.
_Perdone _se apresuró a decir él_, estos autobuses…
Ella lo miró; pese a su edad, era una mujer de buen ver, de porte elegante: el hombre la miraba encandilado.
_No se preocupe, eso le pasa a cualquiera. Una vez me caí en uno de estos frenazos, pero tuve suerte y no me pasó nada _contestó la señora.

_Menos mal, sino si no hubiera sido una lástima _suspiró, y cambiando el tono_. ¿Iba usted sola? Cuando  uno va solo y le ocurren esas cosas se siente perdido, ya se sabe, la edad…
Ella torció el gesto.
_No se ofenda aún es usted joven _se apresuró a decir.
_No señor, no iba sola _contestó cortante, ignorando el comentario_, iba con mi marido y él me ayudó._Vaya, yo creí que era viuda, no es por nada, como va de negro
_Pues mire, no da una. No soy viuda, ¡soy separada! _lo dijo con orgullo_ Hace dos semanas que me he separado y estoy en la gloria, no sabe usted como se disfruta la libertad después de tantos años… presa. ¡Qué gran invento el divorcio!
_¡Y qué casualidad más estupenda! _exclamó el hombre, sonriente.
_¿También usted es separado? _preguntó ella.
_No, soy viudo, muchos años viudo y solo, pero le puedo asegurar que nunca había encontrado una mujer como usted _casi lo susurró, con voz suave y melosa.
Ella lo miró pícara.
_Eso se lo dirá usted a todas. ¡Ay, los hombres! Todos unos bribones.
_Le aseguro que yo no. Me ha impactado tanto que quiero quedar con usted ya, ahora mismo.
_ ¿Ya? ¿tan pronto? –un poco asustada
_Dentro de unas horas no es tan pronto. ¿Qué tenemos que esperar a nuestra edad? mejor tuteémonos _y acercándose a su cara_ ¿En tu casa o en la mía? La vida hay que aprovecharla hoy, ahora mismo; después, ¿quién sabe?

Un filósofo no lo hubiera dicho mejor, pensó Encarna, pero respondió:
_Si lo miras así… claro, que ni en tu casa ni en la mía, podemos quedar en la punta del parque, ¿te parece? Por allí hay buenos hoteles y, ¡ah! todavía no sé tu nombre, don rápido. Si eres así para todo…
_¡Qué bromista eres! Me llamo Braulio, y ¿cómo te llamas tú, guapa? Porque eres muy guapa.
_ Encarna, para ti, Encarnita. ¡Vaya, tengo que bajar, es mi parada! Esta vez se me ha hecho el viaje cortísimo _se levanta ayudada por él y lo envuelve en una mirada llena de intención_. Hasta la tarde, Braulio. ¿Te parece bien a las seis?
_Cuando tú digas, Encarnita, cuando tú digas; a las seis en la punta del parque, ¿vale? _¡Qué flechazo, madre! _se dice entusiasmado_ ¡qué flechazo!


Son la seis de la tarde, Braulio pasea de un lado a otro en la puerta del parque. Se para en el quiosco de la entrada a comprar unas juanolas y dos bolsas de pipas, en un bolsillo guarda un paquetito de bombones.
Encarna llega a su lado, sin ser vista, y le tapa los ojos.
_¿A que no me conoces? _pregunta alegremente. Parece una jovencita en domingo, con el abrigo claro de las grandes ocasiones y los labios pintados; se ha puesto rimmel y unos mechones de pelo le acarician la frente.
Braulio, después del susto, la mira embelesado.
_¡Estás preciosa, Encarnita! _le coge una mano y se la lleva a los labios.
_Tú tampoco estás mal.
El hombre lleva el único traje que le viene, aunque un poco estrecho, ha engordado bastante desde que se quedó viudo: la comida basura, las tapitas del bar; se adorna el ojal con un clavel y la cabeza con un sombrero negro. Cogidos de la mano, entran en el parque como dos tortolitos. Mientras pasean hablan animadamente, admiran las rosas y visitan el estanque de los patos, muy sucio, comentan; y entre sonrisa y miradita, deciden ir al hotel. Está justo enfrente, no tienen que caminar mucho, que no están ellos para mucho andar. Cada uno, por su parte ha cogido la paga que les queda de la jubilación, por si acaso; Encarna, además, ha metido en una bolsa las pastillas del corazón, la tensión, etcétera: no quiere encontrarse con sorpresas, “una ya tiene una edad”, se dice.
Piden la mejor habitación, y junto al botones que los guía llegan a ella. Es la número 69, en la puerta un corazón gris con un lacito rojo para festejar el encuentro.
_¡Buen detalle por parte del hotel! _ exclama Braulio contento.
La habitación es grande y hermosa, con buenas vistas al parque. Encarna mira por el ventanal mientras él, con aires de conquistador, se le acerca. Encarnita, presa de una súbita timidez, se aparta un poco.
_¡Pero mujer! ¿Qué te pasa, he dicho algo malo, ya no te gusto?
_No, no, es que de repente me he acordado de Pepe. Pepe era mi marido, ¿sabes? Braulio cree notar nostalgia en su voz.
_¡Vaya por Dios, con el Pepe ése! Mira _le enseña las pipas_ por si nos aburrimos_, las guarda enseguida al ver su gesto y saca las juanolas junto con un paquetito de bombones, que lleva en el bolsillo_, y si se nos seca la garganta… _señala a las juanolas con una sonrisa_, los bombones son para después_ aclara riendo con picardía.
_¡Es que estás en todo, amor! ¿Por qué no te conocería yo antes? _Encarnita parece feliz.
Él, entusiasmado empieza a desnudarse; ella también. Se abrazan, y poco a poco van hacia la cama. Se besan.
_¡Braulio!_ le llama Encarna de pronto_ acércame el bolso, por favor, quiero dejar las pastillas del corazón en la mesilla, por lo que pudiera pasar…
_El hombre, ante su petición parece recordar algo, rebusca en el bolsillo, y contrariado se da una palmada en la frente_ ¡Pero qué tonto soy, se me olvidó la mía!
_¿Tú también estás del corazón, cariño? _pregunta ella.
_No cielo, no, es la pastillita azul, esa… ¡Ah, menos mal! las tenía en el otro bolsillo. Si yo estoy de un sano sanote…

Dos horas después, en recepción, un empleado a otro con cara divertida:
_¿ Te has enterado?
El otro niega con la cabeza.
_ Pues otra pareja de jubilados que ha venido a darse un homenaje_. Le explica_ Ella está bien, asustada pero bien, lo peor ha sido lo del pobre hombre, se pasó con la biagra y tanto se le disparó que, si nos las diña… tuvimos que llamar al 112. Estos jubilados…

lunes, 5 de abril de 2010

"En el bosque" (cuento de terror)


La propuesta trataba en esta ocasión sobre cuentos de terror. Hice una versión de uno de mis cuentos favoritos, Caperucita Roja. Es el que mandé a "la palestra". Le doy las gracias a Diana por sus oportunas correcciones y consejos que me han servido para mejorarlo. Gracias Diana.




Un abrazo. Toñi



"EN EL BOSQUE"


Todas las mañanas salgo muy temprano para ir a la fábrica, que está a cinco kilómetros de mi casa, en la parte más alejada del pueblo. A veces tomo un atajo por un pequeño bosque que hay a las afueras, aunque suele estar tan oscuro que tengo miedo de pasar por él.


Sin embargo, el lunes la luna llena me ofrecía luz suficiente para aventurarme a pasar por el bosque. Un camino sinuoso a través de los árboles que difícilmente dejaba ver la nieve recién caída en la víspera. Caía agua nieve que me daba en el rostro, cubierto mi bufanda de lana.

Mientras pasaba por el lugar reparé en el silencio; no se oía nada ni el canto de los pájaros, tan habitual en la madrugada. Sólo mis pisadas en la nieve. Qué raro, pensé, debe ser la helada. Los animales se han escondido buscando refugio. Entonces vi en el suelo unas huellas poco usuales. Eran, sin duda, de un animal de cuatro patas, pero llamaba la atención su gran tamaño. Qué animal será, me pregunté, arrepentida de haber tomado ese camino. Un perro grande quizás. Desde luego, un animal con garras. A juzgar por lo profunda que era la marca, debían de ser bastante recientes, porque todavía no las había cubierto la nieve. Sentí un escalofrío al notar que algo se movía entre los arbustos. Descubrí atemorizada unos ojos amarillos y tremendamente crueles, que me contemplaban… Me quedé paralizada. Era una bestia oscura y enorme. Nunca había visto nada igual pero tenía que ser un lobo. Salió de su escondite y se dirigió a mí mirándome con desprecio. Me olisqueó y se alejó muy lentamente, moviendo su larga cola de un lado a otro. Con una lentitud que me pareció premeditada. Como si se hubiera parado el tiempo, escuché sus suaves pasos y el sonido de los cristales helados cayendo. En medio del silencio, estos simples ruidos me parecieron ensordecedores, insoportables. Me desmayé.


Cuando recobré las fuerzas, me incorporé y huí de aquel lugar. Corrí pisando torpemente la nieve, tropezando con las ramas rotas, cayendo a veces. Me corté las manos con las piedras, me reventé las rodillas con el hielo, pero no dolían en absoluto. Sin atreverme a mirar atrás, sentía el latido de mi corazón más rápido que mis piernas. La sangre en las sienes. El cuerpo mojado de frío sudor. Y un grito en la garganta que no quería salir.


Llegué a la fábrica, pero ese día no pude trabajar.


Esto fue el lunes. En toda la semana no he vuelto a pasar por el bosque, ni pienso hacerlo. Además, este jueves he cambiado mi turno. Ahora voy por las tardes. Es un horario peor, pero no tengo que salir de madrugada. Sustituyo a una chica que trabajaba con nosotras hasta el martes… Después de ese día no ha vuelto ni nadie sabe nada de ella. Una chica guapa, no demasiado inteligente. Dieciséis años, una edad perfecta para cometer tonterías. Dicen que se ha fugado con un vagabundo que había aparecido por el pueblo en estos últimos días. Un muchacho de inquietante mirada que estuvo merodeando por aquí y por allá y del que sólo se puede decir que ha desaparecido tan misteriosamente como vino. La recuerdo perfectamente porque siempre llevaba un abrigo rojo con capucha. La llamábamos “Caperucita”.