Malena resplandecía, su belleza atraía las miradas de hombres y mujeres por igual. El vals vienés caracoleaba entre sus pies; Mario la abrazaba con suavidad y entre vuelta y vuelta la miraba embelesado, giraban y giraban…
Nadie la podía querer tanto, se decía a sí mismo Mario, y era consciente de la envidia que despertaba con semejante mujer a su lado. Claro, que le había costado sangre. Por ella dejó tantas cosas en el camino… Pero estaba aquí, con él, bailaban, le sonreía y sentía palpitar la cimbreante cintura bajo la palma de su mano.
El primer ministro se les acercó al terminar el baile; palabras e inclinaciones aduladoras para Malena y admiración hacía él; naturalmente, el pobre hombre por muy primer ministro que fuera, nunca lograría tener una mujer como ella. Bueno, tal vez con dinero, pero no era lo mismo, se decía Mario. Este placer, esta angustia, esta locura: ¡la amaba, la amaba, la amaba! Se lo repetía una y mil veces, ella sonreía y se dejaba querer, pero nunca le contestaba con un “yo también te quiero”, tenía que reconocer que era fría, pero ¡qué importaba si podía tener su compañía, su cuerpo y sus besos! Y es que, sus besos lo atormentaban.
La gente se arremolinó en torno al presidente, el primer ministro fue hacia allí, ellos le siguieron. Por donde Malena pasaba miradas de admiración la seguían, ella se daba cuenta y se crecía y paseaba sus grandes ojos de color turquesa entre la gente, mirándolos como de lejos. El mismo presidente esperó su llegada con impaciencia para comenzar el brindis, se celebraba la fiesta nacional del país. El presidente levantó su copa de cava y brindó por la paz y la libertad: ¡que durara muchos años! Todas las manos se alzaron con emoción y un entrechocar de cristal de bohemia llenó de tintineos brillantes el salón. Unas gotas mancharon el vestido violeta de Malena, sus ojos brillaron de ira y las delicadas venas de su frente, se hincharon agrandándola, la boca se torció en un gesto iracundo y de sus hermosos labios brotaron duras y soeces palabras, su rostro cambió de repente, los ojos se achicaron, merced a la ira, tal vez, cambiaron de color, su espalda se encorvó y una cojera más que evidente, torció su figura. Mario no sabía qué hacer ni a dónde mirar, la gente se arremolinaba en torno a ellos y reían entre divertidos y asombrados. Al mismo tiempo sonaron las doce y Malena, cojeando, echó a correr por la escalera. En el camino perdió un zapato, éste, ya desfigurado por el juanete rojizo, fue a caer en la calva del primer ministro, con tan mala pata (valga la expresión) que el buen señor perdió el conocimiento, quedando estirado cuán largo era junto a la mesa de los vinos. Cuando Malena llegó a lo que se suponía debía ser su carroza, un maloliente carretero la empujó con brusquedad del culo para subirla al carro, de tan malas formas que el vestido se desgarró, quedando al descubierto sus gordas y frondosas nalgas. El hombre, que iba un tanto “alumbrado”, le dio dos sonoros azotes en ellas, Malena dijo algo así como desgraciao, sentándose en el pescante.
Mario, tal parecía una estatua de hielo en el centro del salón, no comprendía nada, seguro que alguna bruja envidiosa les había jugado esta mala pasada. Cogió el zapato desfigurado y lo apretó contra su pecho, tuvo que retirarlo un poco porque un tufo nada agradable salía de él. Aún así, se prometió buscarla al otro día, se resistía a pensar que todo aquello era cierto. Tuvo que aguantar las chanzas de los conocidos y los brindis sobre su amada. Salió huyendo de allí…
Despertó con un sabor amargo en la boca, podía ser, pero, ¡seguro que no era del vino! Se dijo, de pronto los recuerdos se agolparon en su mente, temió enloquecer y su rostro palideció. Pensó que todo fue un mal sueño, miró la almohada, estaba vacía. Un olor a rosas salía del baño, fue hacía el con ilusión. Al final era un sueño, se repitió. Una mujer se estaba bañando, la toalla rodeaba su cabeza y un ligero vapor salía del agua.
_¡Malena, qué alegría! _exclamó.
Ella volvió hacia él unos ojos torcidos de color turquesa que lo miraron oblicuamente, sobresalía la verruga en la nariz gorda y colorada.
_No sé por qué te empeñas siempre en llamarme por ese nombre rebuscado _le contestó_, soy tu mujer, Maruja, ¿no te acuerdas? Mejor sería que me contaras algo de ese baile. Y saliendo del baño con dificultad, cogió una botella del armario y se sirvió un vaso del buen vino de Rechenna.
_¡Nunca dejarás de ser un idiota soñador!
6 comentarios :
cuantas más veces lo leo, más gracioso me resulta.
Estuviste inspirada, Alicia
Nos hace tanta falta reir, que tu relato parece providencial. Muy bien Alicia. Pepi.
Coincido con las compañeras, ya cuando lo leíste para nosotros me pareció un relato muy divertido. Además me sorprendiste porque no me podía imaginar que un relato sobre el vino, que además empezaba tan serio, acabase convertido en un cuento de encantamientos carfgado de humor negro.
Un abrazo.
Gracias chicas, reir, siempre es bueno. Alicia.
Parece que los sue;os son mas bellos que la realidad ... verdad?
Me suscribo al comentario de Teresa,me sorprendio el desenlace.
Un beso.
Un beso
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