martes, 17 de noviembre de 2009

SIELA Y LOS FURTIVOS (Diana)




Las dos lunas aparecen en el horizonte. La luna azul no presagia nada bueno, cada vez que preside el firmamento, las sincronicidades se alteran. No es un fenómeno habitual, aunque fuertemente perturbador. Siela nota la fuerte alteración de su consciencia y teme perder el control, tan fieramente adiestrado, que la caracteriza. Sus sentidos, acostumbrados a las sutilezas, no responderán como suele ser habitual. Teme por su grupo. En la soledad del desierto, se exponen al ataque de los furtivos, tribu temible y agresiva.
El sol tardará treinta y ocho horas en salir, para entonces pueden estar todos muertos. Urge una estrategia que los proteja. Siela recoge sus pocas pertenencias y se aparta del grupo. Sus pasos silenciosos la conducen hasta el borde del arroyo seco y maloliente. Se sienta en una piedra y se dispone a hacer sus ejercicios mentales, consciente de la magnitud de la tarea. Cierra los ojos, relaja sus músculos e invoca a las fuerzas. Su cerebro bloquea todo lo que pueda distraerla, los sonidos desaparecen, pierde la sensibilidad de su piel y una bruma oscura la envuelve aislándola de su entorno. Visualiza a su padre, maestro y guía, del que aprendió todo lo que sabe. Intenta comunicarse con él, distante muchos siglos de aquel lugar inhóspito, y le pide ayuda. Aparecen imágenes confusas que la inquietan y se esfuerza en concentrar la atención, cuanto más lo intenta más alejada se siente del objetivo. El pasado, su historia y la de su raza, se agolpa en miles de escenas que se deslizan ante sus ojos como si viera transcurrir su vida en una secuencia de imágenes. Se ve a sí misma de pequeña, corriendo por los jardines del palacio, ayudando a su padre con las fórmulas de la alquimia que transformó su esencia. Se ve llorando, arrodillada ante su cuerpo despedazado cuando el ataque de los guerreros y percibe el dolor de la pérdida. Sabe que ésta será transitoria pero, aún así, se duele del gesto humano de la muerte. Aún no está preparada para la transformación que le devolverá a su padre en el lejano mundo de las esencias. Recuerda la soledad en la que se encontró después de su desaparición y cuánto le costó aprender a comunicarse con él más allá de la razón.
Lentamente su corazón se llena de paz, reprime los sentimientos que intentan aflorar porque entorpecerán el encuentro. Y poco a poco percibe la metamorfosis. Miles de años de historia se presentan en sus recuerdos, las gestas de su estirpe, la sabiduría que se fue transmitiendo intacta generación tras generación y recurre al espíritu de sus antepasados en busca de ayuda. Ellos están ahí, invisibles al ojo ordinario, vigilantes, custodios de la raza que evoluciona en sucesivas transmutaciones.
Siela siente el cambio que no deja de sorprenderle, se vuelve arena, viento, roca, su cuerpo mortal se funde en esencia pura. Su padre la conduce para que nada la distraiga. Los mínimos granos de roca que ahora componen su cuerpo giran, al principio lentamente, se desplazan y arrastran consigo el aire del lugar en una nube creciente que va cobrando fuerza, que crece absorbiendo todo el aire en un rugido furioso que se desplaza hasta encontrarse con sus compañeros aterrados, frágiles y desprotegidos. Los ve con su mente de arena y viento y lentamente, para no causarles daño, los va envolviendo en una tormenta espesa, cada vez más densa. Un remolino gigante los cubre totalmente, furioso en los bordes, manso y protector en el centro.
Los furtivos, al acecho sólo ven polvo y viento, frustrados retroceden temiendo ser arrastrados por el torbellino. Repliegan sus posiciones sabiendo que esta vez la caza no ha dado sus frutos. Esperarán pacientes hasta que la luna azul vuelva a aparecer en el horizonte, no saben cuándo va a ocurrir nuevamente el fenómeno que se les antoja impredecible. Pedirán a sus dioses, maquinarán estrategias y, quizás, la próxima vez, los elementos estén de su parte.

2 comentarios :

Pepi dijo...

Creo que la paz y la serenidad que le has contagiado a Siela, no dejará que los furtivos la alcancen nunca. Me gustó mucho. Un besito. Pepi.

Anónimo dijo...

Me gustó cuando lo leiste y ahora más. Está impregnado de fantasia. Un beso. Alicia.