Hansel y Gretel vivían con su padre, leñador de oficio, y su madrastra en una casita en el monte. Como no tenían que llevarse a la boca, el padre decidió abandonarlos en lo más oculto del bosque. “¿Cómo vamos a hacer eso? Son tus hijos”, dijo ella. El leñador, a quien no le gustaba que le llevaran la contraria, se puso la mano en la entrepierna y zanjó el asunto: “Cállate, si no quieres pasar hambre de otra cosa además de pan”. Humillada, la madrastra bajó la vista y acompañó al leñador a abandonar a sus dos hijos en medio del bosque.
Hambrientos y entristecidos, Hansel y Gretel deambularon sin rumbo durante horas hasta que dieron con una casa. Al chico le pareció que estaba hecha de dulces, y no se lo pensó dos veces antes de hincarle el diente al pomo de la puerta. El intenso sabor a fresa ácida reventó las exclusas de sus glándulas salivares.
Se habían comido media puerta cuando llegó la dueña de la casa: una bruja simpática y dicharachera. “No es bueno que comáis tanto dulce de una vez”, les aconsejó. “Venga, pasad dentro. Os voy a hacer una manzanilla antes de que el dulce os siente mal”. Pero Hansel y Gretel no llegaron a probar la infusión, pues antes el caramelo les encontró la salida por arriba y el chocolate por abajo. Tan malo fue el empacho, que la bruja tuvo que ocuparse de su cuidado durante varios días. Tiempo éste en el que creció el cariño mutuo entre los niños y la bruja. “Podrías adoptarnos”, dijo Gretel. “Sí, sí, adóptanos”, insistió Hansel. La bruja, que siempre había querido formar una familia, se mostró encantada y dio su primera lección como madre: “Lo haré, queridos, pero a partir de ahora sólo tomaréis una onza de chocolate y un caramelo al día. Llevaremos una alimentación equilibrada”.
Había pasado una semana desde el feliz encuentro de los chicos con su nueva madre, cuando ésta les anunció algo: “No os he dicho, niños, que tengo un novio. Viene a verme todos los domingos. Así que hoy os lo presentaré. Ya veréis, os gustará”. A Hansel y a Gretel la idea de formar una nueva familia, después de que la anterior los hubiera repudiado, les pareció maravillosa. Se lavaron, se peinaron y se pusieron elegantes. Querían hacer todo lo posible por agradar a la visita.
Hambrientos y entristecidos, Hansel y Gretel deambularon sin rumbo durante horas hasta que dieron con una casa. Al chico le pareció que estaba hecha de dulces, y no se lo pensó dos veces antes de hincarle el diente al pomo de la puerta. El intenso sabor a fresa ácida reventó las exclusas de sus glándulas salivares.
Se habían comido media puerta cuando llegó la dueña de la casa: una bruja simpática y dicharachera. “No es bueno que comáis tanto dulce de una vez”, les aconsejó. “Venga, pasad dentro. Os voy a hacer una manzanilla antes de que el dulce os siente mal”. Pero Hansel y Gretel no llegaron a probar la infusión, pues antes el caramelo les encontró la salida por arriba y el chocolate por abajo. Tan malo fue el empacho, que la bruja tuvo que ocuparse de su cuidado durante varios días. Tiempo éste en el que creció el cariño mutuo entre los niños y la bruja. “Podrías adoptarnos”, dijo Gretel. “Sí, sí, adóptanos”, insistió Hansel. La bruja, que siempre había querido formar una familia, se mostró encantada y dio su primera lección como madre: “Lo haré, queridos, pero a partir de ahora sólo tomaréis una onza de chocolate y un caramelo al día. Llevaremos una alimentación equilibrada”.
Había pasado una semana desde el feliz encuentro de los chicos con su nueva madre, cuando ésta les anunció algo: “No os he dicho, niños, que tengo un novio. Viene a verme todos los domingos. Así que hoy os lo presentaré. Ya veréis, os gustará”. A Hansel y a Gretel la idea de formar una nueva familia, después de que la anterior los hubiera repudiado, les pareció maravillosa. Se lavaron, se peinaron y se pusieron elegantes. Querían hacer todo lo posible por agradar a la visita.
Llamaron a la puerta y la bruja fue a abrir. Al otro lado, un hombre recio y corpulento la tomó en sus brazos al momento. Ya le subía el vestido, cuando se percató de la inesperada presencia de los niños. “Pero… ¿Y esto?”. La bruja se colocó junto a Hansel y Gretel de un salto y dijo: “Siempre me estás prometiendo que vas a dejar a tu mujer y vamos a formar una familia. He adoptado a estos chicos, ya podemos ser una”. El hombre soltó el hacha que llevaba en una mano y, señalando con ella a los niños, dijo: “¡Qué cojones hacéis vosotros aquí!”.
6 comentarios :
¡Qué macarra y sinvergüenza nos ha salido el padre-leñador!
El cuento cumple mis expectativas: vuelta total de la historia, breve, divertido y con un final cachondo.
Ya se sabe: cambia uno de cónyugue creyendo que todo será distinto, y al final todo es lo mismo.
Buena versión; más creible que la original.
Jose Arístides
¡Vaya tela de leñador!. Eres genial dandole la vuelta al cuento. Pepi.
Me he reido mucho con el canalla leñador. Alicia.
Sí, ese leñador tan rudo y varonil es un puntazo. Hasta la bruja a su lado parece buena.
Muy divertido.
Yo tengo otra versión en mi blog
Publicar un comentario