El niño mira sonriente y satisfecho el inodoro antes de estirar de la cadena. A sus siete años ha conseguido terminar aquella faena él solo, sin ayuda de su madre. Cierto que ha usado bastante más papel higiénico que si lo hubiera hecho aquella, pero por el contrario su deleite se hubiera visto menguado de haber requerido su favor. Además en cuanto pulse el botón todo aquel derroche desaparecerá, ¿qué más da que el papel rebose el retrete?, ¿qué más da que haya terminado un rollo casi intacto? Lo importante es que su orgullo no cabe en el cuarto de baño, y eso que es espacioso. Así es que estira por fin de la cadena dispuesto a despedirse de su solitaria proeza. Por un momento, la alegría se le queda atascada en la garganta, como el papel en la tubería, que se resiste a tragarlo y comienza a dar vueltas en un baile indigno y demasiado largo. Pero todo ha sido un pequeño susto. Tras emitir un sonido ronco, el papel y su compañía desaparecen para siempre. El niño se lava las manos y se va.
La mujer se dispone a hacer pis consciente de que el tiempo se le echa encima. Tiene que llevar a su hijo a judo y tiene que llevarlo ya. Se sienta en la taza sin siquiera encender la luz, para no perder apenas un segundo. Suspira ruidosamente mientras se permite una queja silenciosa y corta por su estresante e ingrata rutina. Busca el papel higiénico y con lo que se encuentra es con el esqueleto de un tubo de cartón pelado. La rabia enfila el camino inverso que acaba de realizar el pis del que se ha desecho, pero consigue atajarla. Los minutos corren. Toma aire profundamente y grita: “¿Alguien puede traerme un rollo de papel?”. Enseguida aparece una mano por la puerta que se lo entrega y oye la voz de su hija que le reprocha: “No sé cómo te las arreglas para quedarte siempre sin papel”. La mujer se asea, mira su sombra en el espejo y aunque no le gusta lo que medio ve sabe que no hay tiempo para arreglarlo.
La chica entra en el cuarto de baño y echa el seguro, aunque está sola en casa necesita la más absoluta intimidad. Tiene intención de llorar un rato por el desaire que le ha hecho el imbécil del chico que le gusta esa mañana en el instituto, delante de toda la clase. Las lágrimas brotan con una facilidad pasmosa, por lo que se abastece de mucho papel. Llora desconsoladamente porque aunque es un imbécil el chico le gusta mucho, mucho, tanto que le cuesta dormir por las noches, le cuesta comer y los estudios se le hacen insoportables. Coge más papel para sonarse los mocos. Decide sacarlo de su aplique para facilitarse las cosas y una vez que ha decidido que ya está cansada de llorar sola y que se va a casa de su amiga Lucía, que es la única que le entiende, no vuelve a colocarlo. La chica sonríe a su imagen desconsolada para intentar arreglar en algo su apenada cara antes de marcharse.
El gato entra sigilosamente. Para él la oscuridad no es un problema y en seguida encuentra su objetivo. En cuanto ha visto irse a la adolescente ha intuido que el rollo podría estar a su alcance, la chica siempre le facilita las cosas. Apoyándose sobre sus patas traseras se alza juguetón y con sus uñas tantea a su presa, que no pone resistencia. El rollo se tambalea un par de veces antes de caer al suelo. El gato se relame. Aquel es su juego favorito. Primero se recrea lanzándolo en el aire y cogiéndolo de nuevo. Cuando se cansa de aquellas piruetas entonces empieza con lo bueno, lo que le lleva un rato. Al acabar decide subirse al armario más alto. Bien sabe que su entretenimiento siempre trae consecuencias, pero a él no le importa y tranquilamente se echa a dormir.
El hombre abre la puerta de su casa con una sonrisa que se borra nada más entrar. No se lo puede creer a pesar de estar viéndolo con sus propios ojos. El bicho asqueroso ha vuelto a hacerlo. El papel higiénico acampa por todo el pasillo, para continuar en la cocina y acabar desparramado en el salón. Pequeños pedazos, como confeti blanco, adornan los sofás. El hombre mira todo aquel barullo sin soltar si quiera el maletín. Parece que medita un rato, tentado por la idea de volver a salir por la puerta, pero finalmente busca la escoba y el cogedor para limpiar todo aquello. Luego se quita los zapatos, se hace con una cerveza bien fría de la nevera y enciende la tele, acomodado en el sillón ya limpio.
El papel higiénico, mezclado en la bolsa con el resto de la basura, da gracias al gato, sin duda aquel final es mucho mejor que el que le tenían preparado.
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9 comentarios :
Me ha gustado mucho este relato, Gracia. Es muy original y está muy bien llevado.
Ea, pues a seguir.
Besos
Nieves
Hola Gracia!!
A mí me ha encantado, sobre todo por esa última travesura del gato, que me ha recordado a las que hace mi Ray U2.
Me gusta cómo presentas a toda la familia, todos unidos por el papel higiénico, todos con un trato distinto hacia él.
Y el final, estupendo. El hombre limpiando el estropicio del gato (jejeje, sale mi vena gatuna) y luego tomándose una cervecita.
De verdad, me ha gustado mucho.
Un beso.
Bueno, repetiré lo dicho por mis compañeras. Es un relato muy original, sobre todo el formato, como pequeños minis relato unidos por un tema común. Muy ingenioso.
Diana
Le has sacado toda la sal y la originalidad al tema. Me gusta mucho. Un beso. Pepi.
También me ha gustado mucho tú relato Gracia. Le has sacado mucho jugo. Un beso. Alicia.
Muy bueno, Gracia. Me parece muy original, y me encanta la visión que das del papel a través de los distintos miembros de la familia. Desde luego mejor morir con las botas puestas. Hasta el papel higiénico se merece su dignidad. ;D
Felicidades.
Muy bien,Gracia. Ya te dije en la reunión que me había gustado mucho tu relato. Comparto las opiniones de las compañeras.
Un beso
Mercedes
Buena idea: ir mostrando a toda la familia en torna al papel higiénico. Muy bien, vaya que sí.
Jose Arístides
Muy chula, se podría llamar, "La vida en torno a un papel". Me encanta la historia
Ana
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