Hace mucho, mucho tiempo, vivió un niño tan, tan, pero tan pequeño que a sus padres se les ocurrió la genial idea de ponerle por nombre Garbancito. Sin duda, quien más ganó con este insólito suceso fue su madre, cuya figura apenas se vio transformada en el embarazo y cuyo parto fue de esos famosos sin dolor, de los que todas las mujeres han oído hablar pero no conocen a nadie que los haya experimentado.
Por lo demás, nuestro Garbancito era un niño normal, que asistía a la escuela, que jugaba con sus amigos y que salía a pasear con sus padres, con el beneficio para éstos de que sus espaldas no se resentían al llevarlo en brazos.
Cuando Garbancito caminaba solo por el pueblo, donde era conocido por todo el mundo, no se olvidaba de cantar a voz en grito, para que nadie le pisoteara, lo de “Pachín, pachán, a Garbancito no piséis… Pachín, pachán, a Garbancito no piséis…”.
Así de apacible y tranquila transcurría la vida para nuestro diminuto amigo, pero como es normal, incluso en los cuentos, los años pasaban y Garbancito se fue haciendo mayor, aunque no de tamaño claro, eso no. Sus amigos fueron encontrando pareja, algunos se enamoraron, otros se casaron… Menos Garbancito. A ver quién se iba a fijar en alguien tan chiquitín. Sin embargo, él sí que sentía una cierta quemazón por ahí dentro que le hacía sentirse muy, pero que muy triste.
Para suerte de nuestro personaje, un día, en el que andaba cabizbajo y apenado por su vida en cierto modo incompleta, llegó hasta el pueblo el rumor de que no demasiado lejos, tan sólo a cinco días de camino (para alguien de tamaño normal, eso sí), existía otra personita de dimensión inusual. Garbancito no tardó en imaginar a una bella y chiquitita joven, anhelando, solitaria, la llegada de su pequeño príncipe y suspirando por su tardanza.
Sin pensárselo dos veces, esa misma noche Garbancito preparó todo lo necesario para el viaje. Escribió una nota para sus padres, prometiéndoles volver en cuanto encontrase a su amada.
Y efectivamente, así ocurrió. Al cabo de dos semanas, Garbancito regresó al pueblo. Todos lo recibieron alegres y expectantes y las exclamaciones de sorpresa se sucedieron sin parar cuando Garbancito llegó a la plaza cogido de la mano de su acompañante.
-Os presento a Pulgarcito -gritó contento él.
Y ante el silencio que siguió, no dudo en añadir:
-Bueno, pues esto es lo que hay.
Y aunque en un principio nadie confió en el futuro de aquella relación, cuentan los más viejos del lugar que Garbancito y Pulgarcito fueron muy felices hasta el final de sus días.
6 comentarios :
Este sí que está genial.
Sólo falta lo de que comieron perdices y todo eso.
Ocurrente desenlace. Muy ocurrente.
Jose Arístides
Apañadito Garbancito, de verdad que si. Es original y tierno, muy bueno. Un beso. Pepi.
Me parece un final estupendo para una historia que cuentas de una manera tan amena.
Y ademas, como hace poco ha sido el dia del Orgullo Gay, viene muy oportuna para la ocasion.
Aunque a estos pobrecicos dos no los verian en el desfile.
Un beso.
La verdad es que la historia fue así. Tu cuento es real como la vida misma. Hay que apañarse con lo que hay ¿verdad?
Muy original.
Besos.
Nieves.
Sobre amor y un miembro de la pareja de tamaño diminuto tiene Bukowski un cuento que no esta nada mal
El tuyo es genial, bien llevado y magnifico en la sorpresa final.
Me paso por aqui por encargo de Toñi (creo que si no aparezco me zumba).
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