Al pequeño Raúl nunca le gustó demasiado la noche, pero el día en el que le regalaron su primera bicicleta por su sexto cumpleaños dejó de gustarle definitivamente del todo. Pensaréis que qué tiene que ver una cosa con otra. Pues bien, la explicación es sencilla. La bicicleta nueva de Raúl era la cosa más bonita que él había visto en su vida. Era de un color rojo brillante, con las piezas cromadas pulidas y relucientes; le encantaba montar sobre ella y ver la luz del día reflejada en las partes metálicas, arrancando destellos como si fuese montado sobre un pequeño rayo. Cuando regresaba a casa la colocaba en el rincón, bajo a la ventana de su habitación, y siempre que la observaba la bicicleta brillaba y le hacía guiños. Eso hasta que llegaba la noche. Cuando Raúl se acostaba en su cama y apagaba la luz, todo se sumía en una tiniebla densa y la bicicleta roja se convertía en un bulto oscuro, un trasto irreconocible. Y Raúl comenzó a reflexionar, y llegó a la conclusión de que a aquel lugar donde iban los colores de su bicicleta iban los demás colores de su cuarto, incluso de su ciudad entera: al vientre de la Noche; la imaginó como una ballena inmensa que abría sus fauces cuando desaparecía el Sol para alimentarse de todos los colores del mundo. A Raúl no le entraba en la cabeza que pudiese existir alguien tan despiadado como para comerse cosas tan bellas in ningún pudor ni remordimientos… ¿Y qué ocurriría si de pronto la Noche no quisiera devolver todo lo que se había comido y decidiera quedárselo para siempre? O peor, ¿y si algún día él mismo era engullido por aquel monstruo negro?
Raúl entonces se negó a apagar la luz de su cuarto para que no lo invadieran las tinieblas, y sus padres empezaron a preocuparse porque él nunca había sido un niño miedoso, pero pese a todo se resistía a dormir. Cuando cerraba los ojos sentía el vértigo de ser tragado por un agujero profundo y negro como la garganta de un monstruo, así que intentaba pasar la noche en vela, con la lámpara encendida, vigilando de cerca el apetito de la Noche. Y así, llegó un momento en que la Noche, hambrienta y enfadada se presentó en el cuarto de Raúl y lo encontró en su cama, sujetándose los párpados para no caer en el túnel de su propia garganta.
El niño se asustó mucho al principio, pero luego se relajó porque no era tal y como se la imaginaba. La Noche era una mujer muy hermosa, casi como un hada . Eso sí, su vestido impresionaba, porque era oscuro y largo, tan largo que su cola se arrastraba detrás de la ventana y no se veía su fin, pero estaba salpicado de puntitos luminosos, estrellas, luciérnagas, de vez en cuando incluso una estrella fugaz atravesaba la túnica de norte a sur, o de este a oeste, sin que ella pareciera inmutarse. Por algunos lados era negro, por otros azul oscuro. La Noche se apoyaba en una pelota grande y nacarada que Raúl reconoció como La Luna, aunque esta sí que le defraudó porque la esperaba más grande.
La Noche después de mirarle con severidad, habló.
- Raúl. He venido a hablar contigo muy seriamente. Estoy cansada de tener que esperar siempre detrás de tu ventana a que te duermas para poder cumplir con mi trabajo.
Raúl, recuperado del susto inicial le contestó. Le contestó que él estaba harto de que le robase los colores de su mundo y de que tenía miedo de que algún día abusando de su superioridad no quisiera devolvérselos.
La Noche habló de nuevo, y su voz sonó más suave, como una brisa fresca.
- ¿ Pero no te das cuenta pequeño, de que sin mí los colores del mundo se acabarían pronto? Yo soy muy útil. Durante mi tiempo el Sol descansa. La Luna lo sustituye en el cielo, y mientras las cosas reposan en mis entrañas yo les proporciono la fuerza y el brillo que les hace estar radiantes al día siguiente. Y las protejo. Si las cosas no pudiesen descansar nunca, ¿cuánto crees que durarían? Tú mismo, ¿cuánto tiempo crees que puedes aguantar sin dormir?
Raúl se quedó pensativo un momento. Lo cierto es que o se sentía demasiado bien porque llevaba varios días sin descansar, incluso varias veces le habían regañado en el colegio por quedase dormido en medio de la clase; y pensó en su bicicleta, en que si tuviese que brillar día y noche el color rojo se desgastaría en la mitad de tiempo. La verdad es que visto así todo cambiaba. Raúl decidió hacer un pacto con la Noche. Le hizo dar su palabra de que cada mañana, cuando él abriera los ojos todo seguiría estando donde estaba y conservando su color; a cambio se comprometía a irse a las nueve a la cama y apagar la luz religiosamente todas las noches. Ella estuvo acuerdo. Raúl en prueba de buena voluntad apagó la luz y la Noche pudo engullir por fin los colores de su cuarto, feliz y satisfecha, porque hay una cosa que la Noche no había dicho, y es que el color rojo brillante de la bicicleta de Raúl era lo más delicioso que había probado desde hacía tiempo.
5 comentarios :
Es un remedio estupendo tu relato, para todos esos niños que tienen pánico a la noche. Me gusta mucho su ternura y lo "terapeutico" que es. Besitos. Pepi.
Muy bueno para contar a los niños con miedo a la oscuridad y lleno de color y fantasía.
Un beso.
Alicia.
Muchas gracias chicas. Me alegro mucho de que os haya gustado.
Besos.
Precioso cuento infantil, Teresa.
Me ha gustado mucho.
Un beso ;-)
¿Me recuerda a otro cuento?
Pedro (Murcia)
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