jueves, 11 de marzo de 2010

No quiero ser Ana, tampoco Mía. Solo quiero vivir.

EL ESPEJO DE GLORIA por Pepi.


El espejo se arrebolaba de ira cada vez que Gloria se detenía junto a él. Renegaba de lo baldío de su voz de cristal cuando ella dejaba descansar allí su maltrecha figura antes de desmigajarla. Era un ritual grismente macabro, una obsesión que se alimentaba con su cuerpo a medio hacer.
Cruzaba el pasillo coronado por la gran luna ovalada y se paraba buscando su yerma razón. Se alzaba la ropa y comenzaba a hurgarse en las entrañas del vientre, intentando atrapar los pliegues inexistentes que alguna vez vivieron allí.
Se pellizcaba con saña los restos de las caderas, la cintura derretida y por entre los huecos de la piel, aún rastreaba los espectros sebosos que solo a ella se le aparecían para burlarse groseros de su desazón.
El espejo rezumaba impotencia, chorreaba manchando el bruñido ocre del marco que en instantes como aquel, quería llorar porque le crecieran manos para acariciar la sinrazón que le robaba los mañanas a la muchacha.
Unos pasos por detrás de la escena, Marta miraba sin ver, a su hija. Se preguntaba, si acaso querría llegar a deshacerse, consumir su cuerpo hasta alcanzar la nada y regresar entonces al claustro materno para nunca volverse a engendrar.
No lograba entender porque se arrancaba a trozos la vida, como había conseguido disfrazarse la boca, los dientes horadados, el estomago sellado con adobe y cal.
Miraba al espejo con su hija dentro y maldecía mil veces el alma de vidrio. Lo sentenciaba a muerte y después arrepentida, lo arrullaba con mimo, para que se atreviera al fin a devolverle colgada de su reflejo, la verdad, antes de que Gloria se convirtiera en un charco de aire, amparado por la soledad del vestíbulo.
Princesa sin auroras, con la mirada cruzándole un rostro que había olvidado soñar. Y el espejo al fondo mancillado, sosteniendo las dos voces que ya no sabían fraguar las palabras para entenderse.
Y al pronto se le cuajó el remedio. Amontonó en el centro de su claridad: la rabia, el fango embustero, la fuerza de los quereres y los anhelos que aún revoloteaban por allí y enardecido, ensangrentado el canto y hecho maraña el cristal, comenzó a cuartearse, abriéndose en grietas de luz que rieron al fin la victoria del espejo inmolado.
Así, rotas las imágenes, quebrada la efigie y su irracional sugestión, quisiera la cordura regresar y acercándose a la hija ofrecerle algo de pan y de sal.

3 comentarios :

Anónimo dijo...

El problema de la anorexia es cada vez más frecuente y por desgracia, muchas veces mortal y el espejo es su peor enemigo. Bien escrito y como siempre un estupendo lenguaje.
Alicia.

Paula Martínez dijo...

Siempre tocando temas tan interesantes, y siempre tocándonos la fibra sensible con tus relatos...
Me gustó mucho este relato, y sobre todo me gustó el final.

Anónimo dijo...

HOLA, PEAZO DE ESCRITORA, ESTE RELATO ES LA CRUDA REALIDAD ,POR DESGRACIA Y LO HAS CONTADO DE UNA MANERA MUY ACERTADA Y UN LENGUAJE QUE TE LLEGA MUY ADENTRO.
SALUDOS. GLORIA.

¡¡¡¡¡¡ PERDAMOS EL MIEDO DE MIRARNOS AL ESPEJO, YA ESTA BIEN DE TANTA TONTERIA, SOMOS COMO SOMOS Y YA ESTA¡¡¡¡¡¡¡¡.