domingo, 21 de marzo de 2010

AVENTURAS DE UN GATO CON MAGIA. Un cuento más.



¡Hola a todos! Me llamo Camilito. Soy nieto de Camilo, que en la finca y sus alrededores fue un gato importante. Mi madre me llama así, aunque a mí me gustaría que me llamara Camilo, como mi abuelo, porque suena menos cursi. Camilo, sí, pero Camilito… En fin, son cosas de las madres. Me cuenta que me parezco mucho a mi abuelo. Por ejemplo, me encantan las flores rojas y blancas; cuando veo las macetas de geranios o la flor de pascua en Navidad, no puedo evitar darles un mordisquito… ¡La flor de pascua es mi pasión! Pero el ama las esconde, la oigo regañar diciendo que la dejo sin flores (¡igual que su abuelo! _dice) y pone una cara de mal genio que ya, ya. Es muy mayor y hasta le está saliendo bigote. Dice mi madre que también he heredado su magia, la del abuelito, y es verdad, porque de vez en cuando, si necesito huir de algún cachete porque he roto algo, o me he comido (sin querer, claro) el filete de Juan, el nieto de la amita, me escondo en una maceta y, hecho un ovillo, me quedo quieto, quieto… Y poco a poco me convierto en flor, casi siempre en blanca o roja y, a veces de los dos colores. ¡Os aseguro que es chachi! Nadie me encuentra; ni siquiera mi madre, que husmea y husmea por todas las macetas de la terraza. A la pobre le hago sufrir. Y es que ya está vieja, se ha puesto gorda y casi no puede correr; los bigotes le blanquean, pero la quiero mucho y me arrepiento enseguida de las trastadas que le hago; me restriego en su lomo carnoso y la beso, frotando sus blancos bigotes con los míos, así le pido perdón y ella maúlla satisfecha.
Pero hay veces que no puedo resistir la tentación de escaparme para ver mundo, aunque siempre me sale mal. Sin ir más lejos, el otro día, que el sol era hermoso, me apetecía salir un montón. Hacía un calorcito, y el tejado se veía brillante desde aquí. Una gata marrón y blanca me llamaba. ¡Cómo resistirse! Sin pensarlo dos veces salté pero, ¡hay de mí! calculé mal la distancia, estaba tan alto que mientras bajaba en picado recordé a mamá, al abuelo, a la abuela… Cerré los ojos, y los abrí justo a tiempo de agarrarme desesperadamente a la persiana de la vecina del tercero. Me quedé sin uñas y pensé muy seriamente que, a no ser por esa persiana, en el reluciente tejado hubiera acabado este hermoso gato (eso sí, sería por amor). Madre, que me vio volar, alertó al amita. Al poco, Juan, que me tiene una manía… bajó a rescatarme; yo también se la tengo a él, pero aún así me abracé a su cuerpo a la desesperada. Ya no volví a saltar. ¡Cualquiera, vivimos en un octavo! Porque eso que dicen, de que si los gatos tenemos siete vidas y no sé cuantas zarandajas más, es mentira. Ni mi magia me hubiera salvado.
La amita dice que soy más travieso que mi abuelo, y que no me conformo sólo con tirar bolígrafos y papeles, que tiro todos los DVD y los CD que encuentro a mí paso. _Pero amita _quisiera decirle yo_, son otros tiempos. Soy un gato moderno, me gusta el rap y las bandas rokeras, y sobre todo las canciones de amor. Por cierto, que la gata blanca y marrón ha venido a visitarme. Se llama Blanquita, y me encontró en un plis plas. Es una gata callejera y sabe mucho de todo. Tendrá que enseñarme, porque siempre que me escapo, para mi vergüenza, tienen que rescatarme. ¡Soy tan patoso! Pero ella dice que no, que soy muy guapo (eso es verdad, porque también lo decía mi abuelita). Le hago juegos de magia y se entusiasma cuando me convierto en flor; también bailamos rap y cantamos canciones a la luna.
Algunas veces salimos por ahí. Ella siempre me anima, paseamos por las calles, comemos restos de bocatas y perseguimos a los pájaros y a los ratones. Pero una de esas veces fuimos más lejos que de costumbre y, sin saber cómo, nos encontramos al lado de una puerta abierta que olía a comida. Allí nos metimos. Había mucha gente. Blanquita dijo que era una tasca, o algo así, se lo oyó decir a un señor. Todo me parecía muy interesante y nosotros debíamos de ser graciosos; se rieron al vernos, ¡qué simpáticos! Una de las chicas nos llamaba amablemente desde la puerta de un almacén. Reía y, nos volvía a llamar: Missss, missss, mininos… _decía_ mientras nos enseñaba una cazuela de pescado (sé que era pescado por el olor). Era la primera vez que alguien me ofrecía tanta comida. ¡La verdad, me caían bien! Pero Blanquita no me dejó ir y se empeñó en que nos escondiéramos detrás de una caja de cartón de las muchas que allí había. Otros dos gatos entraron, siguiendo el olor, y la misma chica les enseñó la comida. Ellos sí fueron. ¡Qué horror! Conforme cogían el pescado, un hombre enorme que estaba escondido, con un gran palo les atizaba y los metía en un saco que tenía preparado. Nosotros corrimos y corrimos aterrados por unos extraños y oscuros pasillos. Las cajas se apilaban a uno y a otro lado; yo, cómo gato que soy, no pude resistir la curiosidad y trepé por una de ellas, una vez arriba, con gran esfuerzo, empujé la tapa y… ¡Ay de mí! ¡Qué susto más grande! Montones de gatos apaleados estaban en ella. Algunos aún maullaban. Casi me desmayo, pero Blanquita me estiró de la pata derecha para seguir. Más, ¿cómo hacerlo? Mi conciencia gatuna no me lo permitía. Alguien se acercaba, nos escondimos; era el tío grandote, que traía otro puñado de gatos y los arrojaba en la caja. Gemían. ¡Sí, sí, estaban vivos! Cuando el se fue, abrí la caja con ayuda de Blanquita. Muchos, gatos salieron corriendo. ¡Puf, menos mal! Nosotros también corríamos, en nuestra búsqueda de la salida pasamos por una gran cocina, donde había gente cortando carne y varias ollas hirviendo. ¡Qué escalofrío! Atropelladamente, chocando unos con otros, salimos por el agujero de una puerta. Huíamos como gatos escaldados, que se dice. Al fin, cuando pensé que ya no volvería a ver a mamá, encontramos la casa. ¡Era mi portal! Esperamos a que alguien abriera y subimos las escaleras de cuatro en cuatro. ¡Estábamos salvados! Cuando lo contáramos nadie lo iba a creer, ¡ésta sí que había sido una gran aventura!

FIN

2 comentarios :

Pepi dijo...

Vaya un gatito más tierno. Espero que continues con la saga por mucho tiempo. Besos. Pepi.

Anónimo dijo...

Un cuento muy bonito y original, seguro que a los peques les encantara. Gracias Alicia. Pablo.