Estoy aquí, tumbada, mis ojos recorren curiosos la estancia por mí: muebles de estilo romántico y cortinajes de raso y gasa la adornan, las sábanas de hilo fino y la colcha de seda bordada me pesan. Un techo abovedado me contempla y angustia, temo que sus frescos de orgías en colores chillones me aplasten, con su gran Dionisio en el centro, voluptuoso, abrazando a las náyades de túnicas transparentes. Esta sala fue la preferida de mi padrastro, se encerraba en ella con sus amantes, mientras, madre lloraba sentada tras la puerta, ya cansada de golpearla. Yo estoy aquí, no puedo levantarme, mi cuerpo parece roto. Aquel mal hombre murió, fui yo quien lo maté. Era malo, perverso, se reía de madre, se burlaba de todo lo sagrado y lo maté, fue una muerte justa. Pienso en todo ello, mientras mis ojos recorren voraces lo que no puede mi cuerpo. Triste, observo como el sol se apaga en la ventana alargada.
Él galopaba encima de una de sus mujerzuelas, mi madre lloraba como siempre tras la puerta, yo me había escondido debajo de la cama, tenía una vieja pistola de mi padre, papá me enseñó a usarla, “por si acaso te hace falta” _dijo serio_, poco después murió en extrañas circunstancias y mi madre se casó enseguida con este hombre. Me arrastré con cautela y salí, estaba casi encima de ellos con los ojos desorbitados, no se dieron cuentan, enzarzados en alcanzar la cima. Apunté bien, con rabia, y apreté el gatillo, las balas se incrustaron en sus cuerpos retozones y desnudos. La sangre saltó a borbotones, llenándolo todo y los gritos atroces retumbaron en la estancia. Madre aporreaba la puerta, le abrí temblando. Ellos agonizaban, mi vestido blanco chorreaba sangre; ella me abrazó y presurosa cerró la sala con la pesada llave. Y así, abrazada, me llevó a sus habitaciones. Sus ojos se oscurecieron y en sus brazos encontré un tacto suave, como de alas…
Llamamos a Daniel, el jardinero, el cual odiaba al Conde Duque de Mir (mi padrastro, en verdad era odiado por todos). Nos ayudó a sacarlos de allí y a enterrarlos en el jardín, en la noche. Volvimos a la sala, todo vestigio de lo pasado había desaparecido. Mí madre respiró tranquila.
_Salgamos de aquí _dijo _, ya hemos sufrido bastante.
Me sentí desasosegada, algo me impulsaba a quedarme en aquella estancia. Se lo dije, ella me miró asombrada, con sus ojos negros como ala de cuervo, y contestó:
_Te embrujó a tí también _y triste se alejó.
Yo no entendía nada, aún así, como una autómata, me desnudé y me metí en la cama; estaba aterrada, pero algo me obligaba a quedarme. Fue la última noche que dormí, extraños sueños y horribles pesadillas me acompañaron, desperté con la sensación de estar vigilada por mil ojos, la gran orgía dionisíaca me miraba burlona…
A los demás criados, dijimos que el señor estaba de viaje. Uno de ellos, aseguró haberlo visto entrar en la sala la noche anterior. El miedo se adueñó de nosotras. _¡No puede ser! _pensamos_ no puede ser…
Pero el tiempo pasó, mí madre rejuveneció, estaba más guapa y reía siempre, su paso tenía algo de alado yo pensaba que sólo por eso había valido la pena este tormento, porque yo vivía un tormento. Me sentía mal, empecé a adelgazar y adelgazar, como ya he dicho, no dormía, tal vez los remordimientos… ¡había matado! Sé que lo merecía, pero eso no me eximía de la culpa; sufría, sufría mucho. Alguna vez, desde el mirador veía pasar un enorme cuervo agitando sus alas en la noche. Fantasías, aseguraba mi madre.
Descansaba en mi cama, era muy tarde, los ojos abiertos, las contraventanas se cerraban y abrían por impulso del viento, me levanté a asegurarlas y volví a la cama. Un fatídico golpe de aíre volvió a abrirlas y el reflejo húmedo de los cristales me trajo la horrible visión de un amasijo de huesos; sobresaliendo entre una piel ajada, un rostro de yeso angustiosamente familiar. Entró por la ventana, ¡creí soñar un horrible sueño! El golpe seco en mí cabeza y un estirón de pelo me trajeron a la fatal realidad: descarnados huesos, ojos de fuego, el traje negro y polvoriento resaltaba aún más la piel blanquecina, casi transparente. Sí, era él, sus ojos ardientes se clavaron con odio en los míos, aquel rostro nebuloso, donde la piel se desgajaba por segundos, suspiró largamente, me quemaba el oscuro frío de su mortal aliento. Arrastrándome del pelo me llevó hasta la sala. Lanzó mi débil cuerpo en la odiosa cama donde los maté. Desgarró mis leves ropas y sentí todos sus huesos, quebradizos y horripilantes, traspasándome; reía con risa loca, mientras su cuerpo se clavaba en el mío. Quise huir, gritar, llamar a madre, ella me ayudaría, pero ¿cómo? ¡si mi exigua carne estaba sujeta a sus malditos huesos! Marcó mi cuerpo con rabia de años. Después, desapareció. El cielo anunciaba el amanecer.
Yo quedé aquí, y aquí estoy no sé si muerta o viva. Mi madre viene de vez en cuando a verme. Casi no se atreve, se lo he contado todo. Ha llamado a los mejores médicos, no comprenden nada, dicen que puede ser una extraña anemia que me hace desvariar. Ella vuelve a llorar y yo pienso que soy una desgraciada, sí, ¡soy una desgraciada! Espero un hijo, le oigo removerse en mi interior, parece succionarme, cada día desaparezco un poco pegada a esta cama. Él vuelve por la noche envuelto en su vieja bata, clava sus huesos en mi cuerpo, cada día menos cuerpo y más cama, y siento gritar al pequeño que llevo dentro. Mi madre llora tras la puerta.
Hoy toca el parto. Todo está preparado, pero nada parece hacer falta: el niño sale grande, veloz y fuerte, muerde una y otra vez los marchitos pezones, su padre lo mira satisfecho y sorbe mis labios resecos. Después, cada uno agarra mi mano con fuerza y apenas unas gasas se elevan entre ellos. Salimos por la ventana, surcando la noche. El Conde Duque de Mir y su hijo ríen estrepitosamente, yo deseo llegar por fin a la tumba, estoy muy cansada. Un inmenso cuervo de ojos terribles y torvos graznidos, nos ataca. El clacá de los huesos del Conde al ser engullidos rompe el sonido de su risa y el poderoso pico se traga el llanto junto con la cabeza del recién nacido… Me recoge en un vuelo, con sus poderosas alas traspasa las nubes y con amor deposita mi triste cuerpo en la tumba, que espera caliente. Alcanzo a verlo volar hacia el castillo y escucho a lo lejos el llanto de siglos de mi madre tras la puerta.
2 comentarios :
Alicia habría sido una pena no encontrarlo, porque en verdad he sentido miedo al leerlo, ya te contaré como paso la noche...
En serio me gusta mucho, describes muy bien el infierno pasado por la protagonista. Besos. Pepi.
Espero que no alterara tú sueño. Y gracias compañera. Un beso. Alicia
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