viernes, 4 de diciembre de 2009

MARX Y EL DRAGÓN


Ocurrió al término de la tercera Guerra de los Dragones, de esta forma se clausuró la Era de los Sueños y empezó la Era del Poder. Fue ésta la edad de oro de Krynn, se prolongó durante cientos de años, un largo período en el que florecieron la gloria y la paz.


Silo, un elfo alto y rubio de ojos sonrientes, hablaba con Ugarit:
_¿Ya lo has comprendido? Debemos llevar cuantas más provisiones mejor. Estaremos fuera dos semanas, y somos cuatro.
_¡Cualquiera diría que vamos a la guerra! _contestó Ugarit, un humano de pelo negro y poderosos músculos_ y sólo vamos de excursión.
_¡No la nombres siquiera! _dijo alterada Ulma, una enana robusta y sonrosada de hermosos ojos pardos.
_No te sulfures, Ulma, ahora todo está en calma _ la tranquilizó Silo.
_¡Ya tarda Marx!_ comentó Ugarit, nervioso_ ¿cómo va a ser de otro modo si es un kender? Siempre impuntual.
_¿Qué quieres? Es así, pero es nuestro amigo, y muy bueno. No te pongas nervioso, vendrá _le contestó Silo.
_Claro, pero cuando él quiera. Aún se hará de noche… _refunfuñó Ugarit.
Un hombrecillo delgado, con orejas puntiagudas y gesto asustado terminaba de entrar en la estancia corriendo.
_¡Venga! _exclamó_ ¡vámonos ya, muchachos, se está haciendo tarde! _y tras cruzar la estancia desapareció.
_¡Qué cara tiene este kender! O sea, que estamos todo el día esperando y ahora viene con prisas _comentó Silo riendo.

Unos hombres entraron detrás de él con la cara congestionada.

_¿Dónde se ha escondido ese ladrón? _ preguntó uno de ellos.
_Pero ¿a quién se refiere usted? _ le interrogó Ugarit con cara inocente.
_¡A ese, a ese kender! Me ha robado la bolsa de viaje, tenía allí toda mi ropa y mi dinero, ¡cuando lo encuentre…!
_Bueno, eso no es nada _interrumpió el otro, con la cara desfigurada por la ira_, a mí me ha quitado dos piezas de tela, una verde y otra roja, que vendía en la plaza, he corrido tras él hasta aquí y desapareció… ¡No lo escondan, porque al final esté donde esté lo encontraré y lo moleré a palos!
_¡No se ponga así, hombre! Pasó por aquí igual que un rayo, ya conoce a los de su especie,¡qué le voy a decir yo! _Ulma, con las manos en jarras, le hablaba al hombre de la cara roja. Éste, viendo que no iba a conseguir nada de aquellos tres, dio un bufido y vociferando se fue por donde llegó, seguido del otro. Seguro que si llegan a encontrar a Marx se hubiera llevado una buena zurra, y es que, la verdad _pensaba Ulma_, se la merecía el muy pícaro, siempre cogía (prestado claro) todo lo que se le venía en gana, sus bolsillos siempre estaban llenos de objetos, la mayoría de las veces inservibles: cuerdas, monedas, piedras brillantes, alambres… Pero esta vez se había pasado, hablaría con él; aún a su edad (pasaba de los treinta), era como un niño grande y daba cariño, sonrisas y palabras dulces. Para Ulma, Marx era especial.
Silo ya metía las provisiones en las alforjas y las ponía en el caballo; Ugarit le seguía con calma; Ulma se ataba un gorro con cintas de colores a la cabeza y se ponía la capa, Marx salió de algún lugar y la ayudó a subir al burrillo. Salieron uno detrás de otro y, ya fuera, se pusieron en parejas. Silo y Ugarit iban delante, en los caballos; un poco más atrás, Ulma y Marx, en sus fuertes e inteligentes burritos. El sol se estaba poniendo, Lunitari enrojecía el cielo por momentos, dando tonalidades misteriosas al entorno. Los árboles, como soldados erguidos, escoltaban el camino. A lo lejos, en las legendarias montañas, Solinari brillaba ya. Un búho blanco los miraba pasar con sus enormes ojos redondos. Se dispusieron a cruzar el río, la cabaña a la que iban estaba en la otra orilla. Una sospechosa oscuridad les sorprendió. Ulma se acercó a Marx sigilosamente y le habló bajito:
_Mira, Marx, tengo un mal presentimiento.
Marx la miró con su cara sonriente.
_Vosotras, las mujeres, y sobre todo las enanas de una cierta edad, siempre tenéis malos presentimientos.
_No, no, mira allí _señaló a la orilla del río_ ¿no ves nada extraño?
_No, no lo veo y date prisa, nos quedaremos atrás y no quisiera pasar la noche en el agua.
_Tal vez se te espabilaría el cerebro, ¡kender del demonio! _contestó enfadada, tirando de las riendas y salpicándole de agua al pasar.
Marx se encogió de hombros y la siguió. Terminaron de cruzar el río y se dirigieron a la cabaña, bañada por una parte de Lunitari y por la otra de la luz bondadosa de Solinari, al fondo de la montaña Nuitari, la luna oscura sólo visible para los seres malignos, los miraba…
Encendieron un buen fuego, cenaron contentos y se fueron a dormir. Estaban muy cansados, sólo Marx se quedó al calor de la lumbre contando sus pertenencias. De repente, el viento empezó a soplar con fuerza, el kender que se había adormilado, se espabiló de golpe y con cuidado se asomó a la ventana. Y allí, bajo la perversa oscuridad de Nuitari, un dragón y un ogro conversaban. Marx, salió por la puerta de atrás y oyó la conversación.
_Están muy tranquilos, no saben lo que se les avecina _el dragón movía su enorme cola amenazadoramente. El ogro, grande y peludo, reía flojito, aún así la tierra se movía al son de su risa.
_Todo se lo debemos a Nuitari, que pone su maldad y su noche de nuestro lado; la venganza de los ogros y los dragones está a punto de comenzar _dijo el ogro_. Ya sabes tu cometido, dragón, hay que matarlos, ésto complacerá a la Señora _y volvía a reír, y la tierra a temblar.
Un lobo aullaba a lo lejos y Lunitari, neutral, se mantenía en un lado del cielo mientras Solinari bañaba la zona de la casa y hacía entrar su luz en ella. Marx volvió y despertó a sus amigos, contándoles lo sucedido. Ugarit buscó rápidamente en su bolsa un arma. Silo hizo lo mismo. Mandaron a Ulma a vigilar. Mientras, Marx sacaba de sus alforjas un frasco con hierbas; mucho tiempo atrás, se le había conocido como “el Mago Marx”, su poder era inaudito; luego tuvieron lugar las guerras, la desunión, fue cuando la Gran Tragedia, pero su magia seguía siendo fuerte, aunque sólo la usaba en ocasiones excepcionales (lo juró a Branchala, su Dios) y ésta era una de ellas. Empezó su trabajo en silencio.
Silo y Ugarit pasaron a la cocina a preparar una trampa con las cuerdas que guardaban detrás de la chimenea.
_Eso no dará resultado _dijo Marx, nervioso_, tomad estas piedras preciosas, tienen poderes, atadlas a las cuerdas _rebuscó en sus bolsillos y sacó también alambres y monedas_. Ponedlo todo junto y cuando la magia haga su efecto tú, Ugarit, se la hechas encima, Silo te ayudará y Ulma y yo haremos el resto.
De repente, el pequeño kender se había transformado, era otro, él mandaba, ellos obedecían.
_Cuando dé la señal, haced lo que os he dicho. Atadlos bien.
Marx salió presuroso y se puso detrás de un gran árbol. Tras él, se oía el murmullo del agua en su correr hacía las montañas. El dragón y el ogro celebraban anticipadamente su victoria. Marx tenía el hechizo en su mano derecha, esperó a que Ulma diera la vuelta para distraerlos y entonces, amparándose en la oscuridad, lanzó unos polvos brillantes con un fuerte soplido, que dieron de lleno en el ogro y en el dragón. Silbó, y al momento Silo y Ugarit les echaron encima la red mágica. Ulma también estaba con él y respiró aliviada al ver a las dos fieras presas. El kender sacó de sus bolsillos unos clavos dorados y acercándose a los prisioneros se los clavó en la frente. La transformación fue inmediata: el ogro se convirtió en un pequeño ratoncillo, al que Ugarit aplastó con su bota de pinchos plateados, y todos quedaron sorprendidos al ver dentro de la red a una bella muchacha, vestida con rica túnica y cubierta la cabeza con un velo de gasa verde. Se adivinaban debajo del velo unas bonitas orejas puntiagudas y Marx se acordó de pronto de la vieja leyenda que le había contado su abuela. Era de una hermosa princesa kender, se llamaba Mirna, y desapareció en la Tragedia; hubo quien dijo que un poderoso brujo la había convertido en dragón. Nadie la volvió a ver. Y he aquí a la bella, la desataron y la llevaron a la casa.
La princesa kender despertó y les contó su historia y como tuvo que hacer todo lo que le mandaron los dragones y los ogros, para no morir. Se sentía feliz. Marx también, tanto que sacó de uno de sus bolsillos una piedra brillante y se la regaló (era la misma que le había robado al viajero en la plaza). Los amigos se retiraron a dormir. Mirna y Marx hablaron toda la noche, era el principio de una hermosa amistad…

4 comentarios :

Pepi dijo...

Alicia eres una campeona, me encanta tu relato, parece que has estado alguna vez en Krynn. Si que te aprendiste bien el mundo de la Dragonlance. Los personajes son clavados. Precioso. Un beso. Pepi.

Anónimo dijo...

Celebro que te guste, no podía colgar nada en el blog y de repente pude, veremos si continua así. Gracias Pepi. Alicia.

Anónimo dijo...

Un bonito e interesante cuento de la Dragonlance.
Besos: Fina.

Anónimo dijo...

Me gusta muchol a colección de la Dragonlance, y tú relato me ha gustado.