Don Rubén Salas, un viudo de setenta y tres años, estaba en una mercería del centro de su Valladolid natal cumpliendo el encargo de una de sus hijas. Dicho recado consistía en comprar lazos para adornar las trenzas de sus tres nietas en los colores que él sabía que eran sus favoritos: azul celeste, rosa pálido y blanco marfil. Cuando la dependienta le mostró las cintas para que escogiera, don Rubén detuvo su mirada más de lo conveniente sobre las de color escarlata. Algo en su interior le mandó una señal indescifrable mientras pedía que le cortaran también tres metros de aquella y se la envolvieran en un paquete aparte.
Cinco días antes don Rubén había acordado con su hijo Daniel, que vivía en Madrid, hacerle una rápida visita para conocer a la que sería su nuera, una jovencita llamada Eva. Aunque sólo se trataba de una noche había insistido en alojarse en un hotel y no en casa de la pareja. Él dijo que no quería ocasionar molestias, aunque en el fondo tenía otros planes: había decidido contratar los servicios de una profesional que le recordara que seguía siendo un hombre. Y este propósito le animaba y le añadía morbo a su escapada madrileña.
Llegó a la Villa y Corte en un Alaris que lo dejó en la estación de Atocha a las once y diez de la mañana. Cogió un taxi que lo llevó al hotel Gaudí, en plena Gran Vía y llamó desde el móvil a su hijo para quedar para la cena. Cuando colgó le preguntó al taxista dónde podía encontrar lo que buscaba y éste le dijo que en una calle cercana al hotel le sería fácil. Don Rubén quedó satisfecho, pagó generosamente al taxista y, después de dejar el equipaje y descansar lo suficiente, fue a dar una vuelta.
Efectivamente, la calle Montera estaba llena de mujeres que parecían esperar que sucediera algo. Descartó las demasiado jóvenes, las demasiado flacas, las que tenían aspecto enfermizo y las que mostraban desde lejos su oficio. Al fin le gustó una morena de cabello corto vestida con gusto a la que calculó cuarenta años. Sintiéndose un tanto torpe le pidió precio. Ella le sonrió y le dijo que 300 euros la hora cualquier cosa que él deseara hacer. ¿Cualquier cosa? El paquete con las cintas abultaba ostensiblemente el bolsillo de su chaqueta. Ella se acercó más a él. Lo que quieras, recalcó, y al acercarse él olió su perfume, Chanel sin duda, por lo que decidió sin dudarlo que esa era la puta que él buscaba. Le hizo un gesto afirmativo y ella le acompañó al hotel.
En la habitación don Rubén le puso al corriente de lo que deseaba. Ella le escuchó sin mostrar sorpresa o rechazo, como toda buena profesional debe hacer. Ella pasó al cuarto de baño, para prepararse, mientras que él se ponía un elegante traje, el mismo que iba a llevar en la cena con su hijo. La mujer salió del baño en ropa interior, un corsé de seda negra con liguero, un tanga transparente que dejaba ver un culo redondo y prieto, y unas medias negras que realizaban sus piernas bien formadas. Puso las manos cruzadas sobre la espalda y dejó que don Rubén las atara con las cintas escarlata, pasando la cinta primero por una de las muñecas varias veces, como si fueran pulseras de seda; luego cruzó a la otra muñeca donde hizo lo mismo. Don Rubén lo hacía lentamente, gozando del hermoso cuerpo que se le ofrecía sin resistencia y respirando el perfume que lo embriagaba. Una vez que la hubo atado, le pidió que se sentara sobre la cama. Ella lo hizo con la mirada baja, evitando mirar al hombre a los ojos. Él se bajó los pantalones y le puso el pene cerca de la cara. Ella lo lamió golosamente, introduciéndolo en su boca y apretando con los labios hasta que la rotunda erección no le permitió tenerlo dentro de la boca. Él sentía una extraña mezcla de dolor y placer y el deseo se hizo más apremiante, así que cogió unas pequeñas tijeras y cortó las cintas, dejando libre a la mujer para que le masturbara. Cuando él lo pidió, ella le puso un preservativo y abriendo las piernas se tumbó sobre la cama. Él se echó sobre ella, penetrándola con fuerza. Apenas entró en su cuerpo, caliente y excitado como estaba, eyaculó enseguida, abandonándose a una sensación de completa paz. Entonces ella le advirtió que había pasado una hora, se levantó y se vistió. Don Rubén le pagó lo convenido y, cuando se quedó solo en su cuarto, se duchó y se acostó desnudo en la cama, durmiendo el sueño más reparador que había tenido jamás.
A las nueve lo recogió su hijo. Fueron a un restaurante de moda donde les esperaban Eva y su madre. Las mujeres ya estaban sentadas a la mesa. Una chica preciosa junto a una señora de buen ver vestida con exquisita elegancia. A don Rubén le temblaron las piernas cuando reconoció a la dama, pero algo dentro de sus pantalones volvió por segunda vez a la vida, y esa fuerza ascendente de su pene evitó que se cayera al suelo. Ella alargó la mano y, al besarla con galantería, comprobó que todavía tenía en las muñecas las marcas de las cintas escarlata.
Cinco días antes don Rubén había acordado con su hijo Daniel, que vivía en Madrid, hacerle una rápida visita para conocer a la que sería su nuera, una jovencita llamada Eva. Aunque sólo se trataba de una noche había insistido en alojarse en un hotel y no en casa de la pareja. Él dijo que no quería ocasionar molestias, aunque en el fondo tenía otros planes: había decidido contratar los servicios de una profesional que le recordara que seguía siendo un hombre. Y este propósito le animaba y le añadía morbo a su escapada madrileña.
Llegó a la Villa y Corte en un Alaris que lo dejó en la estación de Atocha a las once y diez de la mañana. Cogió un taxi que lo llevó al hotel Gaudí, en plena Gran Vía y llamó desde el móvil a su hijo para quedar para la cena. Cuando colgó le preguntó al taxista dónde podía encontrar lo que buscaba y éste le dijo que en una calle cercana al hotel le sería fácil. Don Rubén quedó satisfecho, pagó generosamente al taxista y, después de dejar el equipaje y descansar lo suficiente, fue a dar una vuelta.
Efectivamente, la calle Montera estaba llena de mujeres que parecían esperar que sucediera algo. Descartó las demasiado jóvenes, las demasiado flacas, las que tenían aspecto enfermizo y las que mostraban desde lejos su oficio. Al fin le gustó una morena de cabello corto vestida con gusto a la que calculó cuarenta años. Sintiéndose un tanto torpe le pidió precio. Ella le sonrió y le dijo que 300 euros la hora cualquier cosa que él deseara hacer. ¿Cualquier cosa? El paquete con las cintas abultaba ostensiblemente el bolsillo de su chaqueta. Ella se acercó más a él. Lo que quieras, recalcó, y al acercarse él olió su perfume, Chanel sin duda, por lo que decidió sin dudarlo que esa era la puta que él buscaba. Le hizo un gesto afirmativo y ella le acompañó al hotel.
En la habitación don Rubén le puso al corriente de lo que deseaba. Ella le escuchó sin mostrar sorpresa o rechazo, como toda buena profesional debe hacer. Ella pasó al cuarto de baño, para prepararse, mientras que él se ponía un elegante traje, el mismo que iba a llevar en la cena con su hijo. La mujer salió del baño en ropa interior, un corsé de seda negra con liguero, un tanga transparente que dejaba ver un culo redondo y prieto, y unas medias negras que realizaban sus piernas bien formadas. Puso las manos cruzadas sobre la espalda y dejó que don Rubén las atara con las cintas escarlata, pasando la cinta primero por una de las muñecas varias veces, como si fueran pulseras de seda; luego cruzó a la otra muñeca donde hizo lo mismo. Don Rubén lo hacía lentamente, gozando del hermoso cuerpo que se le ofrecía sin resistencia y respirando el perfume que lo embriagaba. Una vez que la hubo atado, le pidió que se sentara sobre la cama. Ella lo hizo con la mirada baja, evitando mirar al hombre a los ojos. Él se bajó los pantalones y le puso el pene cerca de la cara. Ella lo lamió golosamente, introduciéndolo en su boca y apretando con los labios hasta que la rotunda erección no le permitió tenerlo dentro de la boca. Él sentía una extraña mezcla de dolor y placer y el deseo se hizo más apremiante, así que cogió unas pequeñas tijeras y cortó las cintas, dejando libre a la mujer para que le masturbara. Cuando él lo pidió, ella le puso un preservativo y abriendo las piernas se tumbó sobre la cama. Él se echó sobre ella, penetrándola con fuerza. Apenas entró en su cuerpo, caliente y excitado como estaba, eyaculó enseguida, abandonándose a una sensación de completa paz. Entonces ella le advirtió que había pasado una hora, se levantó y se vistió. Don Rubén le pagó lo convenido y, cuando se quedó solo en su cuarto, se duchó y se acostó desnudo en la cama, durmiendo el sueño más reparador que había tenido jamás.
A las nueve lo recogió su hijo. Fueron a un restaurante de moda donde les esperaban Eva y su madre. Las mujeres ya estaban sentadas a la mesa. Una chica preciosa junto a una señora de buen ver vestida con exquisita elegancia. A don Rubén le temblaron las piernas cuando reconoció a la dama, pero algo dentro de sus pantalones volvió por segunda vez a la vida, y esa fuerza ascendente de su pene evitó que se cayera al suelo. Ella alargó la mano y, al besarla con galantería, comprobó que todavía tenía en las muñecas las marcas de las cintas escarlata.
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Nota: este cuento está inspirado en la imagen que lo acompaña:
"Scarlett ribbons", de Jack Vettriano.
5 comentarios :
Me encanta, "picantón" como prometiste.
Dos comentarios menores: "...Chanel, sin duda, por lo que decidió sin dudarlo..." podría ser "sin pensarlo" o algo por el estilo para no repetir. Y "...le puso el pene cerca de la cara..." por el tono del relato "pene" queda como muy formal, tal vez "falo" o "miembro"... no sé, es una idea.
Lo dicho, me encanta, original y bien escrito, como nos tienes acostumbrados.
Están muy bien esas observaciones. Es cierto, pene se queda light, ya que estamos puestos en faena (y con una puta sin complejos)
Gracias por las sugerencias. Toñi
((Me ha pasado de extensión, que yo misma sugerí, pero es que la historia me pedía un poco más de explicación))
Yo voy a poner dos pegas:
tengo que decir que el final está un poco manido y, segunda y más importante, en la calle montera no hay putas tan caras (por lo que yo he paseado por ahí)
Vale, te agraadezco la crítica.
Es cierto que el final se esperaba, pero en fin, es el riesgo que se corre cuando se cuenta una historia que ya se ha elaborado en la mente, que estamos preparándonos para el redoble final: tachán tachán. Quieres sorprender y lo que haces es aburrir.
De todos modos, con la canita al aire de Mr. Rubén y luego cenita con los tórtolos quizás se me quedaba soso.
¿Soso o manido, qué es peor?
Y lo de las putas tan caras, a lo mejor he subido el precio. No sé a cuánto estará la hora... Tenía que haber investigado más, pero a lo mejor pido precio a una puta, por tantear el terreno, y me cobra tarifa de lesbiana, que seguro es la más cara.
Para defender mi ignorancia podría añadir que esta es una señora muy especial. Yo creo que no se dedica totalmente al puterío, casi podría decir que pasaba por allí y le divirtió mucho el vejete pidiendo precio y le dió morbo (bueno, parece que la verdadera historia estaba en eso)
Y no me enrollo más.
Gracias. Un besete. Toñi
Literario, ya visto, sin un ápice de realidad. Se nota que no tienes ni idea de como funciona el tema este (yo tampoco,aunque lo imagino).
Lo mejor: el culo de la tía del cuadro
lo peor: ¿Me suena a belle de jour?
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