jueves, 24 de abril de 2008

EJERCICIO SOBRE LAS CHANCLAS. "LAS SIESTAS EL ABUELO" DE TERESA


Arsenio Crespo soñaba con el mar, y cuando esto ocurría despertaba invadido por una sensación de paz muy parecida a la felicidad. El rumor de las olas lo acompañaba después, como un dulce arrullo, durante las horas en las que trabajaba en la ferretería, mezclándose con el tintineo metálico de los clavos, de las herramientas, de las monedas al sumergirse en la caja registradora.

Y es que Arsenio era un hombre pequeño con dos sueños grandes como globos que le elevaban y le hacían vivir casi siempre en suspenso. Uno de esos sueños era vivir cerca del mar, cosa que pensaba cumplir pronto, cuando se jubilara; el otro mucho más sublime, era el de hacer un gran descubrimiento capaz de conmover a la Humanidad: para ello hubiese deseado ser un gran científico y poder inventar quizá una vacuna contra la pobreza o una pócima mágica para la felicidad. Sin embargo el destino, más avaro, le había llevado a ser el dueño de un modesto negocio, y los únicos medios con los que contaba para llevar a cabo su propósito era el taller que había instalado en los sótanos de la ferretería; allí se pasaba horas enteras encerrado, trajinando con sus cachivaches hasta que la perseverancia y las buenas intenciones dieron sus frutos y Arsenio, como si de un juego se tratase, inventó la máquina de la invisibilidad. Sin embargo, dada la grandeza de sus pretensiones, le pareció éste un descubrimiento vulgar, y un poco decepcionado consideró que había terminado para él el tiempo del trabajo y de las experimentaciones.

Arsenio dejó la tienda en manos de su hijo, y entonces, sí, quiso comprar una casita junto al mar y trasladarse allí a vivir con Lola para olvidarse de todo. Pero una vez más el sueño explotó como los globos que vuelan demasiado alto, y es que a su hijo el peso del negocio le vino demasiado grande, y necesitó de la ayuda de su mujer, mientras que los niños quedaban al cuidado de los abuelos y el proyecto de Arsenio continuaba postergado sin fecha.

Y como la mente de un inventor nunca se jubila, un día Arsenio tuvo una idea clarividente con la que enlazar sus dos pasiones. Primero, para disimular, comenzó a practicar con su descubrimiento una invisibilidad cotidiana, de andar por casa. Los niños y su mujer poco a poco se acostumbraron a verlo, o mejor dicho, a no verlo. Los nietos encontraban divertido que el abuelo jugase al escondite disfrazado de nada; en cuanto a Lola, tomaba aquello como una excentricidad propia de la vejez que había que dejar pasar.

Y así él, algunos días, cuando la ciudad se le antojaba demasiado gris y los niños demasiado ruidosos, se colaba en el taller y después, en la condición de invisible, aprovechaba la tecnología de los trenes de alta velocidad para en poco más de una hora encontrarse en las playas catalanas. Allí se entregaba al placer de bañarse como Dios los trajo al mundo en aguas del Mediterráneo, y antes de volver paseaba tranquilamente por la orilla, aunque eso sí, siempre tenía la precaución de agenciarse para ello las chanclas de algún bañista despistado; sus pies invisibles no se acostumbraban a quemarse con la arena.

Se me olvidaba decir que Arsenio, antes de salir, colocaba con sigilo sus zapatillas de paño a los pies del sillón orejero. Mientras, en casa, no dejaban de asombrarse de la capacidad que tenía el abuelo para dormir tan monumentales siestas en tan malas condiciones.


No hay comentarios :