jueves, 10 de abril de 2008

"EL DESEO DE EVA" Nieves Jurado

Ascendieron en silencio por la pendiente de la montaña. Hacia el atardecer, ya estaban bajo el límite de las nubes. El paisaje era espectacular. Eva miró a su alrededor, sobrecogida. El hombre observaba las expresiones maravilladas, los ojos chispeantes de la joven y su hermosa sonrisa, y sintió un deseo inmediato de acercarse a ella. Adán le habló al oído de ese momento tan esperado y provocó en la mujer un estremecimiento que la impulsó a desviar los ojos para contemplar a su compañero. La pasión que ella inspiraba en el hombre hacía que Eva tuviera la misma necesidad, urgente y premiosa. Sin advertir siquiera que se movía, la mujer se encontró de pronto en brazos de Adán, sintiendo la intensa presión de su cuerpo y su boca cálida y ansiosa. Quizás fuera la excitación del ambiente, pero una especie de cosquilleo recorría su propio cuerpo. Las manos del hombre en su espalda, los brazos en torno a ella, los muslos contra sus muslos femeninos. El bulto en la ingle, que ella notaba a través de su ropa, parecía tibio, y los labios de Adán sobre los suyos le hacían pedir que él jamás se detuviera. El joven comenzó a quitarle la ropa lentamente. El cuerpo de Eva se sintió casi dolorido a causa del deseo y de la inminencia del contacto. Ya no podía esperar, y, sin embargo, no quería que él se precipitase. Adán cerró sus manos sobre los senos de ella, que ahogó una exclamación cuando él apretó su pezón duro. El hombre vio las intensas reacciones de la joven y percibió su propio ardor. Su pene surgió erecto y latió en su plenitud cuando sintió la lengua suave y tibia de Eva, recorriéndole el cuerpo entero. Ella tenía hambre de su contacto, de sus manos, de su cuerpo, de su boca y de su virilidad. Luego él se colocó entre las piernas de ella, y la calidez de su lengua cuando la saboreó provocó punzadas de excitación a través del cuerpo femenino. El aire frío en contraste con el ardor de sus cuerpos les hacía estremecerse aún más. Eva sintió la tibieza y la humedad entre sus pliegues, y entonces Adán introdujo profundamente su miembro, cerrando los ojos al sentir el estrechamiento cálido y húmedo. Esperó un momento, después retrocedió y embistió de nuevo. Se hundió y se retiró varias veces oyendo los gemidos de ella, hasta que explotó, liberando una oleada de placer. En el silencio, sólo el viento hablaba.

2 comentarios :

Anónimo dijo...

Muy "motivador". Me gusta la sugerencia a los primeros amantes de la tierra, así, tan cerca del cielo...

Club de Escritura "La Biblioteca" dijo...

La historia de Adán y Eva, contada así, me parece más interesante.

Pero ¿y las hojas de parra?

toñi