Sus enormes
ojos, capaces eran de albergar el universo entero.
En ellos, asombrado se reflejaba el infinito, pero sus
pies chiquitos y descalzos recubiertos de puparrones, lloraban gotas de sangre.
Llegó sola, la desnutrición era tan grande que no podía hablar, ni siquiera
entendí cómo pudo alcanzar el campamento; le eché una manta por encima y,
levantando a otro en mejores condiciones que ella de la hamaca, la acosté y le
di agua a tragos cortos. Apenas podía beber. Me dejó hacer, ¿acaso podía ser de
otra forma? Los grandes ojos seguían clavados en mí, esperando un milagro tal
vez, y que va, aquí no hay milagros, sólo basta girar la vista en rededor y lo
comprendes… Nos encontramos en la frontera Somalí con Etiopía y Kenia, lo que
se conoce como el Cuerno de África. Miles de refugiados llegan buscando comida
y huyendo de la sequía.
Nuestro lugar de trabajo y lo más
parecido a un hogar es el centro médico, desde el que nos desdoblamos para
atender tantas enfermedades derivadas de la hambruna. Está ubicado dentro de
una tienda de campaña y cuenta con dos rudimentarias camillas, un escaso material quirúrgico, siete hamacas
hechas de palo y lona, media docena de sillas viejas, y en el centro, encima de
un pequeño mueble, el laboratorio con los distintos utensilios de las curas (alcohol,
gasas, desinfectantes), dentro del mueble su más preciado tesoro: las diversas
y nunca suficientes medicinas para calmar e intentar curar tantos padecimientos.
Me retracto, el más preciado tesoro es la cocina, un rincón entre telas de
saco, donde acumulamos con amor y mucho cuidado, los alimentos y el agua que
recibimos de las distintas organizaciones, que no suelen llegar tan a menudo
como se les necesita, pues los caminos son difíciles, eso unido a la falta de
escrúpulos de los muchos traficantes que pululan por la zona, lo hace más
complicado si cabe.
No puede faltar una pileta, sin agua
corriente claro, aunque debajo de ella siempre hay varias bombonas para su uso
inmediato.
Lavé con cuidado a la niña, desinfecté
sus heridas y le hice beber zumo. Estaba muy desfallecida.
Ángel, el médico, me llamó, Anika, la
mujer que había llegado una semana antes terminaba de morir. Me caló la
tristeza, cada día me revelaba más ante la suerte de estas personas que veía
sufrir sin remedio, y verlas morir… ¡Dios! Venían desde tan lejos buscando una
esperanza de vida, una ilusión… ¡luchábamos por ellas con todas nuestras
fuerzas!
Dos años en el país, dos años peleando
contra el hambre y las enfermedades, estremeciéndome ante tanta pobreza,
llorando y gritándole al mundo, al viento, me
sentía tan inútil, tan pequeña ante la negra inmensidad de la muerte.
Los hombres más recuperados, la
enterraron en el humilde camposanto que se había construido a instancias de sor
María, dada la cantidad de fallecimientos ocasionados por la hambruna; yo
abogué por un sitio para sepultar también a las bestias, pero aún estaban demasiado débiles y a nosotros nos
faltaba tiempo.
Les acompañé en el sepelio, me sentía
profundamente triste. Mi mirada deambuló en rededor. La grandiosidad del paisaje se
extendía hasta la raya del horizonte, la tierra reseca crujía bajo mis pies, los
animales muertos yacían en los caminos y los árboles eran sombras retorcidas
donde los carroñeros aguardaban al silencio. De trecho en trecho, se veían
grupos de personas que caminaban lentamente hacia el campamento en busca de
ayuda, otros, en las afueras habían hecho hogueras y se calentaban del relente
que empezaba a llegar con la anochecida. El hermoso atardecer teñía de rojo el
vacío de la inmensa miseria que aumentaba todavía más, la frontera del cielo.
Y entre aquella sinrazón, retazos de
infancia tomaron fuerza en mi memoria.
La pequeña ciudad en donde fui feliz, la
casa llena de risas, mis hermanos, mis padres, la escuela y la parroquia, desde
donde salíamos los críos gozosos el día del Domund, con nuestras huchas, a recaudar
fondos para los niños pobres del Congo. ¿Algo ha cambiado? No, todo sigue igual
o peor. ¡Vergonzoso! Me sentía terriblemente dolida e indignada. Si no hubieran
desmantelado sus minas, si no hubieran fomentado las guerras con la venta de
armas… Y siguen traficando, sobre todo los países ricos. África es principio de vida, la piadosa mirada
del mundo hoy está puesta en ella, ¿y mañana…?
Ángel y sor María llegaban a buscarme sudorosos,
mientras yo divagaba ellos contribuían con su trabajo en el enterramiento de la
desdichada Nika. Rompí a llorar, me miraron comprensivos, aún era muy joven. En
silencio, emprendimos el camino al campamento. Ya en él, nos dedicamos a cuidar
a nuestros enfermos. Entre otros, yo me
ocupaba de la recién llegada, y cual no fue mi sorpresa cuando encontré a la
nena sentada en la hamaca; con los ojos muy abiertos me señaló el agua, bebió
un largo trago y otra vez se durmió. Volví a verla al rato; estaba despierta,
le di zumo. Hasta una semana después no pudo pronunciar su nombre, se llamaba
Noa. Pasaron varios días. La niña iba mejor, incluso sonreía al verme llegar,
ya comía y al fin volvió a andar.
Me sentía tan orgullosa, tan feliz, ella
estaba allí, comía, aprendía a correr otra vez, reía, sus ojos grandes,
inocentes, relatores de carencias, también eran anuncio y reflejo de vida; sí,
podía ser, podíamos lograrlo, lo vi en ellos, profundos, vitales, faros vivos
plenos de ilusión, y tal vez, pecando de optimista, vislumbré la esperanza de
un mundo mejor en sus ojos.
6 comentarios :
Que ternura y que bien escrito amiga. Me gusta mucho.
Global,solidario y con estilo,
como tú-
Un abrazo.
Robert.
Esos ojos enormes creo que nos persiguen a todos, porque tienen la costumbre de mirar fijamente a la cámara cuando los fotografían, para decirnos "aquí estoy, por mucho que quieras evitar mirarme. Aquí estoy, para removerte algo porque en el fondo sabes que este mundo está desequilibrado y yo nací en la parte de abajo"
Gracias por la imagen y gracias por el rayito de esperanza que nos dejas al final de relato. Me ha gustado mucho.
Gracias a vosotros.
un abrazo.
Alicia.
Excelente relato,lleno de ternura...y detalles de una gran escritora.
Un abrazo.
Gracias Rafa,celebro que te guste.
Un abrazo.
Alicia.
Publicar un comentario