EL
JURAMENTO
La sala del hotel abarrotada de público
me hacía estremecer de gozo, porque ese público venía por mí. Debía de estar
orgullosa, era la escritora de moda, la más celebrada de esta década. Los periodistas
lanzaban sus flases y varios micrófonos de diferentes medios recogían mis
palabras, mientras la pluma, sujeta por una mano firme, la mía, no paraba de
firmar libros. ¡En verdad era famosa! Lo pensé, lo soñé, pero llegar a serlo…
¡Ah, la literatura! Es algo tan bello como difícil. Pero el destino, o tal vez
aquella estrella fugaz, quiso sonreírme; mucho mejor que eso, accedió a reír conmigo;
tal vez anduviera despistada por el firmamento y me encontró…
Una
joven se acercó tímidamente con mi nuevo libro en la mano, quería que se lo
firmara. Lo dijo desviando la mirada, parecía vergonzosa e insegura.
Me declaró,
mientras bajaba los ojos con cortedad,
que ella también escribía y con una vehemencia impensada tras sus gafitas y su
apocada sonrisa, me impresionó exclamando:
_¡Lo que
ha logrado usted, señora, es maravilloso!
Por un éxito así, yo haría cualquier cosa, ¡lo que fuera! _su voz, transformada en avalancha de pasión, me
impresionó. Ella, dándose cuenta de su
arrebato, continuó en tono más contenido y terminó en apenas un susurro, un susurro
ardoroso_ Incluso ofrecería mi alma al
mismísimo diablo… si existiera, claro.
La
miré de arriba abajo, con descaro, con ese descaro que da la superioridad, y al
mismo tiempo con admiración. Tenía agallas la muchacha.
Los ojos
de la joven morena despedían fuego, un fuego que traspasaba el diáfano cristal de
sus gafas. La observé con cierto desasosiego y brindándole mi mejor sonrisa me
quité mérito: que no era para tanto, le
dije, que si la suerte, que si el momento
justo… falsa modestia, por supuesto.
Era
encantadora, le aseguré que tendría su oportunidad y que todo lo que una desea
con vehemencia lo consigue. Escribí una bella dedicatoria en el libro y se lo firmé.
Al hacerlo, no pude contener el deseo de rozar su mano ardiente con la mía
helada, fue una forma de testificar mis palabras.
Marchó
contenta, se percibía en el brillo de sus ojos. La seguí con la mirada hasta
que desapareció entre la gente.
Poco a
poco, el salón se fue quedando vacío; encendí un pitillo y rememoré absorta la
reacción de la joven, su inesperado brío; sentí como su ímpetu me trasladaba a
un pasado ya lejano, y más exactamente a un día concreto…
Bajé
del tren. Arrastrando mi pesada maleta y rehuyendo los taxis (estaba sin
blanca) me encaminé a la parada del autobús más cercana. El frío intenso
azotaba mi rostro. Eran las once de una tempestuosa noche de febrero, el viento
y la lluvia se paseaban impunes por las calles vacías. El rancio viento y yo
teníamos una vieja pugna; y tuve la impresión de que aquella noche todos ellos,
los vientos, habían concentrado sus fuerzas para atacarme en la oscuridad. El
viento del norte, el del este y el sur, y hasta el viento de poniente. Vislumbré
el cielo, que negro como el carbón, amenazaba más borrasca.
Sola y
aterida, opté por sentarme en la esquina del banquito de la parada; allí, arrebujada
en mi viejo abrigo azul marino, me adormilé a la espera del autobús. Temblaba
más de frío que de miedo.
Volvía
de la guerra, sí, de Madrid. Había combatido sin cuartel con las editoriales
intentando que alguna de ellas publicara mi primer libro. Era muy bueno, lo
sabía, estaba convencida de que sería un éxito sin precedentes. Pero por lo
visto ellas no pensaban lo mismo, todo eran palabras tales como: no es el momento, tal vez dentro de unos
meses… (¡hay tantos…!) Y es que los editores usan siempre los mismos
términos, para quitarse de encima a los escritores humildes como yo. No somos
nada, y como tal nos tratan, pero sus frases insensibles se clavaban en mi alma.
Estaba
tan cansada, tenía tanto frío y era tan tarde. Volví a mirar al cielo, por un
momento pensé que las nubes, oscuras y amenazadoras, se abalanzarían sobre mí.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Y en medio de la borrascosa oscuridad recordé
mi primer relato, tipo Fausto (me moló hacer algo parecido), y levantando los
brazos al cielo, iluminado por centellas, con voz ronca, entre seria y burlesca
juré:
_¡A
tí, Rey de las Tinieblas, a ti, daré mi alma, lo juro! A cambio, el triunfo y
el poder serán míos. Un trueno pavoroso desgarró las nubes mientras yo, riendo
nerviosamente, regresé a mi sitio a esperar. Siempre me había gustado el teatro.
Además
del hambre, del sueño y las carencias que me acuciaban, no sabía como iban a
recibirme en casa de la amiga, a la cual no veía desde hacía dos años. Al menos
pasaría allí la noche, si no había problemas, claro, después ya vería…
De
pronto, algo desconocido me agredió, una sombra, un golpe de aire enemigo, no
sé… Me esforcé en descubrirlo pero nada vi, sólo puedo decir que ese “algo” me asaltó, noté su acoso violento.
Busqué ayuda, no había nadie; grité con todas mis fuerzas, estaba muerta de
miedo, pero el eco devolvía mi propia voz, dilatada por las resonancias de las
calles desiertas. Nada que hacer, la presencia desconocida me incitaba a alzarme
y lo hice de un salto. Una cegadora luz apareció entre las nubes de la negra
noche. Deslumbrada e incrédula, me froté los ojos pero ella, audaz, se apostó a
mi lado y rápida y escurridiza, se fundió en mi cuerpo… Noté como su presencia, sinuosa
y perversa, se adueñaba de mi carne, de mi mente; lancé al aire un aullido de
animal desesperado.
El
espíritu lujurioso, o lo que fuera, habló:
_Me has ofrecido tu alma. Bien, ahora es mía,
pero debes saber que un alma no es nada, sólo estorbo y desdichas, sin embargo,
para el averno cuenta… a su cargo, tendrás poder, éxitos, fortuna, lo que
anhelabas. El mundo será tuyo, los sueños más ocultos se cumplirán, serás la
escritora más célebre. Triunfarás, triunfarás, triunfarás. Y algún día regresaré
a por ti.
Un rugido
sombrío retumbó en el más allá, y me escuche responder:
_¡Cumple,
Satán!
Comenzó
a llover con furia.
Desperté
al pitido del autobús, y me apresuré a subir a él arrastrando la vieja maleta;
estaba mojada y fría.
Y aunque
parezca increíble, a partir de ahí todo cambió. Las mejores editoriales
empezaron a llamarme, el libro que nunca aceptaron, por más que lo mandara una
y otra vez a diferentes editores, se situó entre los más vendidos; fue un gran
éxito, todos los siguientes lo fueron, incluso se imprimieron ediciones de
lujo. Televisiones, radio, periódicos, revistas, todos los medios se disputaban
mi presencia, el mundo se rendía ante mí.
Por
supuesto (y no debo engañarme), siempre he sabido que su artífice fue el
pavoroso juramento de aquella noche de invierno… Y aquí estoy, sin alma. ¿Acaso
vale ella toda una vida de angustias y amarguras? Adoro no poseerla, tiene muchas ventajas… ¡sin
ñoñerías! Se acabaron los sueños, ¡oh, sí! ahora todo son realidades! ¿El
espíritu, el hálito, el alma? ¡Mentiras de curas y mojigatos! Soy radiante, me
adulan, me aman. ¿Qué es falso? Todo es falso. Luzco los trajes más lujosos,
los perfumes más caros; y toda esta belleza a cambio del comercio de una
hipotética alma.
Sé que
un día aparecerá la sombra. Llegará, tan campante y satisfecha, en busca de su
presa; pero la engañaré, ¡seguro! El juramento me mantendrá en la cumbre. Nada
podrá conmigo. ¡Seré eterna!
Esa
tímida joven de ojos de fuego me regresó al pasado. ¿Tal vez debería buscarla,
aconsejarla y…? Bueno, ¡qué más da! Yo no soy una ONG, ni siquiera tengo alma.
¡Que se componga como pueda! Que
hipoteque la suya.
Sacudo
la hermosa melena rubia con placer; uno de mis agentes reclama mi presencia;
enciendo otro cigarrillo con tranquilidad (fumo demasiado incluso para no tener
alma), retoco mis labios, y enseñando los bonitos dientes en una sonrisa
deslumbrante me uno a los demás, que tampoco la tienen por mucho que aseguren
lo contrario.
4 comentarios :
Me parece un estupendo relato, no es lo clásico de los premios de Amusyd, tal vez debería felicitarles por eso.
¡Adelante campeona!
Un abrazo.
Robert.
Gracias por tus comentarios y por estar siempre ahí.
Un beso.
Alicia.
Buenísimo Alicia. He disfrutado mucho leyéndolo.
Un abrazo.
Gracias guapa, me alegro de que te guste.
Besos.
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