Yo la miraba sin verla, desde lejos, porque me dolían los ojos de la desazón. A cada poco, en la negrura del galerón de madera, sobre el piso que rechinaba al andar, morboseaba sobre ella el acosador.
Cuando aún era ayer, Rosita lloraba. Se retorcía, encogía el cuerpo a medio componer, ocultando no sabía bien qué. Ahora se dejaba hacer, para evitar la golpiza, después se me acercaba, se acurrucaba a mi escaso abrigo y me lo contaba, me contaba la sinrazón que yo llevaba escrita por debajo del silencio.
-Coralina- me decía la chaparrita- Mi papá Silvino me hace daño. Me escarba por ahí abajo con las uñas, yo no se porqué. Me apapacha fuerte pero sin cariño y luego hace ruidos con la boca y los ojos se le ponen como de susto. Entonces se mueve así, así- se agitaba la nena, fingía temblar- y cuando pasa un ratico se levanta y se va. No le da pena dejarme en el suelo, aunque sea de tarde y ya no entre el sol por el tragaluz, yo digo que no sabrá, que a mí me da miedo lo oscuro. También me grita Coralina ¿qué tú no lo oyes? Me grita, pero así como bajito, que no se lo cuente a nadie, que todos me dirán que soy vaguita y mala y mi mamá no me querrá más o hasta puede que se vaya. A mí de seguro no se me escapara el decirlo. Que de pensar que no vuelva a ver a mi mamita ¡me entra una cosa aquí en medio!- se señalaba el pecho aún sin nacer-hoy me dijo que me convidaría a cajeta de leche si dejaba de apretar las piernas o si bajaba la mano para tocarle el bulto, que siempre está ahí. Yo casi le digo que mejor de coco. Pero da igual, porque aunque le haga caso nunca me trae la convidada.
Rosita se me abrazaba entonces. Recostaba su rostro de nubes junto al mío y dejaba caer entre las dos un sueño tibio, tendidas sobre la colcha de flores que le tejió la vieja Socorrito.
Yo me la solía dibujar para mis adentros, muchachita ya, con algún gallito carrileandola desde su bicicleta, cuando ella pasease con sus amigas por la acera del boulevard español
Otras veces se me antojaba sentarla a una gran mesa, preñada de “gallo pinto”, de “nacatamales”, de mangos y jocotes que le dieran gusto a su hambre acumulada de mil años atrás, para que la tripa se le consolase y le dejara de arder, como cuando los frijoles no le daban alcanzada. Para que no fuera más la hija del maíz.
Pero aquello solo se forjaba en mis noches si se vestían de bonito, porque desde la vez de la pesadilla, ya no soy capaz de soñar.
Regresó atiborrado de “chicha”, rematados los últimos centavos en la barra del Café de León. Donde las mujeres malas. Con toda la bajeza que no pudo descargar, colgada de los pantalones.
Rosita se tiró al suelo panza arriba al verlo entrar. Se había aprendido el abuso como si de un juego sin color se tratase, para poder respirar.
El papá Silvino no venía esa noche con ganas de manoseo, no.
-¡Ay, de que me sirve revivirlo! Sin embargo lo veo frente a mí de seguido.
La fiera bufaleando sobre mi chiquita hasta arrancarle el calzón, doloriéndole los ojos, la boca, las partes privadas que empezaron a llorar, la Rosita, la nena, sangrándole las entrañas, manchando la tierra con el estupro. Agarrada al miedo que la tapaba, no fuera a deshacerse bajo el peso del traidor.
-Cocheche, cobarde-grité y me maldije la boca sin voz. Él se levanto al fin, tambaleó su deseo apagado y fue a amortajarse en el catre oxidado del rincón.
Yo rogué entre mí, para que la simiente descerrajada no cuajase en el vientre de mi niña.
Vino a mi encuentro bebiéndose el cuerpo roto, sin saber que hacer con él, dejando un rastro de líquido rojizo, tras sus pasos que no querían andar. Me miró sin hablar, se le habían olvidado las palabras. Quería abrazarse a mí, lo sé. Llevarse la mente muy lejos de allí hasta el lugar donde las inditas bailan, con la enagua recogida en la cintura, al son de la gargantilla y los aretes, que las hacen hermosas. Con la seda colorada del huipil amarrada al pecho. Y las flores finas del estampado, que volando entre sus pies, se les suben a la cabeza, sujetándoles las dos trenzas de azabache, para reírse allí gozosas.
La nena Rosita enjugándose entera, no quiso llorar. Ya no era tiempo. Se llegó hasta el balde del agua de beber y haciendo un cuenco con la manita se regó cuidadosa la herida que le ardía en el medio del cuerpo. Se lavó los regueros de los muslos y los goterones que le habían caído en las sandalias y del arcón de la madre distraída, agarró la muda de domingo para refugiarse tras ella.
Se vino a mí, nos vestimos las dos de madrugada y cruzando la puerta echamos a andar.
Hacía tiempo que mi cuerpo de trapo no sentía la esperanza. Ni los botones que me hacían de ojos querían mirar. Pero en ese instante, ella niña y yo muñeca, nos escondimos en los pasos sin huella de la vereda, que llegaba donde el albergue de las mujeres que hablaban de vida y sonrisas, solían parar. Decían los murmullos que traía el aire de la gente, que allí ellas vicenteaban a las niñas y a los papas de piedra y humo no les dejaban entrar.
12 comentarios :
Bonito y desgarrador, Pepi. Un tema indignante, demasiado doloroso y real. Los políticos, la justicia, las sociedades en general tendríamos que hacer algo contra esta lacra. La infancia es sagrada y todo aquel que ose tocarla o destruírla merece un duro castigo, pero de verdad.
Por cierto,¡qué criatura más preciosa la de la foto! Un acierto.
Besos
"Al Cesar lo que es del Cesar..." y a Teresa lo que es mérito de ella, o sea la hermosura de la foto. Besos. Pepi
El mérito el tuyo, Pepi. Cuando vi la foto pensé que le iba de perlas a tu cuento.
Enhorabuena otra vez. Ojalá todas estas palabras sirvan para detener tanta barbarie. Como dijo Martha vuestros cuentos son una lucha pacífica pero intensa y cargada de las mejores intenciones.
Un abrazo.
La foto es bonita, pero aquí lo que hay que felicitar es el cento.
Enhorabuena, Pepi.
Arístides
Felicidades. Un gran cuento de muñeca callada, con un hueco en el pecho ante los abusos reitrados de una infancia despojada de juegos y calidez. Me gusta tu muñeca que cuenta la historia doliéndose de impotencia, me gusta esa niña anónima que puede ser cualquier niña en cualquier lugar del mundo para verguenza de la humanidad.Como siempre nos conmueves.
Besos
Cristina
No sé que decirte, me ha emocionado,
es un tema tan duro y tan horrible, y tú,que bien lo has hecho. Esa niña preciosa y triste, parece estar acusando a la humanidad que no hace nada para evitar la barbarie. ¡Que buen relato! Enhorabuena y un beso.
Alicia.
Un cuento conmovedor ... y da mucha pena pensar que estas situaciones son reales.
Increíble cómo manejas el vocabulario.
Enhorabuena, Pepi.
Un beso. Toñi
Gracias, muchas gracias a todos, si en algún momento negro me siento tentada a dejar de escribir, instantes como este al leer vuestros comentarios lo aleja de mi mente.
En verdad esta y todas las criaturas del mundo que viven un horror así, merecen que cada uno hagamos algo, aunque sea escribir un relato...Besos a todos y otra vez gracias. Pepi.
Pepi, una vez dijiste que lo único que tenías para luchar contra los horrores de este mundo, eran tus palabras. De nuevo las has usado de maravilla, con muchísimo acierto, para describir la dureza de una realidad que, yo creo que a todos nos supera.
Que no se te pase siquiera por la cabeza lo de dejar de escribir.
Un beso
Un relato ganador, y no finalista, aunque ya se sabe que los jurados no siempre aciertan con los premios literarios (ni de otras disciplinas)y más viendo el relato que exponéis en el blog que figura como segundo premio, pobre en construcción y en inventiva a excepción del final, que sin ser nada especial, salva un poco los muebles.
Por tu parte un relato perfecto con un dominio indudable de las palabras.Por cierto, ¿eres española o de algún lugar de América Latina?. Enhorabuena Pepi.
Juan(desde Valladolid)
Juan soy española, muchas gracias por tu comentario, me estáis sacando los colores, pero estoy muy contenta de que mi niña tuani (tuani significa bonita en Nicaragua) os guste.
Te invito a pasarte por nuestro blog, ojala que te encuentres a gusto en él. Un saludo. Pepi.
Es un tema horrible desgarrador que me recuerda a otra historia real que ha vivido una persona que conozco.
Sin embargo no deja de ser un buen cuento que muestra una realidad, aunque sea una realidad que prefiramos no ver.
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