CAMPANADAS
-Hoy te has retrasado un minuto. Te estás haciendo viejo –Comentó Nicolasa de Salvatierra apartando a German Galíndez de encima, casi exhausta.
-Mujer, una campanada no dura un minuto- replicó él casi sin aliento.
-Ya, pero has comenzado tarde, no lo niegues. –Agregó ella insistente.
Y en efecto sólo German Galíndez sabía el inmenso esfuerzo desempeñado para conseguir aquel orgasmo que se le había resistido como una yegua testaruda, y a sus cincuenta y seis años era la primera vez que le pasaba. Pues en los últimos diecisiete, con una precisión implacable alcanzaba el éxtasis al tiempo que sonaban las campanadas anunciando misa de siete, y aquella tarde no consiguió enlazar el ritmo con el tañido de las campanas.
-De todas formas ya da lo mismo. Tu marido se murió va para un lustro.
-Pero me gusta que sigas con esa disciplina férrea. ¿Recuerdas cuando temíamos que apareciera por esa puerta al salir de la iglesia, y nos encontrara en plena faena?
-Parece que sigas con ese miedo, y créeme, Artemio Gonzálvez no se aparece ya ni en la noche de las ánimas.
-Pues yo siempre pensé que sospechaba algo, en los últimos meses no iba a misa con la misma disposición.
-Imaginaciones tuyas ¿Pero qué importa en los días que corren? –Preguntó cansado.
German Galíndez salió al patio trasero para mear contemplando las estrellas que comenzaban a destacar con la ausencia de luz. Sintió las garras del frío arañándole los hombros, y una congoja desconocida le impedía orinar como de costumbre. Cuando al fin el líquido amarillo comenzó su peregrinación hacía los rosales, una quemazón terrible le sobrecogió la entrepierna. Tuvo que apretar los dientes para no maldecir en voz alta. Cuando hubo terminado se agarró a las enredaderas y agachado sobre ellas, aguardó a que el intenso dolor desapareciera.
-Parece que hayas visto un fantasma –comentó Nicolasa Salvatierra cuando entró de nuevo al dormitorio con la cara como la cera.
-Me marchó –dijo él por toda respuesta. Se puso los pantalones y se abrochó el blusón para salir sin mirarla siquiera.
-Vaya, pues si que te ha sentado mal lo de esta tarde. No, si ya decía yo que lo de la última campanada traería problemas. Y estaba en lo cierto.
German Galíndez pasó la noche entre sudores y accesos de cuchillos clavados con saña en su verga y sobre sus riñones. Y al despuntar el alba, casi sin fuerzas, caminó hasta la casa de Concha de Guzman, la curandera.
-Lo que te pasa es que no debiste ahondar en dos pozos al tiempo, sobre todo cuando uno tiene tantos cubos entrando y saliendo.
Concha de Guzman vertió agua hirviendo sobre un puñado de hierbas y semillas que colocó en un cacillo, y se lo dio a beber a German Galíndez.
-Tómalo de un trago y bien caliente. Te aliviara los sufrimientos de esas partes. Dijo mirándole de reojo. –Y debes estar al tanto, porque la Nicolasa lo sabrá a lo más tardar mañana. Dile que venga también, anda, que no espere tanto como tú. Y cuídate de sus arranques, que ya sabes que descuartiza una vaca en menos de media hora. Por la cuenta que te tiene, deberías salir por la puerta de atrás, ya me entiendes, solo y sin hacer ruido.
-No la creas tan fiera. Se pondrá furiosa, pero no llegará la sangre al río.
-Sólo te aconsejaba, pero las advertencias no deben caer en terreno baldío, créeme.
Faltando una hora para la siete de la tarde, German Galíndez, aún con cierta desazón bajo la bragueta, dudaba si presentarse ante Nicolasa de Salvatierra o quedarse en su sillón rumiando su malestar. Optó por ir, porque conociéndola como la conocía, en menos de lo que canta el gallo, se personaría en jarras en su casa para pedirle explicaciones, siempre fue una hembra difícil de contentar, y con los ardores de la carne exaltados todavía pese a la edad. Pero de repente recordó la campanada extraviada de la tarde anterior, y el pensamiento se le adentró en la cabeza como un bisbiseo imposible de parar. Miró por la ventana hacía la casa de quien había sido su amante más de tres lustros, y la vio asomada al bacón sin quitar ojo de su puerta. Entonces recordó el consejo de Concha de Guzman. Solo y por la puerta de atrás. Supo que la echaría en falta, que no hallaría otra mujer como aquella, dispuesta y tan bien dotada. Maldijo su debilidad y su mala fortuna. Recogió sus escasas pertenencias y apagó la luz antes de salir.
5 comentarios :
Me gusta la fuerza de Nicolasa y el miedo que le tiene German pese a los dolores.
Bien conseguido.Un beso.
Alicia.
UN CIERTO AIRE AL ESTILO GARCÍA MARQUÉ SE RESPIRA EN TU RELATO.VAYA CON ESA SEÑORA DE SALVATIERRA, MÁS QUE UNA MUJER PARECE UNA HEMBRA DE ARMAS TOMAR.
CLARO QUE ESO LE PASA A LOS LISTOS QUE ANDAN DE FALDA EN FALDA.
SALUDOS DESDE VALLADOLID
JUAN
¿García Márquez?, ¿dónde?
Alguien debe andar escaso en lo que se refiere a la obra del gran escritor y premio nobel de literatura, y encima se esconde tras el anonimato. No te quedes con una opinión tan mediocre. No vale la pena, será algún descontento de la vida, y encima poco versado como demuestra su ridícula opinión.
BESOS ROSA
P.D. Sigue escribiendo, y olvida las lenguas viperinas, gente que no valora el esfuerzo que hacéis en el blog.
Me encanta la polémica, veo que la he suscitado de algún modo. Gracias Rosa por tu apoyo incondicional, y también a tí Juan (de Valladolid), espero que sigas participando en el blog, aunque ultimamente como acabo de comprobar está algo abandonado.
Besos
Cristina
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