jueves, 22 de abril de 2010

EL HOMENAJE por T. Alicia. G.V. El ejercicio pendiente.

Tendría unos setenta años, pero aparentaba sesenta y cinco; el pelo blanco y brillante, recogido en un moño alto; llevaba un abrigo negro de buen corte, zapatos y bolso, también negros. Miraba con atención las calles por las que pasaba el autobús, parecía contenta. Frente a ella, sentado, un señor más o menos de su edad no dejaba de mirarla. El autobús dio un brusco frenazo que lo lanzó al asiento de la mujer.
_Perdone _se apresuró a decir él_, estos autobuses…
Ella lo miró; pese a su edad, era una mujer de buen ver, de porte elegante: el hombre la miraba encandilado.
_No se preocupe, eso le pasa a cualquiera. Una vez me caí en uno de estos frenazos, pero tuve suerte y no me pasó nada _contestó la señora.

_Menos mal, sino si no hubiera sido una lástima _suspiró, y cambiando el tono_. ¿Iba usted sola? Cuando  uno va solo y le ocurren esas cosas se siente perdido, ya se sabe, la edad…
Ella torció el gesto.
_No se ofenda aún es usted joven _se apresuró a decir.
_No señor, no iba sola _contestó cortante, ignorando el comentario_, iba con mi marido y él me ayudó._Vaya, yo creí que era viuda, no es por nada, como va de negro
_Pues mire, no da una. No soy viuda, ¡soy separada! _lo dijo con orgullo_ Hace dos semanas que me he separado y estoy en la gloria, no sabe usted como se disfruta la libertad después de tantos años… presa. ¡Qué gran invento el divorcio!
_¡Y qué casualidad más estupenda! _exclamó el hombre, sonriente.
_¿También usted es separado? _preguntó ella.
_No, soy viudo, muchos años viudo y solo, pero le puedo asegurar que nunca había encontrado una mujer como usted _casi lo susurró, con voz suave y melosa.
Ella lo miró pícara.
_Eso se lo dirá usted a todas. ¡Ay, los hombres! Todos unos bribones.
_Le aseguro que yo no. Me ha impactado tanto que quiero quedar con usted ya, ahora mismo.
_ ¿Ya? ¿tan pronto? –un poco asustada
_Dentro de unas horas no es tan pronto. ¿Qué tenemos que esperar a nuestra edad? mejor tuteémonos _y acercándose a su cara_ ¿En tu casa o en la mía? La vida hay que aprovecharla hoy, ahora mismo; después, ¿quién sabe?

Un filósofo no lo hubiera dicho mejor, pensó Encarna, pero respondió:
_Si lo miras así… claro, que ni en tu casa ni en la mía, podemos quedar en la punta del parque, ¿te parece? Por allí hay buenos hoteles y, ¡ah! todavía no sé tu nombre, don rápido. Si eres así para todo…
_¡Qué bromista eres! Me llamo Braulio, y ¿cómo te llamas tú, guapa? Porque eres muy guapa.
_ Encarna, para ti, Encarnita. ¡Vaya, tengo que bajar, es mi parada! Esta vez se me ha hecho el viaje cortísimo _se levanta ayudada por él y lo envuelve en una mirada llena de intención_. Hasta la tarde, Braulio. ¿Te parece bien a las seis?
_Cuando tú digas, Encarnita, cuando tú digas; a las seis en la punta del parque, ¿vale? _¡Qué flechazo, madre! _se dice entusiasmado_ ¡qué flechazo!


Son la seis de la tarde, Braulio pasea de un lado a otro en la puerta del parque. Se para en el quiosco de la entrada a comprar unas juanolas y dos bolsas de pipas, en un bolsillo guarda un paquetito de bombones.
Encarna llega a su lado, sin ser vista, y le tapa los ojos.
_¿A que no me conoces? _pregunta alegremente. Parece una jovencita en domingo, con el abrigo claro de las grandes ocasiones y los labios pintados; se ha puesto rimmel y unos mechones de pelo le acarician la frente.
Braulio, después del susto, la mira embelesado.
_¡Estás preciosa, Encarnita! _le coge una mano y se la lleva a los labios.
_Tú tampoco estás mal.
El hombre lleva el único traje que le viene, aunque un poco estrecho, ha engordado bastante desde que se quedó viudo: la comida basura, las tapitas del bar; se adorna el ojal con un clavel y la cabeza con un sombrero negro. Cogidos de la mano, entran en el parque como dos tortolitos. Mientras pasean hablan animadamente, admiran las rosas y visitan el estanque de los patos, muy sucio, comentan; y entre sonrisa y miradita, deciden ir al hotel. Está justo enfrente, no tienen que caminar mucho, que no están ellos para mucho andar. Cada uno, por su parte ha cogido la paga que les queda de la jubilación, por si acaso; Encarna, además, ha metido en una bolsa las pastillas del corazón, la tensión, etcétera: no quiere encontrarse con sorpresas, “una ya tiene una edad”, se dice.
Piden la mejor habitación, y junto al botones que los guía llegan a ella. Es la número 69, en la puerta un corazón gris con un lacito rojo para festejar el encuentro.
_¡Buen detalle por parte del hotel! _ exclama Braulio contento.
La habitación es grande y hermosa, con buenas vistas al parque. Encarna mira por el ventanal mientras él, con aires de conquistador, se le acerca. Encarnita, presa de una súbita timidez, se aparta un poco.
_¡Pero mujer! ¿Qué te pasa, he dicho algo malo, ya no te gusto?
_No, no, es que de repente me he acordado de Pepe. Pepe era mi marido, ¿sabes? Braulio cree notar nostalgia en su voz.
_¡Vaya por Dios, con el Pepe ése! Mira _le enseña las pipas_ por si nos aburrimos_, las guarda enseguida al ver su gesto y saca las juanolas junto con un paquetito de bombones, que lleva en el bolsillo_, y si se nos seca la garganta… _señala a las juanolas con una sonrisa_, los bombones son para después_ aclara riendo con picardía.
_¡Es que estás en todo, amor! ¿Por qué no te conocería yo antes? _Encarnita parece feliz.
Él, entusiasmado empieza a desnudarse; ella también. Se abrazan, y poco a poco van hacia la cama. Se besan.
_¡Braulio!_ le llama Encarna de pronto_ acércame el bolso, por favor, quiero dejar las pastillas del corazón en la mesilla, por lo que pudiera pasar…
_El hombre, ante su petición parece recordar algo, rebusca en el bolsillo, y contrariado se da una palmada en la frente_ ¡Pero qué tonto soy, se me olvidó la mía!
_¿Tú también estás del corazón, cariño? _pregunta ella.
_No cielo, no, es la pastillita azul, esa… ¡Ah, menos mal! las tenía en el otro bolsillo. Si yo estoy de un sano sanote…

Dos horas después, en recepción, un empleado a otro con cara divertida:
_¿ Te has enterado?
El otro niega con la cabeza.
_ Pues otra pareja de jubilados que ha venido a darse un homenaje_. Le explica_ Ella está bien, asustada pero bien, lo peor ha sido lo del pobre hombre, se pasó con la biagra y tanto se le disparó que, si nos las diña… tuvimos que llamar al 112. Estos jubilados…

3 comentarios :

Anónimo dijo...

No creas, estas cosas pasan.
Un beso.
LOLA.

Anónimo dijo...

Coíncido con Lola la mente a veces juega malas pasadas que el cuerpo no aguanta. Besitos Pablo

Anónimo dijo...

Coíncido con Lola la mente a veces juega malas pasadas que el cuerpo no aguanta. Besitos Pablo.