lunes, 26 de enero de 2009

EJERCICIO PROPUESTO PARA LA REUNIÓN DEL 4 DE FEBRERO

Pues finalmente, y gracias a la ayuda de Toñi (mi destreza con esto de los blogs no es muy estupenda que digamos), he conseguido entrar. Así es que ahí va mi sencilla propuesta para la próxima reunión: escribir un microrrelato (como máximo 200 palabras) de miedo o de terror. Ya está.
Gracia

lunes, 19 de enero de 2009

CUMPLEAÑOS. Mercedes Zayas .

Ignoras cómo vomitar ese día

en el que cumples treinta y dos.

Lo ignoras completamente.

Te encuentras en la edad de nadie,

de nada y de todo al fin.

Has ignorado abrazos

que apenas te han dado

hace ya algunas horas.

Te ha hecho daño pero no te engañas.

Hoy no es un día cualquiera,

nunca lo es el día de tu cumpleaños,

lo sabes, no sucede un día dos veces.

Únicamente hoy cumples treinta y dos.

Cae entonces la tarde,

es invierno y hace frío,

la tarde es corta en la ciudad.

Has ido a buscar un libro para un amigo

y ahora regresas a casa

subida por azar en autobús.

Te sientas rozando apenas el aire

y lentamente sucede el milagro.

En el centro mismo de tu silencio,

muy sola lo acaricias,

y agradeces, con el suave gesto

de tu sonrisa,

el amor por la vida.

Nada. Llega la noche ...

jueves, 8 de enero de 2009

"El agua es sólo para beber", escrito por Diana Disavoia


EL AGUA ES SÓLO PARA BEBER

escrito por Diana Disavoia
(Publicado en La Voz en Junio de 2008)

“El agua es sólo para beber, no puede ser destinada a otro uso”. Repite monótonamente el altavoz.


La mujer vierte un poco de agua en el cuenco. Reserva el resto para más tarde. Toma delicadamente uno de los paños doblados, que están sobre la mesa, y lo mete dentro del recipiente. Observa la cara de su hijo. Retira de su frente unos mechones de pelo que caen desordenados. Acaricia sus mejillas suaves, aún sin asomo de barba. Observa los pómulos pronunciados. En poco tiempo las redondeces de la infancia dieron paso a unos rasgos más angulosos. Sin darse apenas cuenta, su hijo dejó de ser niño para transformarse en un hombre, el único hombre de la familia.


La mujer, menuda y reseca, estruja el paño que retira del cuenco. Con movimientos delicados, pese a sus toscas manos, limpia los ojos del muchacho. Continúa dibujando uno a uno sus rasgos, repartiendo parecidos; la nariz, igual a la de su padre; el mentón, como el suyo; las pestañas, largas y oscuras, como las de su abuelo. Vuelve a humedecer el paño y da un segundo repaso a la cara de su hijo.


“El agua es sólo para beber, no puede ser destinada a otro uso”.


A la mujer le da igual. Lleva oyendo el altavoz desde la noche anterior. Hunde sus dedos en la maraña de pelo negro del joven y se demora en desenredar sus rizos. No se lo podrá lavar, no tiene agua suficiente. Desabrocha lentamente la camisa. Sus manos tiemblan, se niegan a obedecer, aunque tiene que hacerlo. Las otras mujeres le habían ofrecido ayuda pero ella la había rechazado. Quería estar a solas con su “pequeño” y ocuparse personalmente de su aseo. El agua del cuenco ya no está limpia. Embebe una vez más el paño y arroja el líquido por la ventana. Vierte el resto de agua limpia, la última que queda.


Respira hondo y abre la camisa del muchacho. La piel lisa del pecho dibuja sus costillas. En el centro, a la altura del esternón, el agujero que dejó la bala. La sangre de alrededor está seca. La frota con un paño y se ayuda con los dedos y las uñas para arrancar las costras pegadas. El agua rápidamente se tiñe de marrón. La sangre del joven ha dejado de ser roja.
Oye unos pasos que se acercan. Se queda inmóvil. Los restos de la cortina que marcaban los límites de la casa son apartados por una mano blanca. El soldado asoma la cabeza y mira a la mujer, luego al chico, por último al cuenco con agua marrón.


“El agua es sólo para beber, no puede ser destinada a otro uso”.


La mujer le sostiene la mirada, desafiante. Es la primera vez que mira de frente a un hombre que no es de su familia. En realidad hace ya tiempo que no mira a ninguno, a excepción de su hijo. Ya no quedan hombres en su familia. El soldado permanece unos instantes y se marcha. La mujer vuelve a su tarea. Toca la herida con temor, no quiere que su hijo sufra, no quiere hacerle daño. En el fondo de su mente sabe que el chico ya no siente, pero ella no puede pensar, ni razonar. Es su mano la que se mueve, son sus ojos los que miran, es su cerebro el que le dice que su hijo, el último varón de la familia, está muerto. Pero ella no puede pensar. Termina de limpiar el pecho del joven. El agua ya está muy sucia. Decide limpiarle, al menos, los pies.


Cuando haya terminado, sus vecinas le ayudarán a envolverlo y más tarde los líderes lo llevarán en alto y corearán consignas y proferirán amenazas. Pero ella no irá. Ya no le quedará más voz en la garganta ni vida en las piernas para caminar. Ella se quedará detenida en el tiempo. Se quedará sin pasado porque ya no pensará ni recordará más. Se quedará sin futuro porque ya no tendrá deseos.


Vuelve a oír pasos. Se da prisa en dar el último repaso a los pies curtidos del muchacho. Otra vez la mano blanca aparta la cortina. Otra vez el mismo soldado que la mira. En esta ocasión el hombre baja al instante la vista. En la otra mano lleva un cuenco con agua limpia, lo deposita en el suelo de la casa y se marcha. La mujer no comprende esa acción. Tal vez haya sido ese soldado el que disparó a su hijo, ¿por qué le trae agua?, ¿para qué? Ella ya no la necesitará, no volverá a beber. No volverá a respirar. Cuando se hayan llevado a su hijo, al último hombre de la familia, ella ya no necesitará nada.


FIN