PRIMER PREMIO
ALBACETE Y SU FERIA, SIEMPRE
GONZALO CALZADO MUÑOZ
Cada 11 de septiembre por la tarde, los árboles del parque Abelardo Sánchez contemplan cómo, tras un leve crujido pétreo, emerge una figura. Un hombre de baja estatura, complexión delgada y mirada penetrante. Viste de forma anacrónica pero elegante. No podía ser de otra manera: está de aniversario y Albacete celebra su feria.
No varía su paseo, como si de un ritual se tratara. Hace una parada en La Chata, donde hoy nadie alcanza la gloria de salir a hombros bajo la placa que lo recuerda. Continúa su camino hacia La Sartén, donde disfruta de un vino dulce en La Burrica y de unos churros en La Albaceteña. Hay cosas que siempre permanecen, piensa.
Otras, sin embargo, han evolucionado. Sin destino fijo, avanza entre el bullicio para observar. Las tómbolas ya no regalan muñecas de trapo y balones, sino aparatos con pantalla y motos en miniatura. No le gusta esa música que llaman «reguetón» y que ha sustituido a sus queridos pasodobles. Le despiertan curiosidad esos «bro», «likes» o «postureo» que ha escuchado entre risas juveniles. Aunque pueda parecerlo, no juzga, escucha y aprende, como un narrador que anota ideas para su siguiente historia.
Ya entrada la noche, emprende el regreso al que es su hogar desde hace más de medio siglo. Antes de recuperar el semblante adusto de la piedra, sonríe y, tomándose una pequeña licencia literaria, cambia por un día la inscripción que lo acompaña: Albacete y su feria, siempre. Azorín.
SEGUNDO PREMIO
PELIGRO
RAFAEL PÉREZ GUILLÉN
Volverán a por mí. Lo sé a ciencia cierta. Y por tanto he abandonado mi casa, creo que será en el primer sitio en que buscarán, para salir a la calle abarrotada de gente.
Naturalmente he desconectado el móvil para que no me rastreen. A estas horas de la tarde, en plena feria, Albacete es un hervidero y decido dirigirme al pincho; habrá una multitud de personas desorientadas esperando a conocidos que los reconduzcan, quizá entre esa marabunta pase desapercibido. Pero enseguida cambio de opinión, sus espías estarán calibrando lo mismo, los conozco, y los temo.
El peligro empieza a desesperarme ¿Qué hago?
Me dirijo por tanto a la capilla de la Virgen de los Llanos en los Redondeles, estoy casi seguro de que allí no me encontrarán, y eso me dará algún tiempo para pensar una solución.
Estoy rezando a la Virgen para que me aparte de todos los males, cuando de pronto los veo. Son cuatro y vienen hacia mí, sus dos espías los flanquean.
Meto entonces las manos en los bolsillos buscando armas, aunque sé que estoy perdido.
Llevo en el izquierdo mi fiel navaja, y en el derecho únicamente mi tarjeta visa. Ya no tengo escapatoria y me rindo ante la fatalidad. Cruel destino.
Compongo entonces mi mejor sonrisa fingida y me dirijo, ya sin vacilar, hacia mis hermanas y cuñados, que acompañados de mis dos sobrinos satélites espías, me van a gorronear, día tras día, durante toda esta feria.