viernes, 28 de enero de 2011

EL ASESINO DE ÁNGELES

El inspector Ríos no tenía costumbre de levantarse tan tarde y mucho menos con tal cantidad de lagunas en su mente. Normalmente era una persona metódica que no pasaba nada por alto, y que llevaba una vida extremadamente ordenada, sobretodo desde la muerte de su esposa unos años antes, que le había vuelto todo su mundo del revés. Por eso, aquél exceso nocturno había sido tan extraño para él. La primera vez en mucho tiempo que se había visto seducido por una mujer hermosa y que había roto su norma de no ingerir alcohol. A pesar de ello se sentía especialmente liviano aquella mañana, confuso pero ligero. Un parpadeo rojo en su radio le hizo tomar conciencia de la realidad, aunque era su día libre normalmente nunca apagaba el contacto con su trabajo, no había muchas cosas más en su vida que aquel maldito empleo, al menos hasta ahora, pensó.


Algo grave debía de haber ocurrido porque varias llamadas de emergencia pugnaban por ser escuchadas al tiempo. Otro asesinato, pensó con hastío. Llevaba más tiempo del que quería recordar persiguiendo a aquel asesino, su traslado a su ciudad de nacimiento se debía en parte aquellos hechos que traían de cabeza a la policía. Su enorme experiencia en asesinos en serie había sido el aval que necesitaba para un cambio que era a todas luces esencial para continuar con su vida, puesto que si no lo hacía era consciente de que su equilibrio mental estaba en serio peligro, no podía soportar el vacío de su esposa en lugares compartidos, simplemente su mente racional no era capaz de aceptar esa ausencia. En este nuevo entorno con recuerdos anteriores a su vida compartida se encontraba algo mejor, y lo de anoche quizá era el comienzo de un cambio definitivo. En la nueva comisaría había sido recibido con los brazos abiertos, era la salvación que el Comisario Megía esperaba, su última oportunidad de no acabar su carrera con un sonoro fracaso. Por ello, aceptaba sus rarezas y hasta aleccionaba a sus hombres a seguir al pie de la letra los consejos del inspector. Sin embargo, hasta el momento había fracasado.

Era su día libre pero aún así se dirigió al lugar del crimen. Todo estaba correctamente identificado y señalizado, haciendo un perfecto cuadrado alrededor del lugar del crimen, el cuerpo no se apreciaba ya que estaba cubierto con una extensa tienda de campaña blanca que abarcaba un área grande para que no se perdiera ninguna pista importante, además de preservar la identidad del fallecido. La gente que con curiosidad se agolpaba a su alrededor no podía ver nada. A un lado de la carpa, frente a una furgoneta policial, sus agentes de forma seria y profesional estaban interrogando a los posibles testigos. Se sintió plenamente orgulloso del trabajo que se estaba realizando, todo perfecto, según sus instrucciones.

Se caló la gorra para no ser reconocido y poder aproximarse con sigilo para observar la escena desde más cerca, disimuladamente le enseñó la acreditación a un joven policía de otra comisaría que le dejó pasar sin problemas. Atravesó la sábana blanca y por fin pudo ver el cuerpo, le era muy familiar la forma en la que estaba colocado, con lo brazos y las manos completamente extendidas, por ello la prensa le había apodado “el asesino de ángeles”, muy americano eso de poner apodos a los asesinos, pensó.

Al acercarse más, aún sin verle la cara pudo reconocer que aquella persona le resultaba extrañamente conocida, aunque la muerte por asesinato teñía a los cadáveres de una expresión de horror e irrealidad que los asemejaba a todos, esta figurada alargada y desgarbada le traía recuerdos. Alguna vez había pensado en la posibilidad de que al volver a una ciudad pequeña en la que todos se conocían, era posible que alguna víctima fuera conocida suya, pero secretamente había deseado que aquello no ocurriera. La posibilidad de encontrarse ahora en esta tesitura le hizo sentirse incómodo, pero su profesionalidad se impuso y con paso lento pero seguro se aproximó. Unos ojos vidriosos exentos de vida le miraban fijos desde el cuerpo, inmediatamente los reconoció.

Se dio media vuelta y por primera vez reparó en los semblantes aterrados de sus agentes. Por fin había resuelto el caso, ciertamente una asesina muy hermosa.