viernes, 23 de abril de 2010

Día del Libro


Como no podía ser de otro modo, el Club celebra este día como mejor sabe hacerlo, ofreciendo un nuevo conjunto de textos de sus miembros.
Esta obra, editada por el Ayuntamiento y la Diputación de Albacete, iba a ser presentada por la Alcaldesa de Albacete el lunes 26 de abril, a las 10:30 de la mañana, en la sala de prensa del Ayuntamiento de nuestra ciudad, pero ha tenido que ser pospuesta. En cuanto tengamos nueva fecha lo anunciaremos.
Se trata de una serie de relatos en donde la mujer y el libro son el hilo conductor de todos ellos. Esperamos que tenga una buena acogida. Más adelante colgaremos un enlace para poder descargarlo en formato pdf.

jueves, 22 de abril de 2010

EL HOMENAJE por T. Alicia. G.V. El ejercicio pendiente.

Tendría unos setenta años, pero aparentaba sesenta y cinco; el pelo blanco y brillante, recogido en un moño alto; llevaba un abrigo negro de buen corte, zapatos y bolso, también negros. Miraba con atención las calles por las que pasaba el autobús, parecía contenta. Frente a ella, sentado, un señor más o menos de su edad no dejaba de mirarla. El autobús dio un brusco frenazo que lo lanzó al asiento de la mujer.
_Perdone _se apresuró a decir él_, estos autobuses…
Ella lo miró; pese a su edad, era una mujer de buen ver, de porte elegante: el hombre la miraba encandilado.
_No se preocupe, eso le pasa a cualquiera. Una vez me caí en uno de estos frenazos, pero tuve suerte y no me pasó nada _contestó la señora.

_Menos mal, sino si no hubiera sido una lástima _suspiró, y cambiando el tono_. ¿Iba usted sola? Cuando  uno va solo y le ocurren esas cosas se siente perdido, ya se sabe, la edad…
Ella torció el gesto.
_No se ofenda aún es usted joven _se apresuró a decir.
_No señor, no iba sola _contestó cortante, ignorando el comentario_, iba con mi marido y él me ayudó._Vaya, yo creí que era viuda, no es por nada, como va de negro
_Pues mire, no da una. No soy viuda, ¡soy separada! _lo dijo con orgullo_ Hace dos semanas que me he separado y estoy en la gloria, no sabe usted como se disfruta la libertad después de tantos años… presa. ¡Qué gran invento el divorcio!
_¡Y qué casualidad más estupenda! _exclamó el hombre, sonriente.
_¿También usted es separado? _preguntó ella.
_No, soy viudo, muchos años viudo y solo, pero le puedo asegurar que nunca había encontrado una mujer como usted _casi lo susurró, con voz suave y melosa.
Ella lo miró pícara.
_Eso se lo dirá usted a todas. ¡Ay, los hombres! Todos unos bribones.
_Le aseguro que yo no. Me ha impactado tanto que quiero quedar con usted ya, ahora mismo.
_ ¿Ya? ¿tan pronto? –un poco asustada
_Dentro de unas horas no es tan pronto. ¿Qué tenemos que esperar a nuestra edad? mejor tuteémonos _y acercándose a su cara_ ¿En tu casa o en la mía? La vida hay que aprovecharla hoy, ahora mismo; después, ¿quién sabe?

Un filósofo no lo hubiera dicho mejor, pensó Encarna, pero respondió:
_Si lo miras así… claro, que ni en tu casa ni en la mía, podemos quedar en la punta del parque, ¿te parece? Por allí hay buenos hoteles y, ¡ah! todavía no sé tu nombre, don rápido. Si eres así para todo…
_¡Qué bromista eres! Me llamo Braulio, y ¿cómo te llamas tú, guapa? Porque eres muy guapa.
_ Encarna, para ti, Encarnita. ¡Vaya, tengo que bajar, es mi parada! Esta vez se me ha hecho el viaje cortísimo _se levanta ayudada por él y lo envuelve en una mirada llena de intención_. Hasta la tarde, Braulio. ¿Te parece bien a las seis?
_Cuando tú digas, Encarnita, cuando tú digas; a las seis en la punta del parque, ¿vale? _¡Qué flechazo, madre! _se dice entusiasmado_ ¡qué flechazo!


Son la seis de la tarde, Braulio pasea de un lado a otro en la puerta del parque. Se para en el quiosco de la entrada a comprar unas juanolas y dos bolsas de pipas, en un bolsillo guarda un paquetito de bombones.
Encarna llega a su lado, sin ser vista, y le tapa los ojos.
_¿A que no me conoces? _pregunta alegremente. Parece una jovencita en domingo, con el abrigo claro de las grandes ocasiones y los labios pintados; se ha puesto rimmel y unos mechones de pelo le acarician la frente.
Braulio, después del susto, la mira embelesado.
_¡Estás preciosa, Encarnita! _le coge una mano y se la lleva a los labios.
_Tú tampoco estás mal.
El hombre lleva el único traje que le viene, aunque un poco estrecho, ha engordado bastante desde que se quedó viudo: la comida basura, las tapitas del bar; se adorna el ojal con un clavel y la cabeza con un sombrero negro. Cogidos de la mano, entran en el parque como dos tortolitos. Mientras pasean hablan animadamente, admiran las rosas y visitan el estanque de los patos, muy sucio, comentan; y entre sonrisa y miradita, deciden ir al hotel. Está justo enfrente, no tienen que caminar mucho, que no están ellos para mucho andar. Cada uno, por su parte ha cogido la paga que les queda de la jubilación, por si acaso; Encarna, además, ha metido en una bolsa las pastillas del corazón, la tensión, etcétera: no quiere encontrarse con sorpresas, “una ya tiene una edad”, se dice.
Piden la mejor habitación, y junto al botones que los guía llegan a ella. Es la número 69, en la puerta un corazón gris con un lacito rojo para festejar el encuentro.
_¡Buen detalle por parte del hotel! _ exclama Braulio contento.
La habitación es grande y hermosa, con buenas vistas al parque. Encarna mira por el ventanal mientras él, con aires de conquistador, se le acerca. Encarnita, presa de una súbita timidez, se aparta un poco.
_¡Pero mujer! ¿Qué te pasa, he dicho algo malo, ya no te gusto?
_No, no, es que de repente me he acordado de Pepe. Pepe era mi marido, ¿sabes? Braulio cree notar nostalgia en su voz.
_¡Vaya por Dios, con el Pepe ése! Mira _le enseña las pipas_ por si nos aburrimos_, las guarda enseguida al ver su gesto y saca las juanolas junto con un paquetito de bombones, que lleva en el bolsillo_, y si se nos seca la garganta… _señala a las juanolas con una sonrisa_, los bombones son para después_ aclara riendo con picardía.
_¡Es que estás en todo, amor! ¿Por qué no te conocería yo antes? _Encarnita parece feliz.
Él, entusiasmado empieza a desnudarse; ella también. Se abrazan, y poco a poco van hacia la cama. Se besan.
_¡Braulio!_ le llama Encarna de pronto_ acércame el bolso, por favor, quiero dejar las pastillas del corazón en la mesilla, por lo que pudiera pasar…
_El hombre, ante su petición parece recordar algo, rebusca en el bolsillo, y contrariado se da una palmada en la frente_ ¡Pero qué tonto soy, se me olvidó la mía!
_¿Tú también estás del corazón, cariño? _pregunta ella.
_No cielo, no, es la pastillita azul, esa… ¡Ah, menos mal! las tenía en el otro bolsillo. Si yo estoy de un sano sanote…

Dos horas después, en recepción, un empleado a otro con cara divertida:
_¿ Te has enterado?
El otro niega con la cabeza.
_ Pues otra pareja de jubilados que ha venido a darse un homenaje_. Le explica_ Ella está bien, asustada pero bien, lo peor ha sido lo del pobre hombre, se pasó con la biagra y tanto se le disparó que, si nos las diña… tuvimos que llamar al 112. Estos jubilados…

lunes, 5 de abril de 2010

"En el bosque" (cuento de terror)


La propuesta trataba en esta ocasión sobre cuentos de terror. Hice una versión de uno de mis cuentos favoritos, Caperucita Roja. Es el que mandé a "la palestra". Le doy las gracias a Diana por sus oportunas correcciones y consejos que me han servido para mejorarlo. Gracias Diana.




Un abrazo. Toñi



"EN EL BOSQUE"


Todas las mañanas salgo muy temprano para ir a la fábrica, que está a cinco kilómetros de mi casa, en la parte más alejada del pueblo. A veces tomo un atajo por un pequeño bosque que hay a las afueras, aunque suele estar tan oscuro que tengo miedo de pasar por él.


Sin embargo, el lunes la luna llena me ofrecía luz suficiente para aventurarme a pasar por el bosque. Un camino sinuoso a través de los árboles que difícilmente dejaba ver la nieve recién caída en la víspera. Caía agua nieve que me daba en el rostro, cubierto mi bufanda de lana.

Mientras pasaba por el lugar reparé en el silencio; no se oía nada ni el canto de los pájaros, tan habitual en la madrugada. Sólo mis pisadas en la nieve. Qué raro, pensé, debe ser la helada. Los animales se han escondido buscando refugio. Entonces vi en el suelo unas huellas poco usuales. Eran, sin duda, de un animal de cuatro patas, pero llamaba la atención su gran tamaño. Qué animal será, me pregunté, arrepentida de haber tomado ese camino. Un perro grande quizás. Desde luego, un animal con garras. A juzgar por lo profunda que era la marca, debían de ser bastante recientes, porque todavía no las había cubierto la nieve. Sentí un escalofrío al notar que algo se movía entre los arbustos. Descubrí atemorizada unos ojos amarillos y tremendamente crueles, que me contemplaban… Me quedé paralizada. Era una bestia oscura y enorme. Nunca había visto nada igual pero tenía que ser un lobo. Salió de su escondite y se dirigió a mí mirándome con desprecio. Me olisqueó y se alejó muy lentamente, moviendo su larga cola de un lado a otro. Con una lentitud que me pareció premeditada. Como si se hubiera parado el tiempo, escuché sus suaves pasos y el sonido de los cristales helados cayendo. En medio del silencio, estos simples ruidos me parecieron ensordecedores, insoportables. Me desmayé.


Cuando recobré las fuerzas, me incorporé y huí de aquel lugar. Corrí pisando torpemente la nieve, tropezando con las ramas rotas, cayendo a veces. Me corté las manos con las piedras, me reventé las rodillas con el hielo, pero no dolían en absoluto. Sin atreverme a mirar atrás, sentía el latido de mi corazón más rápido que mis piernas. La sangre en las sienes. El cuerpo mojado de frío sudor. Y un grito en la garganta que no quería salir.


Llegué a la fábrica, pero ese día no pude trabajar.


Esto fue el lunes. En toda la semana no he vuelto a pasar por el bosque, ni pienso hacerlo. Además, este jueves he cambiado mi turno. Ahora voy por las tardes. Es un horario peor, pero no tengo que salir de madrugada. Sustituyo a una chica que trabajaba con nosotras hasta el martes… Después de ese día no ha vuelto ni nadie sabe nada de ella. Una chica guapa, no demasiado inteligente. Dieciséis años, una edad perfecta para cometer tonterías. Dicen que se ha fugado con un vagabundo que había aparecido por el pueblo en estos últimos días. Un muchacho de inquietante mirada que estuvo merodeando por aquí y por allá y del que sólo se puede decir que ha desaparecido tan misteriosamente como vino. La recuerdo perfectamente porque siempre llevaba un abrigo rojo con capucha. La llamábamos “Caperucita”.

domingo, 4 de abril de 2010

SIN TÍTULO. T. Alicia G. Valero.

Mañana será tarde,
comenta gris el búho,
y las hojas del árbol
se agitan con su canto,
si canto se le llama...

Mañana será tarde,
dicen también las ranas,
en su croar flotante
de la tarde que cae.

Y el lago queda quieto,
ni un suspiro lo mueve.
Mañana será tarde,
reza el sol que se va…

INERCIA. Por T. Alicia G. Valero.


Te mueves en la sombra
como fantasma alado,
blanquea ya la nieve
tus plumas azuladas,
estás solo.

Pájaro fiel,
a fuerza de seguir las
migraciones,
te me mueres callado.

El viento amor te lleva
siempre a la misma senda,
la inercia te desplaza,
corriente gris del mundo aciago.
Ajadas, rotas tus alas, ¿a dónde vas?

Y me ahoga la pena,
en la sombra te mueres…
Sin volar…sé audaz,
a ratos canalla y,
crúzate de cielo,
alguna vez.

Aprende a zozobrar,
éste es el tiempo,
las alas, si, las tuyas,
envejecen y,
las plumas se
pierden en el tiempo.

¡ el pico erguido! ¡Vuela alto!
Aprende en la osadía
no mueras en la sombra,
nadie te llorará,
excepto yo…