viernes, 26 de agosto de 2011

Amor Eterno

Regresó, como cada tarde, al puente de los candados. Le gustaba pasear a la puesta del sol e imaginar las historias que había apresadas en cada uno de ellos. Historias que, al menos por un instante, se juraban eternas. 
Candados que se oxidaban con la humedad y el paso del tiempo. Nombres escritos, que algún día acabarían borrados por el viento y la lluvia.
Como todo en la vida se va desgastando con el uso o el desuso.
A lo lejos, una pequeña isla le trajo un recuerdo de los que se pegan al cuerpo y remueven sensaciones que ya creía haber superado. El mar, el rompeolas, un atardecer perfecto, y las manos de aquel hombre recorriendo su cuerpo.
Se llamaba Scot.
Hacía muchos años de aquel verano y, por aquel entonces, nadie colgaba candados de ningún puente. Pero su historia también había sido eterna por un instante, y había quedado apresada en su memoria para siempre.
Su memoria... a menudo también parecía oxidarse con el paso de los años, pero algunos recuerdos permanecían muy nítidos.

En treinta y dos años de matrimonio, su marido jamás sospechó que pensaba en Scot cuando hacían el amor.

Igual que ella tampoco imaginó jamás, que Scot pensaba en ella cada vez que acariciaba a su esposa.


lunes, 15 de agosto de 2011

Ejercicio Candados Playeros. Teresa.

Llegó a la playa solo, un caluroso día de agosto.  Esa misma tarde compró el candado en una tienda de chinos del paseo marítimo. Luego se pasó un rato sentado en las escaleras hasta que le vino la inspiración, y escribió la frase en la superficie metálica del candado con letra primorosa: “Para mi amor, el regalo más bonito que me ha hecho la vida” después, permitiéndose un alarde romántico hizo un corazoncillo gordo, robusto, negro.  Escogió un sitio discreto, y enganchó su candado junto a los cientos que bordeaban la escalera como una puntilla metálica. Por la noche  lanzó la llave al mar después de saltar siete olas, encontrar siete conchas blancas y cruzarse con siete señores bisojos.  

A ella tardó dos días en encontrarla. Se quitaba la arena de las sandalias en uno de los bancos del paseo marítimo, y mientras lo hacía se le habían desparramado las cosas de la mochila por el suelo. Tenía la cara colorada por el sol y el aspecto un tanto salvaje que otorga el mar;  una chica corriente, después de todo,  pero nada más verla supo que sería ella. Llevaba un turbante rosa retirándole el pelo de la cara, un turbante con un enorme y casi ridículo lazo rosa. La pitonisa le dijo que hiciese caso de las señales, y él al verla lo primero que había pensado es que aquella chica parecía un regalo, que podría ser el regalo más bonito que le iba a brindar la vida. Se acercó a ella y le ofreció su ayuda. El destino de los dos ya estaba encadenado.

domingo, 14 de agosto de 2011

Las amigas




No podían creer que fuese la última noche de aquellas maravillosas vacaciones.  Días en los que habían sentido una compenetración absoluta. Compartir la habitación en el hotel había resultado divertido. El color canela conseguido tras horas de largas conversaciones al sol resaltaba sus bonitas facciones. Estaban y se sentían guapas. La camaradería les daba alas para comerse el mundo, que se mostraba apetitoso a sus tiernos recién cumplidos dieciocho años. Se habían cansado de hablar de sus planes, que eran muchos y diferentes. Y como muestra de la felicidad vivida durante esa semana juntas en la playa, esa noche se sumaron a la curiosa tradición que tantas sonrisas les provocaba. Escribieron sus tres nombres en el candado y lo cerraron junto a tantos otros sin dejar de reír. “Nosotras también nos queremos, y con esto sellamos la promesa de volver a encontrarnos aquí dentro de un año”.
Con el arrebato de la juventud, y convencidas de que cumplirían su ofrenda, se dirigieron a la discoteca de moda de las afueras del pueblo. Y cuando cruzaban la carretera, la soberbia de un cobarde conductor se llevó por delante sus sueños, sus alegrías  y sus cuerpos, que quedaron sobre el asfalto, muy cerca los tres, casi abrazados, como en un guiño absurdo de la muerte.

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La mujer da un fuerte golpe al teclado del ordenador. Le cuesta aceptar lo que lee. Hace demasiado tiempo de aquello, pero sigue rebuscando en las entrañas de internet cualquier palabra que la acerque a ella, a su querida hija, la que le quitaron una ya lejana noche de verano en un pueblo costero. Por eso ha ido a parar a la página de un club de escritura de una pequeña ciudad, y guiada por la curiosidad, se ha puesto a leer los relatos de un sorprendente ejercicio que alguien ha propuesto. Lo que no llega a comprender es cómo esa aprendiz de escritora ha podido recrear en tan pocas palabras la verdad de aquella triste historia.

viernes, 12 de agosto de 2011

Candados, por Toñi

Media noche de un día de agosto en Benidorm. Cerca del mar, en la penumbra, una pareja de enamorados se besa a la luz de la luna.




-Teresa: tengo una sorpresa para tí, dice él.


Ella lo mira sonriente. Él saca de su bolsillo un pequeño candado.


-Me hablaste tanto de este lugar que pensé que te haría ilusión que compartiéramos un candado. Incluso he escrito nuestros nombres con un rotulador permanente.


Teresa mira el candado. Sonríe aún más.


-¡Qué buena idea, Agustín! Es muy romántico. ¿Me dejas que lo ponga yo?


-Lo cerraremos entre los dos y tiraremos la llave al mar.


Teresa busca entre los cientos de candados un lugar libre. Algunos van prendidos a otros, es difícil encontrar un hueco libre. Entre la masa de metal llena de buenos deseos, uno que una vez estuvo en su mano:


Pere i Teresa, 30 de abril de 2011

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Este microrelato lo he publicado en esta dirección de mi blog. He escrito también otras dos historias más, os dejo los enlaces, por si quereis leerlas:

Candados - Dos
Candados - Tres

Animo a nuestros lectores a que nos manden sus historias de candados y las publicaremos en este espacio. Muchas gracias.

Un abrazo. Toñi

martes, 9 de agosto de 2011

ENCADENADOS (Ejercicio de Verano) por Trinidad Alicia García Valero

Pasaba por allí y me acerqué; nunca había visto nada semejante, encadenados a los leones de las Cortes, un grupo de hombres y mujeres aguantaban la lluvia que caía en torrente.
    Unos ojos febriles y orgullosos se clavaron en mí. Y así le conocí, se llamaba Lorenzo, era un sol hermoso bajo el diluvio. Un mechón de pelo negro y mojado le caía sobre la frente; en su boca la palabra Libertad sonaba con ansia.
    Ahora sé que tenía sobrados motivos para encadenarse, pero entonces lo aplaudí con entusiasmo porque me encandiló su esplendida anatomía y el brío de su mirada. Y me uní a sus quejas por amor. Yo, que era una miedica impresionante, que no hablaba jamás de ideas por no herir susceptibilidades, que huía de la palabra huelga… El miedo me atenazaba; ¿dije miedo? Terror me daba seguirlo. Tenía un buen trabajo, unos padres que nunca lo entenderían y una vida estable. Pero él me hablaba de sueños, proyectos de realidades, me contaba cosas… y le seguí. Alrededor, mucha gente se unía a nuestras protestas, gente consciente de todas las desigualdades y castigos que tenía que soportar la mansa humanidad, sin atreverse a ponerles cara, siempre pensando en que no somos lo suficientemente fuertes como para frenar los muchos desmanes de los poderosos. Hoy hemos despertado, reclamamos derechos que nos corresponden, hoy, esas ilusiones reinas de la vida, son las que nos hacen luchar soñando con verdades de igualdad y justicia, encadenándonos por ellas. Fue así, por amor; amarrada a los indomables leones junto a él, conocí un mundo diferente, mis ideales y los suyos crearon senderos de libertad.
    Dijo que me quería, me besó y le besé. En las cadenas cincelamos nuestros nombres, y un rumor de vínculos candentes agitó el aire. Al grito de igualdad nos amamos. Juramos morir por amor si fuera preciso…
Aún así, las desesperanzas nos envolvían y los sueños de vientos pacíficos se tornaron huracanes.
    _¡Fuera cadenas que no sean compartidas por amor! _gritamos.
Los gritos se sucedieron y una gran baraúnda llenó las calles. Uniformes y fuego andaban detrás. ¡El poder siempre grita más fuerte!
    Desde entonces, las quimeras de Lorenzo vuelan unidas a él por el infinito. Yo, continué sus pasos, sus espejismos son los míos, siempre batallando por la verdad. Un día no pude más, estaba tan cansada, subí a mi buhardilla y me encadené al ordenador. Merced a esta gran ayuda, puedo transitar el universo narrando miles de leyendas, todas ellas verídicas; risas y penas, cuentos de un mundo sin fronteras ni colores.

    ¡Agosto, pegajoso calor! Me despierta la voz profunda de Sergio Dalma cantando El jardín prohibido. Debí dejar la radio encendida. Espanto una mosca que me atosiga y bajo de la cama; me acerco al baño, luego a la cocina, retorno a la alcoba, siempre arrastrado mis cruces, como todos, y encendiendo el portátil, me dispongo a seguir relatándole al mundo todas las historias de pasión encadenadas que me quedan por contar. Vuelvo a poner la radio, a estas horas siempre suenan bellas canciones de amor.


martes, 2 de agosto de 2011

Propuesta para el verano: Candados


 




Estas fotografías las tomé en Benidorm y, como veis, parecen una réplica del puente Milvio de Roma, donde la tradición consiste en enganchar un candado, en el que los enamorados escriben sus iniciales, a las farolas del puente para después tirar la llave al río Tévere.

Leyendo los nombres de las parejas, las fechas y muchas veces, el estado de los candados, me inspiró la pregunta: ¿qué habrá sido de ellos? ¿cómo sería su historia de amor?  Muchas parecen de amistad: Jessy, Natalia y Raquel, por ejemplo. Y otras como Begoña y Bea, o Chloe y Mark ... ¿amigos? ¿amantes? ¿quienes fueron?

Pues ahí os dejo la propuesta: historias de amor (o desamor) inspiradas en los candados. Mejor en formato de microrelato. Mejor dos que una. O tantas como candados ...

El verano es largo. Así que mejor pasarlo pensando en el amor ... ¡venga, a escribir!

Un abrazo. Toñi