Bueno, como es mi primera entrada os voy a poner el relato del que "de momento" estoy más orgullosa, espero que os guste. Es el de "El País"y el tema era "Sabores de Andalucía".
Ah! Que se me olvidaba, en la foto del Teatro Circo no he visto a "mi tío Miguel" y eso que lo he buscado, y es raro porque el blanco y negro es lo que más le va como sabéis. Dónde si está es en la página que nos dijo Paula, ¡Cómo se iba a perder la oportunidad de aparecer!, también os dejo el enlace.
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Un saludo Ana
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4. Entre olivares de la Sierra de Segura
Me costó tomar la decisión de realizar este viaje, tenía que quitar de la mochila los recuerdos que entre comidas y cazos mi madre había sembrado en mi memoria. Debía hacer desaparecer las imágenes idealizadas de su mente para disfrutar con ojos nuevos los paisajes que a través de sus palabras se habían convertido en viejos conocidos. Tuve que hacerlo para evitar, pensaba yo erróneamente, la decepción de ver en realidad aquellos hermosos parajes que ella rememoraba cada fin de semana en la cocina de casa.
Yo no sé a qué huele vuestra casa los domingos por la mañana, pero la mía huele a recuerdo. Es mi madre la que con sus coplillas y los olores que emanan de los pucheros nos traslada a su infancia y juventud por tierras de Jaén. - "Si quieres que te cante coptas derechas, sartén de gachamiga que esté bien hecha.".
Cristina, Ángel y yo elegimos una ruta que empezaba en Hornos de Segura, pequeño pueblo de casas blancas en lo alto de un roquedo, con amplias vistas al embalse del Tranco y otros parajes. Tras una breve parada allí nos encaminamos a La Puerta de Segura, el pueblo de la añoranza, aquél en el que se crió mi madre. Aunque la ruta era suave y acabábamos de comenzar, nuestros mimados estómagos no perdonaron la hora y no quisimos dejar pasar la oportunidad de degustar los exquisitos manjares que tantas veces había ayudado a mi madre a preparar.
Leí la carta que nos ofrecía un salado camarero con un acento tan familiar que me hizo sonreír. Eran tantos los platos y tan apetecibles que decidimos pedir unos cuantos a modo de degustación. Cristina eligió "gachamiga" porque le hizo gracia el nombre, yo "andrajos", Ángel "galianos" mientras comentaba la originalidad de los apelativos de las comidas típicas de la zona y la gran variedad de las mismas, - Imposible de probar todas, dijo, y "ajo de harina" (con "guíscanos") para todos. Nos quedamos con la pena de no poder disfrutar ese día de pipirrana, fritao, ajopringue y un magnífico cordero segureño que reservamos para el siguiente.
Yo que en esas lides me creía experta decidí entre bocado y bocado impartir una clase magistral sobre el buen yantar. Procuré, eso sí, evitar referirme a las continuas charlas con las que mi madre me regalaba los oídos y que evidenciaban muy a mi pesar mi poco arte culinario. Aún así logré salir del paso con suculentas descripciones.
"La "gachamiga" señores, comencé a decir con fingida afectación, se elabora de la siguiente manera: Se pone a calentar en una sartén 200 cl. de aceite de oliva virgen extra, se le añade ajo troceado y una vez dorado, se retira del fuego. Seguidamente se vierte un poco de sal y se va añadiendo poco a poco hasta medio litro de agua con el objetivo de disolver la sal. Posteriormente, se añade harina progresivamente en la sartén y se va removiendo despacio hasta que se forme una masa. Una vez en este punto, se coloca de nuevo la sartén al fuego y se le van dando vueltas a la masa y picando simultáneamente con una cuchara, hasta que la masa esté cocida. Por último se adorna con unos filetitos de panceta y trozos de chorizo frito, además se puede acompañar con fruta o vegetales del tiempo como cerezas, pepino o pimientos fritos.
Atónitos me miraron los amigos ante tan exhaustiva explicación. Lo que no sabían era que yo ya tenía memorizada la receta por tantas veces que desde niña me vi obligada a copiarla, ya que desde mi infancia arrastraba una tremenda habilidad para el olvido y por ello las recetas desaparecían de mis manos con la misma rapidez que las apuntaba en un papel.
No obstante, Ángel no se dio por satisfecho y me preguntó por el plato que yo estaba deseando degustar, los "andrajos", con su harina, sus almejitas y su bacalao. Las risas continuaron mientras él daba cuenta de sus "galianos" que con su torta y su carne despedían un olor estupendo.
Al continuar nuestro viaje con destino a Villarrodrigo fuimos pasando junto a restos de fortalezas medievales y pequeñas aldeas que aún conservaban el encanto tradicional. Elegimos hacer una pequeña escalada en Génave, Puente Génave y el Arroyo del Ojanco, pues fueron estas tierras testigo de los paseos de mozuela de mi madre. Gran parte de nuestro paseo lo aderezamos con algún postre como los roscos fritos, pestiños que encontramos aunque no fuera época navideña y flores que habíamos escondido en la faltriquera. Mientras Cristina se peleaba con una flor que de tan rica se deshacía entre sus dedos, llamó nuestra atención un zorrillo que bebía agua de un arroyo. Yo presa de la emoción casi me atraganto con el rosco que presa del ansia estaba degustando con fruición.
Llegamos a Génave donde a la vez que nos deleitamos observando los olivares segureños que sobre un fondo ocre decoraban un lienzo con pinceladas de verde y marrón, adquirimos un aceite de oliva dorado denominación de origen "SIERRA DE CAZORLA". y de calidad excelente que de seguro haría las delicias de nuestra familia a la vuelta.
Sin embargo, cuando quedamos finalmente prendados de esta bella tierra fue al contemplar las hermosas panorámicas de los Valles del Trujala y el Guadalimar, las estribaciones más orientales de Sierra Morena y las inmensas llanuras de La Mancha, pues fue allí donde pudimos disfrutar como los olivares de las zonas bajas daban paso a los pinares de la media montaña segureña, además de pinceladas de encinar, bosques de galería y pequeñas vegas. No faltó para dar fe de que los recuerdos de mi madre no ensalzaban en demasía la extraordinaria belleza del entorno un cielo azul casi transparente, que aquella tarde un águila eligió para pasear su esplendor.
En aquel momento los tres amigos hicimos la firme promesa de regresar algún día a aquellos lugares a disfrutar de toda la amplia gastronomía que aún nos quedaba por probar y yo que le debía a mi madre un fin de semana inolvidable, me prometí a mi misma más mañanas de domingo entre recuerdos, fogones y sabores andaluces. Ana Sofía De Gregorio Moro