PRIMER PREMIO
TÍTULO: "LA PIEDRA DE LA LOCURA"
AUTOR: RAÚL LÓPEZ FERNÁNDEZ
—¡Que voy! —voceaba el gordinflón, apartando a quien lo
entorpecía por el Paseo.
Al llegar
al Pincho, la muchedumbre se arremolinaba en torno a la Puerta de Hierros y la
cabalgata. Se asustó al ver a su amo acorralado por el gentío. ¿En qué problemas
andaría metido esta vez?
—Sancho, viejo amigo,
¡lo logramos! —clamó el hidalgo.
—¡Pardiez,
amo, suelte al alcalde!
—¡Alcaide dirás, las
llaves tiene de su celda el bellaco! ¡No lo suelto!
Don
Quijote, solemne, se dirigió a la multitud:
—¡Venturosos convecinos, gracias por florear a mi amada
Dulcinea en su cautiverio! ¡Vengo a liberarla del enclaustramiento del brujo
Frestón!
—¡No hay embrujo ninguno! —interrumpió
Sancho.
—¡Calla, Sancho, deslenguado!
¡Mira cómo chillan! —dijo señalando las caídas libres de la montaña rusa—. ¿Dicen
que eso es una noria? ¿Dónde quedan sus aguas? ¡Que me aspen, se trata de una
rueca infernal de martirios!
El Quijote advirtió que las
caderas se le iban al ritmo del electrolatino y, contemplándose pasmado, exclamó:
— ¡Cómo no van a ser esto artes
oscuras!
—¡Que no, que no! ¡Si hasta los escopetos son
de mentira, amo! ¡Esto es un festejo!
En un descuido, unos guardias
civiles rescataron al alcalde. El hidalgo les amenazó con su lanza.
Admirando a su dama le arrulló:
—Aquí estoy ya, bella mía. Te
estoy encomendado.
Dicho esto, tomó la talla de la
Virgen de su carroza, se abrazó a ella y espoleó al caballo, huyendo Paseo
abajo con la Benemérita pisándole los talones.
En el último día de feria, el dueño de la Casa del
Terror, nos reunió para felicitarnos. Según nos dijo, nuestro buen hacer y
nuestra profesionalidad, había sido la clave para el éxito tan descomunal que
su negocio había obtenido. Las largas filas de público, no sólo de Albacete y
alrededores, sino llegados de otras provincias, que noche tras noche habían
esperado ansiosos su apertura, lo corroboraban. Dado lo cual, el año próximo, teníamos
el trabajo asegurado. Mis compañeros y yo nos alegramos infinitamente y, en
agradecimiento a aquel empresario tan valiente que no se anduvo con remilgos ni
prejuicios a la hora de contratarnos, decidimos que, por ser la última, aquella
noche íbamos a redoblar el esfuerzo y, literalmente, poner toda la carne en el
asador. Como consecuencia de aquella radical decisión, algún que otro
compañero, perdió un pie, un ojo, o un brazo. Yo mismo, perdí la pierna
derecha, la que tenía carcomida por el tumor y que tanto sufrimiento me causó
en vida. Pero ver a hombres, mujeres y niños, con el pánico instalado en sus
ojos y en sus caras, huyendo despavoridos por el ferial, no tenía precio. Así
pues, ya de madrugada, una vez acabada la última sesión, nos despedimos del
dueño hasta el año próximo y, ayudándonos los unos a los otros, logramos llegar
hasta el cementerio Nuestra Señora Virgen de los Llanos nos dio la bienvenida y
cada cual, se introdujo en su tumba.