domingo, 23 de agosto de 2009

EL HIJO DE LA ESPERANZA

Ayer se celebró la entrega de premios del certámen Sol Mestizo, este es mi trabajo que resultó uno de los finalistas. Espero que os guste. Pepi.


ابن الامل EL HIJO DE LA ESPERANZA

Si un musulmán grita ¿Cuándo llegará la victoria de Allah? Allah responde: "En verdad la victoria de Allah está próxima" (Sura Al-Baqara 2:214)
Siempre creí que las arrugas que cincelaban el rostro enjuto de mi abuelo vivían allí porque su piel cetrina tenía sed. Por eso cuando le vi llorar por vez primera, sentí que quizás con aquella humedad salada se le suavizaría el gesto, mis escasos seis años aún no daban para más.
Él no rompió en injurias en instante alguno, ni gritó o maldijo ante el escarnio como mi padre o mis tíos. Ni siquiera cuando a empellones era arrojado del hogar familiar y uno de los militares le arrebató con saña, desterrándolo al olvido el Libro Sagrado, que intentaba salvar del desastre escondido bajo la ropa. Permaneció inmóvil, paralizado el aliento y el mañana, viendo como se arrastraba el gran monstruo de metal, empujando sus fauces en forma de pala contra las paredes de la casa que llorosas se volvieron polvo y piedras, jaleadas por los aullidos exultantes de los soldados hasta no ser sino un amasijo de escombros dolientes. Tan solo entonces murmuró algo detrás de unos ojos que yo no conocía y es que se le había derrotado el alma bajo los dientes del bulldozer, quebrándole la vida y al pronto se olvidó de luchar. Yo me bebía con la mirada el ansia de mi abuelo e intuía el sentir que le recomía el silencio desgajado tras los gritos de plañideras de las mujeres que se arañaban el rostro y los puños en alto de ellos que resonaban baldíos. Hoy, treinta años después aún lamento que no supieran cuajarse las palabras en mi boca desbordada, para gritarle la autentica verdad, que podrían robarle la tierra, pero no las raíces, matar las piedras de la casa, pero no el hogar. Porque el hogar está donde viven los ojos del ser amado, en el seno donde recuestas la memoria hasta alcanzar la paz. Tal vez hubiera conseguido así doblegar su angustia, sosegar aquel sentimiento de impotencia y abandono que le chorreaba por el envés de la piel, pero no estaba la replica en mis palabras. Un eco ardiente me cuarteó primero la mente. Después bajó al estomago y se hundió hasta rozar el espíritu que sorbió de los días recios de nuestros ancestros hasta mojar mi cuerpo a medio hacer. Me escurrí al pronto de entre el ahogo polvoriento y las voces desazonadas de los míos, que inmersos en la tragedia no pudieron sino contemplar incrédulos, como Karim, el chiquillo sereno ascendía ahora en loca escalada, trastabillando sudoroso, sesgando manos y piernas entre palos, cantos y arena hasta coronar el montículo de rocas y sueños rotos, que hasta ayer les había dado cobijo. Cuando logré mi propósito tenía la voz erizada por aquello que se me había agarrado en las tripas. El aire intentaba colarse a borbotones para devolverme la respiración. Una ráfaga fresca me dio de beber, trayéndome a los ojos los instantes en que el abuelo en voz baja y al abrigo de la casa, con todos los niños sentados en esteras en torno suyo, nos recitaba suras del Corán que dormía entre sus manos nervudas Nacían de sus labios profecías que desgranaba ante nuestros rostros fascinados que succionaban su voz amada, teñida entonces de azúcar en rivalidad eterna con lo huraño de sus ademanes. La escuela había muerto hacía tiempo bajo los tanques. También la mezquita, por lo que él como un antiguo alfaquí nos derramaba las costumbres, las leyes, la cultura dorada de nuestro pueblo. No fuera a perderse en el olvido lo que por designio divino nos correspondía. Recuerdo que sacudí la mente y busqué su figura cansada al pie de los desperdicios del derribo. Aún hoy no alcanzo a comprender lo que ocurrió, prefiero dejarlo al aire de la voluntad de El Misericordioso. Pero creo que allí se inició el ahora, el nuestro, el de los que permanecíamos y el de los que morían en le destierro. Comencé a cantar, sí a cantar, sones desconocidos, de pronto y con toda la fuerza que me acompañaba, desde lo alto de la montaña herida, increpando con mi loca melodía al tanque que desaparecía enardecido tras su cobarde victoria, alimentando a mi familia y a los que hasta allí se acercaban con aquel son que golpeaba en la distancia el metálico esqueleto hasta que comprendieran que acaso mi entusiasmo de niño arañase con más fuerza que sus lloros y pesares a los que pretendían nuestra huida, mientras mis pies descalzos, rotos y sonrojados de sangre se fundían en mi tierra y comían de ella. La voz de mi abuelo resucitó inundando de vida el momento, comenzó a trepar sin que sus viejos miembros roídos por los años dieran crédito hasta alcanzarme, tras orar unos segundos para reponerse con la vista perdida en la quibla, me rodeó con unos brazos que sentí nuevos y comenzó a hablar hacía las caras que nos observaban desde el suelo.
-Desde hoy te digo- me miró con ansia-que tu nombre ya no será Karim, sino que serás llamado ابن الامل "el hijo de la esperanza" y que algún día todos los hombres de fe recordaran tu canto-no sé si entendí lo que pasó ayer, pero el árabe hundido regresó de la oscuridad y como adalid exortó a los suyos en la esperanza.
-Por la sangre palestina derramada os requiero a unir nuestras voces. Las nuestras, no las de aquellos que pretenden usurparlas, hasta que resuenen fuertes y firmes como el cantar de este niño…-Y continuó hasta que el aire de su mensaje resonó más allá de las fronteras impuestas, hasta rozar la soledad de los árabes de Bosnia, Chechenia, Afganistán. Puedo creer que los propios moriscos que poblaron Al-Andalus vieron su espíritu reconfortado y como si las palabras no bastasen, comenzó a recoger piedras fecundándolas de vida para que apuntalasen el nuevo día, olvidando que alguna vez fueron horadadas por la huella de barro.
Y buscamos el seno amoroso de la cueva como antaño, hasta que nuestra casa se pariera otra vez, agradeciendo su fresco cobijo en lugar de rumiar la desgracia. A su amparo primero y más tarde tras el quicio nuevo del hogar, memoricé cada día la palabra viva que el abuelo guardaba en su recuerdo, los preceptos del Corán, destruido el papel pero no la esencia, los dichos del Profeta de la Suna…que crecieron orgullosos dentro de mí calmando el hambre o el miedo. Y hoy cuando los pesares solo son hojas de la Historia y la paz es al fin costumbre para la nueva Palestina continuó cantando como predijo el abuelo. Arrastró los días pasados a la memoria viva, anclando la lucha de las piedras en el gozo presente para que no se pierda el afán de los que quedaron atrás y una y otra vez. Revivo con la promesa que el abuelo al marchar a la otra orilla, nos dejó a los que quisimos oírle:
-Llegará el día en que los hombres rebosen tierra y trabajo y las mujeres troquen los grilletes del espíritu por ajorcas de plata para sus tobillos y los niños, los niños…
A los niños el viejo musulmán les prometió la libertad.

jueves, 13 de agosto de 2009

SOL MESTIZO

Los próximos 21 y 22 de Agosto se celebra en el recinto ferial el festival Sol Mestizo, organizado por el grupo local de Amnistía Internacional.
Como socio y voluntario del grupo, os invito a que asistáis a la entrega de premios del certamen literario, dedicado este año al conflicto palestino-israelí. Antes de la lectura de los relatos premiados un representante del movimiento palestino en España dará una breve charla sobre la situación de desalojo que se sufre en las zonas ocupadas de Gaza y Cisjordania.
Si váis, además, gozaréis de mi dicción ¿fluida y clara?, pues me van a entregar el 3er premio (que sepan las mentes malpensantes que no ha habido ningún tongo, que ni conozco al jurado de este año ni ellos a mi. ¡Qué me caiga muerto si miento!)
Si pincháis sobre el cartel podéis acceder al blog del festival, que tiene una programación de lo más variada.
Miguel Angel

domingo, 9 de agosto de 2009

Gracia Aguilar: "El abrazo", última publicación de La Voz

La niña se columpia con una ilusión recién descubierta. Sus grandes ojos negros, el color oscuro de su piel, el cabello corto y rizado revelan su origen africano. La acusada delgadez de su cuerpo desvela un pasado acompañado por la necesidad. Y la tristeza de su mirada, ahora arrinconada por nuevos sentimientos, delata la escasez de un cariño para ella casi desconocido.
El anciano, sentado en el banco que queda justo frente a los columpios, la observa mientras los recuerdos se le agolpan en la memoria. Intenta imaginarse los apenas cinco años de la vida de esa niña. Puede hacerse a la idea del hambre que él mismo conoció cuando más o menos a su edad convivió con ella en una postguerra cruel. Puede recrear la confusión infantil ante un miedo implacable reflejado en la cara de los adultos. Puede comprender el temor ante lo desconocido, ante la inseguridad que provoca un futuro incierto. Pero la diferencia entre ellos dos está en que él siempre contó con el cariño de sus padres. Su gran fortuna fue que la guerra no se los arrebatara.
Recuerda el día en que su hija le comentó lo de la adopción. Le surgieron dudas. Tiene otros nietos, por los que siente un amor que le cuesta definir, pero sin duda inmenso. ¿Sería igual con aquella niña?, se preguntó entonces. El primer día supo la respuesta al reconocerse en su mirada inquieta, recelosa, pero esperanzada.
La nota a su lado. La niña ha abandonado el columpio y ahora hurga curiosa en la preocupación de sus ojos. De repente, sonríe y se agarra a su cuello. Se funden así en un gesto poderoso: el abuelo rodeado por unos brazos largos y flacos, la niña apretada contra un corazón viejo pero afanado por vivir.