lunes, 11 de enero de 2010

"FENÓMENOS METEOROLÓGICOS", por Teresa Sandoval

Hola amigos. Después de las intensas nevadas que hemos sufrido, he recordado un cuentecillo que escribí el año pasado. La propuesta fue de Jose: una pareja se queda incomunicada durante un fin de semana en la casa del campo, y además sin luz... Esto fue lo que salió, ¿lo recordais? Me ha parecido oportuno, aunque no tiene nada de verídico, por suerte o desgracia.


FENÓMENOS METEOROLÓGICOS


Seguía nevando. Los copos habían comenzado a caer el viernes por la tarde, poco después de que se marcharan los chicos. A pesar de que se anunciaba temporal Sara y Arturo decidieron quedarse en la casa de la sierra hasta apurar el fin de semana. Él necesita trabajar en un proyecto que debía entregar al volver a Madrid y decía que allí, lejos de todos, aprovechaba mejor el tiempo, así que desde que sus hijos volvieron a la ciudad, él se había encerrado en el despacho trabajando sin tregua en el portátil. Ella se había dedicado a ir recogiendo las cosas que habían quedado por en medio. Mientras lo hacía pensaba que aquella era una casa acogedora, que no le importaría vivir siempre allí. Perteneció a los padres de Arturo, y cuando les tocó en herencia se encontraba muy deteriorada. La habían reformado y durante años la alquilaron por temporadas a turistas en busca de paz. Estas navidades habían decidido pasarlas allí, y la idea había sido de la propia Sara que hubiese deseado ir mucho más de lo que iban de no ser porque Arturo estaba cada vez más ocupado y era difícil convencerle en circunstancias normales de perder un par de días en aquel lugar que ni siquiera tenía buena cobertura.

Había pasado también parte del sábado limpiando, guardando la ropa de cama y el resto de utensilios que probablemente no serán utilizados hasta el año próximo. Después de comer y de que él volviera a encerrarse en el despacho, Sara se sentó frente a la ventana y se quedó allí mucho tiempo, simplemente viendo nevar. Más allá de la cortina de copos, cada vez más sólidos, se iba difuminando el paisaje, y Sara tenía la sensación de encontrarse frente a la ventanilla de un tren del que no le importaba la dirección; la soledad así tenía un regusto morboso. Se estaba quedando adormilada cuando los pasos de Arturo bajando la escalera la sacaron del ensueño.

- Nos hemos quedado sin luz- dijo de mal humor. Luego salió al vestíbulo y durante un rato trasteó en los interruptores del cuadro eléctrico. Cuando volvió a entrar, incluso a media luz, Sara fue capaz de apreciar el rictus de contrariedad. Soltó unos cuantos improperios y después respiró hondo, como solía hacer siempre que la situación se le escapaba de las manos. – El corte eléctrico ha debido producirlo la nevada. Espero que no dure demasiado porque sin el ordenador no puedo hacer nada. Además ni siquiera podemos irnos. El niño se ha llevado las cadenas. ¡Maldita sea! ¿Tenemos al menos linterna? ¿velas?

Sara recordó que además de los restos de velas navideñas, guardaba una caja para emergencias en la buhardilla. Mientras él se encargaba de salir al cobertizo a buscar leña para la chimenea, ella subió y rastreó en los baúles donde se amontonaban las cosas que nunca se usaban. La luz que se filtraba por el ventanal ya era mínima y le costaba encontrar la caja con las velas. Fue palpando el interior de los baúles y antes que las velas encontró otras cosas que le sorprendieron al tacto y que no reconoció. Las sacó, las observó en la penumbra y siguió sin reconocerlas pero sonrió.

Al bajar Arturo ya había prendido el fuego en la chimenea.

- Mira lo que he encontrado arriba. Debieron de dejárselo aquí algunos inquilinos porque no recuerdo que sea nuestro.

Él se giró y al volverse la encontró en posición de brazos en jarras, y… diferente, tan diferente que por un momento vaciló. Sara llevaba puesta una peluca castaña, larga y con bucles que lanzaba destellos al iluminarse con el resplandor del fuego. La encontró realmente seductora y eso le produjo una excitación insólita.

- Te sienta muy bien.

- Pues también hay algo para ti, mira – le tendió algo peludo, un poco repulsivo al tacto. Él lo observó un momento con aprensión. Era un bigotillo postizo y pegajoso, “vete tú a saber de quién es eso” pensó, pero ella insistió tanto que al final se lo acabó poniendo. Se observaron el uno al otro divertidos. Sara le retocó el pelo con los dedos.

- ¿Sabes una cosa, cariño?- hacía tanto que no le llamaba cariño que a Arturo la palabra le hizo cosquillas en el bigote.- Así estás clavadito a Clark Gable.

- Pues tú, mi amor, nada tienes que envidiarle a la señorita Escarlata.

Entonces ella sin pensárselo dos veces se puso frente a la chimenea y sólo para él representó la escena: “A Dios pongo por testigo que no volveré a pasar hambre…”. Eso les recordó que casi era la hora de cenar. Fueron a la cocina y en medio de risas y bromas: “Si me permite hermosa dama” “Como no, caballero”, sacaron las sobras de la comida del mediodía y abrieron unas latas y una botella de vino. Se sentaron a la mesa y a la luz de las candelas la velada se esfumó con la magia de las pasiones en formato cinema-scope. Sara, que había dejado de ser un poco Sara, reía las gracias del individuo de bigote y corbatín que tampoco era Arturo, y a él, más alto, más gallardo que de costumbre, se le caía la baba siguiendo los vaivenes de la hermosa melena y los gestos entre ruborosos y sensuales de la mujer. A los postres él la cogió en brazos y la llevó hasta el tálamo mientras afuera seguía nevando copiosamente y los trenes se habían olvidado de circular. Al día siguiente, al despertar, descubrieron que ya funcionaba de nuevo la electricidad pero francamente les importó un bledo; apuraron el vino y las velas hasta el domingo por la tarde, cuando Tráfico informó de que se las máquinas quitanieves habían despejado la carretera hasta la capital, se quitaron los disfraces e hicieron las maletas para volver a Madrid.

Entonces Arturo, ya Arturo, empezó a quejarse del trabajo pendiente, de la agenda apretada del día siguiente, de lo cargado que iba el coche; y Sara mientras tanto ni siquiera le escuchaba haciendo recuento del equipaje para no dejarse nada. Eso sí, cuando Arturo se disponía a arrancar el coche le hizo esperar un momento diciendo que había olvidado algo dentro. Tardó unos minutos en volver. En el bolso llevaba una peluca ridícula y un bigotillo de aspecto repulsivo, porque podría ser que aquella experiencia volviera a repetirse. Desde luego ella no quería que fuera algo que el viento o el deshielo pudiera llevarse; incluso había pensando complementar el disfraz con un corsé sureño. Pero, ya lo pensaría mañana.

3 comentarios :

Anónimo dijo...

Los reencuentros funcionan muchas veces y más si son divertidos. Me gusta. Un beso Alicia.

Pepi dijo...

A mi también me gusta.
Otra vez no esperes a que nieve para compartir algo tan bonito. Besos. Pepi.

Anónimo dijo...

Una buena idea la de renovar la pasión echándole imaginación al asunto. El relato me ha parecido muy divertido.
Saludos.

Víctor