El anciano, sentado en el banco que queda justo frente a los columpios, la observa mientras los recuerdos se le agolpan en la memoria. Intenta imaginarse los apenas cinco años de la vida de esa niña. Puede hacerse a la idea del hambre que él mismo conoció cuando más o menos a su edad convivió con ella en una postguerra cruel. Puede recrear la confusión infantil ante un miedo implacable reflejado en la cara de los adultos. Puede comprender el temor ante lo desconocido, ante la inseguridad que provoca un futuro incierto. Pero la diferencia entre ellos dos está en que él siempre contó con el cariño de sus padres. Su gran fortuna fue que la guerra no se los arrebatara.
Recuerda el día en que su hija le comentó lo de la adopción. Le surgieron dudas. Tiene otros nietos, por los que siente un amor que le cuesta definir, pero sin duda inmenso. ¿Sería igual con aquella niña?, se preguntó entonces. El primer día supo la respuesta al reconocerse en su mirada inquieta, recelosa, pero esperanzada.
La nota a su lado. La niña ha abandonado el columpio y ahora hurga curiosa en la preocupación de sus ojos. De repente, sonríe y se agarra a su cuello. Se funden así en un gesto poderoso: el abuelo rodeado por unos brazos largos y flacos, la niña apretada contra un corazón viejo pero afanado por vivir.
8 comentarios :
Precioso relato, Gracia. Me deja con una sonrisa.
Un beso.
Un relato hermoso y con corazón.
Un beso. Alicia.
Es un relato repleto de ternura, me encanta. Y la niña de chocolate de la fotografía está para comersela. Estabas realmente inspirada, como siempre. Un beso. Pepi.
¡Qué bonito Gracia! Precisamente hace poco presencié una situación parecida y me hizo sentir muchas de esas cosas de las que hablas en tu relato. Estaba en la cola de Zara y detrás de mí había una madre blanca con una niña negrita de un par de años muy inquieta... mientras la madre miraba la ropa la abuela jugaba con la niña y se la veía tan orgullosa y tan protectora que pensé que lo de las leyes del poder de la sangre es tan solo un mito.
Muy hermoso tu cuento, de verdad.
Un beso.
La sangre o los genes no te dan más capacidad de querer a un hijo. Todos sabemos que hay padres-madres que no merecen serlo ni sirven para ello.
Me ha gustado, Gracia.
Besos
Un relato sencillo, sin pretensiones, de calidad.
Arístides
Precioso relato. Un broche final por todo lo alto.
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